El trabajo de las horas. Notas sobre poesía y vida (2010-2011)

Pablo Anadón

En esta mañana, aquellas palabras de Wittgenstein leídas hace unos días parecen adquirir una realidad física: “El pensamiento que se trabaja hacia la luz”. (23-X-10)

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“El saludo de los filósofos entre sí debería ser: ¡Date tiempo!” [Wittgenstein]. Lo mismo vale, creo, para los poetas, para todo artista. (03-XI-10)

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Ojalá llueva en Alta Gracia, para pasar una tarde de naipes, lecturas y películas con los hijos, escuchando el rumor del agua sobre el patio (ese rumor inmemorial, esa “cosa / que sin duda sucede en el pasado”)… La lluvia justifica y disculpa nuestro ánimo de recogimiento y de sedentarismo. (30-I-11)

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Transcribiendo el texto original de unos poemas de Pasternak… ¡Ah, el maldito teclado ruso, cuando uno tiene automatizados los dedos para el teclado español! Al mismo tiempo, el placer de ir pronunciando palabra por palabra, verso por verso, y de hacer algo sin más finalidad que hacerlo (bien podría bajar los textos de Internet), como dibujar garabatos en la arena. (13-II-11)

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Leyendo a solas la carpeta con los nuevos poemas, cada vez más escuetos, de mi padre. Que no les tiene fe, me ha dicho. Y sin embargo, cuánta gracia verbal, cuánta agonía íntima, entrañable, en esas pocas palabras. Exigen una lectura lenta, lentísima, para que de a poco se abran en nuestro interior sus resonancias. ¿Habrá lectores aún para esta poesía? (13-II-11)

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“…la poesía / se ha vuelto tan difícil como ser.” [R.H.H.] (19-III-11)

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Desde la nueva casa, que está a un par de cuadras de las viejas vías, se escucha la bocina ronca del tren, cuando pasa tres o cuatro veces por día. Me encanta ese periódico sonido. Por un instante, uno sueña con largos viajes, con bosques, estepas, ríos y montañas vistos desde una ventanilla… (20-III-11)

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La hora del último café y la última pipa del día. Dichoso fin de semana, con los hijos en casa, y hoy también con amigos, hablando de esto y lo otro, de los poetas y la poesía (larga y apasionada discusión sobre el Borges de Bioy, Borges y la política). Ahora, en paz, el concierto para cello de Boccherini. Aprendiendo a ser feliz sin remordimientos. (28-III-11)

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Cinco de la mañana, la casa silenciosa, vodka helado, tabaco, carta y poesía del fraternal amigo… ¿Qué más pedirle, en este instante, a la vida? (01-IV-11)

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Alegría, esta mañana, de recibir un sobre con el nuevo libro, inédito, de Rodolfo Godino, y una carta suya, redactada a mano, de esas que ya no se escriben. Nostalgia de los años en que no había día en que el cartero no trajera alguna carta o un libro. (15-IV-11)

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Afuera, llueve fino. Adentro, los gatos, dichosos, duermen, y yo sigo traduciendo, aunque también, con cuatro horas de sueño, querría estar durmiendo… Sentí hace un instante que la traducción, cuando la obra traducida es buena, alienta a la creación. Así sea. (28-IV-11)

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Pues los que aman al mundo lo sirven en la acción,
Se hacen ricos, famosos e influyentes, y aun cuando
Pinten o escriban, siempre se trata al fin de acción:
La lucha de la mosca en medio de la miel.
El retórico busca engañar al vecino,
Y a sí mismo quien es sentimental; el arte,
No obstante, es una pura visión de lo real.
¿Qué porción en el mundo poseerá el artista
Que del sueño de todos ha despertado ya,
Sino disipación, desesperanza?

