Apuntes sobre el amor catuliano

Apuntes sobre el amor catuliano[1]

Arturo R. Álvarez Hernández

 

En la poesía romana del s. I a.C. el tema de amor, la materia amorosa, no sólo ocupa un lugar preponderante, sino que adquiere formas sin precedentes en la poesía latina o en la griega. Ninguno de los grandes poetas de fines de la república y comienzos del principado –que fue el período más importante de la poesía latina– se desentiende del tema del amor (baste recordar la atención que le conceden Lucrecio en su epos didáctico y Virgilio en su epos heroico, para hablar de géneros poéticos más bien extraños a la materia amorosa) y al mismo tiempo muchos de esos grandes poetas componen colecciones exclusivamente amorosas: aludo, por supuesto, a las colecciones elegíacas de Galo, Propercio, Tibulo y Ovidio, a través de las cuales la elegía se caracteriza en Roma como ‘género amoroso’ o ‘erótico’, diferenciándose netamente de la tradición elegíaca griega, en la que el tema del amor está presente pero no es dominante.

Pero hay un aspecto más significativo, dentro de este cuadro general: a partir de Catulo y seguramente a consecuencia de Catulo, en la producción lírica y en la producción elegíaca romana de contenido amoroso el amor es asumido por el poeta como experiencia personal, o sea, el poeta desarrolla el discurso amoroso desde el lugar de amante. Dicho de otro modo: en la escritura amorosa de Catulo, de Horacio y de los elegíacos la persona loquens es el poeta enamorado, un rasgo que, otra vez, casi no tiene precedentes ni en la poesía griega ni en la romana.

Este rasgo peculiar va acompañado, además, de una nueva valoración de la experiencia amorosa. Hasta ese momento la literatura en general había espejado el concepto del amor más común en la cultura grecorromana: una fuerza funesta e irresistible, que se impone tanto a hombres como a dioses, triunfando sobre la voluntad y el entendimiento y arrastrando, por ende, a conductas humillantes y hasta monstruosas; en todo caso, incompatibles con una vida decente. En Roma, en particular, por amor se entiende primariamente el deseo sexual –decente en el varón, indecente en la mujer– cuya satisfacción el varón de buena familia debía procurarse mediante el uso de prostitutas y/o esclavas o esclavos.

En un contexto ideológico semejante se comprende que los poetas antiguos anteriores a la época que estamos considerando casi nunca hayan tratado el amor en primera persona, sino a través de personajes, míticos o de ficción, y por lo general para mostrar los aspectos negativos de la pasión amorosa o, como en el caso de la comedia, para provocar hilaridad. La literatura griega, sin embargo, ofrece dos excepciones que cabe destacar: por una parte, en la lírica arcaica, tenemos el caso de la célebre poeta Safo, de la que nos han llegado fragmentos de bellísimos poemas en los que se confiesa, con toda convicción, ‘enamorada’; por otra parte, en el epigrama helenístico, el tema del amor –que ocupa dos enteros libros de la Antología Palatina (V y XII)– adquiere particular relevancia y a menudo se enuncia desde la posición del poeta enamorado.

No es casual, entonces, que Catulo, al inaugurar en la poesía latina el discurso de amor en primera persona y, a través de ese discurso, una nueva valoración de la experiencia amorosa misma, se muestre programáticamente deudor tanto de Safo como de la epigramática helenística: de su herencia sáfica habla el pseudónimo elegido para su amada (Lesbia) y la utilización de la estrofa sáfica en dos poemas claves (11 y 51), el segundo de los cuales, en sus primeras cuatro estrofas, es casi una traducción de la poeta de Lesbos (fr. 31 Voigt); de su herencia epigramática habla la masiva presencia de motivos eróticos del epigrama helenístico tanto en la primera como en la tercera sección del corpus catuliano (cc. 1-60 y 69-116), la segunda de ellas compuesta enteramente de epigramas.

