La indiferencia

Miguel Ángel Petrecca [1]

 

Las cosas

Las cosas que hacen furor, las que pasan sin pena ni gloria
en algún lado se reúnen, discuten sobre su pasado.
Árboles y personas, zapatillas con el dibujo de la suela
todo gastado igual que una cara en un sueño
en algún lado se reúnen, hablan sobre su pasado.
Esa taza, y la chica que da el informe del tiempo,
y el repasador colgado que filtra el paisaje,
y el portero, que tuvo un pasado antes de ser portero,
quieren reunirse en alguna parte a hablar sobre su pasado.
El hijo quiere crecer sólo para llegar hasta ahí,
para hablar de su padre con su padre, para mirar
desde una terraza el barrio y hablar sobre su pasado,
y el pasado del barrio, y después bajar corriendo las escaleras
y alejarse para siempre en el primer taxi que encuentre.

 

Hongos 

Antes de que empezara a anochecer,
luego de haber intentado escribir un poema,
salió a dar una vuelta sin ninguna dirección.
En el camino se encontró parado frente a un árbol
en cuyo tronco, cerca de la base, habían crecido
un puñado de hongos blancos con rayas oscuras.
Los tocó primero apenas con la punta de las zapatillas
para comprobar si estaban adheridos al árbol.
Después se preguntó cuándo había llovido por última vez:
no pudo recordarlo. Debía haber sido uno
o quizás dos días atrás, y debía haber sido
una buena lluvia como para que brotaran
hongos de este tamaño, tan esponjosos
y gruesos. Al volver a su casa, pensó,
preguntaría cuándo había llovido y cuánto.
Le darían detalles sobre la lluvia,
la intensidad, la hora del día, el tiempo,
y eso dispararía en él algún recuerdo.
Levantó la vista: no había nadie en la calle.
Tuvo el impulso de agacharse y recogerlos.
Volver a su casa con un puñado de hongos
como si para hacerlo hubiera tenido que cruzar
un bosque. En el cielo estaban pasando,
también, cosas interesantes, a toda velocidad.
En la cuadra se había encendido ya una luz.
Pensó en el poema que había dejado sin terminar,
que hablaba de la lluvia, de la lluvia en general,
o de la idea de la lluvia cayendo silenciosa, durante el sueño. 

 

Cuatro cuartos

1

El espacio del techo de una pieza
que al espacio del piso es idéntico
idéntico a su vez al de los muros
señalando un lugar sobre la calle. 

La bruma se desplaza por su mente,
vacía todavía hasta que surge
un primer pensamiento de esa bruma:
no es un perro quien sabe que es un perro. 

La idea, como vino, se las toma
y el regresa a la bruma de su sueño.
En la pava abollada plantas mustias, 

sobre dos caballetes una tabla.
Despierto una vez más, una vez más
se duerme, se despierta, se despierta. 


2

El cuadrado del techo de este cuarto
que al cuadrado del piso se asemeja,
idéntico a su vez al de esta mesa,
el centro de un feliz concubinato. 

La bruma se desplaza por su mente,
la mente se desplaza por el cuarto,
girando como gira antes de un parto
en un pasillo de hospital el impaciente. 

La bruma pasa de la mente al cuarto,
la mente pasa de brumosa a clara,
el cuarto en cambio ahora está brumoso. 

Una idea se desplaza por el cuarto,
por el cuarto brumoso va sin rumbo
y la mente vacía la presiente.

 

3

El cuadrado del techo de este cuarto
y el cuadrado del piso de este cuarto,
más los otros cuadrados que los unen
forman un cubo, sí, forman un cubo. 

El cubo perfecto de este cuarto
con el cubo aproximado de aquel otro
y el rectángulo perfecto del pasillo
se suman y hacen un departamento. 

El cuadrado del techo de la mente,
y el cuadrado del piso de la mente
más las cuatro paredes que los unen 

forman un cubo también, pero vacío:
poco a poco lo llena a la mañana
la bruma, y poco a poco lo vacía.


4

El cuadrado del techo de una casa
es el cuadrado del techo de una casa
es el cuadrado del piso de otra casa
de otro cubo idéntico al de abajo. 

La mente, acá vacía, allá rebalsa;
el cubo, acá y allá, está brumoso;
y el perro, que arriba es solamente perro,
abajo es perro con conciencia de perro: 

Una mente que cree que es un perro
es igual a un perro sin conciencia de perro,
igual a un cubo con o sin conciencia de cubo. 

Un perro con conciencia de perro
es un perro que se muerde la mente,
es una mente con conciencia de cubo. 

 

La indiferencia

Ya sabés: lo que no se rinde nunca a un largo cortejo
cede de golpe a un comentario o un gesto distraídos.
Es hora entonces de que, sin proponértelo, te dediques
a recrear las condiciones de absoluta indiferencia
en las que estuviste sumergido un día en que sucedió
todo eso: y no estabas, precisamente, frente al espejo,
como esta mañana, luego de un desayuno ordinario
(sin naranjas!), de una ducha caliente y un vistazo
a los mensajes que en la bandeja de entrada dejó la noche
igual que el mar en una playa. Absoluta indiferencia,
sí, parado debajo de un tilo encendido al mediodía,
vibrando. Y pasó el afilador por la cuadra en ese momento.
Sonó la armónica del afilador con su piedra dulce
girando sobre el manubrio de una bicicleta inglesa. 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Miguel Petrecca nació en 1979. Publicó El gran furcio (2004) y El Maldonado (2007). En 2012 publicó, como antólogo y traductor, Un país mental: 100 poemas chinos contemporáneos. Los poemas seleccionados pertenecen al libro La voluntad, de próxima publicación.>>