Los autorretratos de Mastronardi

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 131 a 141 de Hablar de Poesía n° 37]

 

por Ricardo H. Herrera [1]

 

(…)

El motivo del flâneur, que desde Baudelaire y hasta mediados del siglo pasado fue señal de modernidad literaria, es retomado en el poema “Tema de la noche y el hombre”, de Conocimiento de la noche (1937). El enlace entre el último poema de Tierra amanecida y el segundo de Conocimiento de la noche es perfecto, comparten tanto el tema como el motivo; el tema es el derrumbe de la existencia, el motivo el callejear nocturno. En la década que va de la composición de un libro al otro, la voz de Mastronardi alcanza el dominio de su registro lírico, ya es el dueño de un estilo inconfundible. En el nuevo nocturno la organización de los contrastes es equilibrada y armónica; sin atentar contra la cohesión del poema, el verso alcanza una autonomía simplemente magistral. Por otra parte, la declaración de soledad tiene el carácter de una confidencia, lo que contribuye a infundirle calidez al contenido emocional de la composición; es patente la fidelidad del poeta a “las cosas que fundaron el alma”, como dirá en “Los bienes de la sombra”. Difícilmente pueda hallarse una definición más conmovedora de la vocación poética que la sugerida por Mastronardi con esas simples palabras. Sin embargo, su autocrítica postrera fue feroz al respecto: “Escribí numerosos poemas donde yo soy el caminante nocturno y solitario, el hombre que se aviene a ser como un desterrado de la realidad. Sin embargo, nunca conseguí dar ni el ambiente, ni las calles, ni el singular estado de ánimo que en esos momentos padezco. Releo esos viejos poemas y me digo que todo es en ellos muy difuso y general. Aquí está, suelta y todavía sin voz, la indefinible tristeza y la tediosa constancia con que vuelvo a los mismos lugares y ando las calles de siempre. La libre decisión de ayer, hoy es pena y pobreza circular, repetida. Quizá los años me simplificaron con exceso. Lamentable y escaso mundo”. [2]

 

Leamos el poema:

 

        Tema de la noche y el hombre [3]

        El hombre con su canto distraído,
        con la medianoche estrellada,
        con la luz del cigarro sobre el labio
        y el pensamiento cerca de su lástima,
        con la mirada sin resoluciones
        y la gracia menor de aquel lucero,
        con el cuerpo rendido
        desde el alba que en vano ofrece el mundo
        hasta el sueño que apaga el mediodía.

        El apartado de honras y de luces,
        en la amorosa ruina de la sombra,
        se aleja por desiertas avenidas,
        agraciado de ausencia y de secreto
        y contrariando el ángel que lo guía.
        Esa perdida luna lo descubre
        paseando por las calles que lo cansan,
        despreocupado y sin honrar sus horas,
        en la ciudad porteña, un aislamiento,
        concedido al azar y a la costumbre,
        ignorando su parte luminosa,
        con paso desganado y sin destino
        busca el suave destierro de la noche.
        Distante de la muerte y de la rosa,
        caminando en la gracia solitaria,
        igual en el cariño y su ceniza,
        aquí viene y se borra de mis frases,
        la sombra adolorida de seguirlo.
        Cumpliendo oscuridad, perdido en sus regalos,
        el que pasa sin lucha y sin nombrar a nadie.

        El hombre a maravillas convidado,
        que sigue, alma sin gente, voz sin armas,
        fue alguna vez guardián de su ternura
        y estúvose a la luz de una persona,
        despacioso en jardines y durando
        la canción en su boca, el cielo en casa.
        Entonces conocía
        el ámbito de amor de las mujeres,
        el dominado azar y un suave tiempo
        reposado en la flor y el compañero.

        Un hombre sin arrimo, y evocando
        las viejas madrugadas, el apoyo
        de un brazo y la buscada claridad
        del amigo. Vecino de lo hermoso,
        cruzaba alegres años. Así anduvo,
        la voz entre los pájaros del alba…
        Joyas tristes y honores de la noche.
        Alguien tarda en la dulce oscuridad,
        sin despedir a nadie y en la holganza,
        sin la imaginación de nuevas rosas
        y sin adivinarse los deseos.
        No pasa más alegre que este verso.
        Y otra vez con su canto distraído,
        con la medianoche estrellada,
        con el cuerpo tan solo como el alma
        y el pensamiento cerca de su lástima.

 

(…)

 

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 131 a 141 de Hablar de Poesía n° 37]

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Ricardo Herrera nació en Buenos Aires en 1949. Es poeta y traductor. De su obra poética y ensayística cabe destacar: La hora epigonal (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1991), El espíritu del páramo. Antología poética 1977-2007 (Pre-textos, Valencia, 2008), Por la puerta entornada (Alción Editora, Córdoba, 2009), y En la paz de la página (Ediciones del Copista, Córdoba, 2012) y Obra en verso (Ed. Brujas, 2017). Dirigió la revista Hablar de Poesía sus primeros 35 números, desde 1999 hasta 2017.>>
  2. Cuadernos de vivir y pensar, Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, 1984, p. 140. La anotación pertenece al cuaderno fechado en 1967.>>
  3. Por ser la última redacción revisada por Mastronardi, seguimos aquí el texto reproducido en Carlos Mastronardi, Poemas / antología, selección de Jorge Calvetti, EUDEBA, Buenos Aires, 1966.>>