Yo dormía

Alejandro Bekes[1]


Lo intraducible

Hermosa es la palabra toronjil,
que en árabe es “la hierba de la abeja”,
y la palabra cóndor,
que en quechua se oye qúntur.
Y la palabra góndola italiana,
la griega Antares, la latina pulso.

Y es insondable la palabra noche,
que en castellano quiere decir “noche”:
el estrellado azul, la suave luna,
la esperanza, el destino,
la alta meditación del que medita
y tu vida desnuda entre mis brazos.

Silencio de la fuente

1

Si me miro en la fuente
veo siempre tu rostro junto al mío.
Están mirándose constantemente
en la nítida noche de la fuente
aunque la vida corra como un río.
Tu rostro siempre junto al mío
en el espejo frío de la fuente.

2

¿Qué es lo que está escondido
en las aguas que erraban su corriente
y al enigma sin fondo de la fuente
daban como a su dédalo prohibido?
¿Aguas eran o lágrimas aquellas
puras, mudas reliquias de los ojos,
o esplendor de las ávidas estrellas?
¿Eran el renacer o los despojos
del hombre que se pierde en las heridas
abiertas de las noches encendidas,
escaldado de anhelos y sonrojos?
No sé qué está escondido
en esas quietas aguas que se miran
tan hondas que parece que respiran
y palpitan con húmedo latido.
No sé qué quiere la fatal corriente
viva bajo el silencio de la fuente.

Trama de viento

La sucesiva trama de los días
Penélope la teje, la desteje
Penélope, insensible al importuno
reclamo de sus tercos pretendientes
y atenta sólo al héroe que debiera
regresar, imponer a esa desidia
su cetro, dar sus leyes a la casa;
la trama inaferrable que no tiene
fin ni principio y abrigar no puede
la desnudez de la mujer y el hombre
que expulsados del viejo paraíso
van buscando en el viento su guarida
imposible; la trama que desune
la silenciosa mano que la ha urdido
y en el tiempo sin ruido se deshace
siguiendo el ciclo de las estaciones,
viendo crecer los hijos y los nietos,
madurar y morir, dejar su nombre
bajo el musgo de arcaicos cementerios
y entregarse al olvido que sin rostro
los espera al final; la eterna trama
de la que somos hebras sucesivas
y evanescentes como un sueño, la áspera
trama que en el secreto del Palacio
entreteje Penélope y desteje
con sigilosa mano, con segura
mansedumbre, con celo inescrutable,
siempre aguardando al héroe que no llega.

In hac lacrimarum valle

Pulso. Hay
pulso. Vivirá,
nacerá de este vientre
a diferencia de los otros
felices. Felices los abortivos,
los pequeñitos que no vieron
la luz del sol y el mal que se hace abajo.
Solo una cosa habrá mejor
que estar ya muerto y es no haber nacido.
Pero este tiene pulso: vivirá.
Es decir: morirá.

Salve regina misericordiae,
ad te clamamus exsules filii Evae,
ad te suspiramus gementes et flentes
in hac lacrimarum valle.

Zumba en la yerta madrugada
de invierno, fina pluma
de acero en un papel sufrido.
Escribe, dile a mi alma
lo que no quiere oír. Zumba buscando
tu miel secreta de amargura,
la belleza que yace allá en el fondo
del dolor más sagrado, el indecible
que sólo ellas conocen:
haberlos dado a luz para enterrarlos.

Arabesco

El alto dinoterio escuchaba tu primer arabesco
absorto en las praderas del mioceno,
querido Claude, y la mojada primavera
subía por las venas rígidas de los árboles
y el futuro se abría en nubes ligeras, deshilvanadas, flotantes.
Allí estaban también los cuadernos y lápices de la felicidad,
la que no necesita explicación,
porque la dama que esperaba –descalza, grandes ojos
y cintura que anhela, como un álamo cuando la luz vacila–
no tenía un solo nombre sino todos
y mi puro deseo la llamaba.

No conocía aún la fábula del rey y de sus hijas ciegas
que encienden en la torre una lámpara vana
y esperan al que nunca vendrá.

Entonces penetré en el hipogeo
y visité a escondidas, solo y temblando,
la voz que me invitaba bajo el lino traslúcido,
el beso del silencio bajo la voz desnuda.

Así he pasado por el mundo

En páginas de libros aún no escritos,
en pétalos que leves se entreabrían
bajo el velado sol de una selva lluviosa,
en los labios desnudos de una mujer dormida
se posaron mis labios.

No se posa la abeja en el estambre
con menos peso. El toronjil, la menta,
el tomillo, en la miel serrana ocultos,
no se insinúan en la boca pura
de una niña con menos insistencia.

Así he pasado por el mundo,
sin dejar otra huella que la que deja el tiempo
sobre sí mismo. Fui sólo una hebra
volátil del telar de aquella reina
que desteje de noche lo que teje
cada día… La Reina de la Vida.

Y hermoso es lo que fue si lo miramos
nimbado por el oro fatal de lo perdido.
Más hermoso es aún lo que pudo haber sido
en los pliegues del tiempo, lo que una vez soñamos.
Y aún más hermoso es siempre, aquí en tu casa,
el instante de amor que desearíamos
detener en su vértigo y que pasa.

Yo dormía

Aquel violín sonaba y yo dormía,
dormía como duerme quizá el tiempo en la piedra
o el rezo en una boca que murmura
para sí en el silencio de la nave,
yo dormía perdido en la terraza
más desaparecida de los aires lejanos
adonde vuelven las antiguas aves
después de atravesar el mar abierto
y las preguntas arden como flechas
en torno a la alta piedra desvelada.

Yo dormía y entonces me besaste,
me besaste en los labios con un beso
capaz de despertar a los que duermen
en las tinieblas anteriores,
en las marismas ciegas que huelen ya a la mar cercana
o en las laderas de la sierra que el cítiso perfuma
con el sabor profundo de la vida perdida.

Y ahora, cuando estaba por morirme,
me besaste en los labios, como el trigo
besa al aire que toca sus espigas,
o como el agua del torrente besa
la piedra que la espera sin quejarse,
dulcemente, hasta nunca.

Y entonces desperté, me vi en tus ojos
donde había más cielo que en el cielo,
respiré la voz tuya que me hablaba
de cosas sin pasado y sin futuro
y me sentí en tus labios comprendido,
recién nacido, amado como entonces
cuando era puro, agradecí la vida
y me morí de amor entre tus manos.

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Alejandro Bekes (Santa Fe, 1959) es autor de los libros de poesía Esperanzas y duelos (1981), Camino de la noche (1989), La Argentina y otros poemas (1990), Abrigo contra el ser (1993), País del aire (1996) y El hombre ausente (2004), Si hoy fuera siempre (2006) y Virgen de proa (2015). Ha traducido la Poesía de Gérard de Nerval (2004), las Odas de Horacio (2005), Venus y Adonis, de Shakespeare (2007), las Geórgicas de Virgilio (2007), los Epodos de Horacio (2010), las Fábulas de Fedro (2014) y las Sátiras de Horacio (2016). Ha publicado los volúmenes de ensayos Los caminos tortuosos (1998) y Lo intraducible. Ensayos sobre poesía y traducción (2010).>>