William Butler Yeats

(Fragmento de “Ego Dominus Tuus”, en versión de hoy)
(09-V-11)

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Mediodía lluvioso y con oro de hojarasca caída en la vereda, bueno para quedarse en casa, tomarse un café negro y fumar una pipa mirando a través de la ventana. Sin ansiedad, sin desasosiego, como el gato acurrucado en el alféizar. En estas raras horas de armonía, la vida tiene sentido, aunque sea un sentido pequeño, humilde, diminuto. (14-V-11)

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De regreso de despedir a la hija, largo rodeo en bicicleta, pedaleando y mirando sobre el cielo del barrio la luna creciente y diciéndome versos tantas veces repetidos a lo largo de los años, calladamente, casi como un ensalmo contra la tristeza: “La amistad silenciosa de la luna…” (14-V-11)

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Desperté con la bocina del tren en el cercano paso a nivel. En el duermevela, por un instante, me pareció que estaba en un puerto. Y recordé: “Mais, ô mon cœur, entends le chant des matelots!” La eterna añoranza de una vida vagabunda. (15-V-11)

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Nunca podré entender cómo es posible aburrirse, con tanto para leer, escuchar, ver, recordar, imaginar, soñar… Bueno, nos aburre aquello que estamos obligados a hacer sin elegirlo. Pero hasta en la cola del banco siempre podrá haber alguna nuca hermosa para contemplar, siempre uno podrá repetirse en silencio los versos de un poema… ¡o pergeñar un plan perfecto para robar el banco! (24-V-11)

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Con la nueva norma que no distingue entre “sólo” y “solo”, ¿cómo se debe entender esta línea: “Uno lo tiene que hacer, uno solo lo tiene que hacer”? Tan sencilla y precisa que era la distinción anterior… (25-V-11)

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Mañana a la mañana parte nuestro amigo de regreso a Buenos Aires. Hermosa semana de charlas sin fin, vino, tabaco, comidas, paseos… Con pocas personas se da tan naturalmente esto de la conversación como una búsqueda conjunta, en la que importa menos lo que cada uno piensa, las certezas previas, que la aproximación a una verdad huidiza por medio del ir y venir del diálogo, esa lanzadera de lo inasible. (27-V-11)

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Acabo de terminar la traducción y como premio escucho una sonata para cello de Brahms (“tuyo es el río que huye y que perdura”). ¡Cómo me gustaría saber tocar un instrumento! Recuerdo que hace años pensaba que el deseo de traducir se parece al impulso de reproducir una música que nos conmueve, que no nos basta con escuchar, que querríamos prolongar con nuestras propias manos en el piano (¡o por lo menos silbándola!). (27-V-11)

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Gracias a mi hija Irene, conocí esta hermosa y tristísima canción infantil francesa: “À la claire fontaine / M’en allant promener / J’ai trouvé l’eau si belle / Que je m’y suis baigné. / Il y a longtemps que je t’aime, / Jamais je ne t’oublierai…” (30-V-11)

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Esta mañana, mientras daba clases, me di cuenta de que mi saco favorito, el que uso desde hace más de diez años para clases, conferencias, viajes, tenía un hermoso desgarrón en la manga. Vaya a saber cuánto tiempo hace que me paseo feliz con ese hueco. Además de la pena por mi saco roto, sentí o pensé que así es nuestra vida: llevamos con orgullo desgarrones que no vemos, pero los otros sí, aunque no nos digan nada. (02-VI-11)

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Saliendo hacia una clase sobre la poesía de Horacio Castillo. Ay los límites de toda explicación, de toda interpretación, de toda palabra crítica – y el hermetismo de la soledad del hombre, en fin: “Un idioma estará también bajo la tierra, / descarnándose como nuestros huesos, / antes y después sin interlocutor posible.” (03-VI-11)

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A pesar de la tos, el dolor de garganta y la nariz en canilla libre, qué lindo disfrutar de una mañana sin trabajo por enfermedad, leyendo y escribiendo en mi nuevo Altillo, rodeado de libros, café y pipas –y arropado como un esquimal. (07-VI-11)

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En el Altillo, a solas, con toda una tetera y una buena provisión de tabaco, leyendo el excelente libro inédito de un joven poeta… ¡No está todo perdido, como uno tiende a veces a creer! (11-VI-11)

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Terminaba mi noche de lectura, cuando de pronto, unos pasos subiendo la escalera del altillo… (12-VI-11)

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Maldita tos. Tos de día y de noche. Tos continua. Ya parezco un motor a explosión. (15-VI-11)

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Noche lluviosa, invernal. Cenamos con la querida Irene, que nos visita y ahora duerme. Ya en el altillo, a solas, haciendo anillos de humo, saboreando el vino y hojeando libros de poetas olvidados, que sin embargo nos sobrevivirán. (17-VI-11)

