Edith Södergran: Sombra del porvenir

Nota y versiones de Javier Sologuren

 

Descendiente de una familia sueca de Österbotten (Finlandia), Edith Södergran, la poeta más original del lirismo finlandés en lengua sueca, nació en San Petersburgo en 1892, hoy Leningrado, y murió en Raivola, un pequeño pueblo de la Carelia finesa, el 23 de junio, la víspera de San Juan, de 1923. Llegó a contar, pues, tan sólo treintaiún años; la mitad de este lapso la vivió atenaceada por la enfermedad. Pocos acontecimientos se destacan en su dolorosa y monótona existencia: un viaje a Suiza, en compañía de su madre, para internarse en un sanatorio, otros que le permitieron conocer algunos países, un corto tiempo de estudios en un liceo de Helsinki. Pese a la precariedad de sus recursos materiales, el último decenio de su vida transcurrió tranquilamente en Raivola.

Su vida, su verdadera vida, se decidió en el ámbito profundo de su sensibilidad y en la triunfal perspectiva de sus sueños y anhelos. De esas fuentes procedieron sus poemas, publicados en cinco breves libros (Poemas, 1916; La lira de septiembre. 1918; El altar de rosas, 1919; Sombra del porvenir, 1920; El país que no es, aparecido póstumamente en 1925) y recogidos en un solo volumen en 1940, en Helsinki, bajo el título de Poemas de Edith Södergran. Las Cartas de Edith (Estocolmo, 1955) constituyen la colección completa de las que la poeta dirigió, entre 1919 y 1923, a su entrañable amiga y confidente Hagar Olsson, escritora y crítica notable, sensible a las nuevas formas expresivas y perspicaz comentarista de la obra poética y epistolar de Edith Södergran.

Ya en sus iniciales Poemas se advierten las constantes de su creación: raigal, pánico sentimiento de la vida; exaltada comunión con la naturaleza; honda preocupación por los misterios de la existencia y la muerte; certidumbre del poder inagotable del amor y la belleza; verbo inspirado, novedoso y libre. Son estas últimas notas las que sitúan cimeramente su obra desde el plano significante y las que le aseguraron influyente rol en la poesía joven de Finlandia. En una nota preliminar a su colección manuscrita La lira de septiembre, había escrito: «Nadie puede negar que lo que escribo es poesía, pero no quiero sostener que es verso. He tratado de llevar ciertos obstinados poemas a un ritmo y así he descubierto que únicamente bajo completa libertad, es decir, a expensas del ritmo, tengo el poder de la palabra y de la imagen. Mis poemas deben verse como descuidados bocetos. En cuanto al contenido, dejo a mi instinto construir lo que mi intelecto contempla en tranquila expectativa. Mi confianza en mí misma se basa en que he descubierto mis dimensiones. No me conviene menospreciarme.» Con estas sencillas y claras palabras, Edith Södergran llegaba a la médula misma de la mejor concepción del poema contemporáneo aventurado en la libertad, corriendo siempre el riesgo del fracaso en su busca de certezas, de las verídicas facciones del rostro inaprensible de la realidad. Aquilató el valor de la palabra y la imagen haciéndose, al margen de las restricciones normalizadoras, espíritu y mensaje. Entre sus lecturas juveniles se hallaba Nietzsche; supo así, por éste y por su propia y penosa experiencia, que la sangre es espíritu cuando se escribe con ella. Su instinto, es decir, su pobre sangre fatigada, pero combatiente tenaz y lúcida, le hizo accesible la palabra poética, lejos, bien lejos de la tinta.

