Pierre-Jean Jouve: conocimiento, duda, revelación

Conocimiento, duda, revelación [1]

Nelo Risi

 

La obra de Pierre-Jean Jouve es una Commedia que se juega en el interior del hombre, entre la conciencia y el inconsciente, pasando del conocimiento a la duda y de la duda a la revelación. También los eventos históricos son percibidos íntimamente y repensados desde la perspectiva de la eternidad. Donde la eternidad es una sed de absoluto que no precisa identificarse necesariamente con Dios; puede ser percibida como idea de un orden que aspira continuamente a actuarse, y la vida como un continuo ejercitarse para la muerte.

Para Jouve la poesía es el arte que ve. Una vida casi ascética (en el sentido de soledad totalmente intelectual) no separada de una natural inclinación aristocrática, reforzada por una disciplina interior que irá afinándose con los años. Ninguna cooperación, escasa utilidad social (confinada, por otra parte, a la primera madurez y rápidamente repudiada); en esto él pertenece, incluso por su edad, a la generación de Saint-John Perse, inmediatamente posterior a la de Proust y Gide. Su ideal artístico es Baudelaire, no Mallarmé, en quien advierte el peligro de una cristalización retórica que tiene su filiación en el esteticismo de Valéry. En esta soledad, la estima que él tiene de sí es grande (corregida, sin embargo, por una humildad responsable); los nombres que acuden con más frecuencia a sus páginas críticas y sobre arte (San Juan de la Cruz, Hölderlin y Nerval, Mozart, Delacroix y Balthus, Berg…) son los de seres aislados, místicos, espíritus aristocráticos con una misión a cumplir. Jouve comienza a realizar su propio mundo creativo relativamente tarde (a los treinta y siete años) con un gesto de rechazo por la obra precedente, todavía ligada a difusas experiencias sociales, hasta que una profunda crisis (no religiosa, sino espiritual) lo conducirá a lo largo de cuarenta años a una suma de trabajo en apariencia contradictoria: una vocación por el silencio continuamente desmentida por una laboriosidad creativa que se cuenta entre las más ricas de nuestro tiempo.

En el arco de su obra Jouve se vuelve constantemente hacia Baudelaire, buscando la llave que esa modernidad que le abrió el camino a más de un siglo de poesía, no sólo francesa. Al hablar de Jouve la referencia a Baudelaire me parece obligada (será necesario, en el curso de esta presentación, hacer referencia a un segundo nombre, el de Freud, diversamente importante, para comprender en plenitud el desarrollo de nuestro autor): no se trata de establecer lo que un poeta piensa críticamente de otro poeta, sino de situar al hijo en relación con el padre. Hay en Jouve una descendencia de Baudelaire que ningún otro poeta puede reivindicar, una afinidad de elección verificable sólo en la complementariedad de Baudelaire en relación con Poe.

Es nuestro consuelo porque si él pudo, a pesar de la miseria, de la sífilis y de la humillación pública, a través del desierto, ¿por qué no podríamos nosotros, incluso en un desierto más desierto? (…) Él es un respaldo para el oficio de poeta, que es todavía más siniestro en la época de la alta moda. (…) Es un gran actor del teatro de la angustia, que reconforta con su negro amor vivo, productor de cosas de bronce.

Así se expresa Jouve en una de sus Proses, con la pasión de un hijo que defiende la querida memoria. No se podría estar más distante de la celebrada requisitoria que Sartre ha escrito contra Baudelaire, en un estilo propio de un ministro público, atento tan sólo a detectar los síntomas de la decadencia, a trazar un retrato psicológico y naturalista que tiene aparentemente en cuenta la época, sin permitirle al imputado hacer un descargo sobre la superación de esa atormentada individualidad burguesa. El tic y las manías de Baudelaire, su dandysmo, la belleza extraída del mal sueño son para Jouve, por el contrario, diversas «máscaras» que ocultan la perfección, el bien, la salud; el satanismo del poeta no es más que «travestismo» de una insatisfecha búsqueda espiritual. «En la época humana de Baudelaire no se podían tocar ciertas cosas sin la prudencia de una parodia, de una máscara. Y no solamente para resguardar a los otros, sino también a sí mismo”. [2] La comedia sacrílega de Baudelaire escondería por lo tanto una aspiración a un orden religioso continuamente oscilante entre las fuerzas del bien y del mal, del eros y de la muerte. Es el instinto de muerte el que motiva el pecado, lo asume y lo rescata. Verdad a la cual Baudelaire habría llegado por sus propios medios, en virtud de una introspección dolorosa y dramática. Si me he demorado sobre esta interpretación es porque ella es reveladora del modo de pensar de Jouve. Naturalmente, no se trata de establecer un paralelo (inimaginable históricamente, por otra parte) entre los dos poetas, sino de iluminar a Jouve a través de la clave que él mismo nos ofrece del pensamiento de Baudelaire. Entonces los dos versos famosos que cierran «El viaje»:

