Una retórica de la inmediatez

(Íntegra, obra poética completa de Gonzalo Rojas – Edición de Fabienne Bradu. Fondo de Cultura Económica)

 

 ¿Habrá algo menos afín al latido entrañable de la poesía que un mamotrético volumen de mil páginas? Ya lo advertía el mismo Rojas en uno de sus poemas: “y nada de obras completas…” ¿Cómo no temer entonces por la suerte de su voz inmediata en este libro, si hasta en los mejores la poesía es esquiva, si hasta los mejores publican más de lo que debieran…? Por otro lado, es claro que el prejuicio no se sostiene. Principalmente porque la poesía, cuando está, logra siempre filtrarse. Pero también porque las obras completas tienen, en cuanto género, indudables encantos propios: nos ofrecen una visión de conjunto de la obra, por ejemplo, y la posibilidad de asomarnos a su desarrollo.

En ese sentido, Íntegra es un libro excelente, que tiene el mérito de sumar a esos encantos esperables un tono casual, íntimo. Efectivamente: por un lado presenta todos los poemas publicados por Rojas a partir de su primer libro, y mediante notas e índices puede rastrearse cómo fue cambiando cada poema a lo largo de las sucesivas publicaciones (hay también una imperdible sección de poemas no recogidos en libro en la que se puede espiar a un jovencísimo Rojas probando su voz en romances y sonetos). Pero, además, al final de casi todos los poemas se agregan dos comentarios: uno informativo sobre el poema que lo antecede y luego un segundo comentario del mismo Rojas, seleccionado por la editora. Provenientes de cartas, de reportajes, de sus lecturas públicas, estos comentarios de Rojas pueden ser sobre el poema anterior, o bien una opinión general sobre la literatura, la vida, la poesía, o simplemente una anécdota, etcétera. A veces breves, fulgurantes: “¿Qué se espera de la poesía si no que haga más vivo el vivir?”, a veces extensos, como la apasionada página y media donde Rojas cuenta qué hay detrás del poema “La salvación”. En el cruce, la poesía de Rojas queda excelentemente enmarcada.

 

Apunto a continuación algunas observaciones:

1. Resulta fascinante detenerse en la paciencia compositiva de Rojas. Quienes recién ahora contamos con una versión cronológica de su obra (en sus más difundidas antologías los poemas aparecían agrupados según criterios vagamente temáticos) descubrimos que muchos de los poemas en su versión canónica son fragmentos recuperados de los primeros libros (las notas muestran sobre todo decididas supresiones: no es raro que se transforme en un poema breve lo que era una estrofa o dos de un largo poema pretérito). La conclusión es abrumadora: desde 1935 hasta 1977 (o sea, en más de cuarenta años de ejercicio poético) Rojas publicó tres libros –La miseria del hombre (1946), Contra la muerte (1964) y Oscuro (1977)– reductibles a sólo 125 poemas aproximadamente. El dato ilumina: detrás de la inmediatez de sus poemas hay una voz muy pacientemente calibrada; lo que se percibe como inmediatez no es sino una retórica de la inmediatez trabajada por años y años.  

Contrastar esos primeros cuarenta años con los siguientes treinta y cinco (en los que Rojas suelta la mano y escribe casi el triple de poemas, publicados en decenas de libros y antologías) resulta un poco decepcionante: el resultado, en general, es otro, y peor [1] . Sin embargo a un poeta se lo juzga por sus mejores poemas, por esos ocho, once, trece poemas que son la piedra angular que estructura toda la obra. 

2. La de Rojas es una poesía que a lo largo de todo su recorrido insiste básicamente en lo mismo a partir de los mismos fundamentos [2] .

3. El más importante de esos fundamentos es la convicción de que la poesía puede develarnos la dimensión sagrada de lo real. Hay una confianza absoluta en el ritmo. La sintaxis es en principio plana, directa, y puede hacerse desmañada o torcida si el poema lo requiere, pero nunca rompe el pacto de legibilidad con el lector. También se advierte una gran confianza en el viejo puñado de palabras llanas: vida, muerte, amor, agua, cuchillo, fuego, mariposa, mujer, alma, río, cuerpo, relámpago…  

4. Es evidente el ímpetu celebratorio. En particular celebratorio de la materialidad del mundo, de su sensualidad. Pero no es una celebración inocente. De raigambre pascaliana (recordemos el título de su primer libro: La miseria del hombre), esta sensualidad celebratoria se presenta justamente como una repuesta posible ante la conciencia de nuestro desamparo. Una de las ventajas de recorrer toda la poesía de Rojas es notar hasta qué punto versos luminosos como éstos, por ejemplo:

 

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible? 

