Editorial

Ricardo H. Herrera / Luis O. Tedesco

En un célebre pasaje de sus Ensayos, Walter Benjamín decía: «Hay un cuadro de Klee que se intitula Ángelus Novus. Se ve en él un ángel… Tiene los ojos desencajados, la boca abierta, las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta liada el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente nada el futuro, al cual vuelve sus espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hada el délo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso».

Argentina vive hoy el marasmo de una tormenta, no de progreso, sino de realidad; un desnudamiento de sus anclajes materiales: el pavor de su identidad despedazada, la agonía de lo que fueron sus sueños de grandeza -acaso frívolos, acaso desmesurados, acaso desaladamente trascendentes-; el fin, quizás, de su paso por la horrorosa posmodernidad. Esos ‘acaso’, este ‘quizás’, no indican, como podría suponerse, cautela o una estratégica posición defensiva; señalan, con desasosiego, el arrasamiento de nuestra voluntad, la hibridez de un mirar despojado de alternativas fulgurantes: el temor a la caducidad de la sensación cognoscitiva, nuestro miedo ante el espejo que nos señala la inminencia del desafío espiritual. Y sin embargo, la poesía estuvo ahí durante todos estos años, fluctuando entre las atenuadas vislumbres de un yo fragmentado y la jocosa sofisticación hermenéutica de una subjetividad acomodada entre las ruinas del sentido. Las predicciones del mal se cumplieron, pero la escena que nos rodea ya no está constituida por vocablos fatigados de su retórica mimética; sino, más bien, por palabras que se ven competidas a hallar su carnadura en la conciencia de hombres forzados a descender de todo proyecto de vida. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Tal, al menos, el de nuestra historia, que acaba de posarse sobre nuestra página en blanco para recordarnos que todo acontecer es trágico, que es insuficiente y mezquino hacer de la poesía un pasatiempo que se niega la posibilidad de constituirse en cauce del pensamiento y de la sensibilidad.