Plonger au fond du gouffre, Enfer ou Ciel, qu’importe ?
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau !
[3]

aclaran la sustancia del problema. Ese « enfer ou ciel », puesto allí como entre paréntesis, revela una concepción dualista de la vida instintiva que parece recorrer los tiempos y querer sacudir el optimismo del siglo del progreso. Si luego extraemos de la palabra « inconnu » el valor completamente moderno de inconscient, y abandonamos el daimón romántico para adentrarnos en la psicología profunda, recalamos en nuestro siglo.

Para Jouve, alrededor de 1925 (y tenemos el testimonio directo en su diario En Miroir) el psicoanálisis fue el descubrimiento de «un continente interior». Es raro que una ciencia experimental origine el nacimiento de un poeta; una ciencia, en sí, no es un objeto de poesía. Pero toda ciencia presupone un método. En nuestro caso, el psicoanálisis le proveería un método a la poesía. Liberando de las fuerzas oscuras que tienen relación con el arte (basta pensar en los mitos griegos como proveedores de material a la tragedia clásica) el proceso del conocimiento interior acaba por enriquecer al artista que ahora está en condiciones de elaborar de manera consciente la experiencia vivida. Jouve dirá de sí que «inventa la propia verdad». Para él, la poesía se propone la salud y la salvación (salus) del alma, del mismo modo que el psicoanálisis se propone la cura del paciente. Para redimir a los monstruos del inconsciente, el psicoanálisis clásico ha elaborado el concepto de «sublimación”. Análogamente, para el creyente el único modo de salvarse de las penalidades del infierno es el de confiarse a la fe redentora. Ambas doctrinas tienen una base psicológica que escapa a cualquier consideración de carácter racional, siendo la confianza la primera garantía tanto para la curación como para la beatitud. Tampoco la poesía se justifica racionalmente: la heterogeneidad de las aproximaciones lógicas y sintácticas no es de índole consciente, sino que se resuelve en un nivel más profundo, en una zona no visual, latente, de una materialidad secreta y densamente orgánica que se identifica con las fuerzas originarias de la vida misma; en este nivel, según la definición de Bachelard, se convierte en «un centro de sueños». Es partiendo de aquí que Jouve alcanza la poesía y ningún moderno logra, como él, darnos la impresión del verso creado, en sentido etimológico: de sacar algo de la nada. Se trataba, en definitiva, de reestructurar el lenguaje poético en el punto en el cual lo había dejado Baudelaire: acabado y a su modo perfecto, pero formalmente cerrado, fortalecido por una poética tradicional, renovada sin embargo desde el interior (y esta fue la novedad mayor) con relaciones de tensión que contenían en germen la nueva versificación.

Para Jouve, por lo tanto, era necesario volver a los orígenes. En este sentido, y sólo en este, el psicoanálisis le sirvió de ayuda: tomando en préstamo el lenguaje simbólico, sirviéndose del inconsciente para restablecer el contacto con las etimologías primitivas, usando con arte su tendencia al repliegue y a la introspección sin fondo, recurriendo en definitiva a la fulgurante novedad de las imágenes, más que de los símbolos, cavando en las palabras como si tuviesen en peso específico, el poeta organiza su propio mundo. Ya se trate de novelas, de ensayos o de poesía (y sólo de esta última me estoy ocupando) pronto aparece en él la ambición de escribir una obra orgánica, de ser el autor de un solo libro. De ahí el constante retomar los motivos, el entrecruzarse subterráneo de los temas, el desmenuzamiento de los mismos mitos continuamente retomados y enriquecidos, el uso apenas variado de los símbolos, y sin embargo vueltos a proponer variadamente a lo largo de los años: una fuerza sincopada y triturante en las primeras obras, una onda vasta y orquestada en las últimas. Un desarrollo temático de naturaleza musical (para Jouve, como para Pasternak, la música ha sido el gran amor). Hoy el lector de poesía está habituado a un lenguaje elíptico, le basta pronunciar (como en el poema de Montale): «Búfalo», para que el nombre actúe. Pero si un poeta hace revivir los mitos, entonces en necesario que él vuelva continuamente con otras palabras a los nuevos conceptos. En las raíces de la existencia Jouve establece una relación física entre el ser y el ente, para nada abstracta, de un panteísmo sexual que evoca las voces de las literaturas primitivas:

