Hacia una apertura del espacio literario

(Selección, traducción y un poema de Alejandro Crotto: Browning & Tennyson: Once personas– Bajo la luna)

 

Hace tres años, Alejandro Crotto publicó Chesterton, lacónico título de un conjunto de veinte poemas breves. Evidentemente, el título era una suerte de lema, una señal que apuntaba hacia el núcleo de una obra polémica que indagó con valentía problemas éticos y religiosos desde un singular ángulo de visión. Esa tendencia se continúa y se ahonda en este libro, en el cual ya no es uno, sino que son dos los poetas ingleses de primera línea que nos dan la bienvenida en el umbral del volumen, presentándose como autores del material que se va a mostrar a continuación. Y ello es: diez monólogos dramáticos, inteligentemente elegidos y admirablemente traducidos, o más bien imitados sin escatimar gracia y musicalidad. Diez monólogos dramáticos, diez retratos, diez personas. Hay una oncena persona más que aparece al final, ya me referiré a ella más adelante.

Recuerdo que la lectura del Chesterton de Crotto me llevó en su momento a la relectura de parte de la obra literaria del propio Gilbert Keith Chesterton. Fue entonces que releí el Browning de Chesterton, un libro en el cual el polemista británico no ignora el enigma crucial de la vida del autor de El anillo y el libro: el rapto de Elizabeth, su futura esposa, ante la negativa de su padre a entregarla por las buenas, acto audaz al que sucede el posterior prolongado exilio voluntario de la pareja en la amable tierra de Italia, que concluyó muchos años después, con la muerte de Elizabeth Barret. O sea que el pasaje de Chesterton a Browning y Tennyson realizado por la escritura Alejandro Crotto obedece a una lógica muy clara: hace al coherente develamiento del árbol genealógico en el cual reconoce su propio linaje intelectual y vital.

Las intenciones de Alejandro Crotto al escribir este libro han sido múltiples. En principio, naturalmente, asimilar a dos poetas que admira. Luego, darle a los metros que eligió para verterlos al castellano –el endecasílabo y el alejandrino– la máxima flexibilidad, probándolos en extensas y complejas tiradas narrativas que, por su ritmo nervioso y sus permanentes cambios de tono, exigen un dominio absoluto de esos instrumentos. Finalmente, dilatar el horizonte de su voz y de su visión, lo cual, se lo haya o no propuesto el poeta, contribuye a moderar la clausura del versolibrismo y del exteriorismo de la poesía argentina de estos tiempos. 

Tras la eclosión del romanticismo, la cantera de la subjetividad estaba agotada, de modo que en la época denominada “victoriana”, para poder continuar haciendo poesía no se encontró otro camino que recurrir a la tradición, en busca de temas y de figuras que posibilitaran una apertura del espacio literario. En cierto modo, algo bastante parecido a lo que ha realizado Borges en su poesía a partir de El otro, el mismo, ya agotada la energía vanguardista.  Esta es la tradición de Crotto y por ella avanza. Browning y Tennyson no son traducidos literalmente en Once personas, sino recreados. Ese trabajo de recreación constituye un puente activo –un dilatado taller de poesía– que conduce al punto donde Crotto quiere llegar. Ese punto es el último poema del libro, el suyo: “Simone Weil”, la persona oncena.

Es poema de una compleja elaboración rítmica, escrito en pentadecasílabos, alejandrinos que encuadran un soneto velado y versos libres imparisílabos. Se trata de un monólogo más lírico que dramático, situado a remota distancia tanto de la literatura victoriana como de la poesía argentina reciente, ya que aspira al éxtasis en cada uno de sus versos, ubicando a Alejandro Crotto en el horizonte que definitivamente quiere habitar, que es el de la palabra abierta a la trascendencia. No soy un conocedor de la poesía religiosa argentina, pero está claro que el poeta ha debido recurrir a una figura “irregular” (como podrían serlo Artaud o Daumal, sugiere Alfonso Berardinelli), de otro idioma y de otra cultura, para poder encarnar su elección de poesía y de vida, de modo que es razonable afirmar que no ha encontrado modelos que lo pudieran guiar en la tradición de nuestra lengua. El salto poético que presenta este libro es amplio. Las dificultades de lectura y de traducción que proponen Browning y Tennyson son infinitas, y lo cierto es que Alejandro Crotto ha logrado construir con esas complejas arquitecturas verbales ámbitos de recreo de una vivacidad sorprendente, que en ningún momento nos dejan advertir que se está leyendo poesía traducida. Browning y Tennyson le han dado soltura y plasticidad a su verso, aliento a su impulso lírico, y Simone Weil, con su lección de fe, confirma y dilata el horizonte espiritual que ya en Chesterton se configuraba como el centro de su búsqueda poética.

Ricardo H. Herrera