Editorial

Ricardo H. Herrera

A fines de año 2012, la editorial barcelonesa Galaxia Gutenberg publicó una nueva traducción de la poesía completa de Yorgos Seferis, realizada por Selma Ancira y Francisco Segovia, que lleva como título la palabra Mithistórima. El significado del vocablo se lee como Novela en esta edición, como Leyenda en otras (el título original del volumen es  Poemas). Existía una traducción anterior, del helenista Pedro Bádenas de la Peña, publicada también en España, por Alianza, en 1989. En 2009, Abada Editores publicó en Madrid una versión de Tres poemas secretos hecha por Isabel García Gálvez, revisada por diez miembros del Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna, entre quienes se cuenta el poeta Andrés Sánchez Robayna, quien escribió un excelente prólogo para dicha edición. También en este caso existía una traducción anterior, realizada por Jaime García Terrés, con la asistencia de Seferis, publicada por la editorial mexicana Era, en 1968: Tres poemas escondidos. O sea que contamos nada menos que con dos traducciones de la totalidad de la poesía y con cuatro versiones completas del último y acaso mejor libro de Yorgos Seferis: Tres poemas escondidos o Tres poemas secretos, según el criterio del traductor (el título original del libro es  Tres poemas crípticos, acaso arcanos o herméticos). Bádenas de la Peña y García Gálvez eligen “secretos”, en tanto que García Terrés y Ancira optan por “escondidos”. Las traducciones al español de las obras del poeta son muchas más -cuento en mi biblioteca una docena de volúmenes, entre ensayo, novela, diario y poesía- pero esta que nos ocupa es particularmente importante, porque Selma Ancira tradujo anteriormente los tres tomos de ensayos del poeta griego, publicados por el Fondo de Cultura Económica de México a lo largo de una década, entre los años 1988-1999.

O sea que estamos frente a la labor de alguien que ha frecuentado con ojo minucioso, amoroso y constante, la obra de Seferis durante más de dos décadas. Confieso que también yo la he frecuentado desde que apareció la bella versión de Jaime García Terrés en 1968, pero con una seria desventaja: únicamente a través de traducciones. Esta larga fidelidad me sorprende, porque no desconozco cuáles son las limitaciones de toda poesía traducida. En general, si bien no suele cobrar mucho, los beneficios de fondo los recoge el traductor, ya que acrecienta el conocimiento tanto de la obra como de ambas lenguas; pero algo ha de recibir el simple lector, puesto que mi fidelidad a esta poesía no ha desfallecido en ningún momento en los increíbles cuarenta y cinco años que han pasado desde que la descubrí. Es verdad que ya había aparecido en nuestro país, en 1966, año de la concesión del premio Nobel al autor, una nutrida antología firmada por Lysandro Z. D. Galtier, hecha a partir de una traducción francesa (El Zorzal y otros poemas), pero lo cierto es que leí ese libro después de hacerme de la hermosa edición mexicana de Era.

Dado que ignoro la lengua griega, no puedo juzgar la poesía, sólo puedo comparar versiones. A veces, una nueva versión me ha permitido descubrir un poema, un poema que con anterioridad a esa lectura me había resultado insignificante. Tal el caso de “Padum”, de Cuaderno de Ejercicios, en la contundente versión de Ancira y Segovia. Sin embargo, no es lo común. Por lo ordinario, los traductores coinciden. Cabe pensar, por lo tanto, que hacen bien lo bueno, y que el resto o no es tan bueno o no soporta el trasiego. Si nos atenemos a este criterio, la obra poética de Seferis se reduce a dos grandes libros breves –Mithistórima y Tres poemas escondidos-, dos extraordinarias plaquettes –Gimnopedia y El Zorzal- y algunos poemas inolvidables (“El rey de Ásina”, “Helena”, “Recuerdo I”). Una obra no más extensa que la de Eliot, por nombrar a uno de sus indiscutidos maestros (al cual, dicho sea de paso, lo mejor de Seferis no le debe nada).

