Los procesos productivos de la luz

(Oscar de Pablo: El baile de las condiciones – Editorial Audisea)

 

No es habitual que se edite en nuestro país un libro de un poeta mexicano de menos de cuarenta años. Pero al leer este excelente libro (publicado en México en 2011) se comprende el entusiasmo de los editores: no sólo es excelente, sino que además se inserta de una manera tan sorprendente como productiva en el escenario local.

Ya desde el primer poema, “En conmemoración mía”, el libro da cuenta de una de sus características más evidentes: la de una curiosa y meditada complejidad. El poema realiza una doble operación. Primero, la de redefinir las relaciones en que pide ser leído el poemario. ¿A quién se conmemora? ¿Al autor? ¿A la subjetividad de una lírica petrificada en su decir “yo”? Lo cierto es que el lector es puesto en posición de “celebrante”, y el verso pide ser puesto en la boca, pide ser devuelto al instrumento de su enunciación: laringe, lengua y paladar. Y esta es la segunda operación: el lector debe decir el verso, leerlo en voz alta, sentir como el sentido se produce y se encarna en su voz. Así, con un léxico evangélico, se nos invita a comulgar, a ser partícipes de una transubstanciación de la materia, en cuanto sentido literal (trigo-pan-hostia), hacia ese algo más, que persiguiendo la dialéctica se podría llamar espíritu, pero que también refiere al más allá al que nos transporta la metáfora. Las palabras en el papel, tinta sobre hoja, mudas, son así proferidas: “Ponte esta herida negra de tinta hecha de aire, este papel de aire; póntelo boca-adentro, celebrante (…) Ten la palabra pan como pan en la boca; ten en tu boca el tacto de mi lengua”. Hay un sabor whitmaniano en esos versos, pero lo que hay es una transferencia que se activa con el poema en la boca: cuando el lector lee el poema, lo pronuncia, siente el entrechocarse de las palabras entre sí, lo que siente es el tacto de la lengua del poeta. El sentido se literaliza; el enunciado encarna, una vez dicho, el proceso productivo del poema. La voz del autor es efectivamente la voz del lector. Ahora ambos pueden participar, transustanciarse y conmemorar, es decir, hacer memoria juntos. El poeta es huésped en la boca del lector; el lector se hospeda en las letras del poema.

Pero esta celebración tiene sus condiciones, y no es sin esfuerzo. A lo largo del libro reaparecerán –pero siempre con un lenguaje tensionado en todas sus dimensiones semánticas, alusivas, rítmicas, etc.: o sea, un lenguaje poético, engendrador– una y otra vez temas históricos y políticos. El poema habita esa apertura del lenguaje, sin sintetizar su dialéctica temporal ni genérica.

Vale la pena detenerse en algún poema: tomemos por ejemplo el intitulado: “Sobre la luz”. Trata sobre una movilización del Sindicato Mexicano de Electricistas. La ironía que lo recorre radica en que el título parece anunciar otro de esos tantos poemas atemporales en que la lírica nos lleva hacia las fuentes mismas de las que mana esa luz, pero el poema nos sumerge de manera inmediata en la corriente histórica. Un poema que escrito en y contra la estela de Octavio Paz. Leamos una cuarteta de un soneto de Paz:

Cielo que gira y nube no asentada
sino en la danza de la luz huidiza,
cuerpos que brotan como la sonrisa
de la luz en la playa no pisada. 

Dice en cambio Óscar de Pablo: 

Ninguna luz proviene del dolor del agua. Toda la luz proviene del dolor de esta carne,
que de tanto callarse está callosa

 

Paz funciona, más que como un contendiente a derrocar, como una metonimia de aquello en que la lírica puede llegar a convertirse al fosilizarse. En ese línea creo que debe entenderse uno de los tres curiosos epígrafes que encabezan el poemario, tomado de La Ideología Alemana, de Marx y Engels, y que trata sobre la oposición entre las concepciones materialistas e idealistas: “Desde su nacimiento, pesa sobre el ‘espíritu’ la maldición de estar ‘preñado’ de materia; materia que, en este caso, se manifiesta en forma de estratos de aire en movimiento, en forma de sonidos; en una palabra, en forma de lenguaje”. Y más importante aún es el tercer epígrafe del libro, que es su programa estilístico: “Hay que poner a bailar esas condiciones petrificadas tocándoles su propia música”. La materia de su música está regida por el uso finísimo con que Óscar de Pablo le devuelve productividad a la tradición métrica. Combinando heptasílabos con endecasílabos, armando y desarmando alejandrinos, aprovechando cada una de las licencias de la sinalefa, logra que la medida de los versos pase desapercibida en una primera lectura, ya que difumina, esconde, remueve y retoca las estrofas convencionales. La utilización de una amplia gama de aliteraciones, rimas asonantes y sobre todo el martilleo de las rimas consonantes, ponen de nuevo en la atención y en tensión con el lector todo el instrumental de la lírica tradicional al servicio y como vehículo de las nuevas urgencias. Lo que pide el poema se encarna en la ejecución de su lectura, y se exige una búsqueda de fuentes, una participación celebrante en la exégesis, porque la luz no es una idea, universal y atemporal, sino que se produce con trabajadores, horarios, etc. De la misma manera que un poema. Y aquí, quizá Óscar de Pablo no disienta tanto con un dístico de Octavio Paz, que integra una serie llamada “Retórica”, que dice: “La forma que se ajusta al movimiento / No es prisión sino piel del pensamiento”. Esa puede ser una buena puerta de entrada a este Baile de las condiciones, para ponerse a leer y a recitar y a escuchar cómo los poemas no te dicen lector. Te dicen celebrante.

 

Nahuel Lardies