Poética de la interpretación: orfismo y verdad

Franco Bordino 

No se deje confundir por las superficies;
en las profundidades todo se transforma en ley.
Rainer Maria Rilke

 

¿Qué sentido tiene hoy el orfismo? ¿Puede el poeta revelar las esencias de la naturaleza y sus leyes ocultas? La naturaleza es un libro escrito con caracteres matemáticos, decía Galileo. Correlativamente, el poeta órfico hizo de la Naturaleza su propio libro, un libro poético, escrito con sus caracteres específicos (tropos literarios, sentimientos y cosmogonías angélicas), e hizo de la poesía un arte de desciframiento (o de desocultamiento, como le gustaría decir a Heidegger). En el Siglo XX, el libro matemático de la naturaleza se fracturó: la legitimación de las geometrías no euclideanas, la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad pusieron en tela de juicio la apodicticidad matemática de la naturaleza, introduciendo en ella la indeterminación y la necesidad de interpretación mediante modelos funcionales. La labor del científico ya no puede ser pensada como un desciframiento de leyes objetivas, al menos no sin discusión. ¿Se puede entonces seguir concibiendo al poeta como un revelador del ser? ¿No es nuestra época la más oportuna para separar de una vez por todas la reflexión poética de la reflexión sobre la verdad y para pensar la poesía por sí misma, en tanto puro arte o en tanto “poesía pura”? Responder positivamente a esta última pregunta implicaría el final de la poesía órfica. Nuestra época sería entonces la época del fin de la verdad poética (si no de toda verdad).

 

El orfismo está acabado. No hay nada en el fondo de las cosas. No hay ni esencias ni leyes en general, ni mucho menos esencias poéticas. Pero el orfismo y la relación de la poesía con la verdad y la naturaleza sólo están acabados si persistimos en reducir la poesía a una labor de desciframiento, de desocultación. Hay otro modo de entender la relación de la poesía con la verdad y la naturaleza y, en definitiva, un modo de salvar un conato órfico para la poesía de nuestro tiempo. ¿Cómo pensar dicha relación para ello?

La labor actual del poeta en referencia a la naturaleza es, ya no el desciframiento, sino la interpretación, y la interpretación de la realidad entera y no sólo de la naturaleza. Hablamos de realidad (en tanto mero entorno), y no de naturaleza, porque, sin leyes y sin fondo de ser, ya no tiene sentido seguir tomando como objeto único de la poesía a la naturaleza. Esto quiere decir que la nueva poesía órfica, en su búsqueda de regularidades armónicas, ya no está condenada a ser pastoril: el mundo urbano cae también bajo el espectro de sus búsquedas, reclama él también su interpretación armónica propia.

Pero, ¿a qué nos referimos con interpretación? No estoy hablando simplemente de una relativización epistémica de la vieja revelación o visión poéticas. Tampoco de que la relación del poeta con la realidad consista en una subjetivación de ésta: la labor del poeta no es subjetivar nada. Lo que hace el poeta, uno bueno y grave, no es añadir a la realidad representaciones coloridas y arbitrarias elaboradas mediante ingenio. La labor del poeta con respecto a su ambiente es una labor interpretativa en el sentido dramático de la palabra. Sólo en este sentido hablamos de una interpretación de la realidad.

 Lo que hace el poeta órfico es ponerse en la piel de su ambiente, interpretarlo como un buen actor interpreta a su personaje; es decir, poniéndolo por encima de sí mismo y dejando que sea el personaje quien le dicte sus gestos, y hasta la forma y contextura que debe tener su cuerpo para poder, el actor, soportar al personaje que tiene que interpretar.

Si no hay Naturaleza, ni ningún orden objetivamente dado, ningún libro bajo los árboles, ni caracteres en el susurro pictórico del paso de las estaciones, entonces, la poesía no puede ser tampoco considerada una construcción subjetiva. La palabra poética no es la ruptura entre dos seres, sino la concordia entre dos vacíos abiertos.

 

La relación buscada entre mundo y obra mediante la interpretación poética es, entonces, como hemos dicho, una concordia, una sintonía, una modificación rítmica mutua entre cuerpo creador y ambiente. La condensación del sentir poético del poeta –de su apertura especial– es una labor orgánica única, aunque caracterizable desde dos perspectivas diferentes: es creación de un microcosmos en función de los ritmos del macrocosmos, pero también absorción del macrocosmos en función de los ritmos personales del microcosmos. La poesía es el elemento comunicante en el que se ponen a sonar en la misma nota dos seres sin fondo, es el elemento en que dos seres (organismo creador y mundo) coinciden en un mismo y único ritmo. Afirmamos entonces que el movimiento que se da entre poeta y naturaleza es de aproximación, el poema es la forma asintótica hacia la que ambos tienden. No hay reposo ni permanencia idéntica de la naturaleza al aguardo de ser descubierta. Tampoco hay obrar del poeta sin una pasividad previa. Obra y mundo se engendran en el poema, se muestran una por el otro en su coincidir armónico en el poema: es en este sentido, por este mostrarse recíproco, que podemos seguir hablando de una verdad poética.

