Poetas argentinos insulares (Segunda serie)

Ricardo H. Herrera

Al igual que la primera serie de cinco poetas que presenté en el número 25, también este nuevo conjunto -conformado por Inés Aráoz, Pablo Anadón, Walter Cassara, Marina Serrano y Alejandro Crotto- es una selección de poesía argentina escogida a título personal por su singularidad de experiencia, su calidad estética y su búsqueda de cierta luminosidad lírica. Se trata de poetas que he ido descubriendo gradualmente a lo largo de un lapso bastante dilatado en el tiempo. Mi primera aproximación a la poesía de Inés Aráoz, por ejemplo, se publicó en La Gaceta de Tucumán en diciembre de 1988. A Pablo Anadón lo he leído a lo largo de todo su desarrollo poético, desde que publicó su primera plaquette en 1979, a la edad de dieciséis años. Otro tanto puedo decir de Walter Cassara, Marina Serrano y Alejandro Crotto. En todos los casos, siempre me acerqué a sus obras llevado por la curiosidad y siguiendo mi intuición, sin condicionamientos de ningún tipo, de la mano de una atracción espontánea que se ha transformado en fidelidad.

Quiero detenerme un momento sobre este aspecto de la cuestión, sirviéndome de unas palabras de Hofmannsthal. Dice el poeta: “Hay en nosotros ciertas cualidades que nosotros mismos no sabríamos reconocer en una obra nuestra, tampoco las advertimos en la reacción del mundo, sin embargo son las más preciosas, y hacernos conscientes de ellas aceleraría el curso de nuestra sangre: interceptar tales rayos y reorientarlos es el cometido más delicado de la amistad.” En estas líneas se le adjudica al amigo una misión que se confunde con mi ideal del crítico: captar las cualidades más connaturales a la sensibilidad de un autor, ésas que emanan del núcleo más íntimo de su temperamento, y ayudarlo a comprenderse a sí mismo, a aceptarse a sí mismo, a crecer más fielmente apegado a sí mismo. Sólo al ejercer una responsabilidad de este tipo la crítica aparece como necesaria para quien escribe y lee poesía. Y es eso lo que he intentado al vincularme con mis poetas. En un momento de la cultura como el actual, en el que muchas veces el artista distorsiona su visión o menoscaba su oficio por atender a los reclamos de una realidad que lo niega de raíz, la ayuda que puede prestarle una crítica amiga de la sensibilidad poética resulta evidente.

El proyecto de esta nueva antología mínima de poetas argentinos insulares toma su origen en la entrega anterior, esto es: a partir de un breve curso sobre poesía argentina dedicado a alumnos de otra lengua, un origen didáctico que me gustaría hacer extensivo a este conjunto. Vale decir: más que a intervenir en una multitudinaria vida literaria que se encuentra al borde del colapso, este segundo capítulo de mi antología de poesía argentina reciente aspira a dar con un lector capaz de sustraerse al bombardeo periodístico de la corriente hegemónica, un lector que se interese por la poesía entendida como arte y que no haya perdido la saludable condición de perpetuo aprendiz. En este momento importa afianzar el concepto de temporalidad lírica en oposición a los encadenamientos lógico-historicistas que sólo fotografían el presente y con ello creen estar plasmando una verdadera idea de la historia, cuando en realidad no hacen más que profetizar sobre el pasado. La poesía es diálogo del hombre con su tiempo, pero diálogo interno, limitado a una subjetividad y a un devenir (otro); diálogo en el cual no se proyecta, al fin y al cabo, más que el deseo, la esperanza del hombre de durar un poco más allá de la época que le ha tocado fatalmente vivir y transitar. Conviene no olvidar las palabras que Machado ha puesto en boca de su heterónimo Abel Martín: “Ahora se trata (en poesía) de realizar nuevamente lo desrealizado; dicho de otro modo: una vez que el ser ha sido pensado como no es, es preciso pensarlo como es; urge devolverle su rica, inagotable heterogeneidad.” [1]

 


Inés Aráoz [2] : El vuelo blanco

 

Interlocutor distante

Quizás sea usted ese INTERLOCUTOR DISTANTE a que me refiero. Ese interlocutor necesario y fantasmal, al mismo tiempo; el que nunca llega a serlo, que es solo su posibilidad y una posibilidad que se niega. La promesa de un oído que no llega a oír. Usted está y se produce a mi alrededor una SUSPENCIÓN DE MI POSIBILIDAD, palabra y demás, suspensión que se levanta en el momento en que usted me deja, que pareciera ser el cruce exacto de la posibilidad y la imposibilidad: el umbral profético de sus supersticiones formales. En ese preciso umbral ?punto de nostalgia para mí, instante semimágico, eternidad, digamos? empieza a funcionar el interlocutor y se levanta asimismo la suspensión, pero ya todo lenguaje es inaudible; usted se ha ido.

  

Poema

He cazado a la muerte
como si fuera una palabra nueva
La he rodeado, inquirido y bientratado
Hasta he escrito sobre ella
-vida es la palabra que he usado-
Y me ufano
de contemplar a cada instante
su aleteo furioso
            en mi corazón.


