Rilke sin fondo

[FRAGMENTO. Reseña completa en las páginas 223 a 229 del número 36 de Hablar de Poesía]

 

(Mauricio Wiesenthal, Rainer Maria Rilke (El vidente y lo oculto).  – Acantilado, 2016)

Por Nahuel Lardies

 

(…)

“Poeta de lo indecible”, lo llamó Lou Andreas Salomé. “Vidente”, “sacerdote” son algunas de las demandas que tanto el marco narrativo como el mandato de Wiesenthal parecen imprimirle a Rilke. Corriendo un poco el eje, quizá Rilke sea un poeta de lo evidente, es decir de las cosas en cuanto arrancadas de una visión íntima y renovadas un su dimensión sensible, su estar ahí. Quizá esto sea un efecto febril de la lectura, dado que Rilke nos presenta las sensaciones y la experiencia de una manera tal que nos seduce por la manera en la que uno puede llegar a sentirse identificado; su escritura produce, cuando hay afinidad, una profunda empatía, porque su voz, aún traducida, reverbera en el cráneo y se confunde con las voz más propia. Cuando lo leemos, parecemos hablar. Por jugar un poco con las etimologías, ex videntem: ex como salir de la condición de-, y videns como quien no ha visto más que cuanto registro de su viaje por la búsqueda de un sentido interior, en las moradas arcanas de la memoria. Mnemosyne. Y todo este periplo empieza en la tensión entre la vida y el contacto. El Rilke que me parece más productivo es el que empieza desde lo ínfimo. Le escribe a la princesa Marie Von Thurn Und Taxis: “No analizamos nuestros problemas en toda su profundidad y no nos damos cuenta de que tienen, por decirlo así, un doble fondo. Y todos nuestros esfuerzos por llegar hasta ‘el fondo de las cosas’ se detienen en el falso nivel. ¿En qué momento va a abrirse el cajón secreto? Eso no depende de nuestra habilidad, sino que un gesto involuntario y fortuito –quizá un descuido– nos permitirá descubrir el resorte, en el momento menos pensado”. Luego escribirá, en el momento más alto de sus Elegías:

 

Alábale el mundo al ángel, pero no lo indecible, pues
Ante aquél tú no puedes presumir del esplendor de lo sentido;
en el universo, allí donde él siente de modo más sensible,
tú eres un principiante. Por eso muéstrale lo simple,
lo que, formado de generación en generación, vive como algo nuestro,
junto a la mano y en la mirada. Dile las cosas. Él estará más sorprendido;
como tú lo estabas ante el tejedor de cuerdas en Roma,
o ante el alfarero junto al Nilo. Muéstrale cuán feliz puede ser una cosa,
cuán inocente y nuestra, cómo incluso el sufrimiento lastimero
se decide puramente por la forma, sirve como una cosa, o muere en una cosa,
mientras el más allá dichoso escapa del violín. Y estas cosas
que viven de la muerte comprenden que tú las elogies; ellas, las fugaces,
confían en que nosotros, los más efímeros, seamos capaces de salvarlas.
¡Ellas quieren que las transformemos del todo en un corazón invisible
–oh infinitamente–en nosotros!, quien quiera que seamos al final.

 

[FRAGMENTO. Reseña completa en las páginas 223 a 229 del número 36 de Hablar de Poesía]