Dante Alighieri: Infierno, V.
Traducción y notas de Alejandro Crotto
Infierno, V
ASÍ A OSCURAS BAJÉ DEL PRIMER CÍRCULO al segundo,
que aun siendo más estrecho abarca
penas tanto más duras, que estremece.
Allí está Minos, horrible, presidiendo, y gruñe en el estrado
al indagar las culpas:
juzga y sentencia según se va enroscando.
Me explico: cuando llega un condenado frente a él, todo
se confiesa. Y entonces este juez de los pecados ve
el lugar del infierno que es para el alma esa: y se
enrosca su cola tantas veces
como círculos debe bajar la nueva presa.
Frente a él siempre hay muchas: comparecen de a una,
lentamente, a ser juzgadas.
Dicen y escuchan
y hundiéndose desaparecen.
“Oh, tú que llegas a esta dolorosa morada –alzó Minos la
voz, interrumpiendo
al verme su jornada–.
Pon atención con quién y en dónde estás entrando: no te
engañe la anchura del portal”.
Y le dijo mi guía: “¿A qué seguir gritando? Este es un viaje
providencial. Así se quiso allá donde se puede lo
que se quiere. Y no preguntes más”.
Y ahora empiezan a escucharse sonidos de dolor.
Ahora me veo
en donde tanto llanto en mí resuena.
Llegué a un lugar de todo resplandor privado, que mugía
como el mar tormentoso cuando el fragor de vientos
contrarios lo embravece.
La tormenta infernal, que nunca amaina, sacude con
violencia a los espíritus golpeándolos y haciéndolos girar.
Cuando se ven las almas en esta estancia, se oyen sus gritos,
quejas y lamentos:
blasfeman contra la potencia divina.
Entendí que a esta clase de tormento son condenados los
pecadores de la carne que el pensamiento subyugan al deseo.
Y como son en el invierno zarandeados los estorninos en sus
bandadas densas, llenas,
así el viento infernal a esos espíritus malvados
abajo, arriba, acá y allá los zarandea.
No los consuela nunca la esperanza de que haya una pausa,
ni que mengue la pena.
Y como van cantando mientras vuelan en larga
fila las grullas su lamento,
vi así que se acercaban con tristeza
muchas sombras traídas por el viento.
Y yo dije: “Maestro, ¿quiénes son esas gentes que el aire
negro así atormenta?”
“La primera que ahí viene de las que me preguntas –me
dijo entonces él– fue coronada emperatriz de un reino
que tiene muchas lenguas: fue tan desenfrenada en su
lujuria que el vicio hizo legítimo en sus leyes
para dejar disimulada su vergüenza.
Ella es Semiramís de quien se lee que a Nino amamantó y
fu su esposa; gobernaba la tierra que hoy posee el
Sultán.
Y la que enamorada se suicidó es la otra, la que fue infiel a
las cenizas de Siqueo.
Detrás está Cleopatra lujuriosa.
Esa es Helena, por la que tanto cruel tiempo giró; ese es el
gran Aquiles:
con el amor libró él su último combate. Ahí está París, Tristán”
y muchas otras sombras me señaló, nombrándolas,
cuyas muertes
están con el amor ligadas.
Después de que mi guía así me habló nombrando a tan
ilustres damas y caballeros, la piedad me inundó, y
casi me desmayo.
“Poeta, si es posible –dije empezando– quiero hablar con
esos dos que van unidos
y en el viento parecen tan ligeros”.
“Cuando pasen más cerca los verás –me dijo él– y entonces
se lo ruegas
por el amor que los conduce, y ellos vendrán”. Y así, no bien
el viento
los acerca, grité: “oh almas enajenadas, vengan a hablarnos,
si otro no lo veda”.
Como palomas imantadas de deseo, que con alzadas alas
firmes al dulce nido van por el aire, de sus ansias
llevadas,
así salieron desde el grupo de Dido viniendo hacia nosotros
por el aire siniestro
tal fue la fuerza de mi ruego conmovido.
“Oh, ser corpóreo, delicado y bueno que visitando vas por
esta oscuridad a los que el mundo dejamos más
sangriento, si tuviera amistad el rey del universo
a él por tu paz le rogaríamos
porque te ha conmovido nuestro perverso mal.
De lo que oír quieren y hablar, hablaremos nosotros y
oiremos mientras siga en sopor el viento, como
ahora.
La tierra en que nací está situada sobre la costa donde
desciende el Po
para encontrar allí con sus afluentes paz.
Amor, que el noble corazón veloz enciende,
lo hizo a él enamorarse de la figura hermosa que quitada
me fue,
y el modo aún me ofende.
Amor, que a nadie amado amar perdona, tan fuerte me
fundió a los encantos de él,
que, como ves, aún no me abandona.