Poema 

Por la sabiduría me acerco al mundo
Por la santidad vislumbro a Dios
Por la sabiduría voy hacia la paz
Por la santidad accedo a una última revolución
Por la sabiduría me entrego a la tierra
Por la santidad crezco hacia la luz
              como un átomo de oro 

De lo profundo a lo alto oscilo ?sabiduría,
             santidad? rebuscando con porfía
             esa medida exacta
                                           que fue el amor

 

 

El vuelo blanco

Es verdad que el lenguaje nos vuelve idiotas. ¡No! Son modos de decir imperfectos, como niños pequeños que se sacian con botones. Porque es como a silbidos entendernos entre montañas, montaño yo, usted montaño. Tan sola estaba como no es posible imaginar (esto es Beethoven), poesía-vida un mismo hecho -más la poesía un gesto fáustico- biológico, digestivo, temible y durísimo también de tarascón en el vacío (todos lo sabemos, ¿verdad? Y entonces ¿para qué hablamos?) o hallar la forma fuera, acaso, lo que mitiga la insalvable soledad de lo vivo -entiende, pues, mi amor por HF- y eso explique, a lo mejor, la necesidad de mirar en lo alto el vuelo blanco, circular y misterioso que nos coronó en el Salado mientras una voz decía Empiezo recién a vivir, malsentada yo en la tosca, los movimientos del cielo a la distancia y el carapacho de los gliptodontes asomando en pétreos rosetones entre los emplastos agrisados y cuarteados por el sol.


Maestro

a Mariano Ghidara 

Rajas de luz picaban los pollos en el edredón a los pies de mi madre y ella me los señalaba con el gesto imperioso de sus grandes ojos encendidos y un leve movimiento de la mano derecha, ¡que los echara! Y yo, con solo un ojo y una media sonrisa, los espantaba y con el otro, que sonreía también, examinaba los gajos de luz de esas hermosas tintas de Jakuchú, mi maestro pintor Jakuchú, como si también él, en el hueco de los tiempos, hubiera visualizado esta escena de aves en sus estampas.

  

Poética

Medidas exactas, cortes precisos, un justo ensamblado y he ahí el mueble, listo para su fijación con buenos tornillos y prolijos tapones de la misma madera. O un buen entarugado. Y nada de colas sintéticas sino la de cola de pez, con alguna pizca de ajo, ablandada a baño maría y que luego, con el tiempo, tendrá buena vejez de cristales, fácilmente removibles con alcohol y otra vez cola y mueble nuevo, sin desgajamientos, ni fracturas ni cosa así estúpida, porque un mueble que es de madera, es una versión del árbol que ha de perpetuarse mientras su condición lo disponga y por lo general las maderas de los muebles provienen de árboles de buena índole y maduración, duradera 

Belleza no de lo mucho ni de lo poco sino de lo justo, de lo necesario, de la vida. Bello lo que es. Y no entraña esclavitud alguna


 COMENTARIO

Cuando conocí a Inés Aráoz, a mediados de la década del ochenta, la poesía era para ella una especie de delirio óptico: el espacio confluía hacia su expresión concentrándose en brevísimos fragmentos que aspiraban a lo intemporal, simiente que el lector debía entrañar en un silencio debidamente adiestrado en la poesía, a fin de que esos núcleos de sentido lograran desplegar la irradiación de su concentrada potencia. Si se imagina al poema como la secreta y fugaz confluencia entre un árbol desaparecido y un árbol por venir, se tendrá un símil bastante aproximado de aquella manera de escribir. Otra imagen plausible sería la siguiente: alguien -una chiquilla solitaria, digamos- se aproxima a la orilla de un lago y arroja una piedra para deleitarse con la visión de los círculos concéntricos que se extenderán sobre la superficie acerada del agua. Del mismo modo, pero invirtiendo el procedimiento, trabajaba Inés, obteniendo un poema -compacto como un guijarro encerrado en un puño- de las vastas curvas siderales del macrocosmos. Transcribo a continuación uno de esos brevísimos poemas suyos, contenidos en el volumen titulado Mikrokosmos, al igual que el libro de los estudios para piano de Bela Bartok: “Tan sabiamente tomé la curva (tanta justeza en su arco e inclinación) que sentí agolparse la infinita cuenta de la eternidad.” Mientras la poeta trabajaba la geometría sensual de esos ejercicios verbales, vino la poesía a proponerle abruptamente su más alta tarea: luchar contra el tiempo, pero aceptando las reglas del tiempo; asumiendo, además, la precariedad de la lengua en una instancia que lindaba con lo intolerable, con lo incomunicable.

“Más inteligente y hermoso que emprender una crítica de la lengua, sería intentar liberarse de forma mágica de la lengua, como ocurre en el amor.” Este aforismo de El libro de los amigos de Hofmannsthal, nos permite aproximarnos de un modo indirecto pero efectivo al núcleo mismo de la osada tentativa poética de Inés Aráoz. Para comprender la pertinencia de la referencia al poeta austríaco, hay que modificar la posición de los términos de la ecuación formulada en el aforismo, ya que es a partir del perfecto silencio alcanzado por la simbiosis con el amante que Inés Aráoz configura el modelo de la percepción y del habla. Este descubrimiento se produce en plena madurez. Apenas conseguido el modelo, apenas gozada la unión, el amante muere, desaparece. Comienza entonces su schubertiano Viaje de invierno: un duelo de características singulares, nada convencional, en el cual la amada dilata al máximo la abertura de la percepción, aplicando la pauta del colmado silencio de la fusión amorosa a la búsqueda de su reintegración a la vida. Este proceso de aleación de la forma mágica de la fusión a la contemplación y a la lengua, enamora nuevamente a la poeta, la enamora tanto del mundo como de la lengua. Tácita o explícitamente, esa poética vertebra lo mejor de su obra: dicta la forma a la que se someten sus poemas. Es algo que va más allá de la poesía de la poesía; es, más bien, un modo de ir sopesando la solidez del puente que el alma transita mientras persigue una armonía íntimamente emparentada con la música (como lo demuestran los títulos de dos de sus libros); también constituye una suerte de kalligraphía ideal, belleza del trazo volcado a recrear las cualidades sensoriales de la materia.