Edith Södergran ha sentido y vivido, uno a uno, los pasos de su muerte, la injuria cruel de la enfermedad que la fue minando. Su relación más estable y duradera ha sido, no nos es difícil imaginarlo, con su propio cuerpo yacente, su escenario, el paisaje inmediato a sus ojos, donde éstos vieron el desmedro. Así, en el curso de este desvelo, el cuerpo se le ofrecía en su misterio, en su ardiente fragilidad:

 

El día entero estoy acostada en espera de la noche,
la noche entera estoy acostada en espera del día,
estoy acostada en mi lecho de enferma en el jardín del paraíso.
Sé que no sanaré, nostalgia y languidez no sanan jamás.
Tengo fiebre como una planta de los pantanos,
rezumo sudor dulce como una hoja húmeda
[«Días enfermos»]


Al compás de las fluctuaciones de su estado morboso, su poesía oscila pendularmente entre el desaliento y la esperanza, pero también alcanza resignada serenidad. Hagar Olsson destaca el increíble coraje, moral y físico, demostrado por Edith Södergran al enfrentarse a la vida, la enfermedad y la muerte.

En La lira de septiembre y sus siguientes libros va ha encenderse el canto de la vida liberada, vencedora del sufrimiento y de la muerte. En esos poemas flamea el poder profético y visionario de Edith Södergran. Ella, que se ha purificado en el dolor, a su vez «sueña con liberar al mundo y purificarlo». Percibe la magnitud de los cambios profundos que la guerra del 14 iba a producir, la dimensión ecuménica del conflicto, a diferencia de la impresión que se tenía en Escandinavia en el sentido de que éste era pasajero y, una vez cesado, las cosas volverían a su antiguo y habitual orden. Así en el poema «La tormenta»:

 

Ahora la tierra vuelve a cubrirse de negro. Es la tormenta
que se levanta desde los abismos nocturnos…

 

El paisaje de Raivola, bosque de alerces y lago, se halla presente, como lo han señalado Gunnar Ekelöf, uno de los más grandes poetas suecos, y Hagar Olsson, en los poemas de Edith Södergran. Árboles, pájaros ribereños, última flor de otoño, todo enjambra en ellos con melancólico gozo. En los elementos naturales encuentran no sólo sus símbolos y emblemas, sino los incentivos para poder seguir viviendo. Cuántas veces, en sus momentos de convalecencia, en sus parciales recuperaciones, habrán sido los hallazgos bienhechores, para sus ojos deslumbrados: el sol vuelto a sentir en sus espaldas, la luz nuevamente encendida en las flores, el agua otra vez cantando. Edith los contemplaría como desde la otra orilla, sabiéndose más que nadie viadora de la muerte.

 

De todo nuestro mundo soleado
no deseo sino un banco de jardín
donde un gato tome sol…
Allí estaré sentada
con una carta contra mi pecho,
una sola carta pequeña.
He aquí cómo es mi sueño.

 

Añoranza, anhelo, nostalgia, por sobre la integridad de sus poemas, reverberando en ellos su pozo de impregnante pena. Pero contra todo abandono, contra todo desmayo, Edith Södergran opuso la indoblegable fuerza de su voluntad puesta al servicio de su perfección moral y de su mensaje poético. Verso a verso, imagen tras imagen, se fue creando a sí misma con un poderoso e interno dinamismo compensatorio de su inevitable daño corporal. Del trato con su poesía nos queda algo así como la imagen de esa viva llama que brota de la materia en trance de aniquilamiento. Lumbre que fue algo más que hermosos resplandores. Revelación de su verdad humana y personal: «Mis poemas son para mí el camino hacia mí misma».

Edith Södergran fue el impulso más decisivo en la avanzada del modernismo en el período posterior a 1914, tal como se le ha reconocido con plena justicia. Y esto se debió, creemos, a algo que suele olvidarse a menudo y que Hagar Olsson (una vez más necesariamente citada) lo ha señalado en forma lapidaria: «Ella tenía la inspiración fuerte y básica, más segura que el gusto más exigente y la mente más crítica.»

