Vladislav F. Chodasevic: Briusov

(Traducción de Ricardo H. Herrera)
 

Cuando lo vi por primera vez, él tenía veinticuatro años y yo once. Su hermano menor era mi compañero en el colegio. El aspecto de Briusov modificó la opinión que me había hecho de los “decadentes”. En vez de un hirsuto primate de cabellera violeta y nariz verde (así eran representados los “decadentes” en los feuilletons de “Novosti Dnja”) [1] , vi un modesto muchacho de bigote ralo y pelo corto, que llevaba un normalísimo saco y una camisa de algodón con cuello. Muchachos de ese tipo comerciaban artículos de mercería en Stretenka. Y así aparece Briusov en la fotografía que acompaña el primer volumen de sus obras publicadas por la casa editorial Sirin. [2]

Luego, recordándolo de joven, comprendí que la fuerza de su poesía de entonces se originaba sobre todo en esa combinación de exotismo decadente y sencillo filisteísmo moscovita. Una mezcla muy picante, un neto contraste, una disonancia filosa, pero justamente por eso los primeros libros de Briusov (hasta Tertia vigilia) son los mejores: los más penetrantes. Todas esas fantasías tropicales se desarrollan en las orillas de la Jauza, y la subversión de todos los valores tiene como telón de fondo el barrio Stretenka. Incluso ahora, más que el Briusov famoso, me gusta el “desconocido, escarnecido y extraño” autor de Chefs d’oeuvre. Me gusta que este muchacho insolente, siempre preparado para la ocasión de dejar caer una consideración como:

 

                                                    Odio la patria

sea capaz, al mismo tiempo, de levantar de la calle un gatito sarnoso, metérselo en un bolsillo y cuidarlo con infinita solicitud mientras prepara sus exámenes de graduación.

El abuelo de Briusov, Kuz’ma, nacido de siervos de la gleba, desarrollaba una floreciente actividad comercial en Moscú. Era dueño de una casa de negocios bastante sólida. La mercadería venía de ultramar: corcho. Su actividad pasó de él al hijo, Aviv, y luego a los nietos, los Avivovic. El cartel sobre el local del negocio, en un callejón entre Il’inka y Varvarka, estaba todavía intacto en el otoño de 1920. Casi enfrente del negocio se encontraba el estudio notarial de P. A. Sokolov. Es aquí donde, a principios del novecientos, por iniciativa de Briusov, se organizaban reuniones espiritistas. Participé en una de las últimas, a comienzos de 1905. Estaba oscuro y nos aburríamos. Cuando nos separamos, Valeri Jakovlevich dijo: “Las fuerzas mediúnicas con el tiempo serán objeto de estudio, encontrarán incluso aplicación en la técnica, igual que el vapor y la electricidad”.

Lo cierto es que en esa época su entusiasmo por el espiritismo se había enfriado y, si mal no recuerdo, fue entonces cuando interrumpió sus colaboraciones con la revista “Rebus”.

Ignoro por qué motivo el comercio de Kuz’ma Briusov pasó a manos de Aviv. ¿Cómo se le ocurrió a Kuz’ma chasquear, en el testamento, a su otro hijo, Jakov Kuz’mic? Pienso que éste debió haberse manchado con alguna culpa a los ojos del padre. Era un libre pensador, amaba los caballos, perseguía siempre alguna quimera; había estado en París, por lo demás escribía poesías. Llevaba a cabo copiosas libaciones en honor de Baco. Lo conocí ya de edad avanzada: canoso, la cabeza enmarañada, vestía una gastada levita. Estaba casado con Matrëna Aleksandrovna Bakulina, una mujer muy buena, un poco extravagante, maestra en hacer encajes y en jugar al préférence. La historia del noviazgo y de las bodas de Jakov Kuz’mic ha sido contada por su hijo en el relato: El noviazgo de Dasa. El mismo Valeri Jakovlevich firmaba a veces sus artículos con el seudónimo “V. Bakulin”. Se trataba en general de artículos polémicos, de los cuales solía decirse que estaban hechos con argumenta baculina.

Tras haber privado a Jakov Kuz’mic de la empresa comercial, Kuz’ma Briusov lo olvidó también en la parte del testamento que tenía que ver con una casa en la avenida Cvetnoj, frente al circo Somonskij. Esta casa fue directamente a parar a los nietos del testador, Valeri y Aleksandr Jakovlevic. Allí vivió toda la familia de Briusov hasta el otoño de 1910. Allí expiró Jakov Kuz’mic, en enero de 1908. Matrëna Aleksandrovna sobrevivió al marido por casi trece años.

La casa de la avenida Cvetnoj era vieja, vencida, con entresuelo y dependencias, con cuartos en penumbra y desvencijadas escaleras de madera. Había una salita con dos arcos que dividían la parte central de la lateral. Junto a los arcos había estufas semicirculares. En los azulejos de las estufas se reflejaban las sombras palmeadas de grandes latanias y el azul de las ventanas. Las latanias, las estufas y las ventanas permiten descifrar de modo realista una de las primeras poesías briusovianas, que por aquel entonces pasaba por una obra maestra del absurdo:

 

La sombra de creaciones increadas
ondea en el sueño,
como abanicos de latanias
sobre el muro de esmalte…
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una luna desnuda se levanta
a la luz de una luna azulada – etc. [3]

 

Sobre un costado de esa misma sala había un piano de cola. A lo largo de las paredes, sillas vienesas. Dos o tres cuadros ennegrecidos en marcos dorados. La sala servía también de comedor. En el centro, sobre una mesa extensible cubierta por un mantel a cuadros, aparecía una sopera; la sala era invadida por el aroma del sci. [4] Jakov Kuz’mic salía de su oscura habitación con la inseparable botella de coñac. Con mano temblorosa sostenía un vasito encima de un plato, y gotas de cognac caían en el sci. Pescaba con la cuchara un pedazo de coliflor y revolvía todo en el plato farfullando con tono culpable: “Poco de malo, se bebe y se come a la vez”. Y acababa su cognac, tras haber brindado con el yerno B. V. Kaljuznyj, ahora también él difunto.

Valeri Jakovlevich no se hacía ver muy seguido en la parte de la casa que ocupaban sus padres. Tenía, en el mismo edificio, un departamento suyo en el que vivía con su mujer, Ioanna Matveevna Runt, y con la cuñada Bronislava Matveevna, en una época secretaria de “Vesy” y de Skorpion. La decoración de sus habitaciones recordaba el style moderne. El pequeño estudio de Briusov estaba lleno de bibliotecas. Muy atento con sus visitantes, Briusov, que en ese tiempo no fumaba, tenía fósforos sobre el escritorio. Previendo una posible distracción de sus huéspedes, la cajita metálica para los fósforos estaba atada por una correa. En las paredes del estudio y del comedor colgaban cuadros de Sesterkin, uno de los primeros decadentes rusos, y dibujos de Fidus, Brunelleschi, Feofilaktov y otros. Valeri Jakovlevich no era un experto en pintura, pero le apasionaba. Entre todos los pintores del Renacimiento prefería, vaya a saber por qué, a Cima da Conegliano.