 

 

Pablo Anadón [3] : Retrato de un poeta

  

 

Traduciendo a Robert Frost

                                                                        One luminory clock against the sky
                                           Proclaimed the time was neither wrong nor right.
                                                                                                                                R. F.

Es más de medianoche
Y en mi sillón de siempre
A la luz de la lámpara, traduzco
O intento traducir a Robert Frost. 

Toda la casa está en silencio;
Duermen los hijos, duerme la mujer.
Paladeo el tabaco de la pipa
Y las palabras de sabor antiguo 

Y nuevo: I have been one
Acquainted with the night.
Tintinean los hielos en el vaso
De oro líquido. El oro de las horas 

Tintinea en el alma, con un eco
De eternidad. No encuentro las palabras,
Pero así desearía que me hallara la muerte: 

Con mi libreta y con mi lapicera
Jugando al juego de la poesía
Que, como bien sabemos,
Es un juego bien serio:

Viejo de cuerpo pero en alma un niño
Que convierte el dolor que lo desvela
En historias soñadas que se cuenta en silencio. 

La desdicha del hombre, y este amor que agoniza,
Se aquietan en el cuadro azul de la ventana:
Un reloj luminoso contra el cielo
Proclamaba que el tiempo no era malo ni bueno. 

 

La luz

                                                                          …más luz… 
                                                                                 Goethe 

La luz del sol, la luz al mediodía
En el cielo celeste, casi blanco,
Cruzado por el grito de unos loros
Y el planear en descenso
De una paloma sobre la palmera. 

Heme aquí, paladeando estas palabras
Como sorbos del agua más dulce y transparente,
Dejándolas fluir a la garganta
Y a la blancura del papel
Como un hombre que pide más luz a las ventanas
Cuando la luz se va ya de sus ojos. 


Retrato de un poeta

                                                                 A Alejandro Bekes

Te vi encorvado sobre la madera
De tu mesa, la tarde en que escribías,
Hermano, esas palabras que los días
No borrarán. Tu vida, entonces, era
La de un hombre que poco o nada espera
De la vida. Pensabas. Sonreías
Tristemente ?te veo? y encogías
Los pies bajo la silla. ¡Quién supiera
Transformar la existencia en el destino
Íntimo, verdadero, entresoñado!
Te miraba desde otra habitación:
Por el vidrio, la luz vertía su vino
De oro, tu sien ladeabas a un costado,
Y entre dientes decías tu canción.

  

Carta

                                                                         ¡Esta palabra inútil!
                                                                          Ricardo E. Molinari

Hermano, en esta misma habitación
Donde ahora te escribo junto al fuego,
Hablábamos, y el tiempo era ese fuego
Que latía como otro corazón
Solitario y fraterno. La pasión
Inútil que nos une, ¿no es un fuego
También, que nos consume, un raro fuego
Que afantasma la vida en su ficción?
Qué hermoso, sin embargo, ese derroche
De sombra y resplandor, humo y sonido
De días que crepitan en el hueco
Oscuro del hogar, cuando el reseco
Espíritu transforma lo perdido
En un diálogo de almas en la noche.


COMENTARIO 

En poesía hay dos clases de dificultades: dificultades formales y dificultades de inspiración. Cuando Darío escribe “yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”, está hablando de dificultades formales: confiesa que necesita un nuevo registro de voz para expresar lo que nunca antes ha expresado y está viviendo en el momento en que escribe. Cuando Banchs afirma “Blanda Tranquilidad, sé que me matas”, se está refiriendo a sus dificultades de inspiración: constata que su vida y su poesía languidecen en la medida en que el espacio que el presente ofrece no guarda la menor relación con su impaciencia pasional. Por cierto que en poesía también existen dos tipos de facilidades, que son de la misma índole que las anteriores, tanto formales como de inspiración. Son las propias de los poetas profesionales, de los “productores de textos”. Pero, como queda claro por los dos grandes ejemplos que cité al principio, no hay genuina poesía sin dificultades. La poesía es difícil y, a su vez, hace difícil la vida de quien se siente destinado a ella. Se trata de un modo de expresión que está en permanente estado de crisis; en primer lugar, debido al desajuste cada vez más pronunciado que se manifiesta entre la tradición de la lengua y la vida moderna, y, en segundo lugar, debido al hecho de que cualquier “ilusión de canto”, para perder su carácter de tarea meramente ilusoria, exige un sacrificio poco menos que absoluto de parte de quien la acomete.

Todas estas tensiones están presentes en la poesía de Pablo Anadón; no podía ser de otra manera, ya que es el suyo un arte que no esquiva el aprieto en que se encuentra la poesía que aspira a darle continuidad a la tradición de la lengua. Sin embargo, paradójicamente, su último libro se titula Estudios de la luz, y de la luz nos hablan, de la luz de la poesía, los poemas que hemos seleccionado. De modo que no todo es obstáculo, no todo es imposibilidad y suplicio. Hay también una promesa que arde y da lumbre a las noches solitarias, que mitiga la aflicción, que abate la clausura. Tres aspectos son de destacar en los poemas que Pablo Anadón le ha dedicado al oficio del poeta. En primer lugar, la naturalidad y la frescura de la elocución: “palabras como sorbos del agua más dulce y transparente” dice, con plena conciencia de la claridad del material que está empleando en la construcción de su obra, lo cual pone de manifiesto el hondo placer que depara el auténtico amor por la lengua. En segundo lugar, teniendo especialmente en cuenta los dos magníficos sonetos que coronan el conjunto, importa subrayar la conmovedora fuerza afectiva de la expresión, una fuerza que se manifiesta en pura calidez, como auxiliadora, como sostén de quien está completamente abstraído en la necesaria transfiguración de la experiencia. Finalmente, cabe resaltar el rigor formal de las cuatro composiciones, en especial la maestría que ponen en evidencia los sonetos; más de uno podría leerlos sin llegar a percatarse de que está frente a la recreación de una forma canónica varias veces centenaria, lo cual deja bien en claro que estamos frente a una escritura que apunta a superar con arte el artificio.

