Ni la claridad suprema de un Dios con vestido
[Fragmento. Más poemas en las páginas 133 a 138 de Hablar de Poesía n° 46]
Clyo Mendoza[1]
EL CANTO DEL CABALLO ROJO CON SACRAS DE COLOR ISABELO
El rojo es el primer color que vemos ¿Cómo podríamos prescindir de él? Si nacemos a través de ese río de placenta y al nacer la sangre nos llena los ojos. Hombres y caballos somos bestias coronadas por la sangre en la abertura, coronados por la luz y el aire desde el momento en que el cuerpo llega. Pero ellos, los hombres, aman y son amados.
Soy Caballo, nací animal y tengo la sensación de ser yo mismo como todo. No sé qué es el amor de los hombres porque siento lo mismo por cada ser y cosa que ocupan un lugar en este mundo.
Obedezco al soldado no porque le deba, sino porque le temo y porque para mí él es una parte mía y yo soy suyo.
Puedo oler en los hombres esa sustancia a la que somos ajenos, la sustancia que los atrae y los separa, la que los hace decir: él, el otro. Ella, la otra. Esto: lo que es mío.
Para éste, para Caballo, el amor es igual al odio: preserva la memoria más allá de la apariencia, más allá de la enfermedad y los confines del mundo. El amor de los hombres es una sencilla fruta de la tierra, el banquete incomible, la barca y el esquife. Aman como los perros ladran, los gatos maúllan, como la lluvia cae y los caballos relinchan. Y es lo más duro de la tierra. Veo que el amor es la más natural de las resistencias y que, como mis ojos saben hacer por sí solos, los deja asomarse en la sensación del gran vacío.
Caballo, me dicen, y yo puedo oler en ellos el deseo agresivo de ser uno y no dos, y no millones. Caballo, me dice el soldado, mientras acaricia mi crin como al cabello de alguien que le falta. Huelo su agrio sueño de hacer una alianza.
Pero los hombres sufren y gozan para hacer su historia. Necesitan decir: lo mío, lo otro, yo. Viven para contarse a sí mismos.
Siempre, siempre algo que contarse mientras pasan de ser niños a ser adultos, mientras pasan de ser adultos a ser niños y alrededor las cosas nacen en las cosas que se mueren. Su dolor es proporcional a la alegría que estuvo y se fue. Su alegría es proporcional al dolor de perder lo que todavía no se ha ido.
A los caballos se nos demanda ser ecuánimes, pero a veces las patas se nos vencen y caemos impávidos ante la muerte de pequeños fragmentos de nosotros: niños, árboles, otros caballos.
No puedo nombrar lo que describo, no puedo llamarlo amor o explicarlo, sólo puedo decir: no podemos permanecer inmutables a los trechos de nosotros que se van muriendo.
[Fragmento. Más poemas en las páginas 133 a 138 de Hablar de Poesía n° 46]
- Clyo Mendoza nació en Oaxaca, México, en 1993. Poeta y narradora, es autora de los libros de poemas Anamnesis (2016) y Silencio (2018), poemario por el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Sor Juan Inés de la Cruz en 2017. Ha sido becaria del FONCA. Su primera novela, Furia, ha sido publicada en México, en Argentina y en España.>>