Sobre el “Recitativo de Palinuro” de Ungaretti

Ricardo H. Herrera

Del acervo de formas fijas de las literaturas de las lenguas romances, ninguna más ardua y árida que la sextina. Por un lado, la compleja rotación de las seis palabras-rima que articulan el movimiento de la forma tiene las características de un delirio de inercia; por otro, el constante retorno de la voz sobre los mismos vocablos genera un efecto bastante próximo al de la ecolalia. Hay algo de obsesionante y de opresivo en el desmesurado juego con los límites a que obliga la sextina. Parece una forma fastuosa, pero en realidad es extremadamente pobre, muy proclive al tormento por lo que tiene de tortuosa. La libertad, en cualquier forma, se consigue al hacer coincidir la obligación con la necesidad, pero con la sextina la operación no es simple, la sextina no se entrega fácilmente. En un espacio que tiene las características de un celda giratoria ha de desarrollarse una meditación, una meditación hecha de pocas palabras, seis de las cuales han de repetirse siete veces cada una, al tiempo que – de una estrofa a otra – cambian de posición, aproximándose y distanciándose entre sí, siguiendo la línea curva de una espiral, para acabar confluyendo en un remate de tres versos donde las seis palabras se sueldan estrechamente. El conjunto puede llegar a funcionar como un caleidoscopio, como un surtidor de imágenes cambiantes construidas con escasos elementos, o bien convertirse en un trabalenguas.

A las complicaciones de base que supone la adopción de la sextina como medio expresivo, Ungaretti agrega otra: la tentativa de desarrollar un argumento, de narrar un suceso. O sea: pretende avanzar, cuando de hecho la dinámica de la forma obliga al merodeo. En ese esfuerzo por avanzar en contra de la tendencia centrípeta de la forma, Ungaretti logra un símil muy ajustado tanto de sus dificultades expresivas como del desesperado braceo de Palinuro por alcanzar la nave de Eneas. Al igual que Dante, Ungaretti concibe la sextina como exasperación de la conciencia artística; pero en su caso, tras la ardua prueba, no hay Comedia. Con una lógica algo perversa, la forma se le presenta a la imaginación auditiva del poeta cuando su desolación es poco menos que absoluta; cuando, paradójicamente, planea un libro concebido como opus magnumLa Tierra prometida – en el cual habría de cristalizar su poética; pero el trabajo quedó en estado de esbozo, de ahí que lleve un subtítulo que advierte su precariedad: “Fragmentos 1935-1953”. Peregrinación y petrificación son las dos caras de esta aventura poética: un fracaso heroico perseguido con fervor a lo largo de casi dos décadas.

El “Recitativo” narra la metamorfosis de un náufrago: Palinuro, piloto de la nave de Eneas en su viaje hacia el Lacio, transformado en peñasco por obra y gracia de la ejemplar fidelidad a su deber. El propio Ungaretti, en las notas introductorias al texto (que incluimos al final, a continuación de nuestra versión de la sextina), nos invita a hacer un repaso de su obra, citando dos poemas muy anteriores al “Recitativo”. Con ese convite nos sugiere que su punto de arribo tiene historia, tanto en su poesía como en su vida. Y así es, en efecto. De hecho, la poesía de Ungaretti comienza con un naufragio y una metamorfosis: “Alegría de náufragos”, poema escrito durante la Primera Guerra Mundial, inicialmente titulado “Filosofía del poeta”. Dice el brevísimo texto: “Y rápido reemprende / el viaje / como / un sobreviviente / lobo de mar”. En esta suerte de arte poética, Ungaretti, al igual que Palinuro, se define por su fidelidad a la vida, por su voluntad de sobreponerse a la adversidad, y lo hace con un trazo ágil, brillante, merced al hallazgo de una imagen zoomorfa extremadamente dinámica.