 


Walter Cassara [4] : En el Sahara posmoderno

 

Hölderlin 

¿Cuántas mañanas,
                           cuántos días más aguardaré el sol
en las praderas nubosas del Neckar?
                         ¿Serán treinta y siete los años
que pasaron como ráfagas
al borde del camino? 

                        A veces recuerdo quién fui
y estremecido de risa vago por los campos.
La amada Naturaleza
responde todas mis preguntas.
¿Vivirá todavía
                      aquella dama de Frankfurt,
viviré yo? 

Las palabras ya no revelan nada.
Hasta la casa de Zimmer
llegan extraños visitantes con obsequios,
                    finos papeles y pluma
para que escriba mi nombre:
humildemente
                                        Scardanelli. 


Solar del extranjero

El camino es absurdo y ninguno se desvía,
así viaje convencido por el mar de Tarsis
o se interne en el estómago de una ballena.
Mi casa no existe, mis ojos no ven, mi boca no habla.
Estoy para un papel accidental, para la benevolencia
o la ira con las que se trataría a un niño.
Entre el día y la noche, infatigable, se extiende el desierto.
Mi sed conocerá cada grano de arena, agotaré
el último confín, y seguiré en la palma de su mano. 

 

Vi el cielo Garcilaso  

Vi el cielo Garcilaso
             una tersa pradera
                            aguas puras
un campamento de jóvenes desnudos
almas como pequeños putti
             subidos a los árboles
ninfas vestales en la fuente
            y la monja Mectilde salmodiando
SACRUM SACRUM
ILUMINATIO COITU
           Vi la tierra Garcilaso
yermo mental cubierto de asfódelos 

 

 

TODA LA NOCHE
tus ojos abiertos
son dos antorchas severas
que guardan mi morir 

antorchas
          segures
tu dolor no perdona
y se hace uno con mi cuerpo 

puedo sentirlo
palparlo en mis entrañas
vengo de tu dolor
y hacia él me vuelvo
cada vez más liviano
cada vez más niño

  

PARA LLEGAR a lo que amo
odiar lo que odio
tracé estas palabras sobre el muro
como un prisionero juega su pasaje a la luz 

hendí un túnel en la grieta
sin más arneses que una faca
más herramientas que las manos 

centímetro a centímetro
y piedra contra piedra

 

En sueños, hablo una lengua muerta

o recién rescatada de las cenizas.
Lavo mis fístulas con el agua colada
del único pozo que no se escurrió.
Después, por la noche, enciendo un fueguito
y pongo a secar mis medias. En sueños, es invierno
pero un invierno para siempre, y ella duerme
?o así me lo parece? entre los restos
del fuselaje de un avión que se estrelló.

  

Ossip Emilievich: la historia es

¿un cuervo picoteando con insidia
tu cansado capote?
¿la nieve barrida incautamente
bajo tus esquíes flojos?
¿el zumbido molotov que te duró dos semanas?
¿aquella perrita de afilados rasgos cirílicos?
¿el futuro sustraído al aire
de tus débiles pulmones? 
¿tus rápidos trazos batiéndose
en retirada con la noche?
¿tus precarios espondeos
filosos como una hoja de navaja?
Ossip Emilievich: deja de correr, párate
y contesta, la mitad de la noche se refleja
en un vaso roto.

  

COMENTARIO

La experiencia poética de Walter Cassara no comienza donde la crítica guarda su instrumental y da por concluida la tarea de limpieza, sino donde esa tarea se reconcentra y ahonda, transformándose en un arma que compromete y arriesga su identidad. No es casual, por ende, la escasez de refugios en esta poesía, sitios de recreo donde pueda hacerse un alto y reabastecer energías; la entropía constituye una amenaza constante. No hay un ámbito protector que con su calidez legitime la ensoñación de las imágenes elementales de la carnalidad o la materia, no hay naturaleza; es la tierra “yermo mental cubierto de asfódelos”. La poesía sangra por la herida de su vocación de plenitud frustrada. No obstante la despiadada lucidez, la expresión es siempre delicada, muy sensible al detalle. Desde las primeras líneas comprendemos: el espacio literario propicio al despliegue de una lírica que pudiese avanzar sin rodeos hacia lo que ama, está definitivamente clausurado. Cuando la voz se abandona a algunas palabras, ellas aluden al encierro o a los juegos -apolíneos, literarios- que propone el ascetismo de la clausura,

Una suerte de imposible fuga riambudiana, también mandelstamiana, acecha en el interior de cada poema: una fuga hacia afuera y hacia adentro de la poesía. Sustraerse al destino, darle cumplimiento al destino, son tendencias opuestas que se entrelazan. Ambigüedad que se justifica a la luz de la imbecilidad del soliloquio con las sombras, de la inteligencia de la desolación, de la construcción de un desierto que eleva a la enésima potencia el abandono. Ese desierto, que se asemeja menos al de la tradición judaica que al páramo siberiano de la tradición posmoderna, es rico en simbologías de acoso y destrucción, carece de promesas. Tal vez la crisis personal del poeta, junto con un vacío que no puede ser obturado con nada, constituyan el reverso del exceso de verbosidad practicado en los años sesenta: un vacío incrédulo y corrosivo que hinca con extrema precisión sus dardos en el cuerpo de la elocuencia doctrinaria. Siempre se ha evaluado al sesentismo en su relación agónica con el entorno, por sus metas, por sus mártires; Cassara, en cambio, tácitamente lo evalúa desde dentro, por el lastre que nos ha dejado como herencia, por las grises consecuencias de su didáctica. De ahí, tal vez, la devoción del poeta por la poesía rusa de la edad de plata, un eficaz antídoto contra la mediocridad convertida en vocación.