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Mientras hojeo un libro de Fernández Moreno, veo por la ventana pasar a una viejita. La calle está soleada, y como en los cuadernos infantiles, el cielo azul y un árbol amarillo. El poeta sin duda habría dedicado algunos versos al árbol, al cielo, al sol y a la viejita que va por la vereda y se pierde por la esquina. (06-VII-11)

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Hoy, hace sesenta y un años, moría en Buenos Aires el grande y humilde Fernández Moreno. Una multitud siguió el cortejo con sus restos, y era muy justo, porque todos leían y se encontraban en su poesía. ¿A qué poeta acompañaría ahora alguna multitud argentina? (07-VII-11)

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Esas manías alternadas de Baudelaire, nuestro gatito, de meterse en bolsas, cestos, cajas, colchas, y de arrojar al piso objetos que ve sobre la mesa, dándoles pequeños golpes con la pata hasta que caen… (y cómo, me doy cuenta, lo comprendo en ambas). (07-VII-11)

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La vida (y la obra) de uno se parece a estos proyectos para las vacaciones: grandes planes, y luego todo queda en terminar un cerco de alambre, acomodar unos libros, fumar la pipa mirando la luz que se apaga en la ventana… (07-VII-11)

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Mientras se calienta el agua para la “pasta alla carbonara”, escucho a Eric Clapton e intento la primera versión de un poema del viejo amigo siciliano Daniele Moretto… Ah, traducir un poema es como tomarse vacaciones de la vida, de la propia escritura, del mundo, y entrar en la felicidad de la palabra –de allá y de aquí– plena de resonancias. (18-VII-11)

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Ya es hora de dejar las páginas, la lámpara, el humo irisado del tabaco, y de seguir soñando, con las cabezas juntas, en la almohada. (20-VII-11)

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Desconfío de toda reseña que no incluye ni un solo verso o línea del libro comentado. Por entusiasmo o por indignación, el crítico debería verse llevado a transcribir muestras de la obra. También el lector tiene derecho a oír, aunque fuere fragmentariamente, la voz del autor, para sacar sus propias conclusiones. (30-VII-11)

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Hermoso viaje, esta tarde, conversando con mi hija Irene, a través de las sierras con nieve. ¿Se acordará algún día? ¿Qué queda en mi memoria de los viajes y las charlas con mis padres, allá en la infancia y en la adolescencia? (31-VII-11)

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Desde hace un buen tiempo, no deja de llamarme la atención que pensadores, artistas, escritores, incluso poetas, quienes ya podrían estar acostumbrados a la disidencia y a la soledad, hagan tanto esfuerzo por mostrarse en perfecta consonancia con el poder de turno y con la mayoría. (15-VIII-11)

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Leo en la última Ñ la entrevista a Martín Gambarotta. El poeta, evidentemente, se considera un consagrado (sólo le falta nombrarse en tercera persona, como Maradona). Y lo es. No es su culpa, claro, salvo por lo que escribió, sino de quienes lo han consagrado. ¿Alguien se hará responsable, algún día, de estos crímenes críticos de lesa poesía? (16-VIII-11)

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Qué linda hora ésta, la del final del día, cuando uno ya ha lavado los platos, ha sacado la basura a la calle y se prepara un café y una pipa y lee el correo de algún amigo o elige un libro para llevarse al sillón o a la cama, para esa lectura que no tiene más fin que el placer de la lectura, como cuando se era niño. (26-VIII-11)

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Domingo al mediodía: Baudelaire duerme acurrucado en el sillón, la luz invernal en la ventana abierta del altillo, las ramas desnudas de los árboles en la calle, el tabaco sabroso y aromático y la taza humeante de café, la voz de Boris Pasternak diciendo su poema “Noche”… Mediodía feliz, y estas extrañas ganas de llorar. (28-VIII-11)

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“Estos días azules y este sol de la infancia…” Quién pudiera acabar la propia obra, la propia vida, con un verso como ese de Machado. (28-VIII-11)

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De vuelta a casa, he abierto una botella de vino tinto y, mientras espero que la bella cocinera prepare la pasta, lo degusto a lentos sorbos en el altillo, pasando en limpio unos versos de días atrás. No es un poema justamente alegre, para variar, no sé tampoco si se salvará, pero me da alegría este instante, tan raro, de calma consonancia con la vida. (01-IX-11)