Brilla el sol en el páramo triunfal
Porque tú estás tan muerta
Hay resplandor solar
En las huellas que inscribieron tus ojos
Y sombras de gran árbol enraizado
En la fatal Melena que me hizo delirar.
[4]

«No tengo ninguna predilección por la belleza de forma o de armonía; yo amo la belleza de fuerza, de esencia. Es esta una idea más orgullosa y más tremenda de la belleza, y sin embargo más humilde ante la realidad invisible».[5] Un arte, por ende, poco placentero. Que retorna a los orígenes del pensamiento, con todos los riesgos que semejante operación supone, antes que nada la oscuridad. Y sin embargo estamos lejos del hermetismo, al menos entendido como coartada burguesa del escritor frente a una situación política de fuerza: lo real está aquí, a alcance de la mano, pero nosotros preferimos ignorarlo; voluntariamente nos construimos una poética del renunciamiento para justificar nuestra cautela, la prudencia, nuestra bajeza moral. En Jouve, por el contrario, el compromiso nunca ha faltado: ha denunciado en su tiempo el suicidio colectivo hacia el cual se precipitaba la humanidad y ha identificado la aproximación entre la Libertad y la Catástrofe. Lejos entonces del hermetismo, si bien el hecho histórico aparece las más de las veces sublimado y trascendido por una visión no propia del desastre. La poesía está como inmersa en una esfera del pensamiento donde la certeza interior lucha con nudos expresivos aún no adecuados o traídos a la luz como fragmentos de un lenguaje olvidado, en un esfuerzo que somete a una dura prueba la materia. Y cuando de esta se libera la belleza, ella se nos aparecerá como una verdad absoluta sin más velos ni fingimientos:

He resuelto verme sin límites
No fatigarme con la verdad
Ni torturarme con la fe: bendecirme
Con la belleza simple insolente y única. [6]

Una visión exaltada lleva a sentir las cosas como joyas vivas. Raramente esta visión es pacífica, las más de las veces es terrible. Jouve habría podido vivir en la época de los grandes constructores góticos de catedrales o en la Italia de Dante, cuando la poesía era voz de la religión. Pero si digo poeta católico pienso en Claudel, pienso en Péguy, no pienso en Jouve. La estructura de su obra no es dogmática, la visión angustiada que el poeta tiene de la existencia lo aproxima en todo caso a un metafísico como John Donne; en ambos hay un retorno no casual a Dante, sin por ello ligarse a las teorías científicas y filosóficas propias del Medioevo, que para el poeta inglés encuentran su correctivo en Kepler y Galilei, y para Jouve en Freud.

Jouve escucha activamente el universo y lo transcribe del único modo en que le es posible a un moderno: no contemplándolo, sino haciéndolo actuar. El poeta tiene hambre de imágenes (como Rimbaud); rompiendo las ordenadas arquitecturas formales él crea una versificación violentada, apasionada, dialéctica, donde la forma se abre a todas las tentaciones del verso y en donde todo es movimiento: es la vida misma con sus contradicciones, sus gritos heridos, sus impulsos mal recompensados, la vida sobre todo con su fuerza escandalosa, que siempre nos sorprende cuando se realiza entre errores y culpas. En este sentido Jouve es un poeta del realismo trágico, en él el acto poético no evoca nunca a Narciso, un complacido reflejo de sí, sino la eterna condenada fatiga de Sísifo. Porque ésta es una de las intuiciones de Jouve: con una suma de finitos tender al infinito. Poesía no como seducción, por lo tanto, que no está del lado de la serpiente sino más bien del de las víctimas, se llamen Eva o Helena.