El lector moderno, familiarizado y yo diría incluso saturado de poesía en la que el poeta declara su amor, tiene dificultad para percibir la absoluta novedad que comportaba, en la Roma del s. I a.C., la aparición de una poesía de ese tipo. Pero tenemos que hacer el esfuerzo de trasladarnos en el tiempo y comprender que Catulo, para decir poéticamente su amor, no tenía casi nada a sus espaldas, tenía que inventar un nuevo lenguaje, y tenía que hacerlo con la conciencia de que ese lenguaje seguramente iba a ser entendido por muy pocos. En este sentido es notable el esfuerzo de Catulo por definir la especificidad de su experiencia amorosa, en un contexto de ideas y valores que se mostraba extraño e incluso hostil a semejante experiencia. ¿Pero qué era lo extraño, lo distinto, de la experiencia amorosa catuliana?

En este punto me parece necesario despejar un equívoco muy común. Como bien sabemos, Catulo recurre abundantemente al lenguaje obsceno en su poesía de invectiva, que él engloba bajo el término iambi (‘yambos’; cf. cc. 40, 2; 54, 6). Víctimas de esos ataques catulianos son algunos enemigos y también algunos falsos amigos del poeta; pero ocasionalmente él recurre a ese lenguaje también para castigar a su amada, en los momentos en que se siente traicionado por ella (cf. cc. 11, 17-20; 37;  58). Una sensibilidad literaria como la actual, que gusta de los lenguajes crudos y violentos, ante este aspecto del discurso catuliano se ve inducida a ver la peculiaridad de la experiencia poético-amorosa de Catulo en esas violentas referencias al sexo. Y, de hecho, no faltan críticos que, embarcados en esa idea, llegan a caracterizar la relación Catulo-Lesbia por su connotación sexual, interpretando en clave pornográfica poemas importantes del ciclo amoroso como el 2 (Passer deliciae meae puellae) o el 5 (Vivamus, mea lesbia, atque amemus; el poema de los besos).

Nada más alejado, creo yo, de la sensibilidad amorosa de Catulo y de la novedad que ella implica. Si observamos con cuidado los momentos en los que el poeta utiliza lenguaje obsceno con referencia a su amada, comprobamos que jamás lo hace para referirse a su propia relación con ella, sino que, al contrario, lo hace para referirse a las relaciones (reales o imaginarias) con las que ella lo traiciona y que, a sus ojos, la degradan. Está claro que la relación amorosa de Catulo con Lesbia tiene un contenido sexual, de placer físico, pero a ese componente el poeta se refiere escasísimas veces y siempre con notable reticencia, tanto más notable en un poeta que, como dijimos, a la hora de hablar de sexo no se andaba con tapujos. Una de esas pocas veces que Catulo se refiere al placer compartido con su amada se encuentra en el c. 8, que es un poema de desengaño en el que el poeta se exhorta a sí mismo a terminar con Lesbia. Dice al comienzo (cito por la edición de Thomson [2] ):

 

Miser Catulle, desinas ineptire,
et quod vides perisse perditum ducas.
fulsere quondam candidi tibi soles,
cum ventitabas quo puella ducebat
amata nobis quantum amabitur nulla.                               5
ibi illa multa cum iocosa fiebant,
quae tu volebas nec puella nolebat,
fulsere vere candidi tibi soles.

Desdichado Catulo, deja de hacer el ridículo,
y lo que ves que ha perecido dalo por perdido.
Brillaron  una  vez  para ti radiantes soles,
cuando acudías adonde te llamaba tu muchacha,
amada por nosotros cuanto ninguna será amada.            5
Allí cuando ocurrían aquellos muchos juegos,
que tú querías y tu muchacha no rechazaba,
brillaron en verdad para ti radiantes soles.

 

Obsérvese que el poeta, apenas menciona los juegos eróticos compartidos con la puella tiene el pudor de aclarar (v. 7) que eran ‘queridos’ por él y ‘no rechazados’ por ella. Resulta evidente que, para él, atribuir la iniciativa a su amada hubiera sido rebajarla. Hacia el final del poema (vv. 15-18), en esa extraordinaria serie de preguntas retóricas que, bajo la apariencia de una amenaza a la traidora, sugieren, en un nivel más profundo, la desesperación de Catulo ante un futuro de separación, el poeta vuelve aludir a los momentos de placer compartidos:

 

scelesta, vae te! quae tibi manet vita?                                  15
quis nunc te adibit? cui videberis bella?
quem nunc amabis? cuius esse diceris?
quem basiabis? cui labella mordebis?
at tu, Catulle, destinatus obdura.