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Esta tarde vi, en el cielo del centro de Córdoba, haciendo acrobacias alrededor de la torre del reloj del Monserrat, las primeras golondrinas… A mí me gusta el invierno, pero había sin duda un aire de fiesta en el aire. (02-IX-11)

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Hace días y noches que me vengo repitiendo ese verso leído en un poema de Seferis: “No te dejan en Platres dormir los ruiseñores…” (03-IX-11)

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Estuve revisando mi libreta de direcciones, direcciones de escritores por lo general, que comencé a llenar allá en la adolescencia. Recordé una frase de Jorge Calvetti, que ya no sé si se la oí a él o me la contaron: “Mi libreta de direcciones parece un cementerio: está cubierta de cruces”. La mía, poco a poco, también. (10-IX-11)

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Hace unos días, mientras leíamos un cuento de Borges en el patio del colegio, llegó de pronto un perfume de jazmines del país de alguna casa vecina. La rueda de adolescentes, las palabras, la luz de la mañana y aquel aroma imprevisto, todo parecía anunciar ese “estar por decir algo” de la hora. Pasó el instante mágico y volvimos a la lectura. Quizás lo que se anunciaba era sólo la nueva estación, que para uno ya trae la reminiscencia de muchas primaveras pasadas, “mezclando memorias y deseos”. (17-IX-11)

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“Fiebre del sábado por la noche”: En el altillo, revisando apuntes, poemas, traducciones, en mis libretas de los últimos años. ¡Cuántas horas perdidas, cuánta palabra inútil, cuánto trabajo para nada! ¿Alguien, alguna vez, leerá esto? Mientras se va la vida… (17-IX-11)

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A propósito de lo apuntado anoche, aunque a veces a uno lo gane el desánimo, creo que el sentido de este “oficio o arte arisco”, si alguno tiene, está en el trabajo mismo –como la vida, al fin. Ahora, por ejemplo, intento traducir un poema de Pasternak: lo único que importa es la alegría del esfuerzo y, con suerte, de poder repetirme esta noche las palabras de una estrofa lograda en castellano. (18-IX-11)

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Alegría, luego de tantos años, de volver a regar el propio patio, de ver la tierra y la gramilla resecas que se van oscureciendo, de sentir ese olor característico que se levanta de la tierra mojada, de escuchar el repiqueteo de las gotas sobre las grandes hojas del filodendro, de alzar la vista y ver el cielo irisado de la tarde sobre las tapias vecinas, de quedarme sin hacer más nada que eso: regando perezosamente un patio. (20-IX-11)

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Releo los poemas más dolorosos que un hombre puede escribir, poemas a sus hijos muertos. Son del poeta dialectal triestino Virgilio Giotti, quien perdió a sus dos hijos en la Segunda Guerra: “Sombras de mis hijos, antes / de que desaparezca también yo, / quedémonos aquí un poco juntos / todavía una vez, juntos / hablemos y riamos. // (…) Han muerto tantos, tantos; / padres, madres e hijos, / tantos lloraron, lloran. / Esto pasa en el mundo: / pasa y vuelve a pasar.” (20-IX-11)

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Noche de viento y lluvia, revisando traducciones de Pasternak y algunos propios poemas. El ruido de las ráfagas me hace imaginar por un instante que mi altillo es un viejo castillo de popa, y yo el último tripulante del barco, con la oscilante y temblorosa lámpara encendida en medio de la oscuridad del mar, escudriñando a solas en la noche mapas, sextantes y brújulas que ya no es seguro que ayuden a encontrar el rumbo. (23-IX-11)

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Hoy retomo la vieja costumbre de los domingos a la mañana (aunque ya no pueda llegarme a la galería del querido Hostal Hispania de Alta Gracia): resistir la inercia de encerrarme en casa, ir a algún café, comprar todos los diarios con suplemento literario, hojearlos con variable curiosidad, interés o indiferencia, encender la pipa y quedarme un par de horas leyendo algún libro bajo el sol, o simplemente mirando la gente, los pájaros, la luz entre las hojas, “lo que pasa en la calle”… (25-IX-11)

