Poesía del tacto

(Alejandro Nicotra: La tarea a cumplir  – Colección Fénix / Editorial Brujas)

 

Hay algo primario en la poesía de Alejandro Nicotra. Poesía que señala al lector los hábitos perceptivos del poeta mucho antes que sus hábitos lingüísticos. Poesía que retrotrae por un camino verbal a la alquimia remota de la mirada, el oído, el sabor, el tacto. Poesía del tacto la llama el propio Nicotra: “digo tu cuerpo con las manos…” Sólo que todos estos gestos vitales no son pre-discursivos. Se encuentran confundidos, casi identificados con el decir: “un juglar azaroso: / éste que dice /–por figuras con árbol, piedra, nubes– / la letra de la luz”; “Todo lo que ha escrito la noche /–astros, espectros– / lo borra el alba”; “Hace tiempo, te digo, / que no decía las mañanas, / pero diciéndolas así / como quien muerde una fruta…” Los ejemplos pueden multiplicarse. El blanco contra el que se recortan las pocas líneas que conforman sus poemas es el silencio de la atención, de la espera; pero es un silencio articulado. Para hablar con propiedad, es como si la poesía no fuese un paso posterior a la mirada –una traducción– sino su condición. Sus árboles y sus montes no son nombrados poéticamente, son percibidos poéticamente. Es una diferencia sutil, sugerida por su mirada exterior, por su afición al paisaje y por el halo de silencio en torno de sus palabras, que crea la imagen paradójica de un hombre que se ensimisma hacia afuera; una diferencia sutil, difícil de probar, ya que apunta en última instancia a algo que está más acá y más allá de una cuestión técnica: a la cualidad inasible, enigmática que troca su escritura en poesía. Esta familiaridad con la materialidad del código o, si se quiere, esta sensibilidad –ya que es algo distinto a un saber de semiólogo– para captar que el lenguaje preside cada movimiento, cada agitación, es lo connatural de la poesía. Hay sintaxis, hay fraseo en el modo de acariciar a la amada. No es una metáfora. O mejor dicho, es una metáfora primaria antes que un tropo literario.

Estas son algunas reflexiones que vienen a nosotros gracias al panorama que provee la lectura de la última antología de Alejandro Nicotra, La tarea a cumplir, editada en la Colección Fénix. “Una vida retirada, una obra contenida es la fórmula con la que el antólogo Ricardo Herrera ciñe la labor del cordobés. Según se desprende del prólogo, el segundo adjetivo hace referencia fundamentalmente a la brevedad de la obra. Sin dejar de ser justa, la observación se enriquece admitiendo una segunda ola semántica del vocablo; me refiero a entender “contenida” en el sentido de templada: una obra que ha mejorado sus propiedades a partir de la templanza. La puntualización es útil para confinar en su justo sitio el fantasma de afasia, de desesperanza que tiñe con tonos apagados el fondo de su escritura. Nicotra es breve, en efecto, pero su poesía no sufre la elocuencia de lo lacónico, del despojamiento. Por el contrario, nos parece que la suya es una poesía condensada, casi violentamente condensada. No levanta la voz, pero su tono y sus imágenes son intensos. Hay pocos pinceles en la poesía argentina de los últimos tiempos que hayan abocetado mejor los árboles: “La tormenta, / que avanza / y ha cubierto ya el ángulo / del sur: / pero los árboles, / sus hermanas menores del jardín, / las cazuelas con agua, / no mueven ni siquiera una hoja, una onda…”, “los árboles ya abstractos del jardín…”, “Y los árboles ya son objetos de la noche…” Los árboles abstractos están a la altura de los pinos constantes de Mistral, lo que no es poca altura. Otro ejemplo: “el grito agrio de luz de una cigarra”. Esa figura, que cierra un poema crepuscular, donde todo parece ser abandono, acompaña y señala el auténtico ademán afirmativo de su poesía. Este es el remate completo del poema: “Nada más, / y a lo mejor uno se queda unos minutos / si es que oye / brotar entre esas ruinas / el grito, agrio de luz, de una cigarra”. La concentración de la imagen es asombrosa, una sinestesia por partida triple: un sonido que se percibe como el sabor de algo visual. El verso supera expresivamente otra referencia de relieve: el grito agrio del tigre que acecha a Quiroga en un fragmento archiconocido de Sarmiento. Un estudio estilístico profundo de la obra de Nicotra sin lugar a dudas señalaría el sustrato apasionado, enérgico, de su escritura. Un estudio tal no dejaría pasar la predilección de Nicotra por las tormentas (por el éxtasis y la calma asociadas a ellas como si fueran un asunto personal); así como tampoco dejaría escapar la referencia a los gritos, a veces nocturnos, de los pájaros. El trueno, el grito nocturno de un pájaro son irrupciones, son picos abruptos en un electro de serranías y mesetas. La poesía de Nicotra está hecha de esos picos. Suenan al natural, como sin énfasis, porque Nicotra tiene caja para aguantar el registro.

A lo largo de su obra, Nicotra ha escrito algunos poemas que funcionan como poéticas. Para terminar, me gustaría comentar velozmente dos de ellos incluidos en la antología. El primero es la poética machadiana en el poema “Con él”. Según entendemos, se trata de una opción por la llana lírica clásica de Machado (“Para nosotros la flor roja y de ceniza sobre la mesa…”) contra los arabescos helados del barroco. Cuando menos es una vía de acceso parcial al registro de Nicotra, ya que si bien el argentino se identifica con los rasgos vitales del español –sencillez, fidelidad al propio sentir, deber, vida retirada– su ánimo expresivo es opuesto: elíptico (casi hasta el barroquismo: “Pero ellos, la flor) cuando Machado es expansivo. En fin, mientras en Nicotra predomina la condensación, en Machado impera el desplazamiento, y ésta es una diferencia de base importante. Más curiosa, pero también más valiosa como poética, me parece su “Opinión sobre poetas”. Proveniente de una veta estilística marginal, poco frecuentada por Nicotra, el poema tiene la virtud de exponer en unos pocos versos la médula de su dilema acerca de la vigencia de la poesía, así como una temprana vindicación de la misma. La cuestión no es trivial, ya que Nicotra identifica el ser con el decir. La poesía proporciona un saber roto, fragmentario, que debe ser reafirmado cada vez: “Al parecer, todo ha concluido. (…) Solo que la mañana ha vuelto”. Nos gusta esa poesía que destila naturalidad, sobre todo cuando cada palabra ha tenido que pasar por una decisión límite.  

 

                                                                                                                    Javier Foguet