Entrevista a Ted Hughes

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 49 a 63 del número 36 de Hablar de Poesía]

por Drue Heinz

 

Ted Hughes (Inglaterra, 1930-1998) es uno de los poetas más extraordinarios del siglo veinte. Mientras se desvanecen las polémicas en las que se vio envuelto tras el suicidio de su primera mujer, Sylvia Plath, más y más entidad va ganado su poesía, viva: violenta y al mismo tiempo delicada, como la naturaleza. Compartimos unos fragmentos de la entrevista –inédita en castellano– que Drue Heinz le hiciera a Ted Hughes para la Paris Review en 1995. Y luego el poema “The Offers”, publicado en Howls & Whispers, un libro casi secreto que Hughes publicó para sus amigos en una edición de solo cien ejemplares en 1998, al final de su vida. En ese poema, una suerte de apéndice a las Birthday Letters, Hughes imagina tres breves encuentros con Silvia Plath después de que ella muriera.

Entrevistadora

¿Recuerda cuándo empezó a escribir?

Hughes

Tenía catorce años cuando descubrí los poemas de Kipling. Estaba obsesionado con su ritmo. Su entramado rítmico, mecánico, me cautivó por completo. Empecé entonces a escribir poemas rítmicos, largas sagas con ritmos a lo Kipling. Y se los mostré a mi profesora de Lengua –una joven de poco más de veinte años, interesada en la poesía. Yo tenía entonces catorce años, quince. Y era muy sensible, obviamente, a cualquier forma de aliento referida a mi escritura. Recuerdo que ella –probablemente intentando decir algo que me alentara– señaló algunos versos del poema y dijo: Esto es muy… interesante. Y agregó: es verdadera poesía. Se refería a un adjetivo inusual aplicado al percutor de un arma de caza en el poema. Ese me sigue pareciendo un momento crucial. De pronto yo estaba muy interesado en producir más de ese tipo de cosas. Y al poco tiempo –a esa edad todo sucede muy rápido– empecé a pensar que tal vez eso era lo que quería hacer. Y cuando tenía dieciséis años, era lo único que quería hacer. Mi entrenamiento consistía en lo obvio: aprender de memoria los poemas que me gustaban, imitarlos, leerlos y recitarlos en voz alta. Leer poesía en voz alta me producía una especie de euforia. Mis mayores placeres habían sido pescar y cazar, pero fui dejándolo de lado mientras me iba interesando más y más en la poesía. Seguía yendo al bosque, pero para sentarme a leer, cuchicheando con mis libros. Recuerdo que así leí La reina hada, de Spencer. Todo Milton. Y tantas otras cosas… Se volvió una especie de hobbie, un hábito. Y al mismo tiempo intentaba escribir. Esa misma profesora de Lengua me prestó su libro de Eliot y me dio tres o cuatro poemas de Hopkins.

Y después empecé a leer a Yeats. Encontré en la tercera parte de su poema “Los vagabundeos de Oisin” el tipo de métrica que estaba buscando. Yeats me introdujo en el mundo del los mitos irlandeses y el folcklore iralndés y cosas relacionadas con el ocultismo. Yeats fue mi pasión principal en poesía a lo largo de mis años en la universidad. Yeats bajo el manto protector de Shakespeare y de Blake. A los veintiún años, mi canon estaba ya fijado: Chaucer, Shakespeare, Marlowe, Blake, Wordsworth, Keats, Colreidge, Hopkins, Yeats, Eliot. No había leído prácticamente nada de poesía norteamericana, salvo a Eliot. Tenía las obras completas de Whitman, pero no sabía cómo leerlo. El único poeta extranjero que conocía era a Rilke. Me fascinaba. Mientras hice el servicio militar leía y releía dos antologías de sus poemas. Veía los universos de posibilidades que podían desplegarse a partir de su poesía. Pero no veía cómo podría yo entrar en ellos. Tenía también una Biblia, que me había dado mi madre. Era una especie de antología bíblica: los Salmos, Jeremías, El cantar de los cantares, Proverbios, Job y fragmentos de otros libros, todo dispuesto como si fuera verso libre. Leía toda la poesía contemporánea que podía, pero más allá de Dylan Thomas y Auden, no lograba interesarme. No parecía que me pudiera conducir a ningún lado, o quizá yo simplemente no estaba preparado para leerla.

Entrevistadora

¿Cuánto le lleva escribir un poema? Imagino que depende de la longitud y de otros factores, pero de todos modos…

Hughes

Si miro hacia atrás mi propia obra, veo que los mejores me tomaron solo el tiempo que me tomó materialmente escribirlos; los menos satifactorios, algo así como dos o tres años, o a veces menos, pero siempre al menos unos días de trabajo intenso y luego diversas correcciones a lo largo de los meses…

(…)

(Traducción León Vila)

 

[FRAGMENTO. Artículo completo en las páginas 49 a 63 del número 36 de Hablar de Poesía]