El rinoceronte de Durero: Diarios
[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 111 a 121 de Hablar de Poesía n° 38]
por Nahuel Lardies[1]
17/03/2016
Burnside es algo parecido al curador de una muestra, nuestra visita guiada. ¿Qué pasa con el rinoceronte que muere, con ese naufragio? ¿Y las personas que viajaban en el barco? ¿Y qué con el Papa que ya no recibió su obsequio? Todo eso –hasta el anacronismo de mi mirada y la proyección de mi melancolía en la bestia que se hundió, incluso las respuestas a esas preguntas– está en los ojos del animal. ¿Por qué Durero no retrató a la bestia ahogándose? Hay un malestar que Burnside transmite de manera velada: animamos las imágenes. No las vemos sencillamente como algo exterior sino que somatizan el cuerpo, levitan en nuestra imaginación y empiezan a moverse dentro de nosotros, quienes las recordamos y asociamos; nos fuerzan a tener un vínculo con ellas. Las imágenes prefiguran las experiencias posteriores que hacemos de ellas. Son nuestros estados de ánimo, las sombras de ideas que no llegamos a expresar del todo. Según Plinio, una joven de Corintio inventó la pintura al trazar el contorno de la sombra de su amado antes de que se marchara a la guerra. De acuerdo con esta leyenda, la primera creación en imágenes de la humanidad era la representación de una sombra. O mejor: la de las personas que ya no están y vamos a perder en el naufragio.
26/10/2016
Esta es la bestia que imagina: triste
y peligrosa, tan disímil a ella misma
que le calzó armadura y un cuerno extra
para hacerla creíble.
Animal hecho de rumores,
vacila al borde de la geometría
o nos evoca a “El caballero, la muerte y el demonio”.
Y precisión es menos de lo que pretendió
al tomar pluma y tinta, darle nombre a las partes,
deliberando sombras por el cráneo y el vientre,
como esa oscuridad que anida entre los huecos
de las plumas de un ángel.
Nunca vio a la criatura por sí mismo
sino que la esbozó desde un boceto,
o de la descripción que alguien hizo, difusa;
y si bien pudo haber oído sobre el barco que se hundió
trayéndolo de vuelta a Roma,
no pensó en dibujar
esa caída lenta por el agua mientras se iba ahogando
y alzaba la cabeza para entrever la luz salvaje
de la Creación, trabada entre la sal y el cielo.
[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 111 a 121 de Hablar de Poesía n° 38]
- Nahuel Lardies nació en 1987.>>