Tres poetas de Quebec

[FRAGMENTOS. Artículo completo en las páginas 107 a 130 de Hablar de Poesía n° 43]

 

DESAUTELS, AUDET Y MORALI: TRES POETAS DE QUEBEC

Flavia García[1]

 

Presentar a Denise Desautels, Martine Audet y Laure Morali en pocas palabras no es una tarea sencilla. Las tres poetas quebequenses, nacidas en 1945, 1961 y 1972 respectivamente, son representantes de tres generaciones de poetas, y representantes también de la gran diversidad que encontramos en la poesía quebequense actual, donde la labor de las mujeres se destaca muy particularmente. Tres poetas, tres voces femeninas singulares y una misma búsqueda estética en las entrañas de la lengua francesa de América.

En diálogo constante con la vida misma, la poesía de Denise Desautels sumerge al lector en un espacio íntimo propiciando así una suerte de transformación del ser. A través de una lengua sin cesar reinventada, la poeta permanece siempre al filo de lo que realmente nos caracteriza como seres humanos: el dolor, la pérdida, el asombro. En “Soñar Quebec…” encontramos una mezcla de nostalgia –por ese país francoparlante que pudo ser y no fue, al menos todavía– y de interrogación constante de cara al destino –percibido como incierto– de la lengua, de la nación (“lloramos nacimiento y muerte unos siglos más tarde”). Luego, en “Big Bang”, la autora interpela las posibilidades rítmicas y fonéticas de la lengua, más perceptibles en el poema original que en la traducción, haciéndolas convivir armoniosamente con el propósito poético. En los poemas de L’oeil au ralenti, la autora le da la palabra a una voz femenina que es a su vez todas las voces femeninas, reunidas en esa especie de éxtasis que produce la creación a través del baile, la escritura o simplemente el sueño (“Escribe contra el olvido, en la confusión de horas y horizontes”). En cuanto a los poemas provenientes de su más reciente obra, D’où surgit parfois un bras d’horizon, se percibe en ellos la urgencia, el vértigo, la rebelión frente a un mundo de “dolores y violencias” incomprensibles, apenas tolerables, que nos es dado curar por medio de la búsqueda de la palabra (“BUSCAR no es un verbo, es un vértigo”, dice la autora con Alejandra Pizarnik).

Martine Audet es la poeta de lo ínfimamente observable, del detalle que se enmarca en el rastreo constante de un lenguaje preciso, desnudo, casi quirúrgico, que le otorga a su poesía un dejo de pureza, parecido a un cristal liso y transparente (“Agoto/ una a una las ventanas”). Palabra y silencio alternan sabiamente la puesta en escena de los versos, delicadamente ubicados sobre la blancura del papel. El lector busca la imagen, el sentido, la voz, que se le escapan como el agua pero siguen resonando en el interior, creando una experiencia de lectura muy original. La polifonía del lenguaje se despliega creando ecos y espejismos de los que el lector emerge otro, frágil, deslumbrado, con más interrogaciones que certezas. En La société des cendres suivi de Lames entières, se conjugan lo inmenso y lo íntimo, creando la sensación de puñados de piedras que, lanzadas al aire, caen exactamente allí donde deben caer, mientras que en Des voix stridentes ou rompues, cada palabra, medida, calculada, estudiada, adquiere peso propio. Los tres poemas tomados de Ma tête est forte de celle qui danse, en prosa poética, interrogan el espacio onírico del que surgen paralelamente el poder y la impotencia de la poesía, paradoja presente en toda la obra de Martine Audet.

En tercer lugar, Laure Morali, poeta quebequense nacida en Bretaña, Francia, nos abre los grandes espacios del extremo nordeste canadiense (Norte de Quebec, Terra-Nova, Labrador) donde cielo y mar se confunden, donde la tundra subártica es el poema mismo. Atenta a una naturaleza salvaje, a la forma de vida de los innus, a quienes visita a menudo, la poeta nos revela el universo de colores, sabores y sensaciones que emergen del paisaje nórdico, de una belleza espectral (“El viento se mete dentro de mi paraguas/al final del muelle de piedras/que se tragan las olas verdes/de la marejada”). Atravesada por palabras del innu-aimun, la poesía de Laure Morali une el lugar geográfico a la emoción que suscita (“la taïga, mis manos llenas de hojas de té del Labrador”). Fuego, aire, tierra, agua forman un eje del que emana la fuerza luminosa de una poesía que evoca, como una forma de espiritualidad ancestral, como una sabiduría innata, la experiencia de vida de los habitantes innus del gran norte quebequense, en comunión con su medio ambiente, donde las generaciones se han sucedido por miles de años. Laure Morali admite “no pertenecer jamás/ a una sola/ tierra”, y así el lector sigue lentamente el recorrido que propone la poeta, moviéndose en el espacio que va de Blanc-Sablon al Mediterráneo, de Chute-aux-Outardes a la infancia, de las auroras boreales a lo que surge espontáneamente en una conversación con los “islanders”, cuya forma de vida, enraizada en el territorio, no se ha dejado devorar totalmente por la modernidad.

 

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[FRAGMENTOS. Artículo completo en las páginas 107 a 130 de Hablar de Poesía n° 43]

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Flavia García nació en Buenos Aires, en 1964. En 1987 se estableció en Montreal, Quebec, Canadá, donde ejerce como profesora de francés. Se dedica también a la poesía como autora y traductora. Publicó Partir ou mourir un peu plus loin (2016), Fouiller les décombres (2021) y también la Anthologie de poésie argentine contemporaine (2017).>>