 

La vida

Yo, mi propia prisionera, he aquí lo que digo:
la vida no es la primavera vestida de terciopelo verde claro,
ni una caricia, raramente recibida,
la vida no es una decisión de partir,
ni dos brazos blancos que nos retienen.
La vida es el círculo estrecho que nos tiene prisioneros,
el círculo invisible que no franquearemos jamás,
la vida es la felicidad próxima que nos huye
y mil pasos que no nos decidimos a dar.
La vida es despreciarse a sí mismo
y estar inmóvil en el fondo de un pozo
y saber que el sol brilla allá arriba
y que pájaros de oro atraviesan el cielo
y que los días vuelan rápidos como flechas.
La vida es hacer un breve gesto de adiós, volver a casa y dormir…
La vida es ser un extraño para uno mismo
y una nueva máscara para todos los que vienen.
La vida es maltratar su propia felicidad
y rechazar el instante único,
la vida es creerse débil y no atreverse.

 

El dolor

La felicidad no tiene canciones, la felicidad no tiene pensamientos,
la felicidad no tiene nada.
Vuelca tu felicidad para que se quiebre, pues la felicidad es mala.
La felicidad llega muy suavemente como el zumbido de la mañana
en la espesura dormida.
La felicidad huye en nubes ligeras sobre las profundidades azul sombrío,
la felicidad es el campo que duerme bajo el ardor del mediodía
o el infinito del mar bajo la quemadura de rayos verticales,
la felicidad es importante, duerme y respira y no sabe de nada.
¿Conoces el dolor? Es fuerte y grande, puños secretamente apretados.
¿Conoces el dolor? Sonríe de esperanza, los ojos enrojecidos por las lágrimas.
El dolor nos da todo aquello que necesitamos,
nos da las llaves del imperio de la muerte,
nos empuja por la puerta cuando dudamos todavía.
El dolor bautiza a los niños y vela con la madre
y forja todos los dorados anillos de boda.
El dolor reina sobre todos, alisa la frente del pensador,
pone la joya en el cuello de la mujer deseada,
está en la puerta cuando el hombre sale de casa de su amada…
¿Qué más da el dolor a los que ama?
No sé más.
Da flores y perlas, da canciones y sueños,
nos da mil besos que están vacíos,
da el único beso que es verdadero.
Nos da nuestras almas extrañas y nuestros gustos singulares,
nos da los premios mayores de la vida:
el amor, la soledad y el rostro de la muerte.

 

¿Qué hay mañana?

¿Qué hay mañana? Tal vez tú no.
Tal vez otros brazos y un nuevo contacto y un dolor semejante…
Te dejaré con una certeza sin igual:
Volveré como una parte de tu propio dolor.
Vendré a ti de otro cielo con una nueva decisión.
Vendré a ti de otra estrella con la mirada igual.
Vendré a ti con mi antiguo anhelo en otros rasgos.
Vendré a ti extraña, mala y fiel
con los pasos de un felino de la patria desértica de tu corazón.
Me combatirás dura e impotentemente
tal como se combate su destino, su felicidad, su estrella.
Sonreiré y arrollaré hilos de seda en uno de mis deseos
y esconderé el pequeño ovillo de tu destino
en los pliegues de mi traje.

 

El secreto de eros

Vivo rojo. Vivo mi sangre.
No he renegado de Eros.
Mis rojos labios arden en tus helados
altares de sacrificio.
Te conozco, Eros,
no eres ni hombre ni mujer.
Eres la fuerza
que, agazapada en el templo,
al levantarse -más indómita que una algarabía-
lanza sobre el mundo
las certeras palabras del mensaje
desde la puerta del templo omnipotente.

 

El cuerpo del fuerte

Yo sé, yo sé que venceré.
Me llamen como quieran, sea quien fuera que me espere,
soy la estrella del futuro.
Me he despertado en un trono antiquísimo;
por debajo de mí, manos maravillosas tienden anchos velos de seda.
El misterio circula por mis venas.
El misterio, te reconozco, yo el antimístico,
el enemigo del fantasma.
Los misterios no tienen límites precisos,
los misterios no tienen nombre manifiesto,
el misterio surge en el cuerpo del fuerte
al ir a la acción ciego de embriaguez.