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Leo en el muro de FB de un amigo español una frase de Baudelaire: “La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza.” Bien. Ahora, se me ocurre que tampoco existe belleza sin el contraste, en el interior de la obra y en relación con su contexto artístico, entre esa irregularidad, ese factor inesperado, y lo regular y previsible. La poesía de Baudelaire es un ejemplo claro de ese equilibrio. La sorpresa estética constante a menudo se resuelve en puro efectismo, en fuegos de artificio, tan llamativos cuanto fugaces. (27-IX-11)

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Santiago Llach, sobre lo que experimentó en su primera lectura de Punctum de Gambarotta: “Sentí algo parecido a lo que había sentido al leer a Kafka o algunas cosas de Borges: (…) que sus textos eran manuales para orientarse en eso desconcertante y fascinante que son las cosas del mundo…” (Cultura de “Perfil”, 25-9-11). Kafka, Borges, Gambarotta… Hay aproximaciones imposibles para todo crítico con cierto sentido de las magnitudes literarias, y comparaciones que, con ánimo de exaltar, hunden al elogiado. En cuanto a las obras de Kafka y Borges como “manuales de orientación” (?), evidentemente no han sido eficaces para el joven Llach, al menos en lo que atañe al ámbito estético. (27-IX-11)

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Unas palabras de Sylvia Plath que acabo de leer en el hermoso “tumblr” de mi hija Irene, palabras que me parecen a la vez conmovedoras y estremecedoras, pensando también en el final de la poeta: “Nunca puedo leer todos los libros que quisiera leer; nunca puedo ser todas las personas que quisiera ser y vivir todas las vidas que quisiera vivir. Nunca puedo entrenarme en todas las destrezas que quisiera. ¿Y por qué lo quiero? Quiero vivir y sentir todos los matices, tonos y variaciones de las experiencias mentales y físicas posibles en la vida. Y yo soy terriblemente limitada.” (28-IX-11)

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Aprovechando el fresco de la noche, me he pedido el que seguramente será el último guiso de mondongo de este año. Lo mejor, sin embargo, fue el aroma de las hojas de albahaca, que se desprendió al cortarlas de la planta: toda la luz mediterránea en ese aroma. Y claro, el vino tinto, que ahora sigo bebiendo en lentos sorbos, mientras traduzco, al amparo de Gonzalo de Berceo (también este esfuerzo de recreación “bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”). (13-X-11)

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Esto de traducir poesía tiene también algo de vicio (¿“vicio absurdo”?): uno empieza y no puede parar, al menos cuando la cosa medianamente funciona. Me lo explico así: traducir tiene todo el goce de la artesanía poética, sin los padecimientos de la creación, que ya los pasó el poeta original (casi que se hace de partero de la criatura de otro, en la lengua de uno.) (13-X-11)

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A la alegría, casi instintiva, de escuchar las primeras gotas de lluvia, sucede siempre, en segundos, una vaga inquietud y el pensamiento de los hijos (dónde estarán, habrán llevado abrigo y paraguas…). Nada cambia que los hijos ya sean grandes y que la lluvia al fin no sea más que una llovizna. (18-X-11)

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Cuántas veces, en estos días y a lo largo de los años, me he repetido mentalmente la frase de aquel oscuro oficinista de Melville, el entrañable Bartleby: “Preferiría no hacerlo…” Y cuán pocas veces, en cambio, se la he dicho a otros. (15-XI-11)

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Hastiado de leer sobre política. “La lucha de las moscas en la miel”, dijo –traduzco aproximadamente– Yeats. Y Joyce: “La historia es una pesadilla de la que intento despertar”. Es tarde, mañana se trabaja y habrá quien sufra y quien esté gozando en esos cuartos con luces encendidas, las infinitas vidas ignoradas. Llueve en la noche sobre la ciudad, a lo largo y lo ancho del país, sobre unos y sobre otros. (05-XII-11)

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Lenta, muy lentamente vamos dando forma, con todas nuestras frustraciones, con todas nuestras ilusiones, a los ángeles justicieros que un día, el día menos pensado, el día o la noche en que sueñe la razón, en un abrir y cerrar de ojos se convertirán en nuestros ángeles exterminadores. La historia moderna está sembrada de sus víctimas, pero pareciera inútil todo recuerdo, toda advertencia: ni Laocoonte ni Casandra pudieron salvar a Troya. (06-XII-11)

