Ancló una gran ballena…

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 33 a 38 de Hablar de Poesía n° 38]

 

por Pedro Mairal[1]

 

Hay poemas a los que uno vuelve una y otra vez, como si fueran lugares. Yo vuelvo cada tanto a este poema del peruano Antonio Cisneros (1942-2012):

 

Entonces en las aguas de Conchán 
(verano 1978)

Entonces en las aguas de Conchán ancló una gran ballena.
Era azul cuando el cielo azulaba y negra con la niebla.
Y era azul.
Hay quien la vio venida desde el Norte (donde dicen que hay muchas). 
Hay quien la vio venida desde el Sur (donde hiela y habitan los leones). 
Otros dicen que solita brotó como los hongos o las hojas de ruda.
Quienes esto repiten son las gentes de Villa El Salvador, pobres entre los pobres. 
Creciendo todos tras las blancas colinas y en la arena: Gentes como arenales en arenal. 
(Sólo saben del mar cuando está bravo y se huele en el viento).
El viento que revuelve el lomo azul de la ballena muerta. Islote de aluminio bajo el sol. 
La que vino del Norte y del Sur y sólita brotó de las corrientes.
La gran ballena muerta.
Las autoridades temen por las aguas: la peste azul entre las playas de Conchán.
La gran ballena muerta.
(Las autoridades protegen la salud del veraneante). 
Muy pronto la ballena ha de podrirse como un higo maduro en el verano. 
La peste es, por decir, 40 reses pudriéndose en el mar (o 200 ovejas o 1000 perros). 
Las autoridades no saben cómo huir de tanta carne muerta.
Los veraneantes se guardan de la peste que empieza en las malaguas de la arena mojada.
En los arenales de Villa El Salvador las gentes no reposan.
Sabido es por los pobres de los pobres que atrás de las colinas flota una isla de carne aún sin dueño.
Y llegado el crepúsculo –no del océano sino del arenal–
se afilan los mejores cuchillos de cocina y el hacha del maestro carnicero. 
Así fueron armados los pocos nadadores de Villa El Salvador.
Y a medianoche luchaban con los pozos donde espuman las olas.
La gran ballena flotaba hermosa aún entre los tumbos helados. Hermosa todavía.

Sea su carne destinada a 10000 bocas. 
Sea techo su piel de 100 moradas.
Sea su aceite luz para las noches y todas las frituras del verano.

 

 

Algunos datos de contexto: “Entonces en las aguas de Conchán” es el último poema del libro Crónica del Niño Jesús de Chilca, publicado en 1981. La floreciente comunidad de la salina de Chilca, en Perú, tenía un acuerdo con otra comunidad de las alturas en Huarochirí: sal a cambio de agua dulce de los canales. Pero un día una tempestad inunda la salina y el mar ya no se retira. El acuerdo se corta, los canales se secan. La comunidad intenta adaptarse, se muda, se traslada un poco tierra adentro, levanta un caserío llamado Villa el Salvador. La crónica del poemario de Cisneros habla de ese desplazamiento. De una comunidad caída en desgracia: se secan sus jardines, se desdibuja su identidad. Después llegarán a la zona, bajo el peso de la modernidad urbanizadora, nuevos habitantes: los hoteles de lujo que terminarán por lotear y ocupar la zona, reinventándola como destino turístico. La playa estrella se llama Conchán.

 

 

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 33 a 38 de Hablar de Poesía n° 38]

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970. Es poeta y narrador. Publicó, entre otros títulos: Tigre como los pájaros (1996), Una noche con Sabrina Love (1998), Hoy temprano (2001); Consumidor final (2003), Salvatierra (2008), El gran surubí (2013) y Pornosonetos (2018).>>