El tema del naufragio reaparece durante la Segunda Guerra Mundial, vuelve en un poema de El dolor (1947) titulado “El tiempo está mudo”: “No supo [se refiere a sí mismo en tercera persona] // Que idéntica ilusión es mundo y mente, / Que en el misterio de sus propias olas / Toda palabra terrenal naufraga.” Una zozobra del lenguaje poético, un naufragio literario en el marco de una crisis religiosa. Cabe notar que la fuerza de reacción ha menguado con el paso del tiempo, la palabra prueba ahora la amargura de su impotencia. Simultáneamente, las aguas donde acaecen los sucesivos naufragios se tornan cada vez más hostiles. Veamos una estrofa de “Los recuerdos”, también de El dolor: “El mar y sus caricias desganadas: / Qué crueles son, y cuán, cuán esperadas. / Y cuando ellas se acaban / Retorna siempre, siempre se renueva / En el entendimiento la agonía…” En “Final”, el poema que cierra La Tierra Prometida (1950), el mar ha dejado de constituir una fuente de vida, su oleaje “ni brama ni susurra”, sino que refluye hacia el Aqueronte: “A una humareda cede el lecho el mar, / El mar. // También él está muerto, ves, el mar, / El mar.”

Dijimos antes que peregrinación y petrificación son el anverso y el reverso de la aventura ungarettiana emprendida en el “Recitativo de Palinuro”: búsqueda de paz – de “un país inocente” – no bien empieza su vida literaria con La alegría, y petrificación del ser en el padecer cuando accede a la madurez poética. Peregrinación del “nómade de amor” hacia un nuevo comienzo, hacia una zona edénica de la mente, que permitiría recuperar el aliento inicial, las palabras vírgenes, embestidas de modo constante por la fuerza arrolladora de la historia, e, inmediatamente después, proliferación de un dolor que va adquiriendo la forma de una clausura elocutiva, de una afasia expresionista. “Y la piedad se crispa en grito pétreo…” escribe en uno de los grandes poemas de Roma ocupada (capítulo medular de El dolor), ya casi fundido al mito de Palinuro. Este proceso de petrificación tiene su larga historia en la poesía de Ungaretti. En un poema muy temprano (“Soy una criatura” de La alegría) escribe el poeta soldado: “Como esta piedra / del S. Michele / así de fría / así de dura / así de seca / así de refractaria / así de inanimada // Como esta piedra / es mi llanto / que no se ve…” En El dolor, con motivo de la muerte de su hermano y de la inminencia del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la imagen de la piedra se carga de una fuerza alucinante, cuajando en una imagen de impotencia de extrema expresividad, casi un epítome del libro que la contiene: “Desesperación que incesante aumenta, / La vida ya no es más, / Trabada en el hondón de la garganta, / Que una roca de gritos.”

En “Recitativo de Palinuro”, ambos procesos, la peregrinación y la petrificación, confluyen y forman un nudo inextricable. Con mayor evidencia que en ningún otro poema de La Tierra Prometida,  la impronta del genio de Virgilio es ostensible en este texto, ya que de la Eneida se desprende su argumento. Sin embargo, al leer la obra de Ungaretti (especialmente El desierto y después, que recoge sus prosas de viaje) da la sensación de que esa filiación ha tenido que ver tanto con la devota lectura del libro extraordinario como con el descubrimiento de los lugares del itinerario virgiliano. Hay asimilación intelectual, no cabe duda, pero también una fuerte impresión telúrica. Todo parece comenzar con un viaje realizado en 1932 a la región de Paestum, Cabo Palinuro, Herculano, Pompeya y Nápoles. Transcribo a continuación algunos pasajes de “La pesca milagrosa”, nota publicada en la Gazzetta del Popolo de Turín en mayo de aquel año:

