El dulce porvenir

Carlos Battilana [1]

 

Hogueras y frutos

Sería capaz
de atravesar
el vidrio
de esta ventana
para recostarme
durante cuatro días
y cuatro noches
en la tierra,
para recordarme
los hechos
que pertenecen
a un tiempo
en que no fue posible
el sosiego.

Ahora
con la voluntad intacta,
voy a pensar,
otra vez,
en hogueras y frutos
voy a buscar
algo ajeno
a la abstracción.

Tocar, ver
la superficie
áspera
de las cosas
acaso
sea acompañar al mundo
y también
despedirse
de las horas
sin la carga
que los dioses
o el destino
les han asignado.

Si el destino
existe
voy a tomar con amoroso
cuidado
los racimos de uvas
que están
en la mesa
de la cocina
y hablaré
antes de cualquier acto

diré
quizás escriba
“¿cómo aman los que pasan los días
sin
la espesa conciencia
de la aflicción?”

Dura el quebranto
–aquí,
ahora–
y como si fuera una escultura
o un jarrón,
lo toco
lo hago viejo
me vuelvo creyente
camino
despaciosamente
por la liviana
extensión
del día.

 

El dulce porvenir

Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad

reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso

cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
–sí, con alegría–
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños

cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increíble
referencia
y ahora
puede
–finalmente–
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto

yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energía
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
–ya ciego–
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar

amo
con pobreza
como pude

pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
–polvo del camino–
la única propiedad
con base
en lo real.

 

Las sombras del camino

Como si las espinas
no fueran una rotura,
la plegaria
es un acto alucinado
o un alivio,
según se mire,
que recuerda
–adormecido–
la imagen
de siete ciervos
oscuros
atravesando en paz
una extensa llanura
blanca.

 

Una oración

Despliego un mapa infantil
sobre la mesa

puedo acariciar a Marcos,
a Sofía, a Emilia

puedo
–si quiero–
tocar el aire transparente.

Pesados los zapatos, las botas,
arrastrando
la herencia que no se quiere ir
–como arrastran los esquimales
sus bártulos
cada vez que se mudan
en la estepa helada–,
pido
al aire transparente
al agua purísima del lago
a sus afluentes
por el oxígeno
que no tendré
cuando toque la piedra del final.

¿Qué extraña mutación,
qué rara metamorfosis
contienen
las leyes del lenguaje?

Dios
–el silencioso movimiento del sauce–
¿es posible
disolver
este resto de tierra?

Escribo la palabra dios
en registro ceremonial:
escucho
las palabras importadas
del español, hago del Tú
una sintaxis real,
mezclo el Vos, la vacilación y lo oscuro
y trato de asimilar
un tono pobre
–deshecho,
casi deshilvanado–
con el que podré comenzar.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Carlos Battilana (1964) es autor de Unos días (1992), El fin del verano (1999), La demora (2003), El lado ciego (2005), Materia (2010), Narración (2013), Velocidad crucero y otros libros (2014) y Un western del frío (2015), del cual hemos tomado la presente selección.>>