De una creación ciega devastadora
Haz el día el pan cotidiano
¡De una fuerza opuesta
A la arquitectura, al cuidado! [7]

Una visión de la materia, febril e insomne. Y, paralelamente, un color mágico, absoluto, en estrecha relación con el de los sueños o con la paleta de un artista que no tiene necesidad de toda la gama de los colores para imprimir la huella de su imaginación vigorosa.

Pasad árboles gigantes muebles de la cuesta
Montad por la luz un poco más en el estampado
Los pájaros azulados del estío sobre los montes de hierba
¡Y tú grita más fuerte, cielo azul truculento! [8]

Por una razón que llamaría prospectiva la naturaleza en Jouve nunca es tranquilizadora. El sujeto es llevado improvisamente al primer plano o alejado, obteniendo de tal modo para el verso efectos insólitos, independientes y deformantes entre sí. El paisaje resulta microscópico o macroscópico, huye de la medida humana y contribuye a suscitar una atmósfera de irrealidad que puede ser pacífica cuando es pura contemplación de un objeto, pero que las más de las veces fascina o espanta. Las pesadillas, los estados de hipnosis, la mezcalina, parece que generaran sensaciones análogas, y algunos artistas de nuestro tiempo ?Huxley, Michaux? han revivido mecánicamente las mismas impresiones. He aquí lo que nos dice Aldous Huxley en un pasaje de su ensayo «Las puertas de la percepción»: «Tomé la píldora a las once. Una hora y media después estaba sentado en mi estudio, mirando fijamente un vaso de cristal. El vaso contenía tres flores (…) Esa mañana había sido golpeado por la vivaz disonancia de sus colores. Pero no se trataba sólo de esto. No miraba ahora una inusual disposición de flores. Veía lo que Adán vio la mañana de la creación: el milagro, instante tras instante, de la existencia desnuda». Para Jouve una experiencia semejante es inaceptable en el plano del arte, para él «el milagro» está únicamente en la palabra escrita por el creador en el momento en que actúa y no en la repetición de impresiones artísticas obtenidas por una sociedad que no quiere maravillarse de nada y que devora todo con la misma obsesiva inquietud. En su rechazo él llega al extremo de no tener ni siquiera en cuenta las experiencias de los místicos «…cuando estamos débiles y queremos aferrarnos a las maravillas anteriores, frecuentamos, tal como yo lo he hecho, a los místicos cristianos o a los espeleólogos del espíritu. Para descubrir después que su auxilio es nulo. Lo repito una vez más, sólo cuenta una maravilla: la propia, pero comunicable».[9]

La poesía de Jouve se nos muestra hoy, en su justa luz histórica, como una meditación realizada en lo trágico, que sin embargo lleva en sí una idea de salvación o al menos se la propone. La obra nueva se inicia en 1925, cuando salió el poema Les Mystérieuses Noces. París estaba entonces en plena aventura surrealista, una empresa enérgica y de un optimismo romántico, una fábrica de arte al fin monótona y ruidosa que no podía por cierto atraer a un escritor apartado, distante del juego formal y del automatismo. Jouve ya había dejado a sus espaldas otros movimientos, se había  opuesto al expresionismo de Jules Romains y desertado de la solemnidad un poco sentimental de los humanistas, con los cuales sin embargo había compartido sus impulsos y, fuerte en su conquistada autonomía, se encaminaba solo por su camino, ignorando el surrealismo. Le debe haber quedado una antipatía hacia todo aquello que hace grupo, una desconfianza por todo aquello que es colectivo, acentuadas por el carácter orgulloso y esquivo. Pero este solitario, aun con su extraordinario dominio de sí, tiene un costado de abandono tierno y precioso, casi indefenso, por todo aquello que es digno de amor. Los términos Amor-Muerte comprenden al poeta y a la obra. Son los dos temas, todavía confusos y en embrión, que hacen su aparición en el primer libro que, ampliado, asumirá forma definitiva poco después en Les Noces:

Mi naturaleza es fuego y te reconozco.
Me haces levantar al alba de mis sueños rotos
¡Destruye, destruye !
Y yo soy los destellos. [10]

Un mundo todavía informe, que nace del caos, se delinea en sus estructuras esenciales; son tantos elementos simples, arrimados con violencia, que comienzan a conocerse con estupor y cuya presencia tiene algo de incierto: sensaciones, fragmentos de ideas, fragmentos de diálogo, voces discordes en la armonía del mundo juvenil. Está la naturaleza, una terrestre fanfarria coloreada y fresca, con los «aromáticos montes», con las estaciones felices, los árboles, las nubes, los hielos, está el espacio y la muerte. Y está el hombre con su culpa, los gritos de dolor, las primeras invocaciones a Dios.

