Rabdomancia

Eleonora González Capria [1]

 

Padre nuestro

                                                           A Robert L. Frost

Mi padre era un borracho
y borracho salía
a dar la vuelta al lago.
Primero a pie, después
nadando.
Nosotros también íbamos.
Cada brazada larga
nos devolvía el aliento.

Papá nadaba
como si el agua
fuera cemento.
Todos mis labios
decían Dios,
todos mis labios
Dios por favor.
Papá nadaba
sin preocuparse
por los abstemios.

 

Adelheid

Se arrodilló en la nieve y ahí mismo
ahí donde caía
brotó verde la hierba
tierna como si fuera
verano cuando el verde es más perfecto,
si en vez de invierno julio
un día de septiembre.
Era hierba y crecía sin semilla.
Estaba blanca nieve lívida
mordida por el frío
y respiraba apenas
un aire entre los dientes.
Las yemas de los dedos secas,
los labios muertos, las rodillas rotas
manchadas por la savia de esas hojas
recién nacidas de una fuerza
innominada. 

Los naturalistas

Cayó granizo en el campo y salimos
con el repasador de la cocina
a levantar las piedras. Mi hermana daba saltos
donde después a mi hermano
lo fue a picar la abeja.
Yo no entendía bien lo que pasaba.
Jamás había visto llover hielo
y no lo volví a ver por una década.
En el congelador, fue la consigna.
Guardábamos la piedra con la mugre
y el barro, el hielo revestido
por las hojitas rotas de los yuyos.

Mamá lo descubrió
después de varios días,
sus gritos ahogados por los gritos
de mi hermano, que se agarraba el brazo
y corría hasta nosotras, llorando. 

  

Otro pan

A los pies de la cama
hay un pájaro tibio
todavía latiendo.
No me muevo por miedo.
Está a mitad de sangre y de saliva
las alas y las plumas
y el pico apenas.
Es frágil el corazón de los pájaros,
pero trata de no morirse mientras miro.
Las alas y las plumas
y el pico apenas
y después además un ojo.
Sé bien que es una ofrenda,
que solamente para mí mordieron esa carne
antes entera,
pero aprieto los párpados y espero.

Mi gata al fondo de la escena en el pasillo
se lava clara igual que siempre. 

 

El zorro

Me dijo andá a la sombra, dormí
tranquila, pero dejó dos ojos
que me picaban sobre la piel
hasta en los sueños.
Sobre las zarzas y los espinos,
por las orugas y las arañas,
era una lana mal tejida.
Esa fue la siesta de las uvas.
Vigilaba la sed y el hambre
en puntas de pie entre las parras.

 

Rabdomancia

No había caminos que llevaran
de tu casa a la mía.
Un paredón al fondo y después tierra,
sucesiones de avispas y dos bueyes.
Corriente abajo
troncos hinchados de agua mala.
Las termitas se habían devorado todo.
Los adoquines, los ladrillos,
los marcos, las paredes, los retratos.
Quedaba nada más un picaporte
que giraba en el aire
limado por rosarios de mínimas tenazas.
Pero de algún lugar brotaban las hormigas,
pensé de un manantial oculto entre las piedras,
y de la sed y sola me las tomé a dos manos,
y al oeste las nubes, y en el medio
yo, y más allá la nada.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Eleonora González Capria (Buenos Aires, 1983) es licenciada en Letras y traductora.>>