Remontando días cumplidos

Rodolfo Godino[1]

 

Río San Antonio en creciente

Todas las primaveras
enloquecías.
                        Tu lomo oscuro
ocultaba la piedra y el nombre
mostrado por la seca
volvía al sueño de la hondura
donde la mica y la memoria
                                          guardan
recónditos diamantes.

 

Pregunta con clara intención

¿Volveremos
como ráfagas emocionadas
volando sobre aromos,
                                          brotes
y oscuros dátiles,
hasta el azud y la tibieza
generadora del agua,
en urgencia de unión, sin aliento,
sin escrúpulos, sin temor, sin fin?

 

En el antiguo Parque Thays

                   para Claudio Suárez

Las ciclistas contra el sol,
muslos tempranos
y mecanismos móviles
cumpliendo delicadas tareas
y el malestar
                            de ángeles custodios
callando en la espesura
de tipas y gomeros.

 

Visita de invierno a las viudas costureras

                                                                                 i.m. Luisa G.

La casa italiana esperándonos en el repliegue de la loma y mi mano -mínimo guante marrón- en tu mano. Ellas nos reciben en su teatro de máquinas singer y vapor de planchado. La más baja me besa y su boca se demora y busca: ese momento y el perfume del azúcar rubia sobre las brasas han durado como riqueza durante años colmados de ausentes, desquicios domésticos y otros sucesos menores.

 

Remontando días cumplidos

Bienvenida al fin
la comprensión del alma
en desarrollo, el demorado aprendizaje
los cambios accidentales,
                                                   el retorno
de lo dado y la manifestación compleja
del poema terso todavía en la boca
última y hábil
de este dueño nombrado.

 

A un barrio cerrado

Nunca entraban temporales
ni barro originario,
ni oscuridad,
ni ácaros,
                          apenas garzas
ornamentales, señoras
asexuadas, lavanda,
perros dorados.

 

A un arreo de tristes caballos

Dignas cabezas, mataduras, úlceras
flotando en el vapor cambiante
de la amanecida
                                   y ojos
que no pueden olvidar
y filos esperando
como el viento espera al perfume
amargo
                     de la poda en combustión.

 

A Giorgio Caproni en su pueblo desierto (1912-1990)

En su letra de arrasado,
                                                de invisible,
dijo que sólo existe en la oración,
pero agregó
                          la soledad
sin Dios, irrespirable.

Quisiera verlo,
aun en su desgraciada
condición actual.

 

A la llegada del otoño austral

                                                           para Serena (n)

Asustadas por un mes ambiguo
se fueron las mariposas
                       Volverán
sólo para tus ojos,
acaso con sensibles
rastros de mí.

 

Pequeña madre de yeso y esmalte

A esta altura mi voz es franca,
                                                          la traigo
y la dejo en tu cámara de sumisión,
tu vivienda alterna.
                                         Ayuda pido,
otra vez la mujer de la deuda
estuvo en el sueño,
vino cubierta por la herida difícil
marcándome con su dedo de víctima
a la vista de medio mundo:
                                                      el día
de las flores privadas él estuvo
sin estar, lejos de mi alma.

No fue como los otros cargos
injustos: no mentía.


A la Navidad del 42

La mano gris de la madre de mi padre abre la puerta, me alcanza y fuerza mi cabeza contra el escalón humedecido donde acabo de ceder a la vejiga desesperada: la tibieza sin culpa sube por su pollera hacia rosas blancas y arratonadas hojas negras.

Ahora bate vino dulce y yemas azucaradas mientras en la mesa de los dignos nuestra historia aparece, severamente cernida.

(Durante las oraciones, excesiva en su banco, guarda al hermano débil, lejos de mí.)

Volvemos a la casa en la oscuridad, ella al frente, por el borde del campo recién ahogado; reflejos de sus ojos glaciales se mueven entre sufridas retamas.

 

Acechando durazneros en diciembre

                                                                              VV. AA. 1951

(Reunidos bajo la luna, decidiendo arramblar el indignante reino de la posesión defendido en sus límites por débiles acequias.) La pulpa de los frutos sonrojados en lo oscuro pedía ser violada, dulzor en labios vírgenes que sólo en futuros labios ocultos libres de inocencia regresaría a la memoria sensual estremecida.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Rodolfo Godino (San Francisco, Córdoba, 1936) ha recogido lo más representativo de su obra poética en las antologías Curso 1961-1982, Viaje favorable 1954-2004 y Asunto por asunto 1961-2008.>>