Una mirada helada

Alejandro Crotto
(Santiago Venturini: El espectador – Gog y Magog)

 

Es innegable que la eficacia de este libro me asusta. Que hay algo inquietante en la implacabilidad con la que por momentos lleva a fondo una poética muy transitada y productiva en la poesía argentina de las últimas décadas: el mundo como entidad inmotivada, sin razón o sentido exterior a sí mismo, y un ojo frío que proyecta su mirada discursiva. 

Son varios los elementos que apuntan en esa dirección implacable; el título, por ejemplo, “El espectador”, donde se denota a quien realiza la acción de mirar mediante una palabra que remite a lo espectral y a lo especular: alguien que mira, entonces, y cuya mirada refleja lo que hay y es a la vez su reflejo.

Y esa implacabilidad continúa en el epígrafe que abre el libro y al que se le destina toda una página en blanco: “No se ve un prado lleno de rebaños pastando/ sin pensar en el aprovechamiento de su carne”, firmado “O.S.”; más allá de la disposición en verso, la cita es de un ensayo, “El hombre y la técnica”, de Oswald Spengler, que denunciaba en 1931 los peligros de una cultura excesivamente maquinista. Dice la cita in extenso:

“Un mundo artificial atraviesa y envenena el mundo natural. La civilización se ha convertido ella misma en una máquina (…). Ya no se contemplan las cascadas sin convertirlas mentalmente en energía eléctrica. No se ve un prado lleno de rebaños pastando sin pensar en el aprovechamiento de su carne.”

El procedimiento es claro; la advertencia queda en el epígrafe reformulada como mero aserto programático que nos informa el modus operandi de este espectador: su mirada, en consonancia con nuestra civilización, registrará en términos de desacralización pragmática.

Por ejemplo, en el poema “diciembre”, un registro de la navidad:

 

(…)
esas luces  esos árboles inflamables
son un oráculo
que dice:
vas a ponerte ropa limpia
vas a recibir un regalo
vas a salir a la calle
a medianoche
con el estómago hinchado
a mirar explosiones en el cielo,
y no habrá ningún dios abstracto
detrás de todo eso,
sino el intento de cambiar
una existencia común
con familiares y comida.

 

Este espectador –que nunca es ingenuo– sabe bien que la objetividad pura es una quimera, que la mirada proyecta siempre un sentido sobre lo observado. Al respecto, hay una significativa serie de dos poemas consecutivos en el libro; el primero se llama “tres personas murieron en las últimas horas por accidentes hogareños (1)” y es la transcripción literal, dispuesta en verso, de una nota real –puede encontrarse fácilmente en internet– del diario “El litoral” del 6 de marzo de 2012. Dice el final del poema, al informar sobre la tercera víctima:

 

(…)
Finalmente,
durante las primeras horas
de hoy
un hombre de 66 años
que se bañaba en su domicilio
de Macías al 2500 (en Santo Tomé),
cayó pesadamente y sufrió
un mortal golpe en la cabeza.
La víctima fatal fue identificada
como Néstor Meuzet.

 

Al dar vuelta la página, el siguiente poema lleva por título “tres personas murieron en las últimas horas por accidentes hogareños (2)” y es un poema escrito a partir de la noticia que, dispuesta en verso, conformaba el poema anterior. Dicen los versos paralelos a los de la noticia de la tercera muerte:

 

después de repetir un nombre,
alguien abre la puerta del baño.
en la interferencia de la ducha
corre la cortina de plástico
para contemplar
la masa rosada y cubista
de un hombre
pegada a la bañera. 

diciendo cosas inentendibles
respira vapor por la boca,
intenta levantar al espécimen,
pero no puede. 

la botella imperturbable de shampoo
promete devolver un cabello fuerte
y sano
desde la raíz
a la punta. 

 

Con la serie, el espectador hace manifiesta la relación entre una posición “neutral” (la transcripción de la nota periodística) y su poesía, que se presenta como una construcción consciente. Objetivista en el sentido de ser el registro de una mirada especular de la época.

La eficacia en la construcción de esa mirada helada es el gran mérito retórico de este libro. En los versos recién citados, mediante:  1. presentar el encuentro del cadáver desde “alguien” que evidentemente quería al muerto, pero con quien el lector, por falta de datos, no puede empatizar; 2. la patética persistencia de la ducha; 3. las fórmulas “masa rosada y cubista” y “espécimen” para referirse al muerto; 4. la estrofa final, con la imagen de la botella de shampoo y su mensaje imperturbable, correlato objetivo de la violenta ajenidad del mundo ante las tragedias individuales (y cuyo efecto ya había sido insinuado en la imagen auditiva de la molesta persistencia de la ducha contra la cortina de plástico).