En una época en ese departamento tenían lugar los célebres “miércoles” en los cuales se decidían los destinos, si no de todo el modernismo ruso, al menos sí del moscovita. En mi primera juventud sabía de su existencia por haber oído hablar, pero no osaba ni siquiera soñar con entrar a aquel santuario. Recién en el otoño de 1904, cuando acababa de ingresar a la universidad, recibí la invitación escrita de Briusov. Mientras me quitaba el sobretodo en el recibidor, escuché la voz del dueño de casa que decía: “Es muy probable que para cada pregunta existan no una, sino varias respuestas valederas, quizás hasta ocho. Afirmando una sola verdad, dejamos desconsideradamente de lado otras siete”.

Esta idea turbaba mucho a uno de los huéspedes, un estudiante universitario, un hermoso joven de ojos azules y suaves cabellos rubios. Cuando entré, el estudiante iba de un lado al otro de la habitación moviéndose ágilmente, como si bailase, y hablaba poseído por una alegre excitación, pasando del bajo profundo a un sutil contralto, agachándose a veces, irguiéndose otras sobre la punta de los pies. [5]

Era Andrei Biely. Esa noche lo vi por primera vez. El otro huésped, también él estudiante ?de cabellos oscuros, robusto, las mejillas coloradas? estaba sentado en una poltrona con las piernas cruzadas. Era S. M. Soloviev. No había otros huéspedes: los “miércoles” ya declinaban.

En el comedor, mientras tomaban el té, Biely leyó (sería mejor decir cantó) algunas poesías suyas que más tarde, en una redacción corregida, pasaron a formar parte de Cenizas: Detrás de mí la ruidosa ciudad, Los presidiarios, El mendigo. Había algo de extraordinariamente encantador en su modo de leer y en su aspecto. Después de Biely, S. M. Soloviev leyó una poesía que le había enviado Blok: Espero la muerte en el alba. Briusov desaprobó severamente el último verso. Luego declamó él mismo dos nuevas poesías suyas: Adán y Eva y Orfeo y Eurídice. Después S. M. Soloviev leyó algunas piezas líricas compuestas por él. Briusov sometía a un meticuloso análisis cuanto oía. Era el suyo un análisis puramente formal. No tocaba en absoluto el contenido, e incluso parecía deseoso de subrayar que consideraba esas poesías sólo como meras composiciones escolares. Esta actitud profesoral en relación con poetas del todo autónomos como en ese tiempo ya lo eran Biely y Blok, provocó en mí estupor y aversión. Sin embargo, por cuanto he podido observar, Briusov no la abandonó.

La conversación en torno de la mesa del té duró mucho. Analizar las poesías de Briusov, como constaté, no se estilaba. Debían ser aceptadas como mandatos. Al fin sucedió lo que temía: Briusov propuso que también yo recitara “algo mío”. Aterrorizado, me rehusé.

A comienzos del novecientos Briusov era el líder de los modernistas. Como poeta, muchos lo consideraban inferior a Bal’mont, Sologub y Blok. Pero Bal’mont, Sologub y Blok eran mucho menos literatos que Briusov. Además, ninguno de ellos se preocupaba como él por el problema del lugar que ocupaba en la literatura. Briusov, en cambio, deseaba fundar un “movimiento” y ponerse al frente. Es por esto que el deber de crear una “falange” y guiarla, el peso de la lucha contra los adversarios, el trabajo organizativo y táctico, recaía esencialmente sobre las espaldas de Briusov. Fue él quien fundó Skorpion y “Vesy”, dirigiéndolas con estilo autocrático; fue él quien llevó adelante las polémicas, quien estrechó alianzas, quien declaró guerras, quien unió y separó, quien dio tregua y sembró cizaña. Manejando muchos hilos, evidentes u ocultos, se sentía el capitán de una suerte de nave literaria y, en el cumplimiento del propio deber, era extremadamente celoso. Tendía a dominar, no sólo por inclinación natural, sino también debido a su sentido de responsabilidad por el destino de la nave. A veces la tripulación amenazaba con amotinarse, y entonces él la domaba con una autoritaria lavada de cabeza, otras veces, en cambio, se veía obligado a hacer concesiones de carácter “constitucional”. Entre tanto, intrigando en el interior de su “parlamento”, lograba paralizarlo y destruirlo. Y todo esto no hacía sino aumentar su poder autocrático.

El sentido de igualdad le era absolutamente extraño, probablemente por el influjo del ambiente del cual provenía. El pequeño burgués está incomparablemente más dispuesto a agachar la cabeza que el aristócrata, por ejemplo, o que el obrero. Como contrapartida, el deseo de humillar a los otros a la primera ocasión inflama el ánimo del pequeño burgués mucho más que el del obrero o el del aristócrata. “A cada grillo su rinconcito”, “cada uno en su puesto”: en la literatura Briusov importó estas ideas directamente de la avenida Cvetnoj. O mandar o someterse, eso sabía. Dar prueba de independencia significaba granjearse su enemistad definitiva. Un poeta joven que no se dirigiese a él para ser juzgado y aprobado podía estar seguro de haber perdido su perdón para siempre. Así le sucedió a Marina Cvetaeva. No bien nacía una casa editorial o una revista cuya dirección no estuviera a cargo de Briusov, inmediatamente se proclamaba el decreto que prohibía a los colaboradores de Skorpion tomar parte en las iniciativas de esa casa editorial o revista. Así, sucesivamente, fue prohibida la colaboración en Grif, en “Iskusstvo”, en “Perevál”. [6]

El poder necesita escenografías. Y es siempre el poder el que genera la adulación. Briusov se las ingeniaba para rodearse de servilismo y ?¡ay!? encontraba gente disponible. Sus apariciones eran siempre teatrales. A una invitación no respondía ni sí ni no, dejaba que la gente esperase y se esperanzara. No llegaba nunca a la hora convenida. Un poco más tarde aparecían las personas de su séquito. Recuerdo perfectamente cómo una vez, en 1905, en una casa de “literatos”, la dueña de casa y los huéspedes permanecieron durante casi una hora y media conjeturando en voz baja:

“¿Vendrá o no?” A cada recién llegado se le preguntaba: “¿Sabe si Valeri Jakovlevich vendrá?”
“Lo vi ayer, me dijo que vendría”.
“A mí esta mañana me dijo que estaba ocupado”.
“A mí, en cambio, hoy a las cuatro me dijo que vendría”.
“Lo vi a las cinco. No vendrá”.


Y cada uno trataba de hacer notar que conocía más a fondo que los otros las intenciones de Briusov, por tener un trato más íntimo.

Al fin, Briusov aparecía. Nadie osaba dirigirle la palabra en primer término: respondían solamente cuando era él quien los interpelaba.

