Herrera el viejo

Ricardo H. Herrera[1]

                    “Has llegado a la edad
en que tu otro yo te es necesario…”

 

Mis temas[2]

Agora que só viejo me seduce
el color, ensayar monocromías
de alba harapienta o luna evaporada
en vastos horizontes sin salida.
El ventarrón dorado del ocaso
y el cenizoso día sin futuro
son mis temas también. Pobreza muda
de un vago abismo: es todo lo que tengo.
Un presente privado de ornamentos
con su tenue barniz cubre mi tela
poseída por el fototropismo.

 

En un patio

Un jazmín y un granado que florecen:
breves toques de rojo y verdor áspero
contrastan con la húmeda blancura.
El efluvio fugaz y el hermetismo,
el pimpollo y el fruto abroquelado:
un sexo abierto, un útero… Imágenes
caducas que se esfuman en la casta
frescura matinal. Pero en el lienzo
de mi mente nocturna aún se sopesan
las propiedades íntimas y mágicas
que emanan del color y del aroma.

 

El artista y su modelo[3]

El sereno esplendor del cuerpo joven
lo transforma en un tímido aprendiz.
Un cuerpo en el silencio va imponiendo
la perfección formal con solo estar:
vivacidad, aliento, calidez
bajo un moral. Y en la tupida sombra,
Afrodita medita en el concepto
de una línea de Kierkegaard: “querer
solo una cosa, tal es la pureza
del corazón”. Concluida la pintura,
firma: Con Humildad, Herrera el Viejo.

 

Libro de buen amor[4]

Hablando de vejeces: leo a Ruiz
en estos fríos días de verano.
El antiguo sabor del castellano
con su arcaica grafía me cautiva,
farfullar los cuartetos monorrimos
es como oír monótonas zanfoñas.
Palpo el paso del tiempo en la lectura,
la penuria y decrepitud del cuerpo
del poeta (“só vil é despreçiado”);
la genuina belleza de lo viejo,
la que salva el pintor con su pincel.

 

Autorretrato

Siempre meditabundo, siempre solo,
al menos cuando escribe sus poemas.
Y es que hay un drama en cada miniatura:
llegado a la vejez quiere ser viejo
y hacer poesía con la pura pérdida.
El jazmín y el granado no desertan,
renuevan su dación; y las palabras,
aunque pocas, no son del todo incrédulas;
sólo el bendito azar –el fabulista,
el proveedor de bienes y de males–
trabaja cada vez más a desgano.

 

La poesía es Amor

Ciega fe en el lenguaje; eso lo supe
cuando perdió tu nombre su arrogancia
espléndida. Disuelta la simbiosis,
ya nada hubo. El corazón ha muerto
–sentí entonces– el mundo se vacía.
Y ese mundo desierto, esa acre prosa,
busca al encantador que le dé vida.
Todavía hechizado por el sol
me demoro entre plantas y animales;
exacerbo mi sed. Pero tu nombre,
tu nombre exangüe, exangüe para siempre…

 

Georges de La Tour I

Miremos juntos hoy, por un momento,
la pintura San Pedro arrepentido;
concéntrate en la angustia de ese anciano
que perdió totalmente la confianza
en sí mismo. Remordimiento, culpa
en la desolación, ese es el tema.
El gallo, el animal que anuncia el alba,
clausuró su futuro; la traición
lo despojó del habla. Una luz cálida
ilumina el tabuco donde llora
junto al gallo, su sola compañía.

 

Georges de La Tour II

Un hombre de su tiempo, dice el crítico;
un tiempo de traición y contrición
si juzgamos los temas del pintor.
Las lágrimas de Pedro, gruesas lágrimas
de ojos desmesuradamente abiertos
que manan luminosas en la noche.
¡Ceguedad de la condición humana
y manantial de purificación!
Tal vez eso buscó decir La Tour,
porque hay resuelto asombro en esos ojos
recibiendo el perdón con gratitud.

 

Imitación de Pierre Jean Jouve[5]

Cuando súbitamente me extravío
en la dificultad y me derriba
la gravedad de Newton, mi ojo busca
en la página abierta de Ténèbre
la anunciación, la gracia. Un borbotón
sangrante de poesía me rescata
del amor traicionado, del osario
de vidas incumplidas. Con su furia
restaura el equilibrio: Apocalipsis
arrancado a la negra oscuridad
del abandono, como Juan en Patmos.

 

Nunc et semper

Arte de bien morir, fuente de vida.
Sin conocer el dicho lo encarnaste
y una rara dulzura siempre oculta
afloró en tu sonrisa hacia el final.
Lo que pude tener se hizo presente
en el momento mismo en que te ibas.
Deponías las armas, te entregabas
a la postrera boda con la paz
como asceta y faquir, ejemplarmente,
como habías vivido, nunc et semper.
Y fuiste el padre con el hijo pródigo.

A H. H. H. (1922-2016)
in memoriam

 

Arte poética de estas miniaturas

Dolor en sílabas, placer en sílabas.
Una forma cuadrada: once estrofas,
que constan de once versos de once sílabas.
Tensar el lienzo sobre el bastidor,
templar el verso en el endecasílabo;
un trabajo manual en cierto modo
que construye sentido y concepción.
Curso a la simplificación geométrica
que el poema comparte con el cuadro.
¡Íntima, silenciosa artesanía
que depura el sonido y el color!

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Ricardo H. Herrera (Buenos Aires, 1949). Entre sus últimas publicaciones se cuentan los libros A los antiguos lobos de las musas. Ensayos elegidos 1987-2012 (2013) y Obra en verso 1985-2017 (2017).>>
  2. Mis temas. “Agora que só viejo”. Juan Ruiz, Libro de buen amor, 1360. 4. (Ed. Jacques Joset).>>
  3. El artista y su modelo. “La pureza de corazón consiste en querer una sola cosa”. Søren Kierkegaard, Veinte Discursos Edificantes de Diverso Tenor.>>
  4. Libro de buen amor. “só vil é despreçiado…” Op. cit. 1365. 3.>>
  5. Imitación de Pierre Jean Jouve. « …Lorsque souvent de langueur je chancelle… ». Pierre Jean Jouve, Ténèbre, Phrase I, 11.>>