Con el hombre hacen su aparición los símbolos:

Una paloma
Balanceada sobre la rama
Por el viento frío
Bajo el casto sol
Tras la muerte
Antes de la resurrección,
He allí lo que me queda de esperanza. [11]

Dirá en otro poema que la paloma, arriesgándose una vez, nunca volvió. El hombre, solo sobre la tierra, presa de terrores, abandonado por Dios; el hombre y su compañera, áridos, perdidos, «dos piedras apoyadas en el gran vacío», caídos tan bajo, son sólo materia:

Quema estos corazones son de silex
Estas almas de vigas de acero, de billetes de banco
Estos personajes no son verdaderos, quema sus muñecos
Estoy tan abajo ves tú que por eso el cielo está ultrajado. [12]

El hombre no ha descubierto todavía la armonía de la naturaleza,  « l’esprit de division » que lo posee él lo atribuye al universo sensible: exterioriza los fantasmas que lo devoran. Estamos frente a la culpabilidad inconsciente. Jouve no se propone organizar esta materia informe; habiéndola extraído de lo más hondo, él sigue con atención analítica la vida de los instintos: «…Este hombre no es, como podríamos creer, un personaje de traje o uniforme; es más bien un abismo doloroso, cerrado, pero casi abierto, una colonia de fuerzas insaciables, raramente felices, que se mueven en derredor con la pesantez y el espíritu defensivo de los cangrejos».[13]

 

Traducción de Ricardo H. Herrera

 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. En: Pierre Jean Jouve, Conoscenza Dubbio Rivelazione. Antología, traducción y prólogo de Nelo Risi, Milano Accademia, 1971.>>
  2. Del ensayo Tombeau de Baudelaire, 1942. Es interesante hacer notar que otro estudioso de Baudelaire, Walter Benjamin, llegue a una conclusión análoga (v. “Baudelaire y París”, en Angelus Novus).>>
  3. Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa? / ¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!>>
  4. Il fait beau sur le plateau désastreux nu et retourné / Parce que tu es si morte / Répandant des soleils par les traces de tes yeux / Et les ombres des grands arbres enracinés / Dans la terrible Chevelure celle qui me faisait délirer. De « Hélène », en Matière Céleste.>>
  5. De Apologie du Poète, 1947.>>
  6. J’ai résolu de me voir sans limites / Ne plus me fatigue à la vérité / Ni me torturer à l’espoir : mais me blesser / De la simple beauté insolente et unique. De Hymne.>>
  7. D’une création aveugle dévorante / Fais le jour le pain quotidien / D’une poussée toute contraire / A l’architecture ! au soin ! De « Abraham », en Diadème.>>
  8. Passez arbres géants meubles de la pente / Par la lumière montez un peu plus dans les ramages / Des oiseaux azurés de l’été sur les monts herbeux / Et toi crie plus fort, ciel bleu effroyable ! De « Draperies », en Les Noces.>>
  9. Del diario En Miroir.>>
  10. Oui ma nature est feu et je te reconnais. / A l’aube tu me fais me lever de mes songes brisés / Détruis, détruis ! / Es moi je suis les étincelles.>>
  11. Une colombe / Balancée sur la nue branche / Par le vent froid / Au soleil chaste / Après la mort / Avant la résurrection / Voilà ce qui me reste d’espérance.>>
  12. Brûle ces cœurs ce son des silex / Ces âmes des poutrelles d’acier, des billets de banque / Ces personnages ne sont pas vrais, brûle leurs poupées / Je suis si bas vois-tu que le ciel en est outragé.>>
  13. Del prefacio, ya célebre, a Sueur de Sang.>>