Una débil empatía

(Miguel Ángel Petrecca: La voluntad – Bajo la luna)
 

En una entrevista reciente [1] , Miguel Ángel Petrecca manifiesta:
 

“(…) pienso que está bueno (o que uno desea en el fondo) que persista un poco la sospecha del malentendido, de la incomprensión, un especie de resto tal vez relacionado con lo (anteriormente mencionado) del fantasma (…)”
 

Esta idea nos ofrece una clave de lectura para introducirnos en La Voluntad, su último libro de poemas.

El poemario comienza con un terceto en claro tono interrogativo, que despliega la cartografía interna en la que nos introduce el libro. Dice en el poema Novelista:
 

Será posible entonces que todo cobre sentido de repente,
como si agarraras diez años de tu vida y batiéndolos rápido
los volcaras en el formato preexistente de una novela? 
 

Una serie de poemas cuyo título es nada menos que La Voluntad –significante ordenador de enorme relevancia, emparentado con ideas como fuerza, soberanía y  acción que se abre con una pregunta sobre la experiencia misma, y sobre la posibilidad de modulación de dicha experiencia, hasta poder volcarla en un formato preexistente, un molde o un modelo, cuyo fin sería el poder alumbrar un sentido. Preguntar por el sentido y por la experiencia, y por el sentido de una experiencia, pareciera ser el desafío que se plantea Petrecca. Una respuesta provisoria se abre hacia el final del poema citado, unos versos más abajo;
 

No estaba, como el vino, añejándose en una bodega profunda
la experiencia, esperando el momento del descorche;
había escapado, quién sabe bien cuándo y por qué orificio,
dejando en su lugar como un inmenso depósito
donde flota, sin llegar a evocar nada, un perfume familiar. 
 

Experiencia y pobreza. Conjunción que aparece extendida a lo largo de todo el poemario. La constatación, más certera en algunos casos, más dudosa en otros –nótese aquí la importancia que adquiere la imagen de la bruma en los cuatro sonetos que aparecen casi al final del libro de la imposibilidad de narrar o, en un decir más ajustado, de traducir una historia, ya que la construcción de los versos al modo lindante con la narración, y con una métrica que no es de tipo libre aunque tampoco deja de ser irregular, parece ser un método elegido por el autor para ofrecer la musicalidad y el temple adecuado a cada poema y al poemario en general.

En el mismo sentido, habría que despojar a la pobreza de su carácter peyorativo. La pobreza de la experiencia, de una experiencia en particular que puede obrar quizá como sinécdoque de toda experiencia, es una figura útil en la construcción de estos poemas para eludir cualquier desvarío épico y prevenir de cualquier dicción histriónica que haga de la desmesura expresiva su único argumento. Refrenamiento que no es apocamiento, sino conducta literaria a la manera promulgada por José Watanabe[2] ; refrenamiento como método y disciplina de trabajo que en el poeta peruano desborda tanto hacia una forma poética bien determinada como hacia la postulación de una muy singular ars vivendi. En el caso de Petrecca, el énfasis sobre la contención y la discreción discursiva está puesto en función de la construcción de un método de trabajo particular no solo a nivel formal, que se hace claramente visible en la versificación, sino también en el mapa afectivo que se enhebra silenciosamente en todos los poemas. Encabalgamiento cauteloso hasta el límite, y un fraseo estructurado a base de nulas concesiones a la espontaneidad. Un yo poético que no se priva de apelar a la ironía y a un riguroso pathos de la distancia para desmentir la supuesta necesidad a priori de la espontaneidad para el trabajo con las palabras. Baste citar el poema El hombre espontáneo, en el cual puede observarse una especie de ensayo de caracterología sobre dicho personaje, matizado por cierta mordacidad muy bien calibrada por la musicalidad que atraviesa el poema, y sostenida no sólo en este ejemplo en toda la extensión del libro. Por su importancia para nuestra lectura, reproducimos todo el poema: 
 

Olvidar los hechos más importantes
y recordar en cambio una charla de pasillo,
breve y sin jugo, acerca de la espontaneidad,
es el sello del hombre carente de esta. Difícil
que el hombre espontáneo se digne a conversar
sobre la espontaneidad, y más aún que se rebaje
a recordar una charla hecha para el olvido
casi inmediato. El hombre no espontáneo
puede construirse a fuerza de trabajo una prótesis,
puede tras mil instantes de sacrifici
destilar un segundo de falsa espontaneidad
y quedar así en los anales como el arquetipo
del hombre espontáneo. Esta clase de malentendidos
sucede con frecuencia en el campo de la historia.
La espontaneidad no es fácil ni difícil,
se adquiere en un instante y se pierde sin darse cuenta
como la cámara de bicicleta que se desinfla en silencio
mientras sorbemos apoyados contra una baranda,
mirando el atardecer, una lata de gaseosa.
El hombre abandonado por la espontaneidad
continúa actuando aún de forma espontánea.
Pero tarde o temprano (tal vez ese mismo día)
callará cuando no debería o intervendrá de manera torpe
con un comentario sobre el aspecto de su anfitrión.
A veces una generación entera se sacrifica
en nombre de la espontaneidad. Otras, en cambio,
la espontaneidad se convierte en un chivo expiatorio,
sacrificado en nombre de cualquier cosa.
La estrella muerta hace millones de años
y el satélite a punto de volverse obsoleto
no tienen nada que ver con la espontaneidad
mal que le pese al hombre espontáneo o no
que los mira embobado desde una terraza. 
 

El recurso a la hilaritas (burla, risa, pero también alegría) dosificado con prudencia y presente tanto en La Voluntad como en los poemarios anteriores de Petrecca –aunque quizá de forma más subterránea y menos explícita se vuelve una marca de estilo en el autor. El recurso es asimismo útil en tanto modo de corrosión de ciertos lugares, posicionamientos y hasta de cierta mitología todavía asociada a la actividad del poeta y de la poesía. Nada de iluminación o espontaneidad, mucho menos elocuencia, mal que le pese al hombre espontáneo. La poesía es aquella grieta en el lenguaje que inaugura cada vez una extraña superstición, frente a la cual el poeta no deja de sorprenderse, sin dejarse arrebatar o arrastrar por ella.

Ni espontaneidad ni hipérboles expresivas que vuelvan ripiosa la dicción; los poemas de Petrecca basculan sobre la experiencia de la escritura poética contemporánea y, en última instancia, sobre la experiencia actual en general y sus límites y posibilidades. La escritura como un gesto que acerca y arrima a quien escribe al fantasma que tañe en silencio y asedia en toda lengua y que contribuye a sostener cierta dosis de malentendido. Malentendido que funciona en La Voluntad al modo de un arte poética efectuada mediante el ejercicio indeclinable de la sospecha sobre el lenguaje y las convenciones heredadas, hiato que puede originar la apertura al acontecimiento del poema. El último poema del libro –Lección– logra describir con extraña justeza, en el tono de una lección, pero también de una confesión o un deseo, las dificultades que implica para el escritor esta ardua pero muchas veces inevitable disciplina, en tanto preparación para un salto que no termina nunca de producirse ni mucho menos de decirse, disciplina para la cual el talento no lo es todo, pero el esfuerzo casi siempre no es nada.

Franco Castignani

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. La entrevista puede leerse completa en Bazar Americano>>
  2. No resultaría extraño pensar, pero esto sería tema de otro trabajo, las analogías así como las importantes diferencias entre ambos autores, a partir de su contacto e interés compartido en la lengua y la cultura oriental, y en cómo se han concretizado las influencias de dicha cultura en la construcción de una retórica propia en cada caso.>>