“… son lugares que visitó Virgilio; era tan atento, sensible y preciso que es difícil no tomar aquí en préstamo su mirada. De Virgilio suele decirse que es ejemplar la finura de su oído, también yo lo hubiera afirmado, entendiendo que nadie mejor que él transmitió la música del alma; aunque debiera agregarse que también fue pintor inalcanzable. Si me asiste esta vez la buena vista, todo el mérito debe atribuirse a los cantos V y VI de la Eneida. (…) Desde la altura de Velia miré a la izquierda a Palinuro con el estupor que produce siempre una piedra enorme convertida en aérea debido a la distancia. (…) De golpe, en un momento el mar se estremece: es una bandada de ánades que reinicia su travesía. Llegaron al alba, y ahora que comienza a oscurecer, se van. Así desapareció ese Dios Sueño enviado a traicionar a Palinuro, empujándolo a la ruina con el timón destrozado. Y a las olas, ahora repentinamente enfurecidas, ¿las mueve acaso el braceo desesperado del fiel piloto de Eneas? (…) Nunca vi aguas de tal transparencia como las que descubro acercándome al puerto. Vemos la arena del fondo como peinada suavemente, y las cintas de las algas transformar en serpientes agitadas la hermosa cabellera. (…) ¿Fue esta clarísima pupila de Medusa la que petrificó en esa alta roca a Palinuro? ¿Fue la desesperada fidelidad la que lo condujo a tanta altura? Testimonian su sufrimiento las huellas que desde el fondo a la cima señalan el sobrehumano ascenso; me hacen doler los dedos, parecen tajos hechos por un ciclópeo hachero demente.”

Sorprende en esta prosa la violencia que alcanza el lenguaje de Ungaretti al evocar el destino de Palinuro; se vislumbra, en estado embrionario, la volcánica fuerza expresiva que se desencadenará en el “Recitativo”. Y es que la fidelidad de Palinuro está encastrada a la dificultad ungarettiana de darle continuidad a su lírica personal, lírica concebida al modo de Virgilio, esto es: como búsqueda de un nuevo comienzo, refundación en la cual la palabra debe necesariamente poseer un valor decisivo. Dicho con los términos del poeta: “el único deber de la poesía es encontrar en las palabras un eco del ser” (Defensa del endecasílabo, 1927). La ligazón entre la fidelidad a ese deber y la dificultad de darle cumplimiento, toma cuerpo en la imagen ascensional del atormentado escollo nacido de las profundidades oceánicas, casi un granítico torso humano. Ungaretti convierte a la piedra en piedra sufriente que lastima a quien roza sus desgarraduras (“me hacen doler los dedos”, dice); hasta tal punto identifica la hiriente infinitud a la que accede Palinuro con su propia clausura existencial, siempre a la escucha de un eco del ser.

La piedra también es símbolo de la aridez, de la sed. La tensión interna de la palabra cargada de angustia metafísica – presionada tanto por el natural desgaste temporal como por la desmesurada misión que le ha sido encomendada – convierte a la catástrofe humana en un cataclismo geológico. En un poema titulado “Aguafuerte” (fechado en 1934, incluido en El desierto y después), encontramos un testimonio similar del proceso de petrificación del ánimo: “Pulida por el agua hay una roca / Mordida todavía por la furia / Del fuego de su origen. / (…) / No flaquea sino al cambiar la luz: / (…) / Alcanzada en su vida más secreta / Al disiparse el valle con la noche / Son desgarrantes sus lastimaduras.” Nuevamente el poeta se funde a la “vida más secreta” de la piedra, ésa que de un modo tácito alude a la fidelidad y a la dificultad que alternadamente nutren o roen su poética, sustrato oscuro – nocturno – que anima y torna eficaz la violencia analógica. La sextina ungarettiana se inscribe de lleno en la tradición de las rime petrose dantescas, ya que la dificultad de acceder al núcleo de la experiencia coincide con el uso de una forma en la que la dificultad es la nota dominante del vehículo expresivo.

