Una poética que se autodestruye
(René Daumal: Obra Poética Completa – Alción Editora)
Es extraña la posición que ocupa René Daumal (1908-1944, Francia) en el cuadro de las vanguardias literarias de entreguerras. Al igual que los surrealistas, deploraba la “literatura” (esto es, un concepto burgués de arte entendido como medio de entretenimiento o gozo para el público). También Daumal concibe a la poesía como una vía de investigación, como una forma de conocimiento, aunque extracientífica, pasible de progreso y de verdad. Pero el tipo de imágenes que emplea Daumal en sus poemas, sin embargo, difiere en gran medida de las imágenes absurdas (o más bien conjunciones verbales azarosas) características del surrealismo y de su método de “escritura automática”.
Podría afirmarse, mejor, que el estilo de su imaginería oscila entre un simbolismo hermético (cuyo significado secreto proviene generalmente de sus lecturas de Nerval y de textos sagrados del Oriente[1] ) y las traslúcidas imágenes fantásticas del Huidobro creacionista. Sin embargo, a diferencia de este último, la imagen poética daumaliana (según su teoría poética) no tiene por objeto la invención de mundos deslumbrantes sino más bien la destrucción de un mundo de apariencias y la expresión de una verdad trascendente. Esta verdad trascendente no es otra cosa que una ecléctica síntesis de neoplatonismo, hegelianismo, sabiduría oriental y las teorías místicas de George Gurdjieff. Esta síntesis puede resumirse como sigue: es necesario suprimir el yo (o las facetas mundanas o narcisistas de nuestro ego) para acceder a una forma verdadera de existencia y de conciencia que consiste en la fusión con la Nada o estado de Nirvana. Esta verdad se materializa en la obra de Daumal bajo la forma de una búsqueda de la experiencia de la muerte o como una ascesis psicológica de autonegación, según de qué período de su obra se trate. Sin lugar a dudas, es este aspecto místico-religioso el que más extraña vuelve la obra de Daumal en el cuadro de las vanguardias de su época, del que sin embargo participa.
Los tópicos antes mencionados agotan la totalidad de la temática de su corta obra, a excepción del también recurrente y quizás mejor lucido tópico de la reflexión metapoética. En este último caso, estamos frente a las mejores piezas de Daumal, prosas cuyo género se mantiene indefinido entre el ensayo, la poesía y la fábula, y de las cuales la más significativa sea tal vez la fascinante “Poesía negra y poesía blanca”, una honesta descripción autobiográfica, entre fisiológica y metafísica, de sus propios mecanismos de creación poética.
Pero de lo antedicho, del hecho de que para Daumal el estatus gnoseológico de la poesía no es tanto el de una investigación abierta[2] sino el de la comunicación de una verdad extrapoética conocida de antemano, se deslinda otra característica importante de su obra: la suya es una poesía didáctica o de iniciación. Entre estos dos polos se debate su concepción poética: la poesía como medio de conocimiento y la poesía como medio de comunicación. Pero en ningún caso la poesía como forma o como medio de embellecimiento, nunca la “literatura”. Esta es la forma singular que adopta en el caso de Daumal el escollo recurrente de querer negar la literatura a través de la literatura, la opción de expresar la vida y la verdad a través de un medio que ya en su época se percibía estéril y degradado para tal propósito, es decir, a través de la palabra poética.
Como habrán podido notar, Daumal está en la senda de la gesta de Rimbaud, patrono devoto suyo y de sus cófrades. [3] Esta ética singular de la creación poética, como se sabe, no está exenta de sus paradojas. La más curiosa en el caso de Daumal, a mi parecer, es la de que los mejores poemas de nuestro poeta se encuentren entre aquellos que suprimió de la edición definitiva del único libro de poemas que publicó en vida, El Contra-Cielo. [4] Otra de ellas es que Daumal se revela un poeta más grande en sus reflexiones sobre la creación poética que en sus propias muestras de este arte. A los veintiséis años, y aunque proseguiría escribiendo ensayos sobre poesía, René Daumal directamente se declaró incapaz de seguir escribiendo poemas (según dijo en carta a Paul Paulhan, ya no sabía hacerlo). Como podrán sospechar, Daumal renegó de la poesía más por escrúpulo de verdad que por verdadera ineptitud práctica. Nuestro autor buscó en la poesía más que poesía, hasta que, consecuentemente, terminó por abandonarla para beber de otras fuentes. Daumal se autoanuló en tanto que poeta, preso de una idea irrealizable de poesía. Esta idea buscada celosamente constituye lo más valioso de su obra.
