In memoriam Serguiei Esenin y otros poemas

Pablo Anadón [1]

In memoriam Serguiei Esenin
(1895-1925) 

Que no es nuevo morirse en esta vida,
Ni vivir, desde luego, es cosa nueva. 
                               Serguiei Esenin

 

1

Hermano Esenin, la verdad, te entiendo:
Tu niñez, tus trabajos, tus dolores,
Tu alegría, tu alcohol y tus amores,
Que no es nuevo vivir –y estás muriendo– 

Y no es nuevo morir –y estás muriendo–:
Entiendo el júbilo de tus amores,
Entiendo el éxtasis de tus dolores
Irrestañables, que es morir viviendo. 

Te pienso en esta noche allá en tu noche
Solitaria de hotel, después de tanta
Alegría y dolor, amor y muerte, 

Y te entiendo en ese último derroche
De tinta roja: pienso hoy en tu suerte
Y es dichoso aquel nudo en mi garganta.

  

2

Todo parece que conspira
En esta noche: el fuego
Que languidece en el hogar, que muere,
Y esta maldita música nostálgica;

Los recuerdos del viaje
Por las sierras con nieve, de otros viajes;
El vodka y las imágenes que vuelven
De una humosa taberna campestre de Polonia;

Y esta primera estrofa
Del poema de Esenin,
Que he traducido como en sueños, casi
Como si ahora de nuevo lo escribiera:

Me acuerdo, mi querida, yo me acuerdo
de tu pelo, de cómo relucía.
No ha sido al fin tan fácil ni feliz
dejarte, amada mía.

No ha sido fácil, no.
Y hasta los vidrios empañados
Parecen en la noche una metáfora
Del amor, de los años, de esta melancolía.

 

3

Hermanito, te pienso en esta noche,
Como en otras, drug moi, amigo mío,
De todas estas noches en que te hablo
Y te pienso, en tu noche, aquélla, la última,
La noche en que habrás dicho “Basta ya”,
Como si yo estuviera en ese cuarto
Del hotel “Anglaterre”, como si yo
Fuera vos, con la soga entre las manos,
Con mi vida pendiente de tus manos,
Con tu vida pendiente de las mías,
Y te doy la razón: yo haría lo mismo
–Aunque, mejor, te salvaría, hermano,
Que morirse no es nuevo en esta vida,
Pero siempre vivir es cosa nueva.

  

Poetas rusos

(Canción) 

Whisky y tabaco,
Gin y tabaco,
Vodka y tabaco,
Leo y traduzco
Tarde en la noche
A mis queridos
Poetas rusos.
Es claro, entonces,
Que moriré
De un enfisema
O una cirrosis,
O de tristeza
Por el destino
De los poetas
Y por la historia
Que es un mal sueño
Que no termina
Al despertar,
Que es ese cuento
Lleno de furia
Y de gemidos
Que cuenta un loco
O algún bufón
Para que ría
Un triste Dios.
Whisky y tabaco,
Gin y tabaco,
Vodka y tabaco,
Cuando me muera
De un enfisema
O una cirrosis,
No habrá un lamento:
Me iré contento
Porque en las noches
Solas de invierno
Leí y traduje
Para deleite
De un Dios sin sueño,
De un Dios absurdo,
A mis queridos,
A mis amados
Poetas rusos.

 

Viejas canciones rusas

Si el dolor de esta noche
Fuera tan sólo mío. Tarde, escucho
Viejas canciones rusas, de la época
De la Segunda Guerra, y esa música

Resuena en el silencio de la casa
Como las notas de una marcha fúnebre
Lentísima, y desfila durante horas
Un cortejo de hombres malheridos,

De lisiados, vendados, mutilados,
Que se arrastra en la sombra y en la nieve
De regreso del frente a sus lejanos
Hogares, que tal vez ya están en ruinas.

Aquí es enero y viaja por el cielo
De la ciudad del sur la hermosa luna,
Silenciosa testigo de desgracias
Que casi es imposible imaginar;

Y en su pálida luz por la ventana
Pasa la procesión de lo que ha sido
Como un presagio de lo que vendrá,
Y en la pena del hombre solitario

Bajo la lámpara, también están
Las penurias de ayer y de mañana,
Como el reflejo, vivo y muerto, de una
Póstuma luz entre un millón de estrellas. 

 

Releyendo a Vittorio Bodini

Tu non conosci il Sud.
V.B.

Después de tantos años
He vuelto a abrir el libro que leía
Y traducía, allá del otro lado
Del mar, en un pueblito de Calabria,

Con devoción amarga, como si
Rezara una oración a un dios falible,
A un dios incomprensible,
A ningún dios.

