Aviso a las altas esferas de mi cráneo

Carlos Rey [1]

 

Ataque de vida

Hoy puedo decir que desperté inspirado,
como si el sueño aún no se hubiera dormido dentro de mí
y me acompañara en la vigilia del día
y removiera mis cabellos, como jugando,
y acariciara mi boca,
y me hiciera cosquillas en la lengua,
y preparara el camino para que hablara.

Hoy puedo decir que desperté en uno de esos días
en que uno se siente poeta,
y mastica palabras, y goza del dulzor de masticarlas,
y siente que podría decir lo que pensara,
lo que pasa por su pensamiento,
aunque no pasara,
y decirlo todo sin decir nada.

Hoy es uno de esos días en que uno siente que podría mentir
con toda la verdad sobre los hombros, en el cuello,
y gritarla en la garganta, explotándose el pecho;
y qué lindo es ser poeta en estos casos,
bajo estas condiciones,
cuando la fuerza de trabajo es mínimamente proporcional
a la riqueza obtenida,
y cuando uno no sufre de palabra estancada,
ni se mancha la camisa de sudor sudamericano,
ni sacude la boca, ni golpea la puerta del cerebro,
pidiendo permiso al pensamiento,
ni remueve o escarba el vacío por dentro.

Hoy es uno de esos días en que uno podría cantar con ganas,
tararear alguna melodía absurda,
bajo el inmenso sol insignificante,
y podría uno también,
para el mayor disfrute de todos los órganos vitales,
silbar por la calle si así lo quisiera. 

 

Aviso a las altas esferas de mi cráneo

¡Lástima que con estas palabras no dijera lo que pienso,
lo que razono en mi pecho,
lo que olvido en la noche,
cuando duermo, por dormir,
cuando vivo, por vivir,
cuando estoy escribiendo!
¡Lástima porque tendría tanta cosa por decir, diciendo,
que no sabría por dónde empezar!
¡Habría tanto por decir, tanto por expresar, expresando,
que no sé si el tiempo me alcanzara para decir tanto!

La verdad es que es una lástima que no se dijera,
que no se expresara tanto silencio guardado,
tanto olvido olvidado, tanta palabra encarnada.
La verdad es que cuando lo pienso pensando
en todo lo que se pierde, en todo lo que se muere
olvidado me siento consternado hasta el punto
de no saber qué decir, qué sentir, y pienso si es necesario seguir,
si es posible que se siga por más que se siga,
y no se qué pensar porque no quiero ser trágico, oscuro,
alimentando a los pájaros negros de la muerte.

Pero la verdad es que me da mucha lástima, mucha impotencia
saberme impotente, limitado, reducido,
expulsado de mi propio pensamiento,
y, sin embargo, sigo por seguir siguiendo,
con todo este pesar en el cerebro, estas palabras,
haciendo montaña en mi espalda,
doblándome, duplicándome el sentido.

¿Qué hacer, amigos poetas? ¿A quién recurrir?
¿A quién asaltar en el camino?
¿Habrá, entonces, que robar las ideas,

al menos, hasta que sepamos las nuestras, las propias –cosa imposible–?

¿Y habrá, por otro lado –me pregunto con la duda del que no sabe qué pensar

pensando– algo más para robar, para saquear, para exprimir,
de Caeiro, de Vallejo, de nuestro Gelman ¡ay! eternamente muerto?
¿Habrá, entonces, que resignarse a comprar las ideas, los pensamientos,
en los supermercados, en los almacenes, en las ferias de mercadeo?

¿Habrá, entonces, que arrancarlos de la tv, de las bibliotecas,
de los basureros, de las redes sociales, absurdamente reales?
¿Habrá, entonces que hacerlo haciéndolo?
¿Y qué pasará con nuestro pensamiento, el original, el propio,
el que no existe existiendo, cuando se presente,

cuando venga a nuestro encuentro, cuando nos llame desde adentro?
¿No estaremos confundidos de tanto pensamiento ajeno, de tanta oferta

de ideas, de tanta venta y reventa, para verlo, para reconocerlo?

¿Y cómo saber si es el nuestro, el que esperamos, el que ansiamos esperar
esperando?

¿Cómo estar seguros?
¿Cómo no dudar dudando?

