Auden, poeta que habla

Auden, poeta que habla[1]

Alfonso Berardinelli
(Traducción de Luciana Zollo) 

 

Después de haber leído por primera vez uno de sus libros (la antología poética editada por Carlo Izzo, publicada por Guanda: yo tenía veintidós años) decidí que Auden era uno de mis escritores preferidos.

Digo escritor, y no poeta porque indudablemente Auden es un poeta, pero lo es con tanta riqueza de recursos, con tal variedad temática y estilística que parece ser algo más que un poeta.

En él me atraía aquella multiforme y desbordante energía en potencia que tomaba las formas de la métrica, pero que también habría podido tomar otras formas y otros caminos. Auden liberaba la poesía moderna de sus purismos y sus rigores, de su parálisis antidiscursiva, de su culto maniático tanto por la forma absoluta como por lo informe caótico, devolviéndole aquella abundancia de significados y aquella consistencia formal que se habían perdido con el simbolismo.

Auden no era propiamente un lírico, no aislaba momentos de intensidad. Pensaba y hablaba en versos: y sus versos, con su maravillosa y siempre imprevisible regularidad, no eran sino recursos para pensar y para hablar mejor, juego y música necesarios para que la inteligencia funcione.

En mi amor a primera vista por Auden había algo misterioso. Sin embargo, ha transcurrido tanto tiempo desde aquel primer encuentro, mi predilección por Auden ha superado tantas pruebas y tantas mutaciones que considero a este autor casi uno de mis ángeles guardianes y consejeros secretos. Tenía casi la edad de mis padres (yo tuve padres mayores, era el hijo menor) y es uno de los escritores que más me ayudaron a entender la transición desde la primera hacia la segunda mitad del siglo XX. Además, cultivo la fantasía de que, al podernos encontrar y ser coetáneos, nos hubiéramos hecho amigos. En definitiva, para mí Auden es un familiar, un tío inteligente (en la vida real tuve dos tíos, solteros y razonadores) o, propiamente, un amigo en potencia que el destino hizo nacer en una generación anterior y en un país diferente.

 

No sé muy bien por qué elegí a Auden. La primera razón es que cuando empecé a leer sus frases en versos, con todas aquellas comparaciones veloces, majestuosas o maliciosas, con todos aquellos cortocircuitos entre abstracción y materialidad, entre conceptos e imágenes, inmediatamente me di cuenta de que no sólo hubiese deseado escribir las mismas cosas, sino de que también hubiese podido hacerlo. Varias veces me sucedió de tener más o menos los mismos pensamientos que Auden antes de haberlos leídos en sus versos. Quizás, en un determinado momento, dejé de escribir poesía porque no iba a poder (ni quería) escribir en italiano poemas parecidos a los suyos, habiéndolos ya escrito él en inglés. Habría sido necesario transferir todo a otro código cultural y cambiar de género literario.

Auden es sin dudas un gran poeta y en tal sentido digno de admiración. Sin embargo, no siempre es fácil entenderlo para alguien que no sea de lengua materna inglesa (Auden terminó siendo un poeta “difícil”, creo, hasta para los norteamericanos). Pero yo diría que sus defectos y sus limitaciones me interesan tanto como sus cualidades. Esto habitualmente sucede con nuestros escritores preferidos (que no superan la docena, a menos de que seamos bulímicos o volubles) porque son sus defectos los que tornan a un autor más cercano y real: hecho que requiere, también, de cierta conciencia  de nuestras limitaciones, y, más en general, del hecho de que vicios y virtudes  constituyen  en cada individuo las dos caras de la misma realidad. Admirar sólo a escritores grandes y canónicos no es una buena señal. Demuestra incapacidad de entender realmente qué es lo que nos gusta, qué es realmente lo que necesitamos.