 

 


Marina Serrano [5] : Un sentido para seguir

 

La verdad no ha venido desnuda a este mundo, sino envuelta en símbolos e imágenes, ya que éste no podrá recibirla de otra manera.
EVANGELIO DE FELIPE

ECHAN a rodar un cuerpo. La existencia
de los cuerpos celestes no es una metáfora.
Una mujer desahuciada, inconsciente, forma pliegues
de carne blanca, líneas, digitaciones isquémicas,
que se oponen a una fuerza inercial.
Frente a mi cama, detienen en parte el movimiento
sobre su cama, y mi madre
sentada, pero de rodillas, arrepentida
sufre, sin poder evitar aquella visión,
del cuerpo bajo la sábana.

Blanca es la azalea y muere cuando le toca.

 

Mas este género de demonios sólo sale con oración y ayuno
EVANGELIO DE TACIANO

 

HIGIENE del cuerpo. Purificación de vísceras:
sonda que siento atravesar el esfínter anal externo
y pierdo noción de su trayecto,
agua tibia en los austros, descompone
cadáver al sol, entre moscas
colon y epiplones, solución salina saturada en la boca,
inminencia de la evacuación.
Correr hacia un depósito público de heces y orina,
mosaicos, puertas incompletas
que nunca cierran, entre gente que ríe
porque así sucede todos los días
antes de una intervención.
Sostenerse de las paredes
no sentir como ellas sienten, no comprender
por qué deben inducir de semejante forma el vacío.
Luego, agotada, me desvisten.
En la camilla, boca arriba, duermo
porque echaron cosas en mi sangre.

 

 

No saben que lo que sale de la boca procede del corazón.
EVANGELIO DE MATEO

 

¡OFENDES mi priapismo, ser parapléjico!
Todo cuerpo es del César, del oscuro falo expuesto
entre rizos. ¡Serás castigada, sarna
en el endometrio de la vida, castigada
con el mayor de los castigos! 

Así era su corazón, sin dejar de serlo
ni ayer ni por la noche ni en verano
aunque alguna vez, sé que sucedió una vez
sin quererlo, una descarga adrenal
en ese hombre pene, hombre perro
intentó amarme
pero no, fue incapaz, plejía rancia de afectos,
y terminó su vida en la penuria, en la pobreza
y sin mí.

 

 

Bien fácil es buscar sin encontrar, y acabas de obrar como un insensato ¿ignoras que te pertenezco? No me hagas daño.
EVANGELIO DE TOMÁS

 

PROMETIÓ mutismo hasta verme consciente de mi vergüenza,
bicho bolita mi espalda, vísceras enrolladas
expiación de un pecado carnal, horroroso y lleno de celo.
Mantuvo el gesto de furia, quería que yo acepte
lo puta que era,
y estirándose hacia las ogdóadas, eón
de los eónes, gritó:
¿Quién te ha educado? ¡Malhaya el día en que tu madre te parió,
malhaya haber entregado tu blanda materia a sus ideas roncas,
malhaya tu madre, madre de todas las putas!
Y latigando con sus dedos el elástico del calzoncillo,
bajó la cabeza hasta el nivel de mis ojos, y de un portazo
rompió el silencio de aquellos tiempos.

 

 

Ten confianza, tu fe te ha salvado
EVANGELIO DE MATEO

ME golpean.
Me golpean Simón,  y vos sos el primero.
Estiran sus extremidades, son rivales respetables,
a mi alcance, con cuerpos hechos a la forma de mi potencia,
como partes de aquello que deseo: magníficos.
A veces llegan a su blanco, atropellados,
a veces pierden, pero siempre me golpean.
¿Por qué Simón, llamado Pedro,
estaré tan acostumbrada?

 

 

El reino del [Padre] se parece a una mujer que transportaba un recipientelleno de harina. Mientras iba por un largo camino, se rompió el asa [y] la harina se fue desparramando a sus espaldas por el camino. Ella no se dio cuenta [ni] se percató del accidente. Al llegar a casa puso el recipiente en el suelo [y] lo encontró vacío.
EVANGELIO DE TOMÁS

¿POR qué, Simón, abandoné la virtud?
Debí escuchar a los hombres que hablaban del pecado.
Duele vivir en la mentira; pesa,
cuadratura de materia compacta
sobre el dedo de un pie,
volverse alguien acostumbrado a omitir parte de la realidad.
Ya no importa si son veniales, o mortales, no importa en absoluto,
son un núcleo de llagas iguales: mentiras
las ocho mentiras juntas.
Ocho años de mentiras.
Debí escuchar a los hombres que hablaban del pecado.
Las cosas sin amor realmente nunca llegan a existir.