Desaparecía de modo igualmente misterioso: se esfumaba de golpe. Se hizo famoso el caso de cuando, saliendo de la casa de Andrei Biely, apagó improvisamente la luz, dejando en la oscuridad a los presentes. Cuando prendieron la luz, Briusov ya no estaba. El día siguiente Andrei Biely recibió de su parte la poesía De Loki a Baldr: [7]

 

Pero el último zar del universo,
la tiniebla, lo oscuro ? ¡está conmigo!

 

Tenía un modo curioso de dar la mano. Efectuaba un extraño movimiento. Briusov tendía la mano a la persona, quien a su vez tendía la suya. En el momento en que las manos habrían debido tocarse, Briusov retiraba precipitadamente la suya, sus dedos se cerraban en un puño y se llevaba el puño a la espalda, luego, abriendo ligeramente los labios en una sonrisa, miraba la mano del otro, que había quedado suspendida en el aire. Tras lo cual, la mano de Briusov, con idéntica precipitación, se lanzaba a aferrar la mano tendida hacia él. Se producía el apretón de manos, pero aquel momentáneo aplazamiento suscitaba una prolongada sensación de incomodidad. Uno se quedaba con la impresión de haber tendido la mano en el momento equivocado. He observado que Briusov recurría a este extraño método sólo cuando conocía a alguien desde hacía poco tiempo, y lo usaba especialmente para saludar a los poetas principiantes, los provincianos de paso, estudiantes de literatura recién matriculados o pertenecientes a círculos literarios.

En general una rebuscada cortesía (absolutamente formal por otra parte) se ligaba en él al amor por el atropello, la represión, la intimidación. Quien no gustaba de esto a la larga tenía que vérselas con él. Los otros formaban con gusto el obediente séquito del cual Briusov no rehusaba servirse para reforzar su propia influencia, su propio poder, su propio atractivo. Estos llegaron a un servilismo de ribetes cómicos. Una vez ?creo que fue en 1909? estaba sentado en un café de la avenida Tverskoj con A. I. Tinjakov, un poeta que escribía poesías mediocres con el seudónimo de “Odinokij”. [8] Mi interlocutor, ligeramente achispado, pronunció un largo discurso, al final del cual dijo literalmente esto: “Yo, Vladislav Felicianovich, ¡a Dios lo escupo!” En este momento escupió de modo nada simbólico sobre un recuadro verde de una vidriera de colores. “Con tal de que exista Valeri Jakovlevich: ¡a él, gloria, honor y devoción!”

Gumiliev me contó que este mismo Tinjakov, estando sentado con él en Petersburgo en un restaurante junto al río, mirando el agua del Neva exclamó de pronto en un impulso de sagrada clarividencia: “¡Miren, miren! ¡Valeri Jakovlevich viene hacia la orilla caminando sobre las aguas!”

Briusov no amaba las personas porque, antes que nada, no las estimaba. Así era, por lo menos, en sus años de madurez. En la juventud al parecer amó a Koneskoj. Por Z. N. Gippius tenía simpatía. No sé a quién más podría nombrar. Por lo que atañe a su tantas veces proclamado amor por Bal’mont, es improbable que pueda ser definido como amor. En el mejor de los casos era el estupor de Salieri ante Mozart. Se complacía en llamar a Bal’mont “hermano”. M. Volosin una vez afirmó que la estirpe de estos sentimientos fraternos se remontaba a la más remota antigüedad: a Caín. En su juventud, tal vez, amó también a Aleksandr Dobroljubov, pero rápidamente, en cuanto éste se hizo cristiano y populista, comenzó a no soportarlo. Dobroljubov llevaba una vida de vagabundo. A veces venía a Moscú y se quedaba en lo de Briusov por algunos días; tenía en común con Madezda Jakovlevna, hermana de Briusov, ciertas ideas religiosas. Era vegetariano, rondaba como un bordón y llamaba a todos hermano y hermana. Una vez encontré a Briusov en un círculo literario-artístico. Eran casi las dos de la madrugada. Él estaba jugando al chemin de fer. Me maravillé.

“Hay poco qué hacer” dijo “me quedé sin casa, está con nosotros Dobroljuvob”.

No regresaba a su casa hasta que Dobroljuvob no “levantaba sus tiendas”.

Boris Sadovskoj, persona buena e inteligente que escondía un gran corazón detrás de una seca reserva, se indignaba con las poesías eróticas de Briusov, las definía “poesías de cama”. Pero en este caso no era justo. En el erotismo de Briusov hay una profunda tragicidad, no ontológica, como al autor le gustaba creer, sino psicológica: imposibilitado de amar y respetar a la humanidad, no se había enamorado ni siquiera una vez de las mujeres con las cuales “yacía en la alcoba”. Las mujeres de las poesías briusovianas se parecen todas como gotas de agua: esto es así porque, no amando a ninguna, no podía distinguirlas, reconocerlas. Es posible que tuviese un profundo respeto por el amor, pero no le importaban en lo más mínimo sus amantes.

 

Nosotros, como sacerdotes,
cumplimos un rito

 

palabras terribles, porque tratándose de un “rito”, es decididamente indiferente con quién se lo lleva a cabo. “Sacerdotisa del amor” es uno de los apelativos preferidos por Briusov. Pero el rostro de la sacerdotisa está escondido; la mujer no posee un rostro humano. A una sacerdotisa puede reemplazarla otra: el “rito” permanece idéntico. Y al no encontrar, al no estar en condiciones de encontrar el ser humano en todas estas “sacerdotisas”, Briusov grita, presa del terror:

¡Temblando, abrazo un cadáver!

 

En él incluso el amor se transforma en tortura:

 

¿Dónde estoy? ¿En un lecho de pasión
o dentro de la rueda de un suplicio?

 

Amaba la literatura, sólo la literatura. Y también se amaba a sí mismo sólo en nombre de la literatura. En verdad cumplía con santa devoción los preceptos que se había dado a sí mismo en la juventud: “no amar, no compadecer; adórate a ti mismo sin límites” y “sé devoto del arte, únicamente del arte, sin reservas, sin motivo”. El arte como fin era el ídolo al cual él sacrificó más de una víctima humana y, es preciso reconocerlo, también a sí mismo. La literatura se le manifestaba como una divinidad despiadada, eternamente sedienta de sangre. Y para él se encarnaba en el manual de historia literaria. Era capaz de adorar este ladrillo científico como a una piedra sagrada, como la hipóstasis de Mitra. En diciembre de 1903, el mismo día en que cumplía treinta años, me dijo exactamente estas palabras: “Quiero vivir para que en la historia de la literatura universal haya dos líneas dedicadas a mí. Y las habrá”.