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La alegría de salir antes de clases (hoy hubo acto por el día del maestro), y disfrutar con un café y una pipa de esta hora de ocio imprevisto. En esto no coincido con Pavese ni con Pasternak: la vida, me parece, no se justifica por el trabajo, sino por estos raros instantes de armonía con la inutilidad de la existencia, con su cumplimiento en sí misma (el gato asomado a la calle, en paz, formando parte de la luz del mediodía). (12-IX-11)

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Dormirse con el ruido de la lluvia en el patio es casi como entrar al sueño por la puerta de la infancia. (08-X-11)

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Traduciendo poemas de Vittorio Sereni a la luz de la lámpara, en la vieja casa, mientras mi novia y mi padre conversan y fuman junto al fuego (increíble, el hogar encendido en pleno octubre), mi madre ya se fue a dormir (será la primera en levantarse, al alba) y las hijas leen en el dormitorio donde yo leía, también tarde en la noche, a la edad de ellas… Recuerdo un título de mi hermano –por consanguinidad poética– Alejandro Bekes: ¡ah, “si hoy fuera siempre”! (09-X-11)

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Copiando en el original y traduciendo poemas escritos en un campo de prisioneros de la Segunda Guerra Mundial, los del Diario d’Argelia de Sereni. De pronto he comprendido que esa desolación resignada, esas breves fulguraciones de alegría, la verdad descarnada que se percibe en esos versos, no son sólo un efecto de la circunstancia, desdichada pero ocasional, sino el resultado de que el poeta ha tocado ahí el hueso mismo de la existencia, lo que esencialmente somos cuando se disipan las ilusiones, los deseos y deberes de la vida comunitaria. (12-X-11)

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Paradojas de la creación artística y de la traducción: la materia de vida que está en el poema puede ser terrible (así es en el caso del libro que estoy traduciendo, escrito en el frente de guerra y en un campo de concentración), y sin embargo se siente una extraña alegría cuando se logra transformar ese dolor en un objeto verbal que produce placer y encantamiento, que uno se repite una y otra vez como una suerte de talismán sonoro, un ensalmo que exorciza justamente el sufrimiento que expresa. (14-X-11)

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Sinceramente, el doctorado honoris causa otorgado a Silvio Rodríguez por la Universidad Nacional de Córdoba es, a mi modesto entender, un despropósito, que me cuesta atribuir –dado que lo otorga una casa tradicionalmente defensora de la libertad intelectual– a la demagogia o a la falta de información. No lo digo, claro está, por su música, que me gusta bastante, ni por su colaboración con régimen dictatorial alguno, sino por haber tenido en posesión privada un precioso animal en extinción, el único unicornio que quedaba en el mundo, y por haberlo extraviado, según declaración del mismo propietario, en dudosas circunstancias (no quiero pensar que lo haya vendido a cualquier traficante de ilusiones, o lo haya sacrificado como un lujo inútil, contrarrevolucionario). El doctorado de marras, por lo tanto, me parece un premio a la irresponsabilidad. (10-XI-11)

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Qué luna se me apareció esta tarde, luego de la lluvia de anoche, cuando tomé la curva que lleva de la Avenida Fuerza Aérea a la Circunvalación de Córdoba, con las sierras violetas al oeste y al este la ciudad que se iba encendiendo en calles y en ventanas… En un tiempo me había propuesto confeccionar un catálogo de lunas, pero el proyecto quedó disperso en apuntes olvidados, como los reflejos del astro sobre un charco de esquina. (10-XI-11)

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“Cuando la forma cerrada está al servicio del nihilismo consumado me produce claustrofobia” [Ricardo H. Herrera, de su compilación En la paz de la página, cuya prueba de imprenta estoy corrigiendo]. (15-XI-11)

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“El sueño, el manjar más delicado del mundo, también se agria, se indigesta y puede dar náuseas”, observa Baldomero Fernández Moreno. Lo mismo pasa a veces con la poesía. (17-XI-11)