Reitero que la versión de Selma Ancira, hecha con la colaboración de Francisco Segovia, merece especial atención. Sin embargo, no podré explayarme sobre ella, ya que carezco de elementos como para hacer una crítica a fondo. Sólo puedo ponerla a prueba, realizando el cotejo de un solo poema, un poema que aparece en las cuatro versiones que poseo. El poema elegido figura en Tres poemas escondidos. Transcribo la versión de Jaime García Terrés, la primera publicada en nuestra lengua:

 

Hace años dijiste:
“Soy en el fondo cosa de la luz.”
Y ahora todavía reclinado
en las anchas espaldas del sueño
si bien ellas te hunden en el pecho
aletargado del océano
buscas rincones donde la negrura
gastada no resiste ya
investigas a tientas la pica destinada
a perforar tu corazón
para que a la luz tu corazón se abra. 
 

Se trata de una versión rítmica polimétrica que, por ser la primera, está grabada a fuego en nuestra memoria. Fatalmente, todas las versiones siguientes deben medirse con ella, como si fuese el texto original. Entre sus aciertos no recogidos por ninguna de las versiones siguientes, está la palabra “pica”, cuya potencia suasoria es de una penetración absoluta, diga lo que diga el texto original. Otro acierto es la construcción de los versos de cierre del poema, la duplicación de la palabra “corazón”, una especie de quiasmo muy eficaz a nivel expresivo. Ignoro si el hallazgo pertenece a Seferis o a García Terrés. Queda claro al leer el breve prólogo que antecede a su versión, que García Terrés se vio obligado a vencer todo conato de elocuencia al enfrentar el texto original: “esforzándome en preferir, a mis impulsos, las aclaraciones y sugestiones del autor”, señala. Hubo una lucha, una dificultad para asumir el laconismo y la voluntaria pobreza del Seferis último. Leamos ahora la versión de Pedro Bádenas de la Peña:

 

Hace años dijiste:
“En el fondo soy una cuestión de luz”.
Y hoy todavía, reclinado
en las anchas espaldas del sueño,
incluso cuando te empapan
en el pecho aletargado de la mar
persigues recovecos donde la oscuridad
se ha gastado y no resiste
a tientas vas buscando la lanza
destinada a traspasar tu corazón
y abrirlo a la luz. 
 

Rítmicamente hablando, esta versión resulta inferior a la anterior. El segundo verso (verso a partir del cual se desarrolla el poema) aparece enunciado con más fidelidad: el poeta está absorto en una cuestión en la que le va la vida. En los versos tercero y cuarto el traductor ha colocado dos comas que no existen en el original, con lo cual ha complicado la comprensión del texto. En la versión de García Terrés son las espaldas del sueño las que hunden al poeta en el pecho aletargado del mar; en la versión de Bádenas de la Peña el sujeto podría ser otro, que queda tácito. Veamos ahora la versión de Isabel García Gálvez:

Ya hace años dijiste:
“Soy en el fondo una cuestión de luz”.
Y ahora todavía al apoyarte
en los anchos omóplatos del sueño
incluso si te arrojan
al pecho adormecido del océano
buscas esquinas en las que lo negro
se ha desgastado y no resiste
a tientas vas buscando la lanza destinada
a perforar tu corazón
para abrirlo a la luz. 
 

Se recupera aquí la energía rítmica perdida en la versión anterior. “Omóplatos” en lugar de “espaldas” me parece un acierto, no sólo porque es el término usado por Seferis, sino porque es una palabra de origen griego que nuestra lengua ha conservado sin alteraciones. Aporta una cuota de sabor originario. Sin embargo, la elección mengua la fuerza de la antítesis espaldas-pecho (vv.4-6). En los versos séptimo y octavo, constatamos algunas variaciones léxicas que se han venido acumulando en las tres versiones que llevamos leídas y no sabemos bien a qué obedecen: “rincones”, “recovecos” o “esquinas” donde “la negrura”, “la oscuridad” o “lo negro” se “gasta” o “desgasta”. No sé griego, pero me cuesta pensar en “esquinas” submarinas, porque evidentemente el poeta está hablando de una inmersión profunda, que le permite palpar el fondo del mar Egeo, el Egeo de su mente, de la memoria de su mente. Veamos ahora la versión de Selma Ancira y Francisco Segovia:

Hace años dijiste:
“En el fondo soy cosa de la luz”.
Y todavía hoy cuando te apoyas
en los anchos omóplatos del sueño
aun cuando ellos te sumergen
en el pecho aletargado del piélago
buscas rincones donde la negrura
se ha luido y ya no aguanta
buscas a tientas la lanza
destinada a traspasarte el corazón
y abrirlo a la luz. 
 

