La quemadura del dedo y la herida mortal

(Paz Busquet: Crudas – Audisea)

En los primeros párrafos de su best-seller La muerte del padre, Knausgard ofrece una exposición detallada de los mecanismos y costumbres que el hombre pone en funcionamiento para ocultar la muerte, o mejor aún, lo siniestro de un rostro inerte. Según se desprende de su lectura, no habría justificación de índole práctica o sanitaria que explique el celo, la prontitud con que nuestra sociedad extiende una sábana blanca sobre un rostro sin vida. Sin recurrir a hipótesis antropológicas, el novelista se apoya en la evidencia de su sensibilidad: la vida sólo es posible a partir de ese ocultamiento. Una ciudad que no oculta a sus muertos es el infierno. Tal como está planteado el tema, se trataría de algo más que el decoro atribuible a una sociedad refinada: un rechazo verdaderamente primario. 

El arranque viene al caso porque de ese territorio negado procede una porción importante del caudal de imágenes que corre por los versos del primer libro de poesía de Paz Busquet. Lo inasimilable del dolor y la violencia de la muerte, que en los hombres de ciudad sucumbe a la elisión, fluye libremente hacia las palabras de Busquet. Ellas poseen una capacidad de choque equivalente a la de los fenómenos que representan. “Mi hermana me dijo: si me muero antes que vos / quiero que me mires a la cara, / que me veas muerta.” Se diría que casi no hay elaboración artística, salvo que ella sea ese mantenerse en el ámbito de la evidencia dura. En suma: testimonio. Para el lector, el efecto inmediato de esa transparencia puede ser de una aspereza casi intolerable. Puede sentirse que los poemas de Paz Busquet muerden, provocan, atacan. Sin duda ello está presente en la poesía de Paz. Su agresividad, sin embargo, no es la de un predador. 

Morder, provocar, atacar son también las respuestas elementales de un animal herido que se recauda. La distinción es importante porque pone a la noción de herida en un sitio clave para acceder a la transformación que su arte opera, impidiendo circunscribir el quid poético de Crudas a lo testimonial, a  la denuncia. Es importante, sobre todo, porque es la poeta la primera en percibir la insuficiencia, la cortedad de las mímicas feroces. En una entrevista, Busquet lo ha planteado como una cuestión de prioridades de dolor: “(…) de pronto, me quemo el dedo. (…) ese dolor se vuelve lo único que me importa, hasta que escucho gritar a mi hermana. (…) inmediatamente, me olvido del dolor. Me entrego a lo necesario (…) Mi proceso de escritura tiene que ver con eso, insistir en algo, ensimismarme, y saltar al exterior para olvidarme de mí y dar algo más” [1] . Es decir, dos tipos de heridas o dos fases del dolor. El poema al que hace referencia el fragmento de entrevista se titula “Olvido”. Pero el esquema de los dos tiempos se repite en el libro, sugiriendo su condición medular en el sistema verbal de la poeta: “Te escuche gritar cuando ella / te bañaba con agua fría / por ser rebelde, dijo.”  (Primera herida) “Pero lloraste más y distinto / cuando ella se fue.” (Segunda herida). Es sorprendente que una poeta novel haya captado y pueda hablar con tanta lucidez sobre la materia implícita en su primer libro de poesía.           

Entonces, a la fase del dedo quemado sigue la fase de las heridas mortales. A la primera se asocia la estridencia –los gritos—, el ensimismamiento, la incapacidad para pensar en otra cosa. A ella atribuyo la crudeza peligrosamente disuasoria del libro. El corazón del libro está en la segunda fase. Allí, el marcador semántico de herida se desplaza y asienta por metonimia en un fragmento de su acepción: apertura. “Desde que te morís en todas las rutas / tus manos se abren en mi cuerpo”, “Así nomás el tajo / una apertura”, “Te rompés en el asfalto. / Se abren tus mejillas…” La conmoción golpea al lector que percibe el traslado del centro de gravedad del libro. Desarmado, ve cómo las significaciones se reorganizan: el aparente sadismo de un pedido (quiero que me mires a la cara, / que me veas muerta) es sustituido por la mayor intimidad imaginable, por un pedido de genuina comunión: una hermana sabe que en la mueca final está su secreto –por gélido que sea– y le pide a la otra que lo atesore, que lo incluya como signo en una serie de sentidos todavía vivos. Y la poeta lo ha hecho: “Si no fuera necesario romperse para oler / las peras del verano, pero es cierto / me llevo mejor con los cambios que me hiciste.” Toda la ríspida energía que servía al rechazo pasa, sin atenuaciones, sin falseamientos (se trata siempre de un pasaje de heridas menores a heridas mayores) a las arcas de la correspondencia y la hospitalidad. 

A esta altura, es imposible soslayar la índole religiosa del libro de Busquet, aunque se trate de una religiosidad en negativo abierta a una trascendencia ausente. Sea por lo prematuro de su encuentro con lo insondable o por mera incapacidad de su sensibilidad para asimilar una forma religiosa preexistente, Busquet está obligada a retroceder a un grado cero, sin mediaciones, para fundar su mito: “Deslizá las tijeras por mi cabeza, // voy a tocar con el cráneo el aire y la lluvia”. En la negrura, sus versos comienzan a fulgurar con verdadero aplomo hierático: “El hijo abrió los ojos en la oscuridad” “No sé qué hacer, dijo el padre” “El hijo la alzó, la llevó hasta el lugar // que le habían destinado para parir” “El horizonte te acompaña, dormís”… El tono del último verso del libro “Y yo sin ritual, sin religión” es amargo, pero no es el cierre; en realidad contiene la cláusula de inicio que guía su despliegue: la construcción de un rito y de uno en particular: un rito de nacimiento. La localización terminal de este verso cumple la tarea estratégica de velar mínimamente –los esquemas simbólicos son más eficaces en la sombra– el pasaje mágico de muerte a nacimiento que encuadra su libro: “Entonces nací yo”. 

La construcción poética de un rito, entonces. O, puesto en clave más íntima y próxima a la poeta: la prolongación del hábito infantil de escribir cartas para no privarnos del poder de la correspondencia.

Javier Foguet

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Candelita Gómez, Si llovieras hermana mía. Entrevista a Paz Busquet,
    http://evaristocultural.com.ar/2016/03/04/si-llovieras-hermana-mia-entrevista-a-paz-busquet/ >>