 


“Padre” e “Hijo” son nombres simples; “Espíritu Santo” es un nombre
compuesto. Aquéllos se encuentran de hecho en todas partes: arriba,
abajo, en lo secreto y en lo manifiesto. El Espíritu Santo está en
lo revelado, abajo, en lo secreto, arriba.
EVANGELIO DE FELIPE

 

QUIERO ir adonde esté mi padre, con él
aunque me ignore.
Siento que morir es difícil,
pienso en los otros, los que quedan
como una forma de cuidar
el ser concentrado en mi pecho,
en medio de mi pecho
de angina escarpada, cortante, que ruega:
¿dónde está mi padre?
Lo que supe alguna vez, me abandonó,
y sólo me queda la tristeza
de un sastre que detiene sus agujas
contra las yemas duras y calcinosas de sus dedos.

 

 

 

Sálvate a ti mismo y baja de la cruz.
EVANGELIO DE MARCOS

 

MOVIDOS por ese tremendo tirón en el pecho
ponen fin los hombres a todas sus historias.
Y Dios los hace agusanar en la tierra
para que aprendan
a no escuchar consejos, ni siquiera de su boca,
para que aprendan
a tomar la decisión
de pudrirse, o rearmar el presente,
o morir,
pero nunca abandonarse a la salvación. 

 


COMENTARIO

Trás la primera lectura de La única cosa necesaria, el último libro de Marina Serrano, caí en una especie de letargo profundo: me dormí, literalmente. Nada parecido al aburrimiento, por cierto, sino una especie de depresión inducida por la tenebrosa región que la poeta explora en las páginas de su libro: el revés de la trama del amor, la rivalidad, el odio, la mentira. Esa peculiar región de infierno no me es desconocida, fui alojado en ella durante una prolongada temporada, sin recreos de ningún tipo. Mi concepción de la poesía, ligada a la belleza de forma, apenas si me ha permitido pronunciar palabra en ese hondón del inframundo que he debido atravesar mudo. Sin embargo, nada se opuso a la lectura atenta y comprensiva de La única cosa necesaria, nada interfirió en la captación de la evidente belleza de fuerza de algunas de sus piezas. Tras haber dejado atrás el légamo onírico en el que me empantané al principio, un centenar de referencias testamentarias (desperdigadas entre el título, los epígrafes y las citas insertas en el interior de sus páginas) volvieron a desorientarme. Decidí pedirle a la autora que me ayudase a dar los primeros pasos por esa selva oscura, aun a riesgo de que se sintiera ofendida por mi falta de disciplina en la lectura. Su respuesta fue la siguiente:

Siento que sólo puedo hacer algunos comentarios sobre escenas y recuerdos que relaciono con el libro. Nada más. Traer el recuerdo del día en que comencé a escribirlo, la última gran estafa en la que pretendía involucrarme Simón, la noche en que le dije: voy a matarte, o voy a escribir algo bueno, y nunca voy a permitir tu opinión. O bueno, la noche en que creí decírselo, y comenzó la liberación. La noche en que Simón hizo, otra vez, ese gesto irónico de siempre. Puedo aseverar la influencia de las lecturas y las charlas sobre los primeros cristianos, el gnosticismo y los evangelios apócrifos, de Francisco García Bazán. Puedo contar sobre el verano completo que dediqué a la relectura de textos religiosos, el verano sin playa, sin salidas, sin Simones ni Magdalenas. La resignificación de mi propia religión a través de la literatura divina que es divina y parece contener en sí los núcleos de todas las historias contadas y por contar. Siento que no puedo decir más. Todo empezó en Simón, porque ahí terminan muchos años de sumisión. Y después, el tramo maldito se acopló al resto de mi historia, que resultó ser, nada más y nada menos que una repetición de todas las historias. Y todos los padres, resultaron el padre. Y todas las mujeres, incluidas mi propia madre y abuela, Magdalenas. Y todos los hombres, Simones. Y esto es una repetición. La pregunta del hombre que nunca se preparó para ser padre, y que nunca podría haberse preparado. La infancia, hecha de caprichos y observaciones fantásticas. La infancia, mía, como la infancia de cualquier Cristo. Las simonías, la muerte. La muerte de todos, el interrogatorio sobre la muerte, y la obligación de encontrar un sentido para seguir. La única cosa necesaria terminó siendo el reverso creativo de una maldición. Y me sirvió. Y ya no me pertenece, y ya no me sirve. Pero me sirvió. Y como todos estamos condenados a la repetición, no está mal que circule.

Las palabras de Marina no tienen desperdicio: enuncian con admirable concisión la metafísica del libro, bastan para orientar a cualquier lector que se interese por su tema de fondo: la salvación, el reconocimiento de la palabra que salva, o, para decirlo en términos profanos, la trabajosa obtención de la madurez. Tal el núcleo de la obra. En su desarrollo, el libro viene a ser una suerte de examen de la visión tradicional de ese concepto (salvación o madurez que se debate -neuróticamente- entre virtud y pecado), un examen que desemboca en una transvaloración del concepto de salvación, como lo deja en claro el poema final del libro, que viene a decirnos algo así como que es necesario salvarse de la salvación, hacer la experiencia de la cruz pero alejarse de ella si el madero amenaza con convertirse en un pedestal. Mientras tanto, el examen de marras genera un ajuste de cuentas con los detentadores del concepto tradicional de salvación: Magdalena (la mujer, la prostituta), Simón-Pedro (el hombre, el negador del Salvador y, a su vez, contradictoriamente, el custodio de la doctrina de la salvación) y Simón-Mago, alter ego del anterior (el demonio, el traficante de espiritualidad). Paralelo al ajuste de cuentas y al aprendizaje de la madurez, se lleva a cabo un vía crucis del cuerpo. Hay una suerte de despiadado distanciamiento en la mirada sobre el martirio del cuerpo y de la conciencia, que encarna en el equilibrio del tono de la exposición; hay compromiso afectivo, pero también distanciamiento irónico; hay, en fin, algo de la íntima tristeza de Magdalena y algo del soberbio desdén de Simón-Pedro en el temple del estilo. Justamente por eso, por reconocerse como hija de potencias antagónicas que moldean nuestro ser y nuestra cultura desde hace milenios, la belleza de fuerza emerge limpia de victimismo. No obstante el suplicio que trae aparejado, el proceso de conocimiento (la gnosis) está más cerca de la comedia que de la tragedia; y lo está por el simple motivo de que gracias a la escritura del libro la autora ha logrado cambiar de piel.