Pero si la obra de Daumal resultaba extraña en su época, más debería serlo para nosotros. La poesía como medio de acceso y de comunicación de una verdad trascendente, la reflexión sobre la poesía desde un plano metafísico y universal, estas ideas, no pueden sonar para nuestra escena literaria menos que extemporáneas, sino delirantes y pretensiosas. Ello se debe a que la concepción poética que impera en la actualidad, según creo, ha degradado la escritura a la mera materialidad de su acto, a la vez que ha reducido su reflexión –lo que antes fuera la Retórica y la Poética– a la descripción de una mera dietética, hábito o quehacer manual del escritor. Es fácil constatar en las reflexiones poéticas contemporáneas que en la poesía ya no pervive nada de lo numinoso, nada intelectual, nada de aquello que antaño soliera llamarse Espíritu. Es más probable encontrar en ensayos o entrevistas de poetas la confesión de la predilección del escritor de escribir por la mañana, o por la noche, o en una libreta, o en la computadora, o en un bar, o en ayuno… en fin, cualquier confidencia insignificante antes que una idea.
Pero sin embargo, hay una razón por la cual la traducción al castellano de la Obra Poética Completa de René Daumal podría ser bien recibida entre nosotros. Esta razón es que el panorama poético argentino contemporáneo es consonante con otro capítulo de la historia de la literatura francesa, el capítulo subsiguiente –y también subsidiario– del capítulo al que pertenece René Daumal.
Este último, el de Daumal, es el capítulo de los grandes fracasos y de los mártires franceses del Ideal poético, al cual pertenecen también Mallarmé, Rimbaud y Artaud. Sus fracasos ejemplares y conmovedores, no sólo han convertido a la crítica en hagiografía, sino que también y por el mismo movimiento la han disuadido de perseverar en la búsqueda de la esencia poética, al par que han dejado abierta para los escritores, y libre de toda objeción en tanto que la única posible, la opción de la mera “literatura”.
El capítulo subsiguiente al de Daumal en la historia de la literatura francesa es, sin lugar a dudas, el capítulo de la “desobra” y de “la muerte del autor”. Éste nos ofrece la figura de un escritor “grafómano” y de una escritura prolífica y ciega que constituiría una práctica existencial valiosa por sí misma y por encima de toda noción de obra. El muñeco de paja de esta concepción literaria ha sido la noción de “sujeto”: junto con él, deberían perecer, como las marcas de su dominio, el orden, la forma y el propósito; en síntesis, todo aquello que en la literatura aspire a ser más que texto y escritura. Para este paradigma, la escritura, más que una ascesis en busca de un orden objetivo de cosas –como lo era para Daumal–, es el vicio íntimo al que el escritor se entrega sin otro justificativo o criterio rector que su puro goce. [5]
Después de todo, esta es la teoría literaria que subyace y que legitima a una literatura frívola, solipsista y separada de cualquier misión grande y extraliteraria. Planteado este contexto, existiría entonces la posibilidad de aficionarse a Daumal como a un poeta del pasado, y convertirlo así en un fósil reseco y deslumbrante que justifique como momento dialéctico precedente –un momento fallido e irremontable– la chatura de la poesía contemporánea.
Desearía estar equivocado y que entre los futuros lectores de Daumal haya muchos dignados a leerlo como un contemporáneo, concediéndole vigencia a sus planteos y problemáticas. Ello sería un claro indicio de mejora de nuestra vida literaria.