¡Malvada, ay de ti! ¿Qué vida te espera?                                15
¿Quién irá ahora a tu encuentro? ¿Quién te creerá bella?
¿A quién amarás ahora? ¿De quién dirán que eres?
¿A quién darás tus besos? ¿A quién morderás los labios?
Pero tú, Catulo, sujetándote resiste.

 

El mordisco en los labios es lo máximo que se permite Catulo en la alusión al placer físico implícito en su relación con Lesbia, pero hay que reconocer que, para la moral de la época, este detalle era suficiente para colocar la entera relación Catulo-Lesbia en el terreno del mero placer sexual. Nuestro poeta, en cambio, la distingue netamente: basta repasar los numerosos poemas en los que se refiere a prostitutas (por las que siente absoluto desprecio), o a jovencitas o jovencitos con los que mantiene o quiere mantener relaciones de puro placer (incluyo entre estos el ciclo de Juvencio), en los cuales se refiere a los placeres sexuales sin reserva alguna. Con Lesbia el poeta no se lo permite. Es evidente que el vínculo con Lesbia tiene para él una especificidad que es incompatible con cualquier referencia demasiado explícita al placer compartido. Vuelvo, entonces, a la pregunta formulada más arriba: ¿qué era lo extraño, lo distinto, lo nuevo, de la experiencia amorosa con Lesbia?

Catulo intenta definir la especificidad de ese amor en diversos poemas, demostrando tener cabal conciencia de que allí reside el quid de su discurso amoroso. Naturalmente tendríamos que pasar revista a todo el ciclo de Lesbia para sacar conclusiones, pero yo creo que puede bastar el análisis de dos poemas para comprender lo esencial del ‘amor catuliano’.

En el poema 72 el poeta evoca, desde un presente de amargo desengaño, los tiempos en que él y Lesbia se amaban y se juraban amor eterno:

 

Dicebas quondam solum te nosse Catullum,
Lesbia, nec prae me velle tenere Iovem.
dilexi tum te non tantum ut vulgus amicam,
sed pater ut gnatos diligit et generos.
nunc te cognovi; quare, etsi impensius uror,                                           5            
multo mi tamen es vilior et levior.
qui potis est, inquis ? quod amantem iniuria talis
cogit amare magis, sed bene velle minus.

Decías en otros tiempos, Lesbia, que sólo a Catulo te entregabas,
y que en mi lugar ni a Júpiter querías tener entre tus brazos.
Te quise entonces, no como el hombre común a su amante,
sino como un padre quiere a sus hijos y a sus yernos.
Ahora he llegado a conocerte;  por eso, aunque ardo por ti
                                                                                                    sin mesura,        5
sin embargo para mí tienes mucho menos valor y menos
                                                                                                             importancia.
¿Preguntas cómo es posible? Porque una traición semejante
hace que el enamorado desee más pero quiera bien menos.

 

Sin duda los tiempos felices evocados tienen la connotación del placer sexual, a través del particular significado que adoptan aquí los verbos nosco y teneo (he traducido el primero por ‘entregarse’ y el segundo por ‘tener entre los brazos’); sin embargo, cabe notar que lo evocado por Catulo, estrictamente, es el ‘decir’ de la amada (Dicebas …), el hecho de que ella construyera, con su palabra, un compromiso de fidelidad que hacía al poeta completamente feliz. ¿De qué modo correspondía Catulo a ese compromiso? Para explicarlo el poeta escoge un verbo (diligo), que equivaldría aproximadamente a nuestro verbo ‘querer’, pues puede usarse tanto para el ‘querer’ de las relaciones eróticas cuanto para el ‘querer’ de los vínculos familiares. Precisamente el objetivo de Catulo es diferenciar y oponer esos dos tipos de ‘querer’. El primer tipo, mediante las figuras del vulgus y la amica, queda definido como el de las relaciones, esencialmente de placer sexual, que la generalidad de los hombres (vulgus) tiene con sus amantes, pues aquí el término amica hace referencia sin duda a la amante o concubina, figura más que presente en la sociedad romana y muy frecuente en la comedia de Plauto y de Terencio. En el extremo opuesto se ubica el segundo tipo de ‘querer’, el cual, mediante las figuras del pater y de los gnatos et generos (‘hijos y yernos’), queda definido como el de los vínculos parentales en el seno de la familia romana (el detalle de los yernos habla, obviamente, de la particular ideología familiar, que no es el caso tratar ahora).

