El otro viaje

Eduardo Álvarez Tuñón [1]

  

El Elegido


                                                      …conosco i segni dell´antica fiamma..
                                                                                   Purgatorio, XXX, 46-48


Es vana la quietud y es inútil la fuga:
Cuando alguien ama, una ciudad se acerca.
La anuncian los aromas de la noche y la espera.
Quien recorre sus calles lo hace en busca de un rostro.
Son eternas las vísperas si atraviesas su puerta.
No querías volver. Te sientes viejo
y ya la lluvia bendice tu retorno.
Es vana la quietud y es inútil la fuga.
Los árboles lo dicen a tu paso:
Amas a esa mujer porque la has visto
en un lugar de la tierra en donde nadie ha muerto
y envidias nuestras ramas que pueden darle sombra.
Una ciudad se acerca. No apartes este cáliz.
Interrumpe tu viaje, que son bellos los miedos
y si no la recorres ella desaparece.
No amarás un color porque alguien lo ha visto.
Nada ha de conmoverte cuando caiga la tarde.
Recuerda el signo de la antigua llama:
De nuevo una mujer y una ciudad.
Los árboles lo dicen a tu paso:
No es el amor que vuelve.
Es obra de los días y los vientos
Te han elegido. Han querido enseñarte
lo que sintió la piedra de viejas catedrales
cuando alguien la apartó de aquél secreto río
y vio su soledad transformada en un templo.

 

El otro viaje

No solo a la vejez te lleva el tiempo.
Otro viaje te aguarda.
Has llegado a la tierra donde se ven morir las religiones.
Compartes con el árbol ese placer perdido:
Una extraña ciudad ha venido a rodearte.
Sólo la habitan dioses que la tarde ha exiliado.
Caminas por las calles que sobre ti han caído.
Descubres que la fruta fue un dios al mediodía;
que es un dios que se extingue la primera fogata;
que las hojas son formas sutiles de los rezos;
que viviste rodeado de dioses que ignorabas.
Pero nacieron para ser eternos.
No vieron en la luz secretas despedidas,
ni besaron las puertas de las fugaces danzas.
Mendigo es quien encuentra aquello que no busca
y la mujer que amaste ya no es miedo ni espera,
sino un dios que se ha muerto,
sino una extraña lluvia que solo se recuerda
cuando un aroma cruza tu callada memoria.
Los días son las naves con que el tiempo te aleja.
Has llegado a esa tierra.
Puedes beber en lagos aquello que no vuelve.
Comprendes que los seres comparten con el fuego
el transformarse en dioses para poder morir.
No solo a la vejez te lleva el tiempo:
Otro viaje te aguarda.
Lo que creías el viento es un rito que huye,
una música extraña donde habita lo eterno
y el universo un templo,
                                                          abandonado y bello.

 

La ficción de los días

Padeces la ebriedad del viento, su secreto espejismo.
Lo que quieres besar ya se ha fugado.
Descarta la ficción de los días.
Las tardes y las lluvias tienen un mismo oficio:
Caen sobre los seres en verano
y disuelven las fiestas y las danzas.
No puedes abrazarlas y crees que se han ido con todos los
                                                                                            perfumes.
Tal vez el tiempo sea ese viaje de un color hacia su muerte,
que sólo tú percibes y el universo ignora.
La niñez una forma de sentir los aromas.
La vejez, una hoguera de días y de ramas.
Aprende de aquellos relojes de arena,
que se sienten eternos cuando cae lo efímero:
Con sólo un movimiento la arena ha de volver
y, al igual que la fruta, verás desde arriba lo vivido.
Nada separa al muro de su escombro,
sino esa red azul que tú mismo has creado.
Nada separa al barco de su bello naufragio:
Es ilusorio el viaje
y en la palabra pétalo ya estaba lo marchito.
El recuerdo es un sueño de lo deshabitado.
Descarta la ficción de los días.
Como el antiguo pueblo imaginaste un éxodo
y perdiste un rostro para poder amarlo.