En el libro que nos cita el lector podrá encontrar lo que busque. El escéptico, si es aficionado a la poesía, podrá disfrutar de más de una decena de poemas magníficos; el místico o el narcómano, un caleidoscopio constante de sugestiones o revelaciones; el moralista, la coherencia y la progresión consecuente de una vida o de una obra; el lego en filosofía, un repertorio de ideas y razonamientos extravagantes capaz de ocuparlo un largo tiempo sin dejar de depararle asombrosos; el crítico, un interlocutor valioso con el cual poner a prueba o desarrollar sus propias ideas sobre poesía. Sin embargo, T. S. Eliot escribe, en algún lugar, que el mérito de un crítico no consiste tanto en la justeza o creatividad de las explicaciones que da de una obra, sino en su buen gusto a la hora de seleccionar y citar piezas literarias. Yo diría, de manera más pragmática, que, poco importa lo que diga una reseña sobre un libro, nos formamos todo nuestro juicio sobre éste a partir de las pocas citas suyas que aquélla nos ofrezca (además de un juicio sobre la honestidad o competencia del reseñador). Por esta razón me permito citar un poema entero de Daumal, uno de mis preferidos, a sabiendas de que al fin y al cabo es lo único que cuenta.
Casca-corazón
Ese pájaro no volverá,
el que se suelta de tu cara,
nacido de tu piel, desplegado en el espacio,
bate hojas de aire como un niño perdido
golpea las manos ante el cuerpo del padre acostado
el cráneo roto contra un muro.
Golpe repentino de un martillo de hielo
sobre el corazón, cuando las alas se anudan y desanudan
en los pliegues del aire, ese golpe
en la nuca, con sabor a sangre,
hiela la esfera del espacio:
terminado el gran aire libre, un cristal duro,
y tu rostro basta para llenarlo.
Todo pleno y pesado sobre tu frente y temés dormir:
es tu muerte, pesada, plena y redonda.
Dormir, o salir, ligero homicida,
en el aleteo del pájaro volando.
1927
Franco Bordino
- El lector podrá conocer estos datos, al igual que yo, por las valiosas notas de los traductores de la Obra Poética Completa de René Daumal.>>
- Esta opción podría haber salvado a Daumal de su renuncia prematura a la poesía (cfr. más abajo) además de haber hecho su obra menos monotemática.>>
- Me pregunto si la contraposición entre vida y literatura que alcanzara manifestaciones tan agónicas a fines del siglo XIX y en la primera mitad del XX, pudiera ser significativa en otro medio que el francés, si acaso no presupone, necesariamente, una generación pasada inmediata de poetas simbolistas y parnasianos. Como fuere, con Daumal nos encontramos ante una variación nada despreciable de uno de los capítulos de esta versión francesa de la historia de la poesía.>>
- Estos poemas están recogidos en el volumen reseñado bajo el título “Poemas abandonados”.>>
- Si creemos en la autosuficiencia de este vicio, diremos que el escritor, allí, será pescado infraganti por otro: el lector, que ha sido transfigurado en un voyeur. Si no creemos en la autosuficiencia de la escritura literaria, diremos que se trata simplemente de un exhibicionismo premeditado. Paradójicamente, la supresión de la idea de obra en la práctica de la escritura no ha propiciado la despersonalización y la supresión de la intencionalidad subjetiva de quien escribe, sino que, por el contrario, la ha reforzado y ha convertido a la literatura en un contacto directo entre subjetividades: guiños, gestos, confidencias e intimidades, entre el escritor y el lector. Lo que ha muerto es la obra, la cosa de arte, para dar lugar a la comunicación y a la figura de un autor de dimensiones obscenas, que, sin dudas, está más vivo que nunca. La posmodernidad literaria no sólo ha significado la repetición en vacío y de manera caricaturesca de los gestos de las vanguardias modernas, sino también la llana traición de sus propósitos más profundos.>>