Extrañeza de estar

Ricardo H. Herrera
(Carlos Battilana: Una historia oscura – Ediciones Deldiego)

 

Para algunos, la palabra «quietud» no presenta mayores problemas: alude a ausencia de actividad, hace referencia a toda ocasión propicia para el descanso. Para otros, menos ingenuos, el vocablo «quietud» tiene características bien distintas: insinúa un estado en el cual las cosas y los seres se presentan a la percepción en lo que tienen de absolutamente extraño. Captar la intranquilizadora e indecible vaguedad de una extrañeza que alcanza su momento más intenso en el estado de quietud: tal, a mi juicio, el núcleo de la experiencia poética de Carlos Battilana.

Desde el momento en que el poeta no juega a la renuncia de la palabra; en tanto se rehusa a idolatrar el silencio como forma superior de conocimiento, su poesía se concibe a sí misma como un estado intermedio entre la «retórica de la verdad» y la posibilidad de aproximarse sin trampas a lo real. Vale decir: dejando de lado el efectismo de toda oposición demasiado tajante, explora la distancia que media entre el lenguaje y lo indecible, entre la palabra y el silencio concebido como contrapartida de la tranquilizadora evidencia que pueden proveer tanto los nombres como las teorías sobre lo real. A la provisoria sensación de resguardo que suele deparar la configuración verbal de la extrañeza de ser, no cesa de oponérsele la corrosiva blandura de la duración temporal: una suerte de lábil fragilidad capaz de desgastar las más sólidas construcciones imaginativas. La elocuencia deja de lado todo lo que conspira contra la eficacia de la palabra; la antielocuencia que ejerce Battilana, por el contrario, se interesa por los residuos de extrañeza que trae adherida, como una sombra asemántica, cualquier afirmación contundente. Por lo tanto, la vacilación («la demora») constituye su estrategia de avance; el titubeo, su táctica de expresión.

Estamos, queda claro, frente a un poeta que sabe muy bien que es en la inacción contemplativa que depara la calma donde suelen percibirse los más espeluznantes avisos de la fragilidad del ser («comprendés este sereno parque, / aquella blanca quietud / —en el fondo temible», «La quietud de las tardes / espanta»). Se trata, en consecuencia, de incorporar a la página tanto la seguridad como la inseguridad: la inseguridad de fondo y la seguridad de superficie. De ahí que su escritura —energía del ser que resiste el abatimiento provocado por la extrañeza de estar— apropiándose de las armas de su obstinado contendiente (lo real), haga de la tenuidad, de la ausencia de todo énfasis, la herramienta primordial de sus operaciones estilísticas. Pese a su apariencia en sentido contrario, las palabras de Battilana —»música diminuta», un balbuceo antielocuente— son los «restos de una batalla campal» sostenida contra un contrincante tan esquivo como insidioso.

Consecuentemente fieles a la antítesis que rige las nociones de inspiración y estilo, las palabras del autor de Una historia oscura contrastan la idea de «progreso» histórico con la noción natural de «descomposición». De ahí que el asfalto de la ruta pueda ser comparado a «una tundra gris» y, simultáneamente, ya sin mediaciones metafóricas, se anime a declarar que «las flores son también parte de la Historia» (así, con mayúscula acaso irónica). Esta irrupción de lo natural en la cotidianidad histórica de la vida humana cobra las características de un acontecimiento metafísico; un acontecimiento, importa aclarar, que no supone revelación alguna, sino, más bien, una antirrevelación: el manifestarse de una profundidad extraña, pastosa y uniforme: lo desconocido.

Afirmar que esta poesía es de una desnudez extrema constituiría una exageración: la palabra «desnudez» resulta lujosa para dar cuenta de la opacidad de su laconismo. Por otra parte, su «música diminuta» también se sitúa a distancia de la estética minimalista, ya que en sus aproximaciones a lo cotidiano roza en forma constante lo inexplicable, lo inconcebible. Nuevamente, el camino que conviene tomar para llegar a su ámbito es el intermedio: el camino de la síntesis entre lo usual y lo insólito, entre lo común y lo anómalo.

Ricardo H. Herrera