En la nota preliminar a la segunda edición de Sentimiento del tiempo, publicada en 1935, el poeta anuncia que está trabajando en un poema titulado “La fidelidad de Palinuro”. Cabe pensar que la visita a Nápoles y alrededores (lugares donde Virgilio vivió exiliado de la corte augusta por decisión propia) dejó una profunda huella en su sensibilidad. En la prosa que transcribimos fragmentariamente hay dos pasajes donde Ungaretti cree percibir a Palinuro reencarnado en la forma de un pez; detengámonos en uno de ellos: “…mientras bordeamos Pisciotta, se nos aparece, salido del mar, Palinuro, como un escualo desmesurado, cargado de oro.” ¿Cómo no pensar en el “lobo de mar” de “Alegría de náufragos”? ¿Cómo no ver una auténtica simbiosis entre el destino de Palinuro y el destino del propio poeta en esa sorprendente aparición zoomorfa del piloto de Eneas? Si hacemos las cuentas, comprobamos que entre el proyectado poema titulado “La fidelidad de Palinuro” (1935) y la primera publicación en revista del definitivo “Recitativo de Palinuro” (1947) han transcurrido doce años. En esos doce años las aguas del Tirreno se fueron enturbiando progresivamente, hasta el punto de que nada queda en la redacción final del poema de la transparencia y la luminosidad marina de la prosa de 1932 que presumiblemente está en su origen. Ya sólo se oye “el eco de aflicción de la ola muerta”.

A todo esto, los lectores ingenuos de Ungaretti nunca fueron más allá del verso libre de La alegría, como si el desarrollo posterior de su obra poética fuese una regresión. Por su parte, “el viejísimo obseso” seguía excavando en la herencia literaria del idioma, seguía ensayando incontables variantes de los pocos endecasílabos que lograba articular, adentrándose en la selva oscura de su estilo tardío, sugestivo de ritos y mitos antiguos. Como lo hemos comprobado en nuestra lectura, la sola llegada a Cabo Palinuro le basta a Ungaretti para entrar en estado de poesía. Los lugares virgilianos se presentan a su mirada como lugares cargados de fuerza de transformación. Queda claro, pues, que en su mente el mito se articula como un lenguaje de máxima condensación, un medio expresivo en el que los primordiales modelos de la conducta humana ofrecen un núcleo de realidad que permite dilatar el entendimiento a la hora de enfrentar el fin. Palinuro encarna el arquetipo de la fidelidad, está poseído por la energía de la civilización. Ese modelo trabaja en Ungaretti tanto a nivel ético como estético: le proporciona fuerza de metamorfosis a su psiquismo y plasticidad a su lenguaje, permitiendo que lo que puede haber de indescifrable en su naufragio personal llegue a verse esclarecido por la luz que emana del naufragio arquetípico.

Desde el título mismo la sextina de Ungaretti se presenta como canto, ya que la palabra “recitativo” significa “cantar recitando”. Toda La Tierra Prometida, como es notorio, tiene las características de un drama musical, o, incluso, de una recreación de la tragedia antigua, con el clamor de sus coros y el canto de sus héroes en estado de desgracia. Como ninguna otra forma fija, la rígida sextina se adecua perfectamente a la función que le ha sido encomendada en La Tierra Prometida. El poema dice lo suyo, pero, por lo que de arcaico mana del hierático discurrir de la forma, no deja de constituir un enigma. Es en la forma difícil y enérgica, que constriñe la elocución a una anómala complejidad sintáctica (y por ende semántica), donde se petrifica la fuerza del enigma existencial. Las limitaciones del léxico y el enrarecimiento de la sintaxis pautan el hostinato rigore de la excavación que ha de realizar la voz en la meditación de su agonía. Los límites lingüístico-temáticos se ponen de manifiesto en las seis palabras-rima elegidas por el poeta; son ellas: “furia”, “sueño”, “olas”, “paz”, “emblema”, “mortal”. La mera secuencia permite intuir el conflicto que invadirá el poema. Por la afinidad que algunas guardan entre sí, las seis palabras pueden reducirse a tres binomios: “furia”–“mortal”, “sueño”–“olas” y “paz”–“emblema”. El punto de inflexión de la sextina lo señala el verso que comienza diciendo Non seppi più… (“Al fin no supe…”), situado sobre el final de la tercera estrofa. Tras la clausura gnoseológica, comienza la katábasis.

