Visión de fin de año
Franco Bordino [1]
Sonata de la pastora
Bellísimos animales
que pasan y dejan en mí
la estela del río y de la bestia,
del alarido y del dolor extático
—arpegio,
dedos ante un cristal;
yemas y corazones prensados al vacío…
*
Te siento…
Me siento…
Así nos sentimos
en el aire a través de mí
y de vos
Cuando estás a distancia
un temblor de aire,
de muebles y de ríos
subterráneos, en los contornos de todo a través de mí
y de vos,
verdaderamente.
Mirame cuando paso,
MIRATE
hay nenes volando entre nosotros
fiebre alucinatoria de niños sepultados
y un salmo abierto en cada rincón.
Te tocaría si no fueras a romperte.
Te bañaría de palmas, si no fuera a amarte.
Te daría estrellas sensibles para cada diente.
Sí… Sí…
No… No…
No me mires
No me toques
No me hables
puedo empezar a sudar hilos de brea por alguna parte.
¿Por qué tus piernas y nalgas buscan el cielo,
llenan el espacio con tus juegos de acróbata
tan bellamente? ¿por qué
el negro se encierra en tus ojos
y vuelve desde el fondo de la noche convertido en luz clara?
¡Cómo traen flores del campo, flores de sapo y manzanilla,
tu alma blanca tan desprendida,
tus rasgos en piedra —santa— pulidos por el sol,
tu risa… la manzanilla… tu risa…
la campana aromática de papel blanco
que suena para todos desde adentro tuyo
y para todas las criaturas que pacen en el campo
—pequeña, populosa flor!
Algún día te tocaré las manos.
En ellas, sólo en ellas,
seré una sonata de viento recorriendo tu color.
El hopi
Cuando cerrás los ojos y pensás en un rosal
sos luz lamiendo sus pétalos, sobre algún rosal real.
Y tu pensamiento es basura en el tiempo,
materia colaborando con su germinación
junto a otros elementos del aire,
junto a la gramilla hirviente en que se desarma el suelo.
Aire, tiempo, agua, pensamiento
son filamentos en la carne escondida del lodo
comunicándolo todo con una simpleza bestial.
No hay espejos que nos separen,
no hay enigmas ni miramientos.
Sólo hay una costumbre demasiado arraigada
en los reflejos del ojo.
Los párpados de la noche mojan el césped de la mañana.
El indio fumando en su pipa hace arreglos en el vientre
de la albahaca.
Él medita, besa fuegos para que la cosecha salga.
Nosotros miramos con los ojos pero solamente pensamos
con el cuerpo.
¿Quién va a acariciar los dedos del rosal?
¿Quién va a tomar los soles múltiples bajo su rezo?
El tiempo piensa en sí mismo
aunque nosotros pensemos siempre fuera del tiempo,
congelados en ondulaciones sin movimiento real.
Para estar ahí, donde el tordo nos llama,
donde el aire es envuelto por su propio movimiento,
debemos ser parte de lo que ya somos parte,
debemos ser parte de los fetos del hueso;
porque lo que existe ahora está preñado
de la fuerza presente en el diente del lodo.
Cada criatura mueve el día con su cuerpo.
Cada arboleda mueve las estaciones con su rezo.
Lo que cruje bajo el diente
es el esqueleto blanco escondido en la manzana.
El indio fumando en su pipa
hace arreglos en el tiempo:
él medita,
lame pétalos para que la lluvia caiga.
Visión de fin de año
La calle manchada con el cadáver de los negocios: pedazos de
pólizas, contratos y documentos;
la luz de las últimas horas de la tarde contaminada con las luces de
las primeras horas del día
artificial, eléctrico: un paisaje hermoso, antojadizo, fijado en el
tiempo como una nueva estación,
iluminado con la imprevisibilidad peculiar de lo recurrente.
Tengo nervios mal obturados en la yema de los dedos,
el tacto contamina todos mis sentidos,
con texturas, líquidos y recámaras.
Cuando era chico destruía flores,
las exploraba y las desarmaba.
Capa tras capa iba sacándoles todas las piezas sin destruir ninguna,
y luego restregaba mis manos en polvos amarillos, rojos y
anaranjados; las olía.
En ningún momento sospechaba la sonoridad de la palabra pétalo
ni los ríos de verbos bordeando sus ventanas transparentes
ni todo ese bronce que se atasca en nuestro pecho
cuando reprimimos el impulso de arrancar una flor.
Si los papeles ardieran espontáneamente,
si una llama los arremolinara a cada uno en un vórtice propio
este instante de ciudad sería perfecto,
mis ojos serían perfectos y podrían sentir algo
plenamente impalpable, plenamente visible,
un cementerio de hojas, un cementerio de pétalos…
¡Quiero ser el niño de las flores muertas!
¡Quiero ser el oficinista de los reclamos, notas de anulación,
pedidos, solicitudes, avisos de deuda y memorándums,
libros contables, talones bancarios, facturas y listas de precios
muertos en la ventana, muertos en el aire y vivos en el suelo
rodando y parpadeando su centella cóncava de luz del Último Día!
¡Quiero que todo el mundo arda arremolinadamente solamente
para que yo pueda tener una visión!
Elegía
(Venir…
Guardar…
Partir…)
El tiempo que pasa y el tiempo que deja
una estela
son el mismo tiempo
vivido de diferente manera.
Pero los que amamos, esos
pasan y quedan, al mismo tiempo,
y duelen en un lugar sin visión.
¿Y qué haremos con ellos: en qué calles
de tierra periféricas
inhumaremos nosotros nuestra pecera de lágrimas?
¿Y quién sino yo
podría aportar el sitio, el corazón,
la mano hueca para que la lluvia caiga
y así se junte su temblor
—Dolorosa Transparencia…—?
Miro triste el campo
en la parte trasera de tu casa.
Agua de piletas
y basura acumuladas
fluyen juntas al zanjón.
Un petiso
creo maltratado,
atenuado en la distancia,
con diente plano,
arranca y rumia un cardo
o, tal vez,
la faz tersa de una flor.
—¿Por qué me dejaste solo?
¿Qué voy a hacer ahora yo sin vos?—
Voy a buscarte entre fotos, en papeles con tu letra
o en tarjetas desteñidas que guarden
todavía tu olor,
sin saber si me despido o reconozco
tan sólo
tu nueva forma, tu presencia
duradera: hilo, trama, conclusión.
Voy a juntar los saldos, los anillos rotos,
la palabra pequeña y el gesto gastado
arrojados al vacío
de que estamos hechos,
Amorosa Madre Tutelar,
y a hacer dibujos en la tierra
para luego,
con vos, como vos,
hacer un leve daño y desaparecer,
Mi Transparencia Dulce Hecha de Amor.
- Franco Bordino nació en Bolívar, Provincia de Buenos Aires, en 1989.>>