Aquí está precisamente lo extraño, lo diferente, lo que podía causar estupor y rechazo en la mentalidad de la época. El poeta está diciendo que, en el apogeo de sus amores con Lesbia, sentía por su amante (porque no cabe duda de que ella era su amante) un afecto tan puro, tan casto, tan serio, tan incondicional, tan ilimitado como el de un padre para con sus hijos y yernos. Sin duda la principal preocupación del poeta en este poema es que su propia amada (a ella esta dirigido el discurso) confunda su amor con el de un común amante por su querida; para despejar ese equívoco tiene que apelar a la analogía con un mundo de afectos completamente diferente del de las relaciones eróticas y, al mismo tiempo, muy presente en la sensibilidad romana, como era el mundo de los vínculos de familia.

Concluida la evocación del pasado feliz, en la segunda mitad del poema se desarrolla la situación actual del poeta-amante (v. 5 nunc). En deliberado contraste con el verbo nosco, que en el v. 1 hacía referencia al ‘conocimiento’ físico originado en la unión sexual, el poeta utiliza en el v. 5 un verbo de la misma etimología (cognosco) para indicar que en el presente ha llegado a conocer cabalmente a su amada (se trata de un perfecto resultativo), o sea que ha comprendido su verdadera realidad. Esa realidad se le ha manifestado a través de su iniuria (v. 7), es decir la traición de la amada a la fidelidad declarada en otros tiempos. Con el uso del término iniuria, de evidente raigambre jurídica, Catulo debía sorprender una vez más a los lectores de su época, al instalar implícitamente el vínculo amoroso con Lesbia en un terreno institucional, lo que transforma las promesas de fidelidad evocadas al comienzo del poema en una especie de compromiso legal.

Pero el poeta reserva una sorpresa más para el final: los últimos versos desarrollan el efecto que ha tenido en él la iniuria de Lesbia. La traición de la amada ha producido en el amante la separación y polarización de dos constitutivos básicos de su amor, que en los tiempos felices estaban en armonía: por un lado el deseo, fuente de placer físico (que aquí se designa mediante el verbo amo), por otro lado el afecto, el cariño, fuente de respeto y compromiso moral (que aquí se designa mediante la perífrasis verbal bene velle, que se reitera en otros poemas, como el 75, siempre en oposición a amare). Mientras Catulo tuvo la fidelidad de Lesbia, el deseo y el afecto, el placer y el sentimiento fueron de la mano y en equilibrio, pero rota la reciprocidad, por un lado su pasión, representada con la típica metáfora del arder (v. 5 uror), crece desmesuradamente (impensius), por el otro lado el objeto de su deseo pierde valor, pierde importancia (v. 6 mi tamen es vilior et levior). La pasión (amare) de Catulo por Lesbia crece, su sentimiento (bene velle), su afecto por ella disminuye.

Entonces, a la luz de este poema, me parece evidente que la especificidad del ‘amor catuliano’ no está en su ‘voltaje erótico’ (como se diría hoy), sino en su ‘voltaje afectivo, sentimental, ético’, un voltaje que era inconcebible en una relación que, al mismo tiempo, era relación de placer; tan inconcebible que la propia amada parece no haberlo entendido.  De hecho, el poema 72 es un intento de explicárselo.

Pasemos a otro poema en que Catulo intenta definir la especificidad de su amor, me refiero al poema 109. La situación de los amantes en este caso es menos clara. La crítica en general entiende que estamos en un momento de reconciliación, luego de una ruptura. Esto es muy probable porque, como veremos, el poeta se muestra esperanzado pero, a la vez, temeroso en cuanto al futuro de la relación. Esta vez cito por la edición de Mynors. [3]

 

Iucundum, mea vita, mihi proponis amorem
hunc nostrum inter nos perpetuumque fore.
di magni, facite ut vere promittere possit,
atque id sincere dicat et ex animo,
ut liceat nobis tota perducere vita                                                 5
aeternum hoc sanctae foedus amicitiae.