Una vez la poetisa Nadezda L’vova, ahora difunta, le dijo, a propósito de ciertas poesías suyas, que no le gustaban. Briusov hizo rechinar los dientes en una de sus famosas sonrisas, tiernas y feroces al mismo tiempo, y respondió: “Pero las aprenderán de memoria en los colegios, y las muchachitas como usted serán castigadas si no las estudian bien”.

No quería dejar en el corazón de los hombres un monumento “no con las manos construido”. [9] Quería introducirse “en los siglos” a la fuerza, a pesar de ellos: con dos líneas (negro sobre blanco) en el manual de historia literaria, con el llanto de muchachos castigados porque no saben de memoria las poesías de Briusov, con una estatua de bronce en Cvetnoj, su avenida natal.

Su historia de amor con Nina Petrovskaia fue tormentosa para ambos, pero Nina fue la que sufrió más. Concluido El ángel de fuego, Briusov se lo dedicó a ella y en la dedicatoria la definió “la mujer que mucho amó y por amor se perdió”. Él, por el contrario, no tenía ningún deseo de perderse. Agotado el sujeto, tanto en la vida como en la literatura, quería tomar distancia, volver al calor doméstico, a aquellas manos enrojecidas, gruesas y activas que le preparaban esos pasteles de zanahoria que tanto le gustaban.  Manifestaba el deseo de romper para siempre con intencional dureza.

Yo estaba ligado a Nina por una gran amistad. Las malas lenguas moscovitas estaban convencidas de que no se trataba solamente de amistad. Esta convicción los hacía reír y, para decir la verdad, así tal vez la reforzaban a propósito, con el objeto de provocarla. Conocía y veía los sufrimientos de Nina y hablé dos veces con Briusov. Durante nuestra segunda conversación le dije una palabra tan ofensiva que él, si mal no recuerdo, no la comentó ni siquiera con Nina. Dejamos de saludarnos. Seis meses después, Nina nos obligó a hacer las paces. Y ambos fingimos que nunca sucedió nada.

En el otoño de 1911, después de una grave enfermedad, Nina decidió abandonar Moscú para siempre. Llegó el día de la partida: el 9 de noviembre. Me acerqué a la estación Aleksandrovskij. Nina ya estaba en el compartimiento, sentada al lado de Briusov. En el piso había una botella de coñac abierta (el coñac era, se puede decir, la bebida “nacional” del simbolismo moscovita). Bebían directamente de la botella, llorando y abrazándose. Tomé un sorbo también yo, conmovido hasta las lágrimas. Fue algo parecido a la partida de los reclutas. Nina y Briusov eran conscientes de que se separaban para siempre. Arrojaron la botella. El tren se puso en marcha. Briusov y yo salimos de la estación, subimos a un trineo y en silencio llegamos al monasterio Strasnoj. Esto sucedía alrededor de las cinco de la tarde.

Ese día la madre de Briusov celebraba su cumpleaños. Un año y medio antes la famosa casa de la avenida Cvetnoj había sido vendida, y Valeri Jakovlevich había alquilado un departamento más confortable sobre la Pervaja Mescanskaya, en el número 32 (donde después murió). La madre, Matrëna Aleksandrovna, se había mudado, con otros miembros de la familia, a la Precistenka, cerca de la iglesia de la Asunción. Llegué a eso de las 10. Estaban todos. La festejada jugaba al préférence con Valeri Jakovlevich, su mujer y Evgenij Jakovlevich.

Familiar, acogedor, afabilísimo, Valeri Jakovlevich ?que en el intervalo entre la estación y la fiesta había ido a la peluquería y olía ligeramente a brillantina? iluminado por el débil resplandor de las velas, me dijo mirándome a los ojos con una sonrisa: “¡En que circunstancias tan disímiles nos encontramos hoy!” Yo no dije nada. Entonces Briusov, abriendo impetuosamente los naipes en forma de abanico y como quien dice “Ah, ¿es así? ¿No comprende las bromas?”, me preguntó bruscamente: “Y usted, Vladislav Felicianovich, ¿qué haría en mi lugar?”

La pregunta parecía referirse al juego, pero también tenía un significado alusivo. Le di una ojeada a las cartas y respondí:

“A mi parecer, debería declarar seis oros” y después de un instante de silencio agregué: “Y agradecer a Dios si sale sin tropiezos”.

“En cambio jugaré siete flores”.

Y las jugó.

En mi vida he jugado mucho a las cartas, he conocido a muchos jugadores, ocasionales y profesionales. Pienso que se puede llegar a comprender muy bien a los hombres por cómo juegan, en todo caso no menos que por la caligrafía. No se trata en absoluto de dinero. El modo de llevar el juego, el modo en que se dan las cartas o se las toma de la mesa, el estilo mismo del juego, todo eso, a un ojo experto, le dice mucho sobre el adversario. Debo únicamente precisar que las nociones de “excelente jugador” y de “excelente persona” no coinciden del todo, en ciertos aspectos incluso se contradicen y algunos rasgos de la “excelente persona” son insoportables en una mesa de juego; por otra parte, al observar a un excelente jugador, a veces se le ocurre a uno que en la vida conviene mantenerse a distancia de él.

Briusov jugaba muy al tuntún, pero ?¿cómo decirlo?? no tímidamente, sino de un modo obtuso, mezquino, evidenciando falta de fantasía y de intuición, insensibilidad por ese elemento irracional que el jugador de azar debe aprender a dominar para darle órdenes, así como un mago sabe impartirles órdenes a los espíritus. Frente a los espíritus del juego Briusov quedaba inerme. Su mística le era inaccesible, como por otra parte todo misticismo. En su juego no había inspiración. Perdía siempre y siempre se enojaba, no porque perdiese dinero, sino justamente porque había actuado a ciegas, en la oscuridad, allí donde los otros alcanzaban a vislumbrar algo. Por los jugadores afortunados sentía la misma envidia que un día había sentido por los caballeros de la Bellísima Dama:

 

¡Ellos La ven! ¡La sienten!

 

Pero él no sentía, no veía.

Por el contrario, a los juegos “comerciales” ?al préférence, al vingt? jugaba excelentemente: sin miedo, con rapidez de espíritu y originalidad. En el cálculo sabía ser un inspirado. El proceso mismo de contar le producía placer. En 1916 me confesó que cada tanto, “para distraerse”, resolvía problemas de álgebra y de trigonometría de su viejo manual del colegio. Amaba las tablas de logaritmos. Hizo un panegírico perfecto del capítulo del manual de álgebra en el cual se trata de permutaciones y combinaciones.

Eran las mismas “permutaciones y combinaciones” que amaba en la poesía. Con singular tenacidad y asiduidad trabajó durante años en un libro que nunca fue ?ni probablemente podía serlo? llevado a término: quería componer una serie de imitaciones, de estilizaciones poéticas, de modelos ¡“de la poesía de todo el mundo y de todos los pueblos”! Un libro de más de un millar de poesías. Quería matarse más de mil veces sobre el altar de la amada Literatura, en nombre “del agotamiento de todas las posibilidades”, por amor a las permutaciones y a las combinaciones.

