Un lobo en la nieve

[FRAGMENTO. Ensayo completo en las páginas 125 a 129 del número 36 de Hablar de Poesía]

por Paz Busquet

 

(…)

Las metamorfosis de los personajes mitológicos clásicos (en laurel, ciervo, narciso, cerdo, metamorfosis que a Hughes le obsesionaban hasta tal punto que, hacia el final de su vida, versionó Las Metamorfosis de Ovidio en su libro Tales of Ovid), llevan a pensar en la necesidad de hacer carne una experiencia, en encarnar hasta tal punto un sentimiento que este vaya ganando partes del cuerpo del que así siente. Tomar la forma de lo que se siente, desea o teme, radicalizar, encarnar algo de forma irreversible.

(…)

Caer en picada, acechar lo que se mueve, llevar al lector hasta ahí y ofrecerle una escena de caza que encarne la pregunta por el daño, por la ambigüedad de amar y depredar lo que se ama, es uno de los momentos más vívidos e inolvidables de Gaudete y de la obra de Hughes. Tan contundente como difícil de olvidar.

 

Jennifer, la hija menor de Estridge

acostada en su cama, de lado, contempla la curvatura de su codo.
Lloró hasta quedarse seca.
Pero fuertes suspiros aún siguen tratando de brindarle alivio.
Se recuesta y mira las nubes,
atraviesan tambaleantes un páramo de nieve.
Abetos atrofiados se doblan bajo las corrientes.
Una muchacha cruza trabajosamente un lago de nieve
hacia el viento.
El ojo se acerca más, más.
La muchacha voltea, mira hacia atrás.
La muchacha es Janet, su hermana muerta
y no quiere que la reconozca.
No quiere asustar a su pobre hermana
que solo ve al lobo
que la ha seguido desde lejos esperando a que se debilite.
Su hermana muerta llora y se obliga a seguir .
Y ahora voltea otra vez, suplicando algo
pero el viento se lleva las palabras.
Ella observa con los ojos interesados de un lobo
hasta que su hermana muerta cae.
Ahora un lobo la mata donde yace.
Su hermana muerta yace en la nieve.
Los ojos y la boca, que ya se congelan, vuelven a estar muertos.
Empieza a aullar por su hermana muerta que yace en la nieve.
Un lobo gimiendo y gruñendo salta a su cama de pronto
y ella grita y se levanta de un salto
en su cuarto vacío.
Las nubes
revuelcan su torpe equipaje a punto de reventar
tras el marco de la ventana
sobre el deslumbre, el penumbroso resplandor de árboles
del día
donde los momentos desfilan inalterables.

(Versión de Juan Elías Tovar)

[FRAGMENTO. Ensayo completo en las páginas 125 a 129 del número 36 de Hablar de Poesía]