 

Tienen su oscura raíz en versos así:

  

Por eso estoy hundido,
en esa posición de quien perdió su centro,
la cabeza apoyada en mis rodillas,
como una criatura que se vuelve a las entrañas
de millares de madres sucesivas,
buscando en esos bosques las raíces primeras
mordido por serpientes y pájaros monstruosos,
nadando en la marea del instinto,
buscando lo que soy, como un gusano
doblado para verse. 

 

5. Otra constante es el cruce entre el desborde imaginativo y la cuidada construcción rítmica. Abundan las imágenes de raigambre surrealista, como el decidido comienzo de “La materia es mi madre”: Estoy creado en fósforo. E igualmente fosfórica es la tensión rítmica que Rojas alcanza a partir de los fundamentos métricos de los siglos de oro y el modernismo. Veamos de cerca la tercera estrofa del poema “La salvación”:

  

Algo más que tus ojos azules, algo más
que tu piel de canela,
algo más que tu voz enronquecida
de llamar a los muertos, algo más que el fulgor
fatídico de tu alma,
se ha encarnado en mi ser, como animal
que roe mis espaldas con sus dientes.

  

Gracias a los encabalgamientos y al desplazamiento de las unidades de sentido respecto de los hemistiquios de los alejandrinos, esta sucesión de heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos produce una música que recupera y reformula la tradición. Pero hay más: sin que se altere la duración silábica de la composición operan ocho cláusulas anapésticas: Algo más que tus ojos azules – algo más que tu piel de canela – algo más que tu voz También: en los dos últimos endecasílabos (se ha encarnado en mi ser, como animal / que roe mis espaldas con sus dientes) resuena, encabalgado, uno más (como animal que roe mis espaldas), por lo que en esos dos endecasílabos suenan tres en el oído.

6. Por su fe en la raíz sagrada de lo real, por su confianza en su poder de develárnosla, por su ímpetu apasionado, por su confianza en la inspiración y en la reformulación artística de la experiencia como fuentes legítimas, por su musicalidad, por su léxico inmediato, por su sintaxis directa; en definitiva: por su legibilidad, por su eficacia, por responder en varios aspectos a lo que se entiende primariamente por poesía, la poesía de Rojas seguirá consiguiendo entusiastas lectores.

7. Pero prefiero al de la quiromancia, para concluir, otro de los tópicos de la reseña de una obra completa: un par de frases que resuman o intenten resumir –obviamente en el terreno de la simplificación inevitable– lo esencial que deja esa obra. Las simplificaciones tienen sus obvias desventajas, cierto, pero a veces ayudan a decir algo directo y verdadero. Como que Gonzalo Rojas lleva quince años haciendo que me regocije en esta rara aventura de estar vivo. No se me ocurren muchas cosas mejores que pueda hacer un poeta.

  

Ahora está en la luz y en la velocidad
y su alma es una mosca que zumba en las orejas
de los recién nacidos:
-¿Por qué lloráis? Vivid.
Respirad vuestro oxígeno.

 

Alejandro Crotto

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1.  Hay poemas de una autoindulgencia alarmante: “Empréstame a tu hermana”, por citar uno que tuvo bastante repercusión en su momento, es un buen ejemplo. >>
  2.  No hay en la observación ningún matiz despectivo: mientras la gracia de algunas voces (Lowell, Pasolini, Girondo, Yeats) es indisociable de su variedad de registro y sus cambios, la de otras consiste en modular –con ligeras variaciones y reformulaciones– siempre una misma nota: Rojas, Juan L. Ortiz, Frost, Dylan Thomas o San Juan de la Cruz, por ejemplo. Nótese que la brevedad no está necesariamente asociada a la uniformidad: Rimbaud pertenece al primer grupo; Walt Whitman al segundo.>>