No sé si era feliz en aquel tiempo
(Nunca anduve de acuerdo con la vida),
Pero ahora me duele su recuerdo
Como quien llega en sueños a una casa
Donde ardió el fuego lento de los días

Y ya no queda nadie, ya no están
Las manos que a su lado se entibiaban
Y no hay manera de volver atrás
Y tomar esas manos una última vez
Para dar gracias y pedir perdón.

Leo de nuevo los poemas
Con sol mediterráneo
Sobre paredes blancas
Y olivos negros y geranios rojos
Y otra vez soy el hombre que se asoma
A un balcón, extranjero
Y se queda mirando
Esta luz que se pierde en los montes lejanos.

 

Palabras para Alfonso Berardinelli 

“solitaire-solidaire”
Albert Camus

(“Jonas ou l’artiste au travail”)

Allá estoy, en un pueblo perdido de Calabria,
De nombre casi mágico, Arcavàcata,
Moviendo el cochecito de mi hijo de meses
Y leyendo, anotando, transcribiendo
En un cuaderno blanco que aún conservo
Palabras de tus libros, largos párrafos
Que no quería resumir, sólo por no perder
La gracia de su estilo, aquella luz
Que brota de las cosas que están bien conformadas
(Como dijo Tomás y repetía Dedalus).
Cinco lustros pasaron desde entonces
Y aquella luz me sigue iluminando;
No olvido tu lección, una lección sencilla
Y rara, como es rara la palabra genuina
Que ha avanzado, como agua de vertiente
De estas sierras, debajo de la pétrea
Aridez de la época, y resurge un buen día
Vuelta una miel silvestre
De sol, dulce y amarga, bajo el cielo.
Abejorro de Roma, que has zumbado por años
Sobre testas ungidas, sobre ciénagas ciegas
Y las parras doradas de los grandes poetas,
Has sido siempre para mí la imagen
Del pensamiento libre, de una Europa
Libre de curas negros, curas rojos
Y grises empresarios de miseria,
La Europa de Orwell, Auden, Enzensberger,
La verdadera Europa imaginaria,
Donde un artista a solas en su cuarto
Escribía, con mano de Camus,
En la página en blanco aquellas dos
Palabras: “solitario–solidario”.

 

Cinco de la mañana

a Alejandro Crotto 

Cinco de la mañana. Qué silencio.
Solamente el sonido repetido
Del viento sur en las persianas. Nadie
Te escribe ni te llama ni te piensa,
Nadie que pase por la calle o toque
El timbre de tu puerta. Se parece,
Dirías, al silencio de la muerte,
Y es cuando más te sentís vivo, a solas
Con tus versos y los de tus maestros,
Tu lámpara, tu vaso y tu tabaco,
Soñando lo que ha sido, lo que no,
Lo que quizá, buscando las palabras
Que digan lo que sos y no sabés,
Lo poco que entendiste de este mundo
Y el infinito de lo incomprensible,
O sólo, a lo mejor, una lejana
Inexpresable sensación al fin,
Para formar con ellas –tus palabras–
Ese ínfimo objeto que algún día
Les mostrará a los ojos de tus hijos
Unos rasgos, apenas unos rasgos,
En los que reconozcan ese rostro
Invisible, secreto, de su padre.

 

Casi una plegaria

A Ricardo H. Herrera

Cuando llegue, si llega, la edad de retirarse a juzgar la cosecha, lo logrado con gozo y con esfuerzo, y me halle, como ahora, con un parvo manojo de espigas de poemas, que no sé cuánto valen en el plato de la incierta balanza del tiempo y de lo eterno, espíritu, libérame de la ansiedad de toda recompensa: que me halle, como ahora, inclinado hacia el surco de los versos, el ojo atento a lo que pasa y lo que queda, la mano temblorosa y fervorosa abierta, mientras deja caer la palabra en la tierra impredecible. Quiero decir: la vida y la obra no valen por nada ajeno, sólo la dicha de vivir y de escribir. Por eso, cuando llegue la hora, si es que llega, del retiro de invierno, no haya rencor ni espera del elogio: enciende el fuego, prende, como ahora, la pipa, y piensa aún en la página donde arderá tu día –llama y humo.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, 1963). Ha publicado, en poesía, Lo que trae y lleva el mar (1994), El trabajo de las horas (2004) y Estudios de la luz (2010). También es autor de los volúmenes de crítica literaria El astro disperso (2001) y La poesía en el país de los monólogos paralelos (2014).>>