Me atreví a mencionar los defectos de Auden a pesar de no estar seguro de saber indicarlos con precisión. Por lo menos hasta ahora, su poesía no ha sido admirada y aceptada universalmente (tampoco de manera conformista) como, por ejemplo, la de Eliot o de Brecht, dos de sus maestros. Esto también es interesante: a Auden hay que descubrirlo. No es para todos. No es (todavía) querido por los docentes, no se lo considera (todavía) un clásico del siglo XX a pleno título, del que es obligación conocer con precisión didáctica los temas, las etapas de desarrollo, las ascendencias, la influencia, la estructura estilística.

Auden es todavía valorado sólo parcialmente y no siempre con justas razones. Sin embargo, en la mayoría de los casos, quien lo lee es realmente un lector aficionado. Además, toda la poesía escrita después de la década 1930-40 es un archipiélago brumoso en dónde pocos se aventuraron y se detuvieron bastante. Sin mencionar sus ensayos críticos, sistemáticamente ignorados por los historiadores y por los teóricos de la crítica y nunca seriamente considerados por los académicos.

Uno de los “defectos” de Auden podría verse en su misma productividad, en cierta falta de centro y en el hecho de que su título más famoso, La edad de la ansiedad [2] , es utilizado a veces por los historiadores de la literatura para definir toda una época, pero no es seguramente un libro muy conocido. Auden fue un poeta prolífico no simplemente en el sentido de haber escrito mucho y publicado numerosos libros, sino también en un sentido menos exterior y cuantitativo. Existe efectivamente en cada uno de sus poemas una energía fluida que tiende más a la dilatación, a la acumulación, al crecimiento, a la variación explicativa y a la ramificación incontrolada de las imágenes que a la densidad concentrada. Auden es un poeta locuaz, elocuente, difuso, analítico. Como dice él mismo en una larga entrevista publicada en el mismo libro, desde niño, había sido un “charlatán”. Y este poeta charlatán tuvo una actitud inconfundible, con el tiempo cada vez más evidente, que sorprendía e irritaba a sus críticos: hacía serios y hasta severos sus caprichos idiosincrásicos, sus “chusmeríos humanísticos universales”, expresando por otro lado  en tono brillante y alegre la profundidad meditativa y la agudeza analítica.

En Auden, de todas maneras, actuaba también un impulso opuesto, una tendencia intelectual a la simplificación y a los esquemas tipológicos. Sus libros de poesía están llenos de retratos, ofrecen una rica galería de tipos humanos, de casos clínicos o simplemente extravagantes, y sus ensayos a menudo se construyen sobre distinciones y oposiciones al mismo tiempo elementales y fantasiosas. En la segunda mitad de su vida este impulso hacia la simplificación acentuó su necesidad de corregirse y de eliminar lo superfluo. “Así como simplificaba sus escritos” escribe su amiga Thekla Clark, “Wystan simplificaba su vida. En los últimos años su pasión por el lenguaje aforístico se hizo cada vez más evidente”. [3]

La obra poética de Auden tiene una fluidez a veces oratoria y a veces coloquial que de por sí determina un cambio con respecto al estilo “modernista”, concentrado, ascético, a menudo órfico, ontológico, característico de la generación de poetas anterior a la de él. También como poeta y no sólo como ensayista, Auden es, antes que todo, un hombre “que habla”. Se podría afirmar que su misma poesía pertenece, en amplia medida, al género del ensayo en versos y es animada por la enérgica regularidad de  los esquemas métricos.

“La poesía no es magia” afirmó. “Si queremos darle a la poesía, o a cualquier otra forma artística, una finalidad profunda, ésta consiste en desencantar y desintoxicar, diciendo la verdad.” [4]

El lenguaje poético de Auden no pretende ser un reemplazante, un sustituto fonosimbólico de la realidad. Prefiere ser, de una manera del todo consciente, un comentario de la realidad, más observada a la distancia, desde afuera y desde arriba, que directamente vivida. Auden no es un poeta del ser, es un poeta del pensar.

