Estudios de la luz

Pablo Anadón

 

La luz

                                  …más luz…
                                          Goethe

 

La luz del sol, la luz al mediodía
En el cielo celeste, casi blanco,
Cruzado por el grito de unos loros
Y el planear en descenso
De una paloma sobre la palmera. 

Heme aquí, paladeando estas palabras
Como sorbos del agua más dulce y transparente,
Dejándolas fluir a la garganta
Y a la blancura del papel
Como un hombre que pide más luz a las ventanas
Cuando la luz se va ya de sus ojos. 

 

Regreso a oscuras

Por la noche, regresa
Tambaleando a su cama.
A oscuras va tanteando
Con las manos delante, como un ciego,
Paredes, muebles, llaves
De luz, que va prendiendo y apagando,
Como si todo eso no estuviera
Todavía grabado en su memoria.
Da finalmente con las sábanas
Blancas, fragantes de jabón en polvo,
Y se desliza junto al cuerpo tibio
De la mujer dormida. Y se abandona,
Libre de ser ese que ha sido,
Y reclina su sien sobre la almohada
Sin fin del universo. 

 

El ruido de la segadora

De pronto el ruido de la segadora
Se ha acallado, y entonces percibimos
Que nos ensordecía. Y entreoímos
En la mente el latido de esta hora
 
Silenciosa del campo… Hay una hora
Así en la vida, cuando lo que fuimos
Por años, se detiene, y descubrimos
Que esa voz que se apaga y se demora 

Es la nuestra. Sentado en el sillón
De mimbre viejo en el umbral de casa
He traído de nuevo al corazón

Tanta cosa querida, y en la escasa
Luz del día he rezado una oración
Por vos, por mí, por lo que fue y ya pasa. 

 

El viaje

Aquel fue el último viaje
Feliz que hicimos los cinco. 

Fue al norte de la provincia,
Tierra seca, viento, frío
Y hoteles desvencijados.

Veo las fotografías
Donde los niños sonríen
Y vos, tan bella, me abrazas.

Han pasado varios años
Y vuelvo a ver los lugares
—Tulumba, Ischilín, la casa
De Fader, la de Lugones,
Las cruces en la Barranca—,

Caras, ojos y sonrisas
Como si fueran estelas
Grabadas sobre una lastra. 

 

Río de los Sauces

                                                       A Esteban

 

Cuántas horas inmóviles
Me he quedado a la orilla de este río
Viendo el verde dorado
De las aguas veteadas de reflejos,
El vuelo repentino de algún pájaro,
Las variaciones leves de la luz
Sobre las hojas, y las formas
De las nubes que van hacia el azul de la montaña.
Ya entonces era el que miraba
El transcurrir ajeno de la vida.

Años antes viajábamos aquí
Y las tardes pasaban
Con esa placidez lenta e indecisa
Del ave que planea por el cielo lejano.
No había diferencia en aquel tiempo
Entre ser y vivir, ver y mirar,
Y el río que se iba para siempre
En su deriva hacia el atardecer
Era el mismo que ahí se nos quedaba
Remolineando en torno de las piernas.
No recuerdo la angustia de que acabara el día.

Muchos de aquellos que veníamos
Al río, hoy ya no existen; de los otros
No sé más que las frases que se dicen
Tras la cena en la rueda familiar,
Señas que alumbran sin sentido
Como la inmensa dispersión
De estrellas en las noches de verano.

Ahora que anochece sobre el río
Como en mi vida, observo
A los hijos que juegan en la orilla,
Sigo el humo que va del cigarrillo
Hacia la claridad que se demora
En el temblor plateado de los álamos,
Y entrecierro los ojos como quien
Se acostumbra a la luz de la mañana
O a la ceguera de la oscuridad.
Escucho el invariable
Y diverso rumor entre las piedras,
Las voces más queridas, el agudo
Silbo de un pájaro desconocido…
Me preparo a partir, sin quejas, sin palabras. 

 

Retrato de un poeta

Te vi encorvado sobre la madera
De tu mesa, la tarde en que escribías,
Hermano, esas palabras que los días
No borrarán. Tu vida, entonces, era
La de un hombre que poco o nada espera
De la vida. Pensabas. Sonreías
Tristemente —te veo— y encogías
Los pies bajo la silla. ¡Quién supiera
Transformar la existencia en el destino
Íntimo, verdadero, entresoñado!
Te miraba desde otra habitación:
Por el vidrio, la luz vertía su vino
De oro, tu sien ladeabas a un costado,
Y entre dientes decías tu canción. 

 

La cita 

              Para empezar mi vida
              estoy como a la espera de un prodigio.
                                                 Fernández  Moreno

 

Para empezar mi vida
Estoy como a la espera de un prodigio,
Me dijiste, y no supe

Reconocer la voz
Querida del maestro
Que me hablaba en tu voz.

Me consuelo pensando que tal vez
En algo así consista
El prodigio esperado:
Escuchar las palabras más sabidas
Como si nunca antes
Hubieran sido pronunciadas.

Un prodigio, que el mundo hable de nuevo
A través de tus labios, en tu voz.