Lleno de felicidad, vida mía, me planteas que ha de ser
este amor nuestro y perpetuo entre nosotros.
Dioses, haced que pueda prometerlo de veras,
y que  lo diga con sinceridad y de corazón,
para que nos sea dado prolongar toda la vida                                     5
este pacto eterno de sagrada amistad.

 

Hay analogías muy significativas con el poema que vimos antes: aquí nuevamente el poeta se dirije a su amada y evoca el ‘decir’ de ella (v. 1 proponis; v. 3 promittere), un ‘decir’ en el que radica toda posible felicidad de los amantes. Lesbia promete un amor feliz y perpetuo (iucundum … perpetuumque …). Llama la atención aquí el énfasis puesto en definir el amor como lazo íntimo de los amantes (vv. 1-2 amorem hunc nostrum … inter nos), en lo que se evidencia fundamentalmente el anhelo de Catulo. Pero las afirmaciones de la amada ya no se sustraen a las dudas del poeta-amante: de hecho en el poema 70, probablemente un poco posterior al que estamos viendo, él denunciará, luego de un inicio análogo al nuestro, la inconsistencia de sus afirmaciones. En nuestro poema, al contrario, él quiere creer, y con ese ánimo se dirige a los dioses, rogándoles que las promesas de Lesbia sean verdaderas. Aquí otra vez llama la atención el énfasis puesto en connotar el anhelo de veracidad que embarga al amante: v. 3 vere; v. 4. sincere  … et ex animo. Pero lo más llamativo es la actitud de plegaria en la que se sitúa el poeta, como parte de la intensidad sentimental que todo el texto trasunta y que se expresa, como hemos visto, a través de la acumulación pleonástica de expresiones: a las dos ya señaladas (amorem hunc nostrum … inter nos ; vere … sincere  … et ex animo) hay que agregar la serie que hace referencia a la perduración del amor en el tiempo:  v. 2 perpetuum;  v. 5 tota … vita; v. 6 aeternum.

El recurso a la plegaria, frecuente en Catulo cuando está en juego algo central de su existencia, denota precisamente la centralidad del vínculo amoroso con Lesbia, y el señalamiento de esa centralidad en cierto modo obliga al poeta a definir dicho vínculo con términos más precisos que el simple ‘amor’ empleado en el v. 1 (amorem).

La fómula enunciada aquí por Catulo es, sin duda, el resultado de una búsqueda conceptual: v. 6 aeternum hoc sanctae foedus amicitiae (‘este pacto eterno de sagrada amistad’). Para decirle a los dioses, en su plegaria, qué es lo que debería perdurar por siempre entre él y su amada, Catulo recurre a una fórmula construída sobre la base de dos conceptos: foedus y amicitia. Al igual que en el poema 72, aquí Catulo indica la especificidad de su amor recurriendo a nociones que no tienen connotaciones eróticas sino que corresponden a vínculos de otro tipo. Foedus es un término jurídico que significa ‘tratado’, ‘pacto’, ‘acuerdo’, tanto en la esfera pública como en la privada.  Amicitia es un término que hace referencia tanto a vínculos de carácter político –en cuyo caso indica un compromiso de apoyo recíproco– cuanto a vínculos de carácter personal, con implicancias de afecto, de respeto y de familiaridad.  Esta fórmula catuliana, reforzada, además, por una adjetivación solemne, de clara connotación religiosa (aeternum es el foedus, sancta es la amicitia), está despojada de toda idea de placer (una idea que sí estaba presente en boca de la amada: ella prometía v. 1 Iucundum … amorem). Es una fórmula basada en la idea de compromiso recíproco, de fidelidad a la palabra dada, de consecuencia entre pares.