Tras haber escrito para el libro Todas las melodías (construido según el mismo principio) un ciclo de poesías sobre varios métodos de suicidio, preguntó diligentemente a todos sus conocidos si por casualidad estaban al corriente de algún otro medio que se le hubiese “escapado” a su catálogo.

Según el mismo sistema del “agotamiento de las posibilidades”, escribió un horrible libro, Experimentos: una recopilación de fríos modelos de todo tipo de metro y estrofa. Incapaz de advertir su propia pobreza rítmica, estaba orgulloso de aquella exterior riqueza métrica.

¡Cómo se alegró cuando “descubrí” que en la literatura rusa no había ni una sola poesía escrita en puro peón primero! [10] Y cómo se afligió ingenuamente cuando le dije que yo había escrito una poesía de ese tipo, que había sido incluso publicada, aunque no la había recogido en ninguno de mis libros.

“¿Y por qué no?” me preguntó.

“No era buena” respondí.

“¡Pero hubiese sido el único ejemplo en la historia de la literatura rusa!”

En otra oportunidad no fui yo quien provocó su amargura. Además de la rima de uso común: smert’zerd’tverd’, encontró una cuarta: umiloserd’, [11] y rápido escribió un soneto con estas rimas. Lo felicité, pero llegó S. V. Servinskij y dijo que uniloserd ya estaba en Vjacerlav Ivanov. Briusov perdió de golpe su entusiasmo, se ensombreció.

 

Quizás todo en la vida es sólo un medio
para vívidos versos melodiosos…

 

Este dístico de Briusov ha sido citado muchas veces. Contaré ahora algo no exactamente vinculado a estos versos, sino a su íntima sustancia.

A comienzos de 1912 Briusov me presentó a Nadezda Grigorevna L’vova, una poetisa principiante a quien empezó a hacerle la corte poco después de la partida de Nina Petrovskaia. Si no me equivoco, se la había hecho conocer una señorita ya no joven que aparece en sus poesías de principios del novecientos. Fue ella la que caldeó y favoreció con celo la nueva infatuación de Briusov.

Nadja L’vov no era bella, pero tampoco totalmente fea. Los padres vivían en Serpuchov, ella estudiaba en Moscú. Escribía poesías muy inmaduras, muy influenciadas por Briusov. Es poco probable que tuviese un talento poético grande. Pero era una muchacha inteligente, simple, sincera, también tímida. Tenía una joroba bastante pronunciada y sufría de un pequeño defecto de pronunciación: no articulaba la k al inicio de las palabras; decía “ak” en vez de “kak”, “otoryj”, “inzal”. [12]

Nos hicimos amigos. Ella hacía todo lo posible por acercarse a Briusov; más de una vez la trajo consigo, venían juntos a encontrarme en el campo.

Había una gran diferencia de edad entre ella y Briusov. Él se esforzaba torpemente por parecer más joven, buscaba la compañía de poetas jóvenes. Escribió un librito de poesías casi en la línea de Igor Severjanin y se lo dedicó a Nadja. No osó publicarlo con su nombre y el cuaderno apareció con un título ambiguo: Stichi Nelli. Con un soneto introductorio de Valerij Briusov. Él pensaba que los profanos interpretarían el título como Poesías de Nelly. Y así sucedió: el público y muchos escritores cayeron en el engaño. En realidad se daba por sobrentendido que la palabra Nelli no estaba en genitivo, sino en dativo: Poesías para Nelly, dedicadas a Nelly. Así llamaba Briusov a Nadja en la intimidad.

Con ella se repitió en parte la historia de Nina Petrovskaia: Nadja no lograba de ninguna manera aceptar el desdoblamiento de Briusov entre ella y el hogar doméstico. A partir del verano de 1913 cayó en una profunda depresión. Briusov la acostumbraba sistemáticamente al pensamiento de la muerte, del suicidio. Una vez Nadja me mostró un revolver: se lo había regalado él. Era la misma browning con la cual ocho años antes Nina le había disparado a Biely. A fines de noviembre ?el 23, creo? a la noche, la L’vova llamó por teléfono a Briusov, rogándole que fuese inmediatamente con ella. Briusov respondió que no podía, que estaba ocupado. Entonces ella telefoneó al poeta Vadim Sersenevic: “Me siento muy triste, vamos al cine”. Sersenevic no podía ir, tenía huéspedes. A eso de las 11 me llamó a mí; no estaba en casa. A la noche tarde se disparó. Me avisaron al alba.

Una hora después me telefoneó Sersenevic y me dijo que la mujer de Briusov rogaba que se hiciese algo para que en los diarios no se escribiese de más. Briusov no me preocupaba, pero no deseaba que los periodistas husmearan en la vida de Nadja. Acepté acercarme a las redacciones de “Russkija Vedomosti” y de “Russkoe Slovo”. [13]

Nadja fue sepultada en el pobre cementerio Miusskoe, bajo una tempestad de nieve. Había mucha gente. Junto a la tumba abierta, tomados de la mano, estaban los padres de Nadja, llegados desde Serpuchov; viejos, pequeños y fornidos; él con una capa gastada de bordes verdes, ella con un viejo tapado de piel y un sombrero aplastado. Ninguno de nosotros los conocía. Cuando la fosa fue llenada de tierra, los dos viejos ?siempre de la mano? comenzaron a saludar a los presentes. Con un vigor aparente, susurrando algo con los labios temblorosos, estrechaban las manos y daban las gracias. ¿De qué? En muchos de nosotros, que habíamos visto todo y no habíamos movido un dedo para salvar a Nadja, había una pequeña parte de complicidad en el delito de Briusov. Esos pobres viejos no lo sabían. Cuando se acercaron a mí, me aparté: no osaba mirarlos a los ojos, no tenía derecho a decir una palabra de consuelo.

El mismo Briusov, al día siguiente de la muerte de Nadja, partió hacia Petersburgo y de ahí se fue a Riga, a un sanatorio. Tras un tiempo volvió a Moscú: la herida en el alma estaba curada y había escrito nuevas poesías, muchas de las cuales estaban dedicadas a un nuevo “encuentro” que había tenido lugar en el sanatorio. En el primer miércoles de la “Sociedad de Libre Estética”, en el salón comedor del “Círculo Literario-Artístico”, durante una cena en la cual estaba presente el tout-Moscou ?escritores con sus mujeres, poetas jóvenes, pintores y mecenas? se ofreció a recitar sus nuevas poesías. Todos contenían el aliento, y no por nada: la primera poesía sonaba como una verdadera declaración personal. No recuerdo los detalles, recuerdo solamente que era una variación sobre el tema:

 

Muertos, dormid en paz en las sepulcros,
vivos, gozad la vida,

 

y cada estrofa comenzaba con las palabras: “¡Paz eterna a los muertos!” Después de haber escuchado dos estrofas me levanté de la mesa y me dirigí a la puerta. Briusov interrumpió la lectura. Me chistaron: todos habían comprendido de qué se trataba y no querían que les arruinase la diversión.

