Para complacer a una sombra

Ricardo H. Herrera
(Walter Cassara:
El oído del poema – Ediciones Bajo la luna)  
 

Al tiempo que durante la pasada década se escribían historias de la literatura cuyo primordial objetivo era consolidar la hegemonía del credo sesentista-objetivista, se fumigaba con mutismo e invisibilidad cuanta presencia disonante e inoportuna obstruyera el avance irresistible de la Historia con mayúscula. Se trabajaba sobre el pasado y el presente inmediatos con el ojo puesto en el futuro, con el evidente propósito de prolongar en el tiempo la supremacía obtenida, convirtiendo en figuras literarias de primera fila a verbosos portavoces de la ideología dominante. En el caso de la poesía, la tarea historiográfica estuvo en manos de unas pocas eminencias grises de cuyos nombres no quiero acordarme. De mancomún, como es de rigor en estos casos, todos ellos desoyeron una lección elemental que el tiempo reitera de modo perentorio siglo a siglo, una lección que se puede enunciar del siguiente modo: no son los proyectos de dominio político los que reescriben con acierto la historia de la poesía, sino los linajes literarios de los escasos poetas de valor. Haciendo eco a esa abrumadora desatención de base, nunca vieron la luz tantas historias de la literatura ni tantas antologías de la poesía argentina como en estos últimos años; al mismo tiempo, nunca se tuvo una conciencia más clara de la menesterosidad de esa abundancia y de la mala salud que encubría ese descomedido vitalismo. La tarea del momento en el ámbito de la crítica literaria (apenas si hace falta puntualizarlo a esta altura del proceso de deterioro) consiste en rescatar a la poesía de la opresiva trama de omisiones y erratas llevada a cabo con la más descarada mala fe. Justo por eso, en la guerra que los productivos amanuenses del poder político-literario sostienen contra la poesía que no se casa con el vanguardismo de masas, la oportuna aparición de El oído del poema de Walter Cassara tiene las características de un acontecimiento de especial importancia.

El autor de este libro no defiende una poética ni una ideología al hacer crítica literaria. A prudente distancia de esas tensiones, se diría que Cassara se da por satisfecho en tanto puede percibir que su oído de lector no ha sido estafado por cuestiones de principio. En caso de sentirse estafado, lo señala con lúcida eficacia, sea cual sea la postura ideológica o estética del libro que tiene entre manos. Su inteligencia tiene las características de una excentricidad borgeana; su escepticismo es lo suficiente maduro como para darse el modesto lujo de prescindir de la historia a la hora de evaluar la consistencia de un poema. No se trata de un ensayista por completo indiferente a la situación de la poesía que describí al comienzo, por cierto, pero su grado de participación en la controversia está limitado por el placer que el autor le debe al lector por el tiempo que éste le concede. Al igual que Valéry, Cassara se toma su tiempo; procede a despejar el campo verbal antes de entrar en discusiones bizantinas; tiene más urgencia por oír que por hacerse oír. Una genuina curiosidad por esos raros objetos verbales que denominamos poemas: ése es su sólido respaldo, como lo demuestra la agudeza de su sensibilidad en la recepción. Un poco a la manera de Osip Mandelstam, a la vez consciente y desentendido del catastrófico temporal ideológico-poético que arrecia en torno, Cassara se muestra en su crítica literaria como un gozador de la palabra, como uno que avanza lenta y concienzudamente hacia la madriguera de su presa, preocupado tanto por dar cuenta de la naturaleza del fenómeno que tiene entre manos como por la calidad de la prosa que realiza el peritaje. La claridad y la precisión lo son todo, tanto en la poesía como en la crítica; claridad y precisión que se fundamentan en la hondura de la sensibilidad y en la eficacia del estilo. Cassara lo sabe; de ahí que cada página de este libro esté poseída por la más extrema atención, rezumando ese deleite que sólo puede conceder la cabal comprensión de todo lo que entra en juego cuando uno decide agregar un grano de arena a la imponente mole de la obra cumplida por los grandes poetas del pasado.

Con pocas pero notables excepciones (Joseph Brodsky, Robert Lowell, Henri Michaux), El oído del poema está dedicado a la poesía argentina de las últimas décadas. Se destacan del conjunto tres ensayos -“Poesía y crítica”, “Ensayo de una nacionalidad fantasma” y “Situación de la nueva poesía argentina”- que sucesivamente dan inicio a cada una de las tres secciones en que se divide el volumen. En la primera parte, domina la figura emblemática de Joseph Brodsky: el referente más conspicuo de la biblioteca personal de Walter Cassara, el último grande artífice de la metafísica del lenguaje de occidente, la conciencia estética que desde las sombras seguramente sopesa cada palabra de la labor del crítico argentino. A Brodsky le está dedicado el ensayo más extenso e intenso del libro: “Expreso transiberiano”. En la segunda parte, pueden encontrarse aproximaciones a la poesía de Héctor Viel Témperley, Jorge Leonidas Escudero, Diana Bellessi, Osvaldo Lamborghini y otros. En la tercera parte Cassara justiprecia a sus coetáneos, destrozando de entrada el concepto ilusorio de generación literaria, ese recurso de la mala crítica que ha permitido fabricar poetas en serie cada dos décadas. Cierra el tomo una meditación sobre el tema “Poesía y poder”, retomando a nivel personal la problemática brodskyana expuesta al comienzo del libro. Extraigo de esa meditación una mínima y preciosa muestra con la cual concluyo la reseña de este libro necesario: “En toda estética que se propone como dominante o representativa de una época, manda el interés propio por encima de la emoción creadora; cuenta más el contenido que la forma; la experiencia poética, si es que queda algún lugar para ella, debe supeditarse a la ideología o a la doctrina que la sustenta. En este sentido, la hegemonía es una usina que sólo puede alumbrar, por un momento, las grandes avenidas de la cultura, pero deja en sombras todo lo otro; sobre todo, deja en sombras el camino solitario del poeta, cuyo trabajo, tan esquivo y tan opuesto al ejercicio de la voluntad histórica, se lleva a cabo en la intemperie, a mar abierto, con el peligro de un naufragio siempre inminente.”

Ricardo H. Herrera