La incorporación de otro vocablo griego -“piélago”- constituye un acierto. El verbo “luir” me obligó a consultar el diccionario. Luir: rozar, frotar, ludir. Este último verbo generó una nueva consulta. Ludir: frotar, estregar, rozar algo con otra cosa. Ninguna de estas palabras podría usarse en ese pasaje. ¿Qué podría significar la frase “rincones donde la negrura se ha rozado o se ha frotado”? Sin embargo, el tropiezo ofrece la ocasión de detenerse en una dificultad que se presenta en todas las versiones. Ninguna de ellas permite comprender de manera cabal a qué se refiere Seferis con esa oscuridad que parece estar a punto de desintegrarse, al tiempo que resiste, ocultando el arma que está “destinada” a perforar su corazón para reintegrarlo a la luz, para abolir la oscuridad. El cruce metafórico que precede la búsqueda es extraño: apoyado en las espaldas de un sueño lúcido (ya que da origen al poema), el poeta cae en el pecho de un mar dormido (“hipnotizado” traduce Pontani, en la versión italiana), al tiempo que palpa la oscuridad en busca de un arma mortal que le devuelva la luz. Palpa la muerte, podría decirse; concibe la herida final como un nuevo comienzo, clama por resurrección. El tema de la resurrección ya se anunciaba en “Recuerdo I”, poema de Bitácora III, publicado diez años antes, los diez años de silencio que precedieron la concepción de los Tres poemas escondidos. Transcribo los versos finales de “Recuerdo I”: “…murmuré: una mañana la resurrección vendrá, / como brillan los árboles en primavera, retornará la luz del amanecer, / el mar nacerá otra vez, y de nuevo la ola sacudirá a Afrodita; / somos la semilla que muere. Y entré en mi casa vacía”. Este extraordinario poema lleva un epígrafe del Apocalipsis de san Juan que reza: y el mar ya no existe. El recorte del célebre versículo (Apocalipsis 21.2), que en verdad alude al advenimiento de la Jerusalén celestial y no al retorno de Afrodita, puede inducirnos a pensar que la fuente de la vida se halla definitivamente contaminada, que ya es demasiado tarde para intentar una reparación.

Cito ahora algunos pasajes de Tres poemas escondidos que echan luz sobre este último aspecto de la cuestión (el derrumbe del presente, la clausura del futuro): “al poeta / los pilluelos le lanzan excrementos / mientras ve cómo sangran las estatuas. / Tienes que salir de este sueño; / de esta piel flagelada”; “Las almas / se apresuran a separarse del cuerpo / tienen sed y no hallan agua en ningún sitio /…/ Se encoge el país continuamente / cántaro de lodo”; “el mundo / ya no tiene nada que ofrecer / salvo este final”; “Ahora la sangre se sacude / al hincharse el bochorno / en las venas del cielo envenenado. / Busca atravesar la muerte / para hallar la dicha”. Esta urgencia por abandonar la vida, percibida dolorosamente como duración vaciada e intolerable, esta ansia de purificación por el fuego, fuego heraclitano pero también cristiano (“Se queman las algas blancas /…/ figuras que antaño danzaban / llamas petrificadas”; “el rayo se adueña del timón”; “todo busca quemarse […] debe arder”) está, como hemos visto, señalada sin ambages en varios pasajes del libro. Y tanto ese radical rechazo del presente como la desesperada búsqueda de palabras auxiliadoras, tienen que ver con la “cuestión de luz”, constituyen el núcleo mismo del debate, ya que es en esa oscuridad aún preñada de secretas -u ocultas- promesas donde se gesta la expectativa de una final manifestación de la verdad. La muerte corporal es percibida como un necesario acto de justicia: “el justo naufragio de la edad”, escribe. También el pasado cede: “esa [vida] que has despilfarrado”, dice. La transformación, que se inicia con la escritura misma de estos memorables fragmentos coloreados por un fuego turbulento, tiene algo de la conflagración profetizada para el fin de los tiempos. Hay una sola expectativa, el  palabras que Ancira y Segovia traducen como “Triunfal dolor de parto”, en tanto los otros tres traductores las vierten como “dolor de la resurrección”. Evidentemente, no puede ser casual el hecho de que Seferis haya publicado su traducción de El Apocalipsis de San Juan en el mismo año en que aparecieron sus Tres poemas secretos.