Apenas atravesé la puerta lamenté haber ido al “Russkoe Slovo” y al “Russkija Vedomosti”.

Amaba con amor apasionado, no natural, las reuniones y las asambleas, sobre todo amaba presidirlas. En ellas se comportaba como un sacerdote. Resolución, enmienda, votación, reglamento, punto, parágrafo; estas palabras eran gratas a sus oídos. Abrir y cerrar reuniones, dar la palabra, quitarla “a discreción del presidente”, tocar la campanilla, volverse confidencialmente hacia el secretario rogándole “poner por escrito”; todo eso era para él un verdadero goce, “un teatro para sí mismo”, una pregustación de las futuras dos líneas en la historia de la literatura. Entre los años 1907 y 1914 tenía hasta tres reuniones al día, a las que a veces concurría y otras veces no. En las reuniones inmolaba la conciencia, los amigos, las mujeres. A fines de los años noventa y en los primeros años del novecientos, el Briusov decadente, famoso por su capacidad de épater le bourgeois, amante sólo del “vicio” y de lo “raro”, tuvo la idea, como propietario de una casa, de presentarse a las elecciones como consejero municipal; ¡consejero municipal de la Moscú de entonces! Como presidente de la dirección del “Círculo Literario-Artístico” discutía durante horas sobre el plato del día siguiente con el encargado del buffet.

En el otoño de 1914 tuvo la idea de celebrar su vigésimo aniversario en la propia actividad literaria. I. I. Trojanovskij y la señora Nemenova-Lunc, una música, formaron el comité organizador. En la cena, después de la reunión de turno de la “Libre Estética”, el puesto de Briusov estaba cubierto de flores. Los organizadores de los festejos suplicaron a diversas personas que pronunciaran discursos. Nadie dijo una palabra; no eran tiempos, aquellos, para discursos. Briusov se fue a Varsovia, como corresponsal de guerra del “Russkija Vedomosti”. Pero no abandonó la idea de su propio jubileo.

Era antisemita. Cuando una de sus hermanas se casó con S. V. Kissin, judío, no sólo se rehusó categóricamente a asistir a la boda, sino que ni siquiera envió sus felicitaciones; después, no puso nunca un pie en la casa. Esto sucedía en 1909.

Hacia 1914 su postura frente al cuñado se había suavizado un poco. Samuil Viktorovich, movilizado, vino a encontrarse, como funcionario de la oficina de sanidad, en esa misma Varsovia donde Briusov vivía como corresponsal de guerra. Cada tanto se veían.

Después del fracaso de su jubileo moscovita, Briusov decidió festejarlo al menos en Varsovia. Algunos escritores polacos aceptaron rendirle honores. De inmediato me contó:

“Los polacos son de lejos antisemitas mucho más coherentes que yo. Cuando desearon festejarme, invité a Samuil Viktorovich, pero ellos borraron su nombre de la lista de invitados, diciendo que no se sentarían a la mesa con un judío. Tuve que renunciar al placer de ver a Samuil Viktorovich en mi jubileo, no obstante haber hecho notar que se trataba de un pariente y de un poeta”.

Pero renunciar al placer de celebrar su propio jubileo no podía.

Ese jubileo de mal pronóstico lo celebró, a pesar de todo, en Moscú, en diciembre de 1924. La ceremonia tuvo lugar en el teatro Bolshoi; por la ciudad había afiches pegados que invitaban a todos los que desearan asistir. Con letras más grandes que las del nombre del mismo Briusov podía leerse: “Con la participación de Maksim Gorki”. Esto a pesar de que tanto los organizadores como el mismo Briusov, se comprende, sabían perfectamente que Gorki estaba en Marienbad y no tenía ninguna intención de volver a Rusia.

¿Cómo y por qué se transformó en comunista?

En un tiempo había compartido las ideas de las “Cërnye Stoni”. [14] Durante la guerra ruso-japonesa hablaba de conjuras masónicas y de dinero japonés.

En 1905 insultaba a más no poder a los socialistas, revelando una ignorancia inaudita. Una vez dijo: “Sé lo que es el marxismo: roba todo lo que puedas, y maridos y mujeres en común”.

Le dieron a leer el programa de Erfurt. Después de haberlo leído dijo lacónicamente: “Tonterías”.

Estas son memorias, no un artículo crítico. Por ello me limitaré a hacer notar brevemente que sus poesías “de izquierda”, como la famosa El puñal, en sustancia no contienen ninguna idea de izquierda.

“El poeta está siempre con los hombres cuando arrecia la tormenta”; esto es un programa literario, estético, no político. Karamzin, en Cartas de un viajero ruso, cuenta sobre un aristócrata que se había hecho partidario de los jacobinos. Frente al desconcierto de quienes le pedían una explicación, respondió:

“Que faire? J’aime les t-t-troubles”. (El aristócrata era tartamudo).

Estas palabras podrían servir de epígrafe a todas las poesías “radicales” de Briusov escritas en la atmósfera del año 1905. Ni siquiera la célebre El albañil expresa la ideología del autor. Se trata de una estilización, es una imitación, un ejercicio poético, exactamente como la cantinela infantil ?publicada en el mismo libro? del “todos libres”, como la canción de los limosneros (“dad, benefactores, para la campana nueva”) y otras poesías de ese tipo. El albañil no refleja la ideología de Briusov del mismo modo que no la refleja su Canto australiano, una ulterior composición poseída por el espíritu del “máximo aprovechamiento de los temas y de las posibilidades”:

 

Los canguros corrían veloces ?
yo era más rápido que ellos.
El canguro era realmente gordo ?
yo me lo devoré.

 

El origen mismo del Albañil es puramente literario. Estos versos no son ni más ni menos que una redacción actualizada de una poesía escrita antes del nacimiento de Briusov. Con el mismo título había sido publicada en Liuto, una vieja antología de poesías rusas publicada en el exterior. Ignoro quién fuese el autor.

Mientras se escribía sobre la metamorfosis de Briusov, de “esteta” a poeta “comprometido”, él, en el techo de su casa, aprendía a tirar con el revolver, “por si los huelguistas vienen a robar”. En la redacción de Skorpion tenían lugar conversaciones que inspiraron a Sergei Krecetov versos no excepcionalmente bellos, pero que daban en el blanco:

 

Se reunían los martes,
para confabular.
Organizaban pogrom con el portero
del Metropol. [15]

Qué encuentros más conmovedores,
qué afinidad de gustos,
entre Briusov y el portero
todos los martes.

 

En esa misma época el hermano menor de Briusov le dedicó una poesía en latín que comenzaba así:

 

Falsus Valerius, duplex lingua!

 

En 1913 fue invitado a ocupar el puesto de redactor de la sección literaria de “Russkaja Mysl” [16] y una vez llegó a decir: “Como miembro de la redacción de Russkaja Mysl en las cuestiones políticas concuerdo plenamente con Pëtr Berngardovich (Struve)”.