 

Pensamientos sobre la naturaleza

Vida y muerte vemos con los ojos, sol y luna son.

Así se extienden a través del universo los soles vivificantes, las  lunas mortales, las tierras sometiéndose a vida y muerte.

En torno de todo lo que yace enfermo, la luna va hilando su red  hasta que, una hermosa noche, el plenilunio viene a recogerlo.

Moribundas criaturas de la naturaleza aman a la muerte, añoran  el momento en que la luna habrá de recogerlos.

A la naturaleza le es familiar la muerte, cada noche la vive.  Se somete al embrujo tanto del sol como de la luna.

La muerte es un dulce veneno -putrefacción, pero no hay nada malsano en la muerte. La naturaleza es la salud misma y percibe la muerte tan saludable como la vida.

En la putrefacción está la suprema belleza y el demonio es la máxima bondad de Dios. Admirable es la veloz obra de destrucción en el otoño.

La naturaleza está bajo la protección de Dios. El demonio no tiene poder sobre la naturaleza. La naturaleza es la predilecta de Dios.

Si no nos convertimos en criaturas de la naturaleza, no iremos al cielo, pues los secretos religiosos son secretos de la naturaleza. No se sentían a gusto en los templos judíos, pero si con la ignorante criatura de la naturaleza quien simpatiza con los lirios de Sharon.

El camino de la naturaleza hacia Dios es el directo, eterno y objetivo, sin casualidad exterior.

El corazón humano que busca a Dios tiene que luchar contra la subjetividad, pues el corazón empieza más allá de la subjetividad. Pero está protegido el camino de la naturaleza.

 

Los árboles de mi infancia

Los árboles de mi infancia se yerguen altos en la yerba
y sacuden sus cabezas. ¿Qué has hecho de tu vida?
Las filas de pilares son como reproches; ¡Indigno, pasas bajo nosotras!
Eres una niña y debes perder todo,
¿por qué a la enfermedad estás encadenada?
Te has hecho mujer, extraña, odiosa.
Cuando eras pequeña tenías con nosotros largas conversaciones,
tu mirada estaba llena de sabiduría.
Quisiéramos decirte el secreto de tu vida:
la llave de todos los secretos está oculta en la yerba bajo los frambuesos.
Quisiéramos golpearte la frente, a ti que duermes,
quisiéramos despertarte, muerta, de tu sueño.

 

Retorno

Los árboles de mi infancia, exultando de júbilo, me rodean ¡oh ser humano!
y la yerba me da la bienvenida del país extranjero.
Apoyo la cabeza en la yerba: al fin, ya de vuelta.
Ahora le doy la espalda a todo lo que está detrás de mí:
mis únicos compañeros serán el bosque, la playa y el lago.
Ahora bebo sabiduría de la jugosa copa del abeto,
ahora bebo verdad del tronco reseco del abedul,
ahora bebo poder de la yerba más pequeña y más tierna:
un poderoso protector me tiende, piadoso, la mano.

 

Mañana de noviembre 

Cayeron los primeros copos.
Íbamos conmovidos por donde las olas
escribieron sus runas en la arena
del lecho del río. Y me dijo la ribera:
Mira, caminaste aquí de niña
y yo soy siempre la misma.
Y el aliso cabe el agua es siempre el mismo.
Di, ¿por dónde anduviste en extraños países
y aprendiste las maneras?
¿Y qué ganaste? Absolutamente nada.
Sobre este suelo avanzarán tus pies,
he aquí tu círculo mágico, desde las candelillas
de los alisos
te llegan la certeza y la respuesta
a los enigmas.
Y alabarás a Dios que te permite
hallarte en su templo
entre árboles y piedras.
Y alabarás a Dios que hizo que cayera
la venda de tus ojos.
Ínfima puedes estimar
toda sabiduría vana,
porque el pino y el brezo son ahora tus maestros.
Trae aquí a los falsos profetas, los libros engañosos,
encenderemos en el pequeño valle cabe el agua
llameante, alegre, una fogata.