Una vez más vemos que Catulo define sus sentimientos para con Lesbia recurriendo a nociones que no pertenecen al ámbito de las relaciones eróticas sino a ámbitos como el de la familia o el de la amistad, caracterizados por un contenido ético altamente positivo.  La novedad del amor catuliano está, entonces, en el contenido afectivo y ético que él pretende darle a una relación amorosa.

El recurso a la noción de amicitia resulta sumamente significativo si se considera el contexto histórico en que se instala la producción catuliana. En la Roma del mediados del s. I a.C., en una época que podemos caracterizar como la del derrumbe de la res publica romana por efecto, entre otras cosas, de la prolongada y cruenta guerra civil, se asiste al vaciamiento de los valores cívicos tradicionales (como la patria o la familia) y a la emersión de nuevos valores que de alguna manera los substituyen. El concepto de amicitia es un claro ejemplo de esta radical mutación: ubicada tradicionalmente en el ámbito de las relaciones políticas, a lo largo de este s. I a.C. va pasando a la esfera de lo personal e íntimo, donde asume todo el espesor existencial que encontramos en el tratado de amicitia de Cicerón, escrito unos diez años después de la muerte de nuestro poeta. Allí la amistad, además de constituirse en uno de los bienes máximos de la vida (sólo inferior a la sabiduría), es entendida como omnium divinarum humanarumque rerum cum benivolentia  et caritate consensio (Cic. am. 20): ‘el acuerdo respecto de todas las cosas divinas y humanas acompañado de bienquerer y aprecio’; esta benivolentia aludida por Cicerón equivale sin duda al bene velle que Catulo identificaba con la plenitud del amor.

Por otra parte el corpus de Catulo en buena medida podría definirse como ‘cancionero de la amistad’, ya que no sólo encontramos allí infinidad de poemas dirigidos a los amigos sino que, en definitiva, toda esa producción, incluido el ciclo de Lesbia, presupone como receptor inmediato el círculo de amigos del poeta. Está claro entonces que, para los espíritus más alertados y sensibles de la época, la amistad se transformó en una especie de ancla o en una especie de refugio en medio de la colosal tormenta que sacudía los cimientos de la civitas romana. Lo peculiar de Catulo, lo extraño, lo nuevo, es que él haya pensado en términos de amistad –con todas las implicancias de afecto, de respeto, de consideración, de compromiso que ello tenía– una relación de amor con una mujer. En esta sencilla pero trascendental operación está el punto de partida de la poesía latina de amor, el nacimiento de un discurso que va a ser continuado –con variantes, por supuesto– por Cornelio Galo, por Propercio, por Tibulo, por Ovidio, a su manera también por Horacio. Todos ellos son sucesores y herederos de Catulo, en la medida en que todos ellos entienden el amor en los términos concebidos por Catulo, que son, vale la pena recordarlo, los términos en que siguió por siglos ‘diciéndose’ y ‘sintiéndose’ el amor, los términos en que sigue ‘diciéndose’ y ‘sintiéndose’ el amor, el verdadero amor, aún en nuestros días.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. El presente texto corresponde en su mayor parte a una conferencia que leí, por gentil invitación de Beatriz Arbasetti, en la apertura de las II Jornadas Nacionales Multidisciplinarias “El amor y la amistad” celebradas en Paraná del 27 al 28 de mayo de 2010.  El título de la conferencia (“Amor y amistad en la poesía latina de amor”) denotaba mi intención inicial de extender la mirada a toda la poesía amorosa latina, intención que pronto cedió su lugar a la de focalizar el momento inicial de dicha poesía, es decir Catulo. Soy muy consciente de que sobrevuelo aquí problemas literarios y culturales difíciles y controvertidos, pero creo que puede justificarse la publicación de estas precarias observaciones si al menos no traicionan el espíritu de la experiencia poético-amorosa catuliana. Las traducciones de los textos catulianos citados son mías. >>
  2. Catullus. Edited with a Textual and Interpretative Commentary by D. F. S. Thomson. Toronto-Buffalo- London: University of Toronto Press, 1998.>>
  3. C. Valerii Catulli Carmina. Recognovit brevique adnotatione ccritica instruxit R. A. B. Mynors. Oxford: O. U. P., 1958. >>