Del verso endecasílabo usado por Ungaretti en el “Recitativo” – tenso, turbulento – puede decirse lo mismo que dijo el poeta acerca del decasílabo valeryano de Le cimetière marin, composición con la cual el “Recitativo” guarda afinidades formales y espirituales: “Es un verso escandido nerviosamente, esculpido mediante incisiones bruscas en una piedra durísima.” Se echa de menos en el “Recitativo”, sin embargo, eso que abunda en Le cimetière: cada verso realizándose con la plenitud de una revelación. En otro pasaje del Discurso sobre Valéry que acabamos de citar, Ungaretti recuerda la definición de la “italianidad” hecha por el poeta francés (de madre italiana) en los apuntes sobre Génova incluidos en Rhumbs, y lo hace como si la definición le atañera de modo personal: “Tendencia a los límites. – Pasaje ad infinitum.” La palabra “límites”, aplicada al verso, hace referencia a la cantidad silábica, al número; es el número el que proyecta la significación ad infinitum. Sonoridad y número tienen idéntica importancia en el verso y, para ilustrarlo, Ungaretti saca a relucir el nombre de Virgilio. Tanto Virgilio como Valéry son dos referentes constantes del poetizar ungarettiano, dos ejemplos de consumada destreza verbal. La convicción de fondo radica en el siguiente axioma: cuanto mayor sea la destreza verbal del poeta tanto más amplio será su registro expresivo. Destreza quiere decir “más espíritu, más sensualidad, más combinaciones, más disimulaciones de las penosas necesidades; más inteligencia, profundidad y, en definitiva, un mayor conocimiento del hombre (…) Virgilio es el tipo.” (Valéry, Rhumbs).

Ahora bien, la concisión y la solidez del verso deben coincidir con una hábil administración del silencio para evitar el riesgo de lo declamatorio. Sin embargo, el “Recitativo” apela a la dimensión oratoria desde tu título mismo, proponiendo de modo programático la impostación de la voz: busca ser canto, canto inteligentemente organizado, a medio camino entre la épica y la lírica. Se trata de una opción formal totalmente atípica dentro del modo expresivo ungarettiano, por lo general tendiente a la brevedad, a lo discontinuo. Con la sola excepción del simple “Canto beduino” de Sentimiento del tiempo (dos cuartetas de arte menor) no hallamos antecedentes que anuncien esta adhesión incondicional a una forma canónica de alta complejidad, acompañada de la decisión de cumplirla acabadamente. Incluso en el interior de La Tierra Prometida el caso es excepcional, ya que ni la “Canción” ni los “Coros” pueden considerarse formas fijas. Sólo el “Recitativo” propone una forma fija arcaica, en la cual el número no sólo obsesiona al verso, sino también a la estrofa y a la totalidad de la composición, llegando a transformar la obra en un problema cuasi matemático.

