Editorial

Ricardo H. Herrera / Luis O. Tedesco
 

Hace cinco años, en el comienzo de Hablar de poesía, más de uno nos preguntó estupefacto a qué realidad nos referíamos cuando, para describir la situación reinante en el pequeño mundo de quienes cultivan la poesía, en nuestra primera nota editorial afirmábamos que «el panegírico y la difamación, la pedantería y el facilismo, siguen muchas veces ocupando el lugar que les corresponden al uso artístico del lenguaje y al pensamiento»; a su parecer, estábamos pintando un cuadro del todo inexistente. Hubo otros que vieron nada más que resentimiento en nuestro diagnóstico. Si hubiera sido así, la revista no hubiese tenido las características que tuvo desde el primer momento: franca apertura a todas las tendencias estéticas, derecho a réplica y una ética sin fisuras, ya que ninguno de los libros del director y del editor de la revista fueron reseñados en sus páginas, ni se intentó en ningún momento apoyar sus poéticas. Ello equivale a decir que Hablar de poesía estuvo y está en las antípodas de la autopromoción, la autocomplacencia, y el silenciamiento u ocultamiento de cualquiera de las corrientes y figuras que articulan la realidad poética argentina.

Al buscar el punto donde la disensión estimula y enriquece, la revista inauguró un nuevo estilo en el ejercicio del diálogo y de inmediato captó la atención de lectores que supieron apreciar la calidad del material que se les ofrecía, de modo que Hablar de poesía fue abriéndose camino sin que se interpusiesen prejuicios u otro tipo de falsos obstáculos. Lamentablemente, esa y otras realidades suelen ser desfiguradas hasta lo irreconocible cuando alguien toma a la ligera la responsabilidad intelectual de trazar un panorama de la actualidad literaria. Al leer este tipo de trabajos, el tiempo parece haberse detenido en la década del ochenta: se continúa ignorando personalidades de gran relevancia y se abandona en la zona de lo innominable a las revistas surgidas en los últimos años, Hablar de poesía entre ellas. A nuestro juicio, la abdicación de la crítica en favor de la omisión es un procedimiento regresivo que no augura nada bueno. Después de tantos años de trabajo en favor de la poesía, negligencias de este tipo nos desconciertan; ello no nos impide, sin embargo, reconocer el núcleo del problema: el usual mecanismo que rige la política de la exclusión, una vieja política que desgasta y agota las energías creativas del país.

La crítica literaria no puede basarse en la desatención y en el silencio, en la promoción y en la exclusión, sobre todo cuando, como suele ser frecuente, el análisis se organiza a partir de la antítesis silenciamiento-lenguaje que fue propia del sistema totalitario del proceso militar iniciado en 1976, con su implacable metodología de acallar todo lo que se contrapusiese a sus intenciones. Al eludirse la mención de poetas cuyas trayectorias poseen una coherencia y una envergadura que habría que estar ciego para no reconocer; al dejarse de lado revistas que intentan superar con hechos, no con mera retórica, un estado de cosas que se deplora; se diría que investigaciones de ese tipo, no sólo no son inmunes al mal que ellas mismas denuncian, sino que en cierto modo lo fomentan.