Poco después, en la vigilia de la revolución de febrero, en Tiflis, durante un banquete con el cual los armenios festejaban al Briusov redactor de la miscelánea La poesía de Armenia, se levantó y, en medio de la perplejidad general, hizo un brindis “por la salud del Emperador, Jefe Soberano de nuestro ejército”. El episodio me lo contó el organizador del banquete, P. N. Makincian, ése que después escribió el famoso Libro rojo de la V.C.K. [17] (Fue fusilado en 1937).

Briusov despreciaba la democracia. La historia de la cultura, por la cual tenía devoción, para él era la historia de los “creadores”, de los semidioses, de aquéllos que no se mezclaron con la multitud, que la odiaron y fueron despreciados por ella. El poder democrático se le representaba como una utopía o como una oclocracia, gobierno de la plebe.

Todo absolutismo se le representaba como una fuerza creativa que protege y produce cultura. El poeta, por consiguiente, está siempre del lado del poder constituido, sea cual fuere, aunque esté separado del pueblo. Para él, “remero del trirreme”, era

indiferente
transportar a César o a un pirata.

 

Todos los poetas fueron cortesanos: bajo Augusto, Mecenas, Luis, Federico, Catalina, Nicolás I, etc. Era esta una de sus ideas más queridas.

Por eso bajo Nicolás II fue monárquico. Por eso, mientras alimentó la esperanza de que el Gobierno Provisional “reprimiese la hez” y mostrase “mano dura” se apresuró a formar parte de varias comisiones, e intentando sostener los principios del “oboroncestvo”, [18] en el verano de 1917 escribió e hizo imprimir un opúsculo de tapas rojas, titulado ¿Cómo terminar la guerra? y con el epígrafe: “Si vis pacen, para bellum”. La idea del opúsculo era: “La guerra hasta la victoria final”.

Después de “Octubre” cayó presa de la desesperación. A comienzos de noviembre, en la casa del poeta K. A. Lipskerov, conocí a una señora que comenzaba constantemente sus peroratas con las palabras: “Valeri Jakovlevich dice que…” Cuando el dueño de casa se alejó para ordenar el té, la señora esperó a que saliese de la habitación, e inclinándose hacia mí con aire circunspecto murmuró: “Valeri Jakovlevich dice que ahora nos gobiernan los judíos”.

Durante aquel invierno no vi a Briusov, pero me contaban que estaba muy abatido y se lamentaba del ineluctable fin de la cultura. Recién después del verano de 1918, tras la disolución de la Constituyente y el comienzo del terror, se hizo de coraje y se convirtió en comunista.

Era totalmente coherente, veía frente a sí un “poder fuerte”, una forma de absolutismo, y lo reverenciaba: le garantizaba suficiente protección contra el demos, la hez, la plebe. No le costó nada declararse también marxista, ya que no le importaba en nombre de qué, con tal de que fuese poder.

En el comunismo él saludó el advenimiento de una nueva autocracia, la cual, desde su punto de vista, era incluso mejor que la vieja, ya que el Kremlin se mostró más accesible que Carskoe Selo. El viejo régimen autocrático, en efecto, no tenía ninguna política estética oficial; el nuevo régimen, en cambio, intentaba mantenerse activo también en este campo. A Briusov se le ofrecía la posibilidad de ejercer un influjo directo sobre las cuestiones literarias; soñaba con que los bolcheviques le ofrecieran la ocasión, largamente esperada, de “orientar” la literatura con severas medidas administrativas. Si lo hubiese logrado, habría podido dirigir a los escritores sin intrigar, sin presionarlos con alianzas forzadas, sino con una simple reprimenda. Y ¡cuántas reuniones, cuántos estatutos, cuántas deliberaciones! Con la esperanza de que se dijese un día: “En el año… viró la rueda de la literatura rusa x grados”. El interés personal coincidía con la ideología.

El sueño no se realizó. En la medida en que el control total de la literatura se reveló como posible, los comunistas prefirieron reservarse para sí mismos la dictadura y no consignársela a Briusov, el cual, en sustancia, no obstante sus esfuerzos, siguió siendo para ellos un extraño en quien no confiaban. Le ofrecieron algunos “cargos” de escasa responsabilidad. Él asumió su deber con esa voluntariosa conciencia que caracterizaba siempre su trabajo, cualquiera fuese. “Estaba en sesión” y “vigilaba” con todas sus fuerzas.

Se mantenía a distancia del ambiente literario, a una distancia aún mayor de la que ese mismo ambiente mantenía con él. Cuando en Moscú se formó la “Unión de Escritores”, comparativamente Briusov asumió una postura mucho más dura e intolerante que la de los bolcheviques auténticos. Recuerdo un episodio. Cuando se liquidó el “Círculo Literario-Artístico”, su biblioteca fue requisada y, como es usual, saqueada. Los libros se encontraban en la jurisdicción del Soviet de Moscú y la “Unión de escritores” solicitó que le fuesen consignados. Kamenev, entonces presidente del Soviet, dio su consentimiento. En cuanto lo supo, Briusov protestó exigiendo que la biblioteca fuese confiada al Lito[19] , una institución completamente inútil e inconsistente dirigida por él. Yo era miembro del consejo directivo de la “Unión” y se me dio el encargo de intentar persuadir a Briusov de que renunciase a sus pretensiones. Lo llamé por teléfono. Tras escucharme respondió: “No lo comprendo, Vladislav Felicianovich. Usted está hablando con un funcionario público e intenta persuadirlo de que perjudique los intereses de la institución que le ha sido confiada”. Cuando le oí decir “funcionario público” consideré inútil continuar el diálogo. La biblioteca fue transferida al Lito.

Desgraciadamente, su celo del funcionario público podía llegar mucho más allá. En marzo de 1920 me enfermé: estaba desnutrido y vivía en un sótano gélido. Pasé dos meses en la cama y no logré restablecerme durante todo el verano; a fines de noviembre decidí partir hacia Petersburgo, donde me habían prometido un cuarto seco. En Petersburgo pasé otro mes en cama, enfermo, y como allí no tenía con qué comer, empecé a moverme para lograr que se me transfiriera a Petersburgo la “ración académica” que recibía en Moscú. Perdí tres meses en increíbles esfuerzos, chocando contra un obstáculo invisible, pero cuya presencia no se me escapaba. Recién dos años después supe por Gorki que el obstáculo consistía en un documento que se encontraba en el Centro Académico peterburgués. En ese documento Briusov comunicaba, confidencialmente, que yo era una persona sospechosa. Vale la pena hacer notar que “las obligaciones públicas” no incluían este tipo de “comunicaciones” entre sus deberes. [20]