El verso en la sextina no admite el uso del encabalgamiento, ya que esa licencia neutraliza la eficacia expresiva que se deriva del valor de posición de las palabras-rima, encargadas de cargar con casi todo el peso semántico del verso. De modo que el poeta que se siente destinado a transitar la forma de la sextina debe someterse al ritmo mesurado que impone su acompasado desarrollo. No es el caso de Ungaretti, cuyo ritmo podría marcarse con la siguiente indicación musical: vivacissimo e senza tregua. “La desmesura hay que apagarla más que un incendio”, decía Heráclito, “pero – agrega de inmediato Ungaretti – ella es uno de los dos elementos fatales de la belleza”. Fiel a esa consigna, el poeta carga de violencia a la medida endecasilábica desde la primera hasta la última sílaba, exigiendo un rendimiento inusual de la forma. Un furioso huracán es el telón de fondo que circunda la radical soledad de Palinuro en su travesía hacia la Tierra Prometida. Desmesurada es la meta, utópica, e invencible el obstáculo: un sopor luctuoso que aniquila incluso al más esforzado e inocente hombre de mar. Cae Palinuro; no logra culminar la empresa. Un único encabalgamiento en la quinta estrofa – “emblema / De desesperación” – acentúa eficazmente el vértigo trágico: la esperanza se vuelve hacia su oscuro envés. Por otra parte, de las seis palabras-rima elegidas, una – mortale (“mortal”) – por ser trisílaba y no admitir la sinalefa, tiene un peso sonoro que supera al de las otras cinco: un peso opaco, sordo, que el poeta subraya. No es casual, por ende, que la rotación de palabras-rima concluya con ella. Con su fúnebre sonido el círculo ritual se cierra y, en términos del mismo autor, el héroe debe resignarse a asumir la “irónica inmortalidad” de una piedra.

Ante el poema concluso, no cabe hablar de una fe defraudada, ya que Ungaretti seguirá encontrando refugio en la palabra tras la escritura del “Recitativo”, pero sí de una fe esforzada en la derrota, apenas rozada por el soplo de la gracia. Del “campo abierto a libertad de paz” al que aspiró el poeta, de la ciudad justa a la que dedicó tantos años de búsqueda afanosa, sólo sobrevive la fidelidad verbal del impulso – inmovilizado en su máxima tensión – que tiende hacia ella. Y sin embargo, eso que sobrevive del fracaso tiene tal fecundidad que basta para tornar inolvidable el poema. Hay un núcleo de irreductible autenticidad en el ardor que dicta sus versos, un núcleo que resiste. Han pasado cuarenta años desde que descubrimos el “Recitativo de Palinuro”, y nunca hemos dejado de escuchar el llamado del náufrago. En sucesivos momentos de nuestra vida lo hemos leído, lo hemos aprendido, lo hemos olvidado, lo hemos imitado, lo hemos traducido y hoy, finalmente, lo comentamos, intentando transmitirles a otros su potencia críptica, eso que Ungaretti llama “un eco del ser”.


Recitativo de Palinuro

El tifón en el clímax de su furia
Me impidió oír que se acercaba el sueño;
Fue aceite serenando saña de olas,
Espacio abierto a libertad de paz,
Con su flujo infinito el falso emblema
En mi nuca asestó un golpe mortal.

Tal revés para el cuerpo fue mortal:
Caí en el sueño de una ambigua furia
Que enmascaraba abismos en su emblema
Y, amnesia artera, enmudecido sueño,
Remota resonancia hostil, sin paz,
A mi fatiga sólo le dio olas.

A cambio no hubo tregua entre las olas,
Tornándose su guerra más mortal
No bien fingió una pausa en mí la paz;
Al erguirse con odio aquella furia,
Al fin no supe si el tifón o el sueño
Era lo que me ahogaba en yermo emblema.

De augur el ojo descifró el emblema,
Sacrificándome a sidéreas olas;
Con su arte virginal fue ángel en sueño,
De ciencia acrecentó el ansia mortal; 
El corazón sufrió en el beso furia, 
Y sin dudas caí, caí sin paz.                   

Para siempre extravié así la paz;
Por mi tenaz lealtad me volví emblema
De desesperación; y rehén de furia,
Golpeado por la ira de las olas,
Me agigantaba de ímpetu mortal,
Más loco que ellas, desafiando el sueño.

Más me esforzaba, más me ataba el sueño,
Tras de la nave rota de la paz 
Minó mi vista una crueldad mortal;
Nauta vencido por un vacuo emblema,
Lo perseguí imitando vanas olas;       
Pero en las venas pétrea fue la furia

Creciendo de un arcano, último sueño,
Más que emblema de paz entre las olas,
Transformándome en furia no mortal.
 