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Ayer murió el querido doctor Tomás Caeiro. Esta mañana fue su sepelio, en el cementerio San Jerónimo. El cielo despejado, el aire fresco, la luz del mediodía, los viales entre los panteones, un pájaro que cantó en lo alto de un ciprés mientras alguien leía sus palabras de despedida, todo era triste y a la vez hermoso. El cura dijo: “No hay un más allá de la vida; desde que nacemos, nacemos a la vida eterna”. Pienso ahora en su mujer y en sus hijas, quienes ya sólo pueden tenerlo en sus recuerdos y en los sueños, y en el consuelo de Machado: “Lleva quien deja y vive el que ha vivido.” (24-XI-11)

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Festejando con un gin tonic y una pipa haber terminado la corrección de cincuenta trabajos escolares sobre poetas argentinos actuales. En general, han hecho un buen esfuerzo los chicos, pero está claro que la poesía, salvo excepciones, se ha alejado de los lectores no especializados, y los lectores, salvo excepciones, se asoman a la poesía como a tablillas escritas en lenguaje jeroglífico. (24-XI-11)

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Un par de estrofillas tragicómicas, concebidas en el duermevela de las cuatro de la mañana, para un soneto en ciernes acerca de esta rara experiencia de los vértigos. Podría llevar como título: “Síndrome posicional benigno”, aunque por el momento me cueste advertir su carácter de “benigno”:

Gira la tierra, oh vértigo del orto
Y del ocaso de mis días, gira
La cama, el cuarto, la galaxia, gira
La mente en torno de un vacío absorto.

Vuelve el futuro a ser pasado, vuelve
El tiempo a acurrucarse en el materno
Útero universal del caos eterno
Donde una pala el polvo astral revuelve…

(24-XI-11)

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El ruido del ventilador de techo en la habitación en penumbra, el humo del tabaco y el sabor del café negro lentamente degustado: la escena doméstica, tantas veces repetida en la rutina diaria de la siesta, adquiere un dejo de extrañeza cuando se superpone el recuerdo vago de alguna escena semejante en una o varias películas (probablemente policiales). Aunque no haya ningún muerto ni delito por esclarecer, ni el hombre repantigado en el sillón sea detective alguno, el instante se irisa de una luz oblicua de intriga, quizás incluso de misterio. (26-XI-11)

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Observa Ósip Mandelstam que la línea sonora exclusivamente discursiva, “tomada fuera de la metamorfosis instrumental, se ve privada de toda importancia, de todo interés y se presta a ser narrada, lo que, desde [su] punto de vista, es un síntoma inequívoco de ausencia de poesía, ya que allí donde la obra se deja medir con la vara de la narración, allí las sábanas no han sido usadas, es decir, que […] allí no ha pernoctado la poesía.” Me pregunto, a la luz de esta observación del poeta ruso, cuánta sábana no usada podría encontrarse en el albergue de la poesía argentina de las últimas décadas. (26-XI-11)

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Leo en el libro de Ricardo H. Herrera cuya prueba de imprenta estoy corrigiendo: “El poeta puede ser un desdichado, pero en la elección de cada una de sus palabras alienta la más apasionada voluntad de ser feliz.” Y vuelven a mi memoria los versos de Fernández Moreno, de uno de los sonetos de “Penumbra”, el libro del período más doloroso y desesperanzado de su vida: “Mas siempre la canción irá a la altura. / Se yergue entre las ruinas el poeta: / no hay desventura contra su ventura.” (26-XI-11)

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Se ordena la biblioteca como si de uno dependiera el orden de la cultura universal. Así pasan los días, los libros quedan en lugares siempre más o menos provisorios (pero ya permanentes, hasta la próxima mudanza) y el demiurgo doméstico, contemplando los estantes con la mano en el mentón, siempre más o menos insatisfecho. (09-XII-11)

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La pasión argentina por la mi(s)tificación: en la política, en el deporte, en la historia, en la crítica literaria… Los intelectuales, que deberían velar por mantener encendida a toda costa la luz de la razón dialógica, argumentativa, paradójicamente cultivan a menudo entre nosotros esa pasión, que no requiere el diálogo, sino la comunión, no exige argumentos, sino fe. Cesare Pavese, quien de mitos conocía bastante, y no se chupaba el dedo sobre las falsificaciones filofascistas de los mismos, lo distingue con meridiana nitidez: “La vida de todo artista y de todo hombre es, como la de los pueblos, un incesante esfuerzo por reducir a claridad sus mitos” (“Del mito, del simbolo e altro”, en “Feria d’agosto”). (20-XII-11)