La singularidad de su estilo poético, de su manera de utilizar la forma poética como un instrumento técnico para pensar y para comunicar, surge del desapego mental que Auden mantiene con respecto a los temas  y a los argumentos que también para él son más apasionantes. Su vida privada y sus emociones personales quedan en un segundo plano. Entre la mente del poeta y el mundo existe una distancia que ningún poder mágico de la palabra poética podrá nunca anular y superar. En la poesía de Auden las palabras  no quieren ser objetos ni influir sobre ellos. La conciencia de la separación entre lenguaje y realidad es una condición que el escritor nunca olvida. La poesía queda como un evento del pensamiento y del lenguaje: no modifica nada que esté afuera de ella. Ideas y cosas, lengua y mundo son dimensiones paralelas. Así como el mundo no les pide nada a los poetas y podría prescindir de ellos, así la opinión y la palabra del poeta no modifican el mundo.

Al definirse completamente en 1939, cuando termina su compromiso político, esta conciencia le quita a Auden toda clase de inhibición con respecto a las opiniones. Juzgar, opinar, no quiere decir “legislar” o tener la ilusión de modificar y gobernar con nuestras propias evaluaciones las conductas humanas. “La de desconocidos legisladores del mundo” escribió “es una definición apropiada para los miembros de la policía secreta, no para los poetas”. [5]

La falta de “esencialidad”, que es evidente en la poesía de Auden y que lo diferencia de la generación tardo-simbolista (Yeats, Rilke, Valèry y en parte el mismo Eliot), es una consecuencia tanto intelectual como formal de esta conciencia. Auden no cree que gracias a su lenguaje poético se pueda llegar a la esencia de las cosas, y por esta razón nunca apuntó a un lenguaje poético esencial.

 Una de sus poesías más famosas, Musée des Beaux-Arts, define de manera ejemplar la manera de proceder de Auden y su idea de poesía. El autor nos recibe en calidad de visitante de una pinacoteca, observa un cuadro de Bruegel, aparenta comunicarnos sus impresiones de manera confidencial, extemporánea, como lo haría con un amigo que lo acompaña en las salas del museo. Reflexiona sobre la visión del mundo de los grandes pintores clásicos, examina los distintos detalles de las telas y remonta a una idea general: ningún evento trágico le impidió al hombre continuar con sus costumbres de siempre. La naturaleza y la historia, la vida diaria con sus diversiones y sus tareas permanecen imperturbables tanto si un Cristo nace o es crucificado, como si un desafortunado Ícaro pierde las alas y desde el cielo precipita al mar. Auden no olvida ni el dolor ni la indiferencia hacia el  dolor. Ironía y sentido trágico no se anulan. Cada uno tiene sus razones y esta idéntica afirmación es al mismo tiempo trágica e irónica. La realidad no obedece a una única racionalidad. El cosmos es un conjunto de microcosmos, una pluralidad de entes, o de mónadas, o de mundos que muy difícilmente entran en comunicación entre ellos. La Historia no existe como proceso unitario, existen innumerables historias que confunden la mente humana, la cual por cierto no puede creer que maneje racionalmente los acontecimientos.

La realidad descrita en la poesía es vista por Auden como un escenario preexistente, definido anteriormente (un cuadro ya pintado) que puede ser observado pero no modificado.

¿De cuántos y cuáles escritores hubiéramos deseado escuchar la conversación? Por lo que me concierne, de muy pocos. Los escritores más fuertemente, más instintivamente proyectivos y “creativos”, cuya personalidad está concentrada en la construcción de obras en sí conclusas, que parecen replicar la estructura del mundo mediante la invención de otro mundo, no pueden ser conversadores interesantes. Sus opiniones nos parecen curiosidades secundarias, fuentes de noticias de las que podemos tranquilamente prescindir. Lo que interesa son sus obras. Su mente es arquitectónica. Más que observar este mundo, crean otro al ponerse a trabajar. ¿Quién querría conversar con Balzac o con Dickens? Sería más interesante ver en acción esps monstruos de productividad, porque es probable que en lugar de contestar a nuestras preguntas se lanzaran a escribir una nueva historia, o a poner en escena otro personaje.