 

El retorno

Vendrán las estaciones para que alguien comprenda
que la tierra igual trata al recuerdo y al fruto.
Existe una caída, un retorno al amor.
Pero ¿vendrán? ¿vendrán o están en mí?
Su callada presencia traerá agua a mis labios
y he de beber, como los árboles,
para buscar lo perdido sin partir.
Se han transformado las calles por las que caminamos.
Es el tiempo, que disfraza las casas.
Son bondadosas, nos ayudan de muerte.
Ser viejo es tener una ciudad en la memoria
y caminar señalando lo que fue destruido.
¿Qué es el llanto?
He descubierto su utilidad secreta:
Necesitamos borronear los días,
que un río una y salve lo que no volverá después de muertos.

 

Correspondencias

Existe un pacto entre el tiempo y las casas.
Como los viejos veo que han partido las tardes,
que han pasado estaciones de frutas y de danzas,
que se torna silencio la música lejana
y la ciudad no ha sido del todo destruida.
Si la nieve ha borrado los rostros
¿por qué sobreviven aún los escenarios?
Si la mujer amada es sólo aroma
¿por qué su puerta en una calle intacta?
Existe un pacto entre el tiempo y las casas.
Más allá de los días permanecen
y a cambio guardan su secreta trampa:
el clima de la víspera de lo que ya no vuelve.
Como los mendigos elegí una catedral
para hablar con todos lo objetos.
Apiádate de un dolor que nunca has conocido?
le dije al caer la noche.
Logra que vuelva aquél abril y no abril,
conviértete en el puerto más bello y más extraño:
no dejes partir barcos de voces y de días.
Al igual que un espejo me devolvió mi ruego:
Apiádate de un dolor que nunca has conocido?
me dijo al caer la noche.
Haz que vuelvan las primitivas manos que me alzaron
y la primera tarde, cuando todos venían porque un dios me
                                                                                             habitaba,
y la primera noche de místico silencio,
cuando vi la luna
y sentí que era un templo más eterno y lejano.
Lo que creías un pacto no es sino un común ejercicio
de ausencias y nostalgias.
El tiempo igual transforma los hombres y las casas.
Aprende de la lluvia, que el llanto sea sonido.
Escribe tu elegía y suena mi campana.

 

La imperceptible muerte

Melancolía es espera de lo que ya ha venido.
Los viejos y los puertos se equivocan:
Creen que la muerte es un barco que vendrá a llevar la
                                                                                    memoria.
Fingen no recordarla pero, secretamente, la aguardan cada
                                                                                                      tarde.
Como una extraña música pregunta a la nave
qué recuerdo y qué aroma alejará primero.
Olvidan que el verano de la lluvia y la danza
fue la lenta partida, el sabio disolverse de un olvidado invierno.
Comprende lo que el tiempo nos dice con los árboles,
la causa de que habiten en las calles:
Los días besan la imperceptible muerte
y en las ciudades nacen como extrañas metáforas.
Igual que los viajeros amamos su quietud
y vemos en sus ramas a futuras fogatas.
Pero no percibimos cuando mueren.
Idéntica es la sombra de vivos y de muertos
y esperamos la fruta de la bella caída que, tal vez, no regrese.

Caminas entre árboles y no puedes decir cuál está muerto,
cuál da sombra o es sombra.
Lo que creías tu llanto es sólo el deshacerse
de las primeras lluvias de la niñez.
Lo que creías el perfil de un amor último
es sólo la destrucción de aquél primero,
que el miedo bautizaba entre las tardes.
Lo que creías un árbol es sólo una metáfora de imperceptible muerte.
Melancolía es espera de lo que ya ha venido.
Los viejos y los puertos se equivocan.
Los días han disuelto el barco que aguardabas;
La nave se ha llevado tu memoria.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Eduardo Álvarez Tuñón (Buenos Aires, 1957) ha publicado los siguientes libros de poemas: Pueblos entre la mano y el árbol (1976), El amor, la muerte y lo que llega a las ciudades (1980), La secreta mirada de las estaciones (1983), Antología poética (1991).>>