Petrarca, el imitador imitado

[FRAGMENTO. Ensayo completo en las páginas 77 a 89 del número 36 de Hablar de Poesía]


por Eleonora González Capria

 

Introducción

Es un hecho poco difundido o, al menos, poco discutido que las primeras traducciones en verso del endecasílabo italiano al castellano tomaron la forma de octosílabos. No me refiero a las imitaciones de Boscán y Garcilaso, sino a las traducciones explícitas de la obra de Petrarca que se hicieron en España a partir de 1512.

Este hecho, el endecasílabo traducido como octosílabo, nos puede resultar sorprendente, extraño, casi herético. Aunque sigamos realizando operaciones similares a la hora de traducir —por ejemplo con lenguas menos cercanas, como el inglés— estas versiones en octosílabos nos parecen anómalas al punto de que nos encontramos más dispuestos a aceptar una traducción en prosa. Y es que en el siglo XXI el endecasílabo pertenece por pleno derecho a nuestra tradición poética, a la tradición poética de lengua castellana, difícilmente adaptable a un verso de otra medida. Del siglo XVI a esta parte, el endecasílabo se ha convertido en el sostén del andamiaje métrico castellano.

Pero las traducciones en octosílabo y nuestro grado de resistencia o asombro ante ellas revelan, precisamente, que la traducción como proceso y como producto tiene carácter histórico y que una de sus funciones es la de ampliar la tradición propia por medio de la ajena. Y nos acercan también a una pregunta sobre la que no se vuelve tanto y que me interesa mucho: ¿qué valor tiene la tradición de la traducción?

 

De la traducción y sus posibilidades

En las reflexiones de las décadas de 1960 y 1970,  cuando se consolidaron los Estudios de Traducción, la equivalencia se convirtió en el concepto estrella. Las formas de la equivalencia proliferaron en la teoría y la equivalencia dinámica o formal de Eugene Nida, comunicativa o semántica de Peter Newmark, y sus taxonomías le ofrecieron un marco casi científico a la traducción. Las ideas de identidad y literalidad fueron discutidas, pero el original siguió estando en el centro.

Las reflexiones de las décadas anteriores, de 1940 y 1950, sobre el par traducibilidad-intraducibilidad llevaban, por lo general, al mismo camino. Este problema filosófico inabarcable que suele responderse con la sentencia de que es imposible traducir, se enfrenta al humilde hecho, concreto y cotidiano, de que la lengua ajena se traduce todos y cada uno de los días desde hace miles de años; sin hablar de la traducción intralingüística y la implícita, y las numerosas formas de traducción con las que lidiamos a diario.

Desde estas miradas contrastivas y esencialistas, la traducción es siempre una lectura empobrecida, desviada, que mantiene una relación de inferioridad con el texto fuente; los traductores somos siempre traidores, acosados por la carga del pecado original. La aspiración secreta de este pensamiento se resume en un ejemplo que ya han retomado Paolo Fedeli, Paul Ricoeur y otros: el de Pierre Menard, el de la traducción perfecta como la duplicación, la copia.

Ya sea que creamos que la lengua está indisociablemente ligada a la producción del pensamiento, ya sea que nos detengamos en las diferencias sistemáticas entre las lenguas en sus distintos planos, la equivalencia no es más que una presunción y la imposibilidad de traducción es solo teórica. Como afirma Ricoeur, en “Desafío y felicidad de la traducción”: “El dilema es el siguiente: los textos de partida y de llegada deberían, en una buena traducción, estar medidos por un tercer texto inexistente. El problema consiste en decir lo mismo o en pretender decir lo mismo de dos maneras diferentes. Pero eso mismo, eso idéntico, no está dado en ninguna parte”. Después de todo, hay ciertas preguntas que nunca reciben respuestas finales; por ejemplo, cómo se establece una equivalencia o qué debe ser equivalente entre el texto fuente y el texto meta. Y hay ideas fundamentales que quedan, por lo general, relegadas o desplazadas; por ejemplo, que la pretensión de equivalencia y su evaluación son construcciones históricas, fluctuantes.

(…)


[FRAGMENTO. Ensayo completo en las páginas 77 a 89 del número 36 de Hablar de Poesía]