Lo mismo vale para ciertos poetas. Yo conversaría con gusto con Antonio Machado, pero ¿qué podría esperar de Rilke? Pienso que ni Dylan Thomas ni Sandro Penna, conversando, nos permitirían entender algo más con respecto a lo que misteriosamente se ha depositado en sus poemas. Es preferible espiarlos en sus vagabundeos solitarios que hablar con ellos. Sus poemas nos deslumbran. Y es suficiente.

Otros autores, por el contrario, producen la sensación de no haber sido totalmente capturados y reabsorbidos por sus escritos. Sus libros aparentan ser nada más que una consecuencia, un desarrollo, un perfeccionamiento de sus conversaciones, de sus diarios, de sus epistolarios.

Con este segundo grupo de autores me hubiera gustado conversar, a ellos me gustaría haberles podido preguntar acerca de temas diversos: el amor, Dios, el trabajo, el uso del tiempo, las edades de la vida, la memoria y la espera… Entre los más importantes pienso principalmente en Stendhal, Kafka, Leopardi, Kirkegaard. En principio, escritores “descarrilados”, inacabados, ampliamente póstumos, que no encontraron o no quisieron encontrarse con su tiempo. A lo mejor vivieron, como Auden, una primera etapa en sintonía con los tiempos, pero después se alejaron hacia una soledad en parte deseada y en parte sufrida.

Cuando leemos los poemas de Auden siempre tenemos la sensación de que fueron construidos en un doble registro y que necesitan de una “doble audición”. Al poseer una aguda percepción del límite que separa lo que es público de lo que es privado, Auden cuando escribe poesía a veces toma la palabra en público y a veces habla en privado, utilizando en algunos momentos la oratoria y en otras el tono humorístico, tanto el monólogo moral como la acotación confidencial, tanto la denuncia como el aforismo.

Su estilo posee a menudo un tono profundamente oratorio y ceremonioso: este tono puede tomar la forma de una oración fúnebre, de una conmemoración, de una celebración, de un elogio público o de una pública denuncia (como en los amplios poemas sobre Yeats, sobre Voltaire, sobre Freud).

Existe además el tono periodístico, epistolar o confidencial. En este caso Auden se habla a si mismo, o aparenta escribir cartas a algunos de sus amigos con quienes comparte una especial jerga estenográfica o un especial código alusivo.

En estas diferencias, que son morales (esto es, válidas para todos) y al mismo tiempo idiosincrásicas (vale decir, personales hasta la extravagancia), Auden se manifiesta como un extraño poeta: sus opiniones son decididamente insólitas, y muy pocos poetas podrían estar de acuerdo con ellas. Al opinar, por ejemplo, que “la felicidad, como el dolor, tendría que ser un asunto privado” [6] , niega que el origen de la poesía pueda consistir en la expresión directa de los sentimientos personales. Pero es legítimo preguntarse: ¿cuánta poesía se habría escrito si los poetas se hubieran guardado sus alegrías y sus sufrimientos? La mayoría de la lírica mundial, durante siglos, ha realizado la paradoja de convertir en públicamente expresables e interesantes los sentimientos más personales de felicidad y de dolor.

También Auden a veces lo hace. Pero en tal caso tiene que activar una serie de recursos retóricos que nos indican la convención y hacen resaltar la actuación, la gestualidad del monólogo teatral. O sea que Auden no tiene el comportamiento de un poeta lírico, sino el de un ensayista y un dramaturgo. En su calidad de individuo emocional, al escribir poesía, en realidad, más que revelarse, se esconde y se aleja.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Introducción a  Intervista con W.H.Auden, por Michael Newman, Roma, Minimum fax, 2001. Del libro de Alfonso Berardinelli Il critico come intruso, Le Lettere, Firenze, 2007. >>
  2. The Age of Anxiety: A Baroque Eclogue (1947)>>
  3. T. Clark , Wystan and Chester: A Personal Memoir of W.H. Auden and C. Kallmann, London, Faber, 1996.>>
  4. W.H. Auden, The Dyer´s Hand (1962).>>
  5. Ibidem, p. 42.>>
  6. T. Clarck, 1966.>>