Amor nos arrastró a una misma muerte.
Al que lo hizo espera la Caína”.
De ellos brotaron estas palabras crueles.
Cuando escuché a estas almas así heridas bajé la vista, y
tanto la mantuve baja que al final “¿En qué piensas?”
me preguntó mi guía.
“¡Qué desgracia! –le dije al responder– ¡Cómo esos dulces
pensamientos y deseos
en dolores después fueron cambiados!”
Entonces para hablar me volví a ellos y comencé: “Francesca,
conmovido
me hacen llorar piadoso tus tormentos. Pero dime, en el
tiempo
de los dulces suspiros
¿cómo y en qué les permitió el amor
que se les revelaran su deseos más íntimos?”
Y ella me dijo: “No hay pena mayor que recordar las épocas
felices
desde el dolor. Y bien lo sabe tu maestro, pero ya que el
origen conocer de nuestro amor buscas tan
afectuosamente
hablaré aunque llorando deba hablar:
leíamos un día por placer cómo el amor había herido a
Lanceloto; solos estábamos sin sospechar lo que
vendría. Varias veces
la mirada cruzamos sobre el libro, palideciendo,
y un pasaje puntual fue nuestra ruina.
Cuando leímos que la deseada sonrisa era besada al fin por
Lanceloto, este del que jamás seré
separada, la boca
de pronto me besó temblando todo.
Fue el libro allí, y su autor, Galeoto.
Ese día no seguimos leyendo”.
Mientras que así me hablaba una de las almas, la otra
lloraba, y tanto, que de piedad y desconcierto sentí
que me desvanecía.
Y caí como cae un cuerpo muerto.
Algunas notas
Los endecasílabos italianos se tradujeron a versos imparisílabos y combinaciones de pentasílabos, heptasílabos, eneasílabos, etc. Con respecto a la rima, se la mantuvo encadenada según la siguiente regla: la palabra que rimara consonantemente podía o no ocupar el final del verso, pero la que rimara de manera asonante o paranomásica debía necesariamente ocuparlo. Por ejemplo, el principio:
Así a oscuras bajé del primer círculo (11, A)
al segundo, que aun siendo más estrecho (11, B)
abarca penas tanto más duras, que estremece. (7-7, A)
Allí está Minos, horrible, presidiendo, (5-7, B)
y gruñe en el estrado al indagar las culpas: (7-7 C)
juzga y sentencia según se va enroscando. (5-7 B paranomásica)
Me explico: cuando llega un condenado (11, C)
frente a él, todo se confiesa. (9, D)
Y entonces este juez de los pecados (11, C)
ve el lugar del infierno que es para el alma esa: (7-7 D)
y se enrosca su cola tantas veces (11, E)
como círculos debe bajar la nueva presa. (7-7 D)
Los versos en muchos casos se dispusieron después seguidos, o también con nuevos cortes.
Agrego a continuación algunas notas. Se basan en las notas de las ediciones de Natalino Sapegno y Anna Maria Chiavacci Leonardi.
“Así a oscuras bajé del primer círculo”: Literalmente, “Así descendí del círculo primero”. El “a oscuras” es una reposición contextual de ese “así”, que remite al último verso del Canto IV, en el que Dante dice que llega a un lugar “donde nada brilla”.
“Allí está Minos, horrible, presidiendo”: El mítico rey de Creta. Ya había sido imaginado como juez infernal por Virgilio (Aen., VI, 432-33). Dante lo presenta como una potencia demoníaca con medievales trazos monstruosos y grotescos pero que no menoscaban su aire de intrínseca grandeza.
“y se enrosca su cola tantas veces”: De dos maneras se ha interpretado este verso: o Minos señala según la cantidad de vueltas con que se ciñe con su larga cola los círculos que debe descender el condenado, o se ciñe una vuelta con su cola tantas repetidas veces como sea necesario para indicarlo. En la primera interpretación, mayoritaria, la forma de sentenciar de Minos es brusca e inapelable; en la segunda, Minos se transforma en una especie de repetitiva marioneta (no desprovista de horror).
“Ella es Semiramís de quien se lee / que a Nino amamantó y fue su esposa”: Hay consenso sobre que el verso dice “que a Nino sucedió, y fue su esposa” (“che succedette a Nino, e fu sua sposa”) con una inversión del orden cronológico, que se repite después en la caracterización de Dido, “que se suicidó enamorada y rompió la fidelidad a las cenizas de Siqueo”. Algunos han propuesto que el verso italiano debe leerse “che sugger dette a Ninio, e fu sua sposa”, o sea, que “dio de mamar a Nino, y fue su esposa” transformándola así en esposa de su hijo.