Recitativo di Palinuro // Per l’uragano all’apice di furia / Vicino non intesi farsi il sonno; / Olio fu dilagante a smanie d’onde, / Aperto campo a libertà di pace, / Di effusione infinita il finto emblema / Dalla nuca postrandomi mortale. // Avversità del corpo ebbi mortale / Ai sogni sceso dell’incerta furia / Che annebbiava sprofondi nel suo emblema / Ed, astuta amnesia, afono sonno, / Da echi remoti iviperiva pace / Solo accordando a sfinitezze onde. // Non posero a risposta tregua le onde, / Non mai accanite a gara più mortale, / Quanto credendo pausa ai sensi, pace; / Raddizzandosi a danno l’altra furia, / Non seppi più chi, l’uragano o il sonno, / Mi logorava a suo deserto emblema. // D’àugure sciolse l’occhio allora emblema / Dando fuoco di me a sideree onde; / Fu, per arti virginee, angelo in sonno; / Di scienza acrebbe l’ansietà mortale; / Fu, al bacio, in cuore ancora tarlo in furia. / Senza più dubbi caddi né più pace. // Tale per sempre mi fuggì la pace; / Per strenua fedeltà decaddi a emblema / Di disperanza e, preda d’ogni furia, / Riscosso via via a insulti d’onde, / Ingigantivo d’impeto mortale, / Più folle d’esse, folle sfida al sonno. // Erto più su più mi legava il sonno, / Dietro allo scafo a pezzi della pace / Struggeva gli occhi crudeltà mortale; / Piloto vinto d’un disperso emblema, / Vanità per riaverlo emulai d’onde; / Ma nelle vene già impietriva furia // Crescente d’ultimo e più arcano sonno, / E più su d’onde e emblema della pace / Così divenni furia non mortale.


Nota de Ungaretti al «Recitativo de Palinuro»

Evoca el episodio de Palinuro tal como nos lo muestra la Eneida. La Eneida está siempre presente en la Tierra Prometida, junto con los lugares que fueron los suyos. El promontorio de Palinuro, casi en frente de Elea, después de Pesto, es ese escollo agigantado en el cual la desesperada fidelidad de Palinuro ha encontrado su forma a través de los siglos. Es la mía una narración, una composición de tono narrativo. Va Palinuro, al timón de su nave, en medio del furor desencadenado de la empresa en la cual participa, la loca empresa de encontrar un lugar de armonía, de felicidad, de paz: un país inocente, dije una vez.

La primera sextina comienza cuando el tifón generado por las pasiones, en el colmo de su furia, impide oír acercarse con sus seducciones el kief, como dirían mis queridos árabes, la deseada modorra saboreada en los ocios, el deleitoso sopor del ocio.

La segunda sextina narra la resistencia corporal a las seducciones del sueño, y muestra como se suceden el ataque y la resistencia, y la sutileza del ataque

 

                             solo acordando a sfnitezze onde…
                            [a mi fatiga sólo le dio olas…]

 

La tercera sextina muestra, entre los halagos del sueño y la zozobra de la acción, la perplejidad de Palinuro.

En la cuarta sextina sueño y ciencia – la ciencia es la acción en su actividad más refinada – sueño y ciencia, aliándose, parecen entretejer horas inefables; pero se da cuenta Palinuro, cuando esa alianza se hace íntima en él, que ella también lo corrompe y lo roe; y agotado cae de la nave.

La quinta sextina es la estrofa de la desesperada lucha de Palinuro que persigue su nave destrozada, siempre en poder de sus dos enemigos, y fiel, desesperadamente fiel, a la Tierra Prometida.

La sexta estrofa y el terceto final narran desesperadamente la metamorfosis de Palinuro en la irónica inmortalidad de un peñasco. Como en mi viejo himno La Piedad, el final nos muestra una piedra, señalando la vanidad de todo, esfuerzos y halagos; de todo lo que depende de la desventurada trayectoria histórica del hombre.