(El ritmo al que me refiero es más que el ritmo musical de los versos. Lo que armoniza y acompasa el poema es la sucesión y alternancia de componentes diferentes –diferencia de tipos: imagen sensorial, imagen objetiva, pensamiento-discurso, respiración-prosodia, manifestación emotiva del yo lírico y clima afectivo– y heterogéneos –heterogeneidad dentro de un mismo tipo: multiplicidad de imágenes sensoriales, por ejemplo. La dualidad poeta/realidad también puede encontrarse al interior del poema en una equivalente categorización dualista de sus componentes [1] . Pero el dualismo más crítico al interior del poema no es éste sino el que puede establecerse entre componentes concretos y componentes intelectuales [2] . El poema es solución y síntesis de ambas dualidades: de la dualidad del poeta y el mundo y de la dualidad entre los componentes concretos y los intelectuales. La primera dualidad es entre poeta y mundo y no entre poema y mundo porque el problema de la referencialidad en poesía nunca es el problema de la relación entre un texto y un contexto; y esto porque, en poesía, toda referencialidad está siempre mediada y es elaborada por el poeta. El poema nunca es un texto huérfano: está tutelado por el autor o está tutelado por el lector. Sintetizar el dualismo hombre/mundo, en uno y en otro, en esas criaturas humanas que son el poeta y el lector, es la función del poema. Lo que intento decir es: la relación de un poema con su contexto histórico no consiste en dar cuenta de él, sino más bien en hacérselo vivir y experimentar de un modo despierto, aunque irreflexivo, al ser humano que comercia con él –con el poema–.)

 

La labor del poeta es efectuar esta coincidencia y su labor es su vida. Porque dar lugar a esta coincidencia entre interioridad y exterioridad es un modo de vivir, de vivir a la espera de (en la predisposición adecuada para) que esta coincidencia ocurra. Es por esta vía que considero posible volver a plantear el tema de la relación entre la poesía y la verdad, esta vez como relación entre la poesía y la vida. La poesía es la aprehensión y captura de estas posibilidades de sintonía rítmica entre dos polos y su realización en la vida; y, en virtud de ello, es también creación y descubrimiento, al mismo tiempo, de una verdad. Ya no es la profundidad de los objetos la que habla y muestra la esencia, sino que es la profundidad de nuestra vida inmersa en ellos la que segrega las esencias y las decanta, en un trabajo silencioso e involuntario, al que el poeta sólo puede consagrarse pero nunca dirigir ni decidir en los detalles.       

 

Después de tanto escepticismo, de tanta focalización exclusiva en las formas –la sucesión frenética de vanguardias efímeras–, después de tanta degradación de la poesía en mero arte y de la palabra en mera materia, después de tanta poesía reflexiva sobre la muerte del lenguaje y tanta poesía sobre poesía, es hora de reclamar una nueva “visión”, una nueva referencialidad y revelación poéticas para la poesía, de restituir todas sus dimensiones a la palabra, de considerar su espíritu además de su materia y su forma. Es posible pensar un nuevo realismo, un nuevo orfismo y hasta un nuevo orden de la naturaleza por medio de esta poética de la interpretación.  

   

Quisiera terminar este breve ensayo con una cita de Rilke que muestra cuánto de órfica, o de rilkeana, tiene esta concepción poética interpretativa:

 

Estamos situados en la vida como en el elemento al que más correspondemos y, además, por una adaptación de milenios nos hemos vuelto tan semejantes a esta vida que, cuando nos quedamos quietos, por un feliz mimetismo, apenas si se nos puede distinguir de todo lo que nos rodea.

 

La coincidencia entre poesía y entorno no se plantea entonces como una adecuación dada de la palabra con un plano absoluto del ser, a la manera de la caracterización aristotélica de la verdad teórica. La verdad poética es por sobre todo un acto, un gesto vital del poeta, que no descubre la verdad absoluta de las cosas en la fría y quieta contemplación de la intelección teórica, sino que se comporta, se asemeja voluntariamente a las cosas que lo rodean y coincide con ellas, una coincidencia ésta existencial antes que representativa. La verdad poética es interpretación: la poesía es verdadera cuando se purga de toda gratuidad, de todo arbitrio personal, y el poeta sólo hace regir su arte por su relación previa (pasiva) y real con su entorno. Si afirmamos que el poeta es un artista del cuerpo, que el cuerpo es el instrumento creador por excelencia de la poesía, lejos de cualquier connotación hedonista o narcómana, o de cualquier oscuridad retórica erotizante –afectas de aquellas mentes que gustan de las palabras bellas pero aborrecen de las ideas precisas– lo hacemos sólo en el siguiente sentido teórico determinado: el poeta es un artista dramático, porque su obra es gesto y comportamiento, interpretación sensible de la realidad. El poeta crea y descubre verdad, actúa y es afectado al mismo tiempo, como el actor que al componer un personaje se afecta de él a la vez que lo determina y modifica.      

Ni el más desesperado nihilismo, ni la crisis más fundamental que haya habido en la historia del saber científico, ni ninguna muerte del lenguaje podrán impedir nunca que el poeta refiera y signifique con su cuerpo… y con su obra. La verdad poética es la única verdad que no puede entrar en crisis, y el saber poético, el más riguroso de todos.  

  

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Componentes objetivos: imágenes objetivas y pensamientos. Componentes subjetivos: imágenes sensoriales y manifestaciones emotivas del yo lírico. Respiración-prosodia y clima afectivo serían componentes transversales y de síntesis.>>
  2. Componentes concretos: imágenes objetivas y sensoriales, manifestaciones-sentimientos del yo lírico. Componentes intelectuales: pensamientos-discursos.>>