El ojo está blindado y, en lograda consonancia, la sintaxis es simple, directa. El discurso no recurre a la dimensión rítmica del lenguaje y queda cohesionado por la recurrencia de imágenes eficacísimas y la precisión verbal (“y una farmacia de guardia/ en la que un empleado/ con la cara abollada de sueño/ saca su mano por una ventanita/ y les entrega pastillas/ a los que pagan para recobrar/ la lucidez de la salud”).

O en estos versos del poema “etnografía nocturna”:

 

En la entrada del casino
las mujeres forman un enjambre
de fumadoras 

media hora antes
las máquinas de monedas
les iluminaban las caras
los pelos las carteras,
mientras trabajaban
pegadas a la pantalla.
(…)

 

La ajenidad respecto a la escena que transmite la palabra “etnografía” del título; la palabra “enjambre”, que despersonaliza a las mujeres. El verbo “trabajar” para mostrar la brutalidad de la acción del juego sobre ellas, para mostrar cómo han sido esclavizadas (sin saberlo, ¡creyendo que se divierten!) por la concesionaria del casino, por las empresas tabacaleras… Pero no hay denuncia explícita. No hay tampoco compasión ni empatía…

 Y la mecanización que supone el verbo “trabajar” de los versos anteriores aparece constantemente a lo largo del libro para el registro de los escenarios (“focos municipales y grillos/ funcionando/ gracias al impulso/ de la electricidad”) y de los seres humanos (del poema “supermercado”: “el hombre que vas a esquivar,/ por ejemplo,/ no es más que un dispositivo diseñado/ con falanges y tendones/ para sostener una botella de vino,/ y esa mujer que viene de frente/ es un artefacto cargado/ con cinco litros de sangre/ y un peinado de peluquería,/ desplazándose a siete kilómetros/ por hora/ mientras su mandíbula mecánica/ busca entre los envases de colores/ algo para masticar.”)

Ahora bien, si la eficacia en la construcción de ese registro mimético y helado es su mayor mérito retórico, el libro resulta extrañamente conmovedor en los momentos en que se alcanza a entrever, tras la mirada helada, cierta fragilidad (“Adelaida” y “no en una magdalena” principalmente, pero también “footing”, “el arúspice”, “PiP”, “diorama” o “los discípulos de Elvis” donde la mirada se permite cierto respiro). Es como si se colara por algún resquicio una erizada sensibilidad, como si el espectador dejara entrever la herida que congela su mirada. Cito el final de “footing”:

 

(…)
voy a volver con la ropa mojada
hasta esa casa
en la que una vez dijiste
que así son las cosas,
que no somos nosotros
los que eligen,
pero yo por una vez
creí
que había elegido algo [1]  

 

Quienes hayan, como yo, disfrutado de la zona más cruda del objetivismo norteamericano (Zukofsky), de la zona más intencionalmente prosaica de Montale y Giannuzzi, de la poesía de Casas y buena parte de la poesía argentina de los ´90, no pueden perderse este libro.

Quienes, como yo, estén casi seguros de que la dimensión más potente de la poesía es la que resume W. H. Auden en un pareado de su elegía a Yeats: With your unconstraining voice / Still persuade us to rejoice (“y con tu voz liberadora seguí persuadiéndonos de que nos regocijemos”), no pueden perderse este libro: les hará pensar en cuánto del efecto poético depende de que una intensidad cualquiera se haga aprehensible en la dimensión sensorial del lenguaje y cuánto de la empatía que se genere con la mirada que construye el poema.  

 

Alejandro Crotto

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. En el principio de este mismo poema, por descuido feliz (o intencionadamente, claro, teniendo en cuenta que el cansancio físico muchas veces toma un cariz epifánico) aparecen unos versos que funcionan de manera inversa al resto del libro, unos versos que llenan de infinito la realidad cotidiana: “los humanos crecimos/ viendo el espacio por televisión,/pero ahora veo que las galaxias/ no están a años luz de nada:/ son esos insectos que giran/ elípticamente hipnotizados/ alrededor de los postes de luz.”>>