“Y la que enamorada se suicidó es la otra,/ la que fue infiel a las cenizas de Siqueo”: Se refiere a Dido, protagonista del Libro IV de la Eneida; viuda (habiéndole jurado fidelidad a las cenizas de su marido Siqueo), sedujo y fue seducida por Eneas, y luego abandonada se suicidó. El vínculo entre ese Libro IV de la Eneida y este Canto V es muy poderoso y merece un ensayo aparte. Baste señalar que en ambos casos el lector tiende a rechazar la ley moral que gobierna el texto (que Eneas deba abandonar a Dido, en Virgilio; que Francesca deba estar condenada al Infierno, en Dante).
“Detrás está Cleopatra lujuriosa”: En italiano “poi è Cleopatràs lussurïosa”. Nótese cómo el recurso de la diéresis refuerza el sentido en el verso italiano: la disolución del diptongo nos obliga a demorarnos con deleite en la palabra.
“ese es el gran Aquiles:/ con el amor libró él su último combate”: Varias narraciones medievales de la leyenda troyana contaban que Aquiles se había enamorado perdidamente de Polisena, hija de Príamo, y que cegado por ese amor cayó en una emboscada, donde fue asesinado. De allí que Dante lo coloque en el subgrupo de los lujuriosos que en ocasión de sus amores perdieron la vida.
“Tristán”: El menos conocido para nosotros de la serie era el más conocido para los lectores contemporáneos de Dante. Es uno de los caballeros de la Mesa Redonda, que se enamoró de la mujer de su tío, el rey Marco, y fue asesinado por este. Su nombre estaba emblemáticamente unido a la idea de amor culpable.
“que con alzadas alas firmes”: Nótense las resonancias inmediatamente eróticas, fálicas, del verso.
“mientras siga en sopor el viento, como ahora”: Antes había dicho Dante que la tormenta infernal “nunca amaina”, y que a los condenados de este círculo “no los consuela nunca la esperanza/ de que haya una pausa, ni que mengue la pena”. Esa pequeña contradicción ha sido interpretada de muchas maneras. Hay quienes simplemente la atribuyen a una distracción de Dante; otros buscan ser razonables, y suponen que la tormenta se abate sobre el círculo continuamente con la misma fuerza agregada, pero variando su intensidad en distintos lugares; otros son más creativos: encuentro por ejemplo ahora en internet un ensayo “Virgilio y el orfismo” de Hugo Francisco Bauzá, que dice sobre el pasaje “No se trata de un error dantesco atribuible a aquello de que aliquando bonus dormitat Homerus, tal como se ha repetido en varias ocasiones, sino al efecto órfico de la palabra: tan intenso y desgarrador el canto de la desdichada que hasta “la borrasca infernal que nunca cesa” se detuvo para escuchar el lamento de la joven. He aquí, pues, un ejemplo del encantamiento órfico, vale decir, de la taumaturgia que, sub specie poesis, provoca la palabra”.
“y comencé: «Francesca, conmovido/ me hacen llorar piadoso tus tormentos…”: Dante la llama por su nombre, sin que ella se lo haya dicho; la ha reconocido porque su muerte había sido muy comentada cuando ocurrió en cerca del año 1285: Francesca estaba casada con Gianciotto Malatesta, pero se enamoró de su cuñado, Paolo. El marido descubrió la relación y los mató a ambos. Desde antiguo los comentadores encuentran razones para abonar la inocencia de Francesca: se había casado por poder, Gianciotto era jorobado, era un matrimonio arreglado por motivos políticos al que ella se había opuesto, etc. El presentar a Francesca como una virtuosa injustamente golpeada por la fatalidad alcanzó su máxima expresión en el Romanticismo. Las lecturas modernas son más recelosas y hacen hincapié en otros aspectos menos inocentes: el hecho de que Francesca siempre está culpando a otros (a Paolo, al libro que leían, a Gianciotto que los asesinó inoportunamente, etc) de su situación, por ejemplo.
“leíamos un día por placer/ cómo el amor había herido a Lanceloto”: Leían la historia de Lanceloto del Lago, muy popular en el Medioevo, que cuenta su historia ilícita de amor con la reina Ginebra, mujer del rey Arturo.
“Cuando leímos que la deseada sonrisa (…) Fue el libro allí, y su autor,/ Galeoto.”: En el libro que leían, es en realidad Ginebra la que besa a Lanceloto, lo que subrayan quienes pregonan lecturas más recelosas de Francesca. Galeoto es otro personaje de la historia, que actúa favoreciendo los amores prohibidos entre el caballero y la reina. Los versos italianos sobre la ocasión del beso y el beso en sí han sido leídos con devoción a lo largo de los siglos: “Quando leggemmo il disïato riso / esser basciato da cotanto amante,/ questi, che mai da me non fia diviso,/ la bocca mi bacciò tutto tremante”.