Supongo que esta bien que yo lo diga,
con esta voz del que cree descreyendo.
Supongo que esta bien porque soy poeta
y los poetas desconfiamos de los pensamientos,
de todos aquellos que no provengan de los dioses muertos.
Supongo –porque no puedo afirmarlo con la seguridad del que
afirma afirmando–
que hubo un tiempo otro en el que se creía en el pensamiento,
y había pensamiento en el aire,
en las habitaciones,
en las escuelas,
en los monumentos,
en las plazas públicas,
y había pensamiento rondando como pájaros,
en las manos,
en el ojo,
en el oído taponado,
y había sin haberlo
en el alma, en el espíritu,
cuando existían sin saberlo,
cuando no sabían que debían saberlo
para ser una realidad sin misterio.

¡Cómo no sentirme triste cuando pienso en ello!
¡Cómo no entristecerme hasta saltar lágrimas de la tristeza!
¡Cómo no pensar en lo que no pienso si pensando en ello me
siento tan desolado, tan huérfano de huesos!
Y si me dicen que hay que seguir sigo,
y si me explican los proverbios los aplaudo,
y si me visten de oficinista me desangro,
y si me exhiben en los espejos bailo,
y si me dicen que no haga nada de eso lo mismo lo hago
porque soy útil, porque soy útil, porque soy útil.

Hombre argentino de bien, yo te destaco y valoro;
trabajador, esposo y padre, ciudadano digno y respetable,
yo te destaco y valoro y te regalo mi pensamiento
para que te acompañe y te alce y te acalore en invierno
y te resfríe en verano y te agrise en otoño y te sumerja en primavera

Hombre argentino de bien, poeta amigo, futbolista de la palabra trunca,

epicúreo de la razón, estoico del entrecejo,
yo te saludo y convoco y levanto tu mano en nombre de mí mismo,
de mí mismo y del otro, levanto tu mano cartesiana
para saludarte, para reclamarte, hoy, en nombre del pensamiento,
hoy, en que estoy triste, con la tristeza del que está entristeciendo,
hoy, en que pienso que no pienso pensando en lo que pierdo
perdiendo lo que siento, sintiendo lo que olvido,
olvidando lo que callo, callando lo esperado;
hoy, poeta amigo, hermano argentino de bien,
yo te saludo, y rememoro, y te regalo este silencio,
este silencio aullando por delante,
y estas palabras, estas palabras, estas palabras
gritando de costado.

 

Preocupación con un silencio

Hace días que no veo al poeta.
La última vez que lo vi tenía mala cara, es verdad:
ojeras,
no son buenas las ojeras;
muchas veces, son el preludio de algo más grave.

Hace días que no hablo con el poeta.
No es que lo extrañe
–con todas las obligaciones que tengo–
pero me llama la atención que no hable,
justo él que tanta lágrima suelta hacía de sus palabras.

Hace días que no anda por aquí el poeta,
que la noche no está despierta
y que es un olvido la casa;
y no es que yo lo sienta,
que para mí, en definitiva, significa más descanso,
más reponer fuerzas y ser explotado,
pero me preocupo
como me preocuparía por la buena salud de cualquier ciudadano, sea
verdadero o ficticio o, como en este caso, improductivo.

Quizá sentó cabeza,
finalmente,
consiguió un trabajo digno que consume su tiempo totalmente
haciéndolo desaparecer por completo;
o, quizá viajó,
finalmente,
a la gran ciudad luz, la de otro tiempo,
¡Reine du monde!–y se dejó dormir en un sueño,
junto a sus maestros y sus recetas;
o, quizá –¡Dios no lo quiera!– se murió,
finalmente,
como se mueren los poetas y el mundo y todo en esta tierra.

Quizá,
o quizá no,
pero –¡ay!– yo nada sabré hasta que no lo vea.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Carlos Rey (Buenos Aires, 1977) ha publicado, de manera formal, un libro de poemas titulado Cavidades (2008); de manera informal (en ediciones artesanales de escaso tiraje) ha publicado otros tres libros, dos de versos –Tumbaya (2010) y La tumba de Enrique Fogwill (2013)– y uno de prosas: El Dorado (2013). Los poemas aquí reunidos forman parte de un conjunto que lleva el título general de El poeta y yo y otros poemas.>>