Cada poema de La única cosa necesaria va acompañado de un epígrafe de origen testamentario, la mayoría de ellos provenientes de los evangelios apócrifos. Todos los epígrafes comparten la índole enigmática de la experiencia explorada por la poeta, materia que se resiste a ser disuelta en un mero diagnóstico psicológico, materia que busca consolidarse en el desarrollo de parábolas, de ejemplos, de amonestaciones, de diálogos. No hay vocabulario religioso, sino conflicto religioso. De ahí que sea inútil buscar referentes poéticos en este libro esencialmente antiliterario. La voluntad liberadora que gobierna las páginas de La única cosa necesaria obtura todo matiz elegíaco, por próxima que esté la voz a la pérdida o la privación; dice el dolor, pero rehúye la queja. En “La voz del padre”, primer poema del libro, Marina Serrano define su estilo (y su poética) con una imagen escueta y muy vigorosa: “No me refugio en el desierto / ni espero ángeles, / asumo la vida, los errores / de hombres que intercambian hijos / entre barrotes de cunas frías…”

 


Alejandro Crotto [6] : Fuerza, forma y delicadeza

 

Entierro de Guillermo Martínez

Se activa el óvulo sembrado, alarga manos, piernas,
forma sus órganos, aumenta, afina rasgos,
y abre a la madre, nace, asoma su ojo de varón al ruido,
se hace de dientes y palabras guaraníes,
alcanza rápido su máxima estatura, engendra
en otra dos que no prosperan y se va,
es veintiún años en la sierra cordobesa hachero,
crecen sus manos, célibe se encoge un poco y endurece
los ojos contra el sol, todo fajado por las hernias,
la cara más enorme cada vez con menos dientes, y recala
el cuidador del campo familiar de veraneo
en la casa ermitaña del arroyo entre espinillos,
y en verano porteños de cambiantes estaturas
lo buscan fascinados, y él se ríe, les traduce
un poco al guaraní, les da del guiso de cotorras
que come tras cazarlas con gomera y piedrecitas
?el índice doblado y el pulgar hacen la horqueta?
puesto con naturalidad fácil en el mundo,
con toda la verdad de su gastado cuerpo, y cede
ayer, queda sentado bajo el sauce con los ojos
opacos que ven lejos, y no hay nadie
a quien avisar nada, y ahora le damos tierra,
acostado y envuelto en arpillera hasta los hombros
entre el zumbido azul del sol al mediodía,
sembrado a su creciente eternidad. 


Pido mi puesto

Frotá en mis ojos menta y nieve, y con las uñas
que hace un rato rayaron de naranja las nubes
desprendeme las costras, rascá el óxido;
teneme de los hombros, restregame
en el limón de pulpas ácidas, y con tu limpio
soplo aliviá el ardor mientras me das de nuevo.
Porque pido mi puesto, despertar. 

 

Así

Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza. 

Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte. 

 

Una canción tan fría y tan apasionada como el alba

Latas, vasos de plástico tirados al azar. Arranca
el día; arranca y muestra drástico en la playa
vacía el final de la fiesta. En la luz fría,
tapado con arena a nuestros pies, el resto
carcomido de un tronco humea apenas. 

Detrás el mar, el ruido
opaco de las olas repetido.

 

Así como la lluvia cae del cielo

Así como la lluvia cae del cielo y se filtra 
fecunda y no regresa sin haber empapado 
a fondo el suelo para que nazca trigo, harina 
espesa y pan; así como la brasa viva
en la ceniza yace oculta y luego al dársele 
por fin lugar se activa con creciente fulgor 
y enciende el fuego; así como la savia tras 
la espera del invierno por vasos diminutos
despierta a los sarmientos y genera con íntimo
cuidado flores, frutos… Así el verbo que sale 
de su boca hace nuevas las cosas si las toca

  

[Yo también vi el caballo]

 Yo también vi el caballo, su cuerpo roto.

Como buen soñador, confundí entonces
el desencanto con la realidad. 

Ahora en cambio camino nuestra tierra
de trigo y de cizaña,
ceno su pan. 

Voy hacia el corazón. Espero.

 

COMENTARIO

La poesía de Alejandro Crotto rompe con todos los parámetros con los cuales se ha venido manejando la poesía argentina de los últimos años; no hay trazas de objetivismo realista (limpio o sucio), de minimalismo (natural o naïf), de coloquialismo (suburbano o intelectual) en su breve obra. Todo en ella es fuerza, forma y delicadeza. Es probable que el poeta haya escrito y desechado mucho antes de publicar Abejas, su primer libro, un libro que nace de una vehemente necesidad de despertar, de no dilapidar vida, de no confundir desencanto con realidad. Incluso la muerte es incorporada a la dinámica de esta apasionada apertura a la existencia, como lo demuestra el primer poema que hemos seleccionado, “Entierro de Guillermo Martínez”, una composición en la que vida y muerte se entrelazan de modo natural, como en un cantar machadiano, si bien poseídas por un dinamismo más exuberante, casi arrollador. Como queda claro tras la lectura de las páginas de Abejas y de Chesterton, los límites siempre son percibidos en su proyección de un futuro sin fin; no hay tragedia por ende, sino regeneración incesante. Y más aún: dación incesante. G. K. Chesterton es el modelo, vale decir: júbilo de eternidad. Esta fe estructura toda la poesía de Alejandro Crotto. El lector puede compartir o no esta fe, pero su fecundidad estética es innegable, está a la vista.