Al igual que la versión de Bádenas de la Peña, la de Ancira y Segovia cuenta con notas. Sobre este poema hay una referencia; la transcribo:

V. 2: “En el fondo soy cosa de la luz”: Cf. Seferis, “Desavíos a partir de los Himnos homéricos”, en El estilo griego III, pp. 77-78: “Una vez, al final de un otoño, me pareció que con fulgurante claridad pasó junto a mí el dios o esa memoria profunda. Y dije: «en el fondo soy una cuestión de luz». Fue una experiencia que seguramente muy pocas veces se produce en nuestra vida y que la ilumina por entero; es imposible transmitirla con palabras”. 

Al traducir el ensayo, Selma Ancira optó por la expresión “cuestión de luz”; al traducir el poema, en cambio, prefirió poner “cosa de la luz”. Cabe suponer que fue Francisco Segovia el que impuso su criterio en esta ocasión. Escribir “soy cosa de la luz” equivale a decir: la luz es mi ámbito. Escribir “soy una cuestión de luz” va un poco más allá, hace referencia a un debate en torno de ese ámbito, un debate que tiene que ver con la tradición griega, esa “memoria profunda” a la que alude Seferis en el pasaje citado en la nota. A mi juicio, la cita del ensayo “Desavíos a partir de los Himnos homéricos”, fechado en diciembre de 1965, apenas un año antes de que apareciesen los Tres poemas escondidos (o sea: trabajado al mismo tiempo que el poema, acaso suscitándolo), debió haber sido más extensa, incluir el párrafo anterior. Lo hago: 

“No quiero pintar ángeles porque nunca los he visto”, dijo en alguna ocasión Pablo Picasso. Esta frase me provocó grandes dificultades; ¿acaso alguna vez vi yo a los dioses antiguos y por eso escribo ahora acerca de ellos? Después pensé en Doménico Theotokópoulos; tampoco él vio jamás ángeles con los ojos del cuerpo, y sin embargo los pinta con perseverante insistencia. Me encontré en medio de dos escuelas. Después pensé que la creación artística no nace únicamente de lo que vemos. En esto vino a reforzarme la frase del poeta W. B. Yeats: “Imposible comprender la poesía sin una rica memoria”, escribe. Y esa rica memoria no se limita exclusivamente a la memoria de un solo hombre; es la memoria de muchos anteriores a él. Una memoria profunda; sin ella no me parece que pueda existir la creación artística.

Una vez, al final de un otoño, me pareció que con fulgurante claridad pasó junto a mí el dios o esa memoria profunda. Y dije: «en el fondo soy una cuestión de luz». Fue una experiencia que seguramente muy pocas veces se produce en nuestra vida y que la ilumina por entero; es imposible transmitirla con palabras” 

Como queda claro, la palabra “cuestión” hace referencia a un punto crítico, a una encrucijada -hallarse “en medio de dos escuelas”-, a un asunto que hay que dirimir, una de esas elecciones que definen para siempre a un hombre. La palabra “cuestión” es dramática, la palabra “cosa” no. Y es dramática porque habiendo Seferis tenido contacto con las estéticas de vanguardia (como lo demuestran muchos de sus poemas) en un momento dado se vio obligado a elegir, y optó por sus orígenes, por su raíz, esa que su poesía continúa buscando en el fondo de un Egeo onírico, para reintegrarse a ella en cuerpo y alma.