La vida en las orillas

Elisa Molina [1]

 

Ahora tengo para siempre las palabras

Ahora tengo para siempre las palabras
eucalipto, paraíso, siempre-verde
y una imagen de hojas que caían
-doradas, cobrizas, plata vieja-
de lo que fue por un instante la arboleda.

 

Loneliness in a practical world

Hay una casa a medias demolida,
calada por la lluvia de esta noche.
El agua corre por las piezas, por la sala,
por galerías ya sin techo;
lava el polvo de cal y de ladrillo,
abre en el piso un canal oscuro…
                                                             Es tarde.
Desde la ventana del departamento,
veo desaparecer al extinguirse el rayo
la pequeña flor de lis de una baldosa
como la boca abierta de un ahogado.


Verano

La carne asada, el sabor del vino.
Nos reíamos con las piernas estiradas
y no hubo pasado
ni futuro.

Debemos escalar de nuevo esa montaña
y encontrar,
bordeando el murallón de piedra,
el pájaro aquel de pico anaranjado.

 

Sueño

Vi la vereda y las baldosas rotas
que durante veinte años esquivamos;
las casas de un barrio de plan,
el calor de este enero, la humedad,
lo incómodo que aprendimos a ignorar
cuando contabas tu sueño:

                                                  una puerta
en Módena daba al jardín de casa,
y allí al fondo, la sombra de una parra,
un racimo maduro, un enjambre
de abejas lo envolvía,
un remolino, y yo
era la joven con jilgueros.


Vapor

A esta hora, el vapor se eleva
de la tierra y se demora.

Envuelve el borde de las hojas,
se cuela entre las ramas.

Fantasma que pide algo más
del orden de lo verde, de lo vivo,

rozando el sueño ensimismado,
el sueño extraño de las cosas.

Así también comienza el día tuyo,
el mío. Con una lenta, lenta despedida.

 

En la lengua de tu padre

Escribes con la lengua de tu padre,
dijo en mal español el extranjero
y yo traduje: olor del humo,
gusto a sal entre los labios,
silbar del hacha, el golpe al sesgo;
en la noche inmensa un carozo de fuego;
un árbol deshojándose en otoño
un árbol violeta en primavera
y el aire fresco escribes
en la lengua de tu padre.


Osa polar

El frío es intenso,
no hay viento todavía al despertar
con eso que en el lenguaje de la sangre
te resulta extraño: una inquietud
que pone en guardia al perro
-su  gran cabeza negra
sigue también el balanceo, el paso lento de la osa
perdiéndose en la estepa.

También como él te irías
cruzando la tranquera, la calle,
el vecindario, hasta que tu ladrido
se vuelva eco de un pinar helado,
aroma salvaje.

 

Pájaro en la siesta

Fue un silbo en el silencio de la siesta,
un mínimo sonido interpretado,
con apenas un resto de conciencia
lo que dio a luz al mundo de las formas:

hojas radiantes de la palma,
higos picoteados por cotorras,
el ondular del sol en las cortinas,
pero sin cuerpo ni materia.

Al fin me desperté. Hay luz,
y es dorada incluso en la pulpa abierta
de la fruta que se pudre: mi sueño
era menos perfecto que la tarde.

 

La vida en las orillas

Agua de la orilla y un corto vaivén:
a veces el hocico de las mulas,
a veces un perro y su lengua seca
deshaciendo la imagen de las nubes.

Poco hubo en este cuadro, es cierto,
salvo la agonía de un insecto,
y en su ojo de gema facetada
el astillado brillo de la tarde.

Después otra vez la calma
de los guijarros en el fondo
-y la sombra de una bandada de patos
de más allá, hacia quién sabe dónde.

 

Envío

Tuve mis tres días frente al mar
y a las eternas gaviotas,
mientras rugía el mundo
alrededor, acorazado.

Pincel del viento, dame otra vez
el trazo que insinúa
sabor a sal y mediodía.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Elisa Molina (1961) ha publicado Escrito en el agua (2003).>>