Todo lo dicho vale para la fuerza que impulsa la voz del poeta. Veamos ahora el envés del fenómeno: la delicadeza. Esta se advierte en el trato con el idioma, al cual se le exige siempre la máxima expresión, pero sin llegar nunca a violentarlo, sin dañarlo. La fuerza se transforma en llaneza, llaneza expresiva que nace de una cultura literaria de la cual no se hace la menor ostentación. Hay algo más que muchas lecturas, hay música idiomática asimilada a fondo. La métrica tradicional no tiene secretos para Alejandro Crotto, tampoco lo tienen las formas canónicas. Lo cual es mucho, por cierto, pero sería insuficiente si no fuese porque el poeta ha sabido dominar ese caudal y fusionarlo al flujo vertiginoso de nuestro tiempo. Entre los poemas seleccionados hay dos piezas que demuestran cabalmente lo que estoy afirmando. Tomemos la primera de ellas, “Una canción tan fría y tan apasionada como el alba”. La palabra canción no es gratuita, hay una genuina canción disimulada en las siete frases del poema, dos liras perfectamente calibradas. Son ellas:

Latas, vasos de plástico
tirados al azar. Arranca el día;
arranca y muestra drástico
en la playa vacía
el final de la fiesta. En la luz fría, 

tapado con arena
a nuestros pies, el resto carcomido
de un tronco humea apenas.
Detrás el mar, el ruido
opaco de las olas repetido. 

La lira posee un ímpetu melódico difícil de controlar, la alternancia de heptasílabos y endecasílabos fuertemente rimados aceleran cualquier discurso, funciona como una hélice, una hélice forjada por Garcilaso para vuelos de altura, como bien lo supieron quienes sacaron de ella el mejor partido, fray Luis de León y san Juan de la Cruz. Alejandro Crotto ha logrado controlar ese ímpetu desplazando las pausas de final de verso, dejando que las consonancias se hagan oír con sordina, sigilosamente. El mismo procedimiento gobierna la ejecución de “Así como la lluvia cae del cielo”. A primera vista, se trata de once versos alejandrinos con algunas asonancias en las pausas y varias rimas internas, pero en realidad la tela oculta una trama bastante más compleja: puede obtenerse un soneto perfectamente estructurado si uno se toma el trabajo de ir sacando del ovillo los catorce endecasílabos de rigor. El sentido de la operación de ocultamiento es claro: le brinda a la forma un salvoconducto, le da curso legal en un tiempo que la rechazada a priori. No obstante el desplazamiento de las pausas, el poema alcanza una cohesión rítmica que sólo la acción de la forma permite lograr. El ojo de los contemporáneos queda satisfecho con el trazo de unos versos que parecen libres, en tanto el oído gana secretamente la partida. Las latas, los vasos de plástico, el día concebido como un motor que se pone en movimiento (“arranca el día”) y el rumor del oleaje considerado como “ruido”, bastan para disimular la hazaña. El ardid acaso simbolice también una íntima esperanza: la de que los tesoros existen y suelen estar ocultos, aguardándonos donde uno menos lo pensaba. Tal el antídoto del poeta contra el escepticismo y el desencanto. 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. La editorial Huesos de Jibia acaba de publicar ambas series de poetas insulares -a los que se suman otros siete: Rodolfo Godino, Juan Manuel Inchauspe, Javier Adúriz, Roberto Malatesta, Carlos Battilana, Beatriz Vignoli, Javier Foguet- con el título Cuestión de luz / 17 poetas argentinos.>>
  2. Inés Aráoz nació en San Miguel de Tucumán, en 1945. Obra: La ecuación y la gracia, 1971; Ciudades, 1981; Mikrokosmos, 1985; Los intersticiales, 1986; Ría, 1988; Viaje de invierno, 1990; Las historias de Ría, 1993; Balada para Román Schechaj, 1997; La comunidad, 2006; Echazón, 2008; Pero la piedra es piedra, 2009; Agüita, 2010; Notas, bocetos y fotogramas, 2011; Barcos y catedrales, 2012.>>
  3. Pablo Anadón nació en Villa Dolores, Provincia de Córdoba, en 1963. Obra: Lo que trae y lleva el mar, 1994; El astro disperso, 2001; Señales de la nueva poesía argentina, 2004; El trabajo de las horas, 2006; Estudios de la luz, 2011.>>
  4. Nació en Buenos Aires en 1971. Obra: Solar del extranjero, 1994; Juegos apolíneos, 1998; El paseo del ciclista, 2001; Máquina de trinar, 2004; Nostalgia y otros poemas, 2011; El oído del poema (2011).>>
  5. Nació en 1973 en Quequén, provincia de Buenos Aires. Ha publicado Formación hospitalaria, 2006; La diástasis de las tibias largas, 2006; La única cosa necesaria, 2012.>>
  6. Alejandro Crotto nació en Buenos Aires, en 1978. Obra: Abejas, 2009; Chesterton, 2013.>>