Y sin embargo, a pesar de todo su celo, los bolcheviques no lo estimaban. Cuando se presentaba la ocasión, le reprochaban su antigua pertenencia a la literatura “burguesa”. Sus poesías, escritas en plena armonía con la ideología oficial del poder, eran no obstante inútiles, ya que no servían para la propaganda directa. El hecho es que, aun escribiendo sobre los temas obligados y el slogan de turno, en la forma Briusov seguía siendo libre. Pienso que tras un cuidadoso análisis estilístico sus poesías comunistas revelarían un intenso trabajo interior: el intento de romper la antigua armonía para “encontrar nuevos sonidos”. Y para encontrarlos Briusov recurría con absoluta conciencia a efectos cacofónicos. Si tenía razón, si efectivamente alcanzó algún resultado, ese es otro problema. Pero ese trabajo le otorgaba a sus versos una excesiva elegancia que lindaba con la rigidez, tornándolas poco asimilables, inaccesibles a una comprensión inmediata. Como material de propaganda eran inutilizables, y por ello Briusov-poeta resultó inútil. Quedaba el Briusov-funcionario, ése que transferían de un “puesto” a otro, con lo que se lograba tal vez hacer patente una más o menos consciente tomadura de pelo. Así, por ejemplo, en 1921 Briusov agregó a un alto cargo en el Narkompros[21] otro no menos importante en la Gukon, o sea en la “Glavnoe Upravlenje po konnozavodstu”. [22] ¿Qué tal? Trabajó a conciencia hasta agotarse también con los caballos y pudo, al comenzar la NEP[23] , dirigir una campaña impresa para la recuperación de las máquinas acondicionadoras.

Briusov, naturalmente, era consciente de su total aislamiento. Una persona que le era próxima me dijo, a comienzos de 1920, que estaba muy solo, muy sombrío y abatido.

Ya desde 1908, creo, era morfinómano. Intentó en vano liberarse del vicio. En el verano de 1911 el doctor G. A. Kojranskij logró alejarlo de la morfina por algún tiempo, pero al final todo fue inútil. No podía vivir sin morfina. Recuerdo que en 1917, durante una conversación, percibí a Briusov deslizándose poco a poco hacia una especie de sopor, hasta casi adormecerse. De pronto se levantó, salió, permaneció un momento en el cuarto vecino y cuando regresó parecía rejuvenecido.

A fines de 1919 fui subalterno suyo en un puesto de trabajo. Al darle una ojeada a un cajón vacío de su escritorio, encontré una aguja para inyecciones y un pedazo de papel de diario manchado de sangre. En los últimos años se enfermaba a menudo, probablemente como consecuencia de la intoxicación.

Solitario, acabado, recibió sin embargo una inesperada alegría. Hacia el final de sus días se dedicó a la educación de un sobrinito de su mujer, y cuidaba de ese niño con ternura, como en un tiempo lo había hecho con el gatito. Volvía a casa cargado de golosinas y juguetes. Desplegaba una alfombra en el piso y jugaba con el niño.

Cuando leí la noticia de su muerte, supuse que se habría suicidado. Podría haber acabado así si la muerte no le hubiese ganado de mano.

Sorrento, 1924

 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. “Noticias del día”>>
  2. Sirin es un mítico pájaro de fábula.>>
  3. Publiqué un análisis detallado de esta poesía en 1914, en la revista “Sofija”. Luego Briusov, durante un encuentro, me dijo: “Interpretó de un modo interesante mis versos. De ahora en adelante haré mía esa interpretación. Hasta hoy no los había comprendido”. Mientras decía esto reía y me miraba con ojos maliciosos: sabía que no le creía y que no deseaba que le creyese. Sonreí también yo y nos separamos. Esa misma noche le dijo a alguien, en voz alta para que yo también lo pudiese escuchar: “Hoy yo y V. F. hablamos sobre adivinos”. De adivinos no habíamos hablado para nada.>>
  4. Sopa de coliflor.>>
  5. Con los años estas características suyas se reforzaron y hacia el final asumieron un matiz caricaturesco. Aquí, evidentemente, se ponía de manifiesto su parecido con el padre. >>
  6. “El arte” y “El paso”.>>
  7. En la mitología escandinava Baldr es un dios joven, bello, luminoso y benéfico, mientras el astuto y maligno Loki es una divinidad de características ctonias.>>
  8. “El solitario”.>>
  9. Alusión a una célebre poesía de Puskin “Me he levantado un monumento no con las manos construido…”>>
  10. Pie de la poesía griega y latina, que se compone de cuatro sílabas, cualquiera de ellas larga y las demás breves. Por los varios lugares que en él puede ocupar la sílaba larga, considérasele dividido en cuatro diferentes clases.>>
  11. Mientras las primeras palabras rusas citadas significan, respectivamente, “muerte”, “vara”, “fundamento”, esta es la forma imperativa del verbo “propiciar”.>>
  12. Kak, kotoryj, kinzal: “como”, “el cual”, “puñal”.>>
  13. “El noticiero ruso” y “La palabra rusa”>>
  14. “Centurias negras”, el brazo armado de la derecha más reaccionaria.>>
  15. La casa editorial Skorpion se encontraba en el edificio del Hotel Metropol.>>
  16. “El pensamiento ruso”: revista mensual de ciencia, literatura y política. Después de la revolución de 1905, la revista, bajo la dirección de A. Kizevetter y P. Struve, se convirtió en el órgano de los “Cadetes”, los representantes del constitucionalismo democrático.>>
  17. Sigla de Vserossijskaja Crezvycajnaja Komissija po bor’be s kontrevoljucej (Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución).>>
  18. “Defensismo”. Partido a favor de la continuación de la guerra, para la defensa nacional.>>
  19. Sigla de Literaturnyj Otdel, “Sección Literaria”.>>
  20. El difunto crítico Ju. I. Aichenval’d, expulsado de Rusia en 1922, me escribió mas tarde: “En relación con Briusov, tampoco yo tengo tendencia a idealizarlo. A menudo se comportó mal conmigo y, cuando entró en el círculo de los poderosos, se vengó de un modo nada lindo ?esto es: en el plano económico? por un juicio negativo que expresé sobre él en un viejo artículo. Mi propio exilio ?lo sé por una fuente absolutamente digna de fe? fue decidido con su participación” (carta del 5 de agosto de 1926).>>
  21. Sigla de Narodnyj Komissariat Prosvescenija, “Comisariato del Pueblo para la Instrucción”.>>
  22. “Dirección central para la cría de la raza equina”. Aunque pueda parecer extraño, hay una cierta lógica: las primeras cosas de Briusov que se publicaron fueron dos artículos sobre caballos en una revista especializada: “El vaquero y el jinete” o “Cría y deporte”. El padre de Briusov, ya lo dije, era un apasionado del hipismo. Tuve oportunidad de ver las cartas que el niño Briusov le mandaba a la madre: estaban llenas de impresiones y hecho ligados a las carreras.>>
  23. La Nueva Política Económica lanzada en 1921.>>