Prufrock : Dos visitas en una

Pablo Ingberg

T.S. Eliot escribió parte de «The Love Song of J. Alfred Prufrock» en julio de 1911, a fines de un año académico en París, y el resto al mes siguiente, en Munich, durante un paseo previo a su regreso a Estados Unidos, aunque incorporó algunos fragmentos escritos con anterioridad. Un mes más tarde reiniciaba sus estudios en Harvard y cumplía veintitrés años. Luego agregaría al poema un pasaje intermedio, «Prufrock’s Pervigilium», que finalmente quedó descartado casi por completo. En esa forma, casi idéntica a la que conocemos salvo por el pasaje mayormente eliminado, lo copió en un cuaderno (Inventions of the March Hare, publicado en 1996) con un subtítulo: «Prufrock among the Women», también descartado luego.

Pound conoció la versión más o menos definitiva cuando Eliot, unos días después de visitarlo por primera vez a poco de llegar a Londres, en 1914, le mandó una copia por correo desde Oxford. Inmediatamente, Pound le escribió a Harriet Monroe, directora de la revista Poetry de Chicago: «(Eliot) me mandó el mejor poema que yo haya visto hasta ahora de un estadounidense. QUIERA DIOS QUE NO SEA UN SOLO Y ÚNICO ÉXITO. Se lo llevó de vuelta con la idea de dejarlo listo para publicar y lo tendrás en unos pocos días». Luego de varios meses de devaneos (ataques de Monroe y defensas de Pound), «Prufrock» apareció publicado en la revista. Por fin, en 1917, encabezaba y daba título al primer libro de Eliot, Prufrock and Other Observations, con cuya publicación también tuvo que ver Pound.

Durante bastante tiempo (tal vez hasta The Waste Land, escrito en su mayor parte a fines de 1921), Eliot temió no volver a escribir nunca más otro poema equiparable, según consta en una carta suya de 1916, dirigida a su hermano Henry. Su edad al escribir «Prufrock», veintidós años, resulta llamativa, no sólo por la altura poética a la que llega tan tempranamente, sino por las referencias a la vejez y por la fatiga del mundo que trasuntan los versos.

Allí el joven «viejo» alcanza seguramente por vez primera cierta «madurez» poética. Ya había digerido el fuerte impacto que significó, en su proceso de iniciación, el contacto con la poesía de Jules Laforgue (y, en menor medida, la de otros franceses como Baudelaire y Corbière), y había logrado hacer, de ese mundo «ajeno», un mundo propio. Eliot «conoció» a Laforgue a fines de 1908, gracias al libro The Symbolist Movement In Literature, del poeta y crítico Arthur Symons, que dedica un capítulo al poeta francés nacido en Montevideo. Dentro de ese capítulo se incluye, en su lengua original, «Autre complaint de Lord Pierrot», poema de Laforgue al que Eliot rendiría tributo un año más tarde con otro, «Conversation Galante», incluido luego en Prufrock and Other Observations. Quien quiera detenerse a analizar aquel proceso, bien puede comenzar por la lectura de esos dos poemas, y compararlos luego con «Prufrock».

No es mi interés aquí realizar un estudio pormenorizado de «The Love Song of J. Alfred Prufrock» ni de las huellas de Laforgue que hay en él, sino traer a colación ciertos aspectos del asunto que tienen un vínculo directo con decisiones que es necesario tomar al traducir. Uno de esos aspectos es la incorporación ocasional de jergas o términos técnicos (con mayor acercamiento a un entorno concreto en el caso de Eliot), [1]  pero casi siempre regida por una tendencia hacia cierta «naturalidad» cercana a la lengua hablada (más desarrollada y acentuada en Eliot que en Laforgue). Otro es el «verso libre» rimado, así entre comillas, porque para ninguno de estos dos poetas «verso libre» fue sinónimo de «todo vale», sino un margen de variación personal a partir de ritmos y metros con bien ganada tradición en sus respectivas lenguas. Dentro de ese contexto, la rima cumple una función no poco importante, porque produce una suerte de extrañamiento o efecto de distanciamiento a menudo irónico. Aunque, a tal respecto, cabe hacer la salvedad de que nuestra impresión, con todo un siglo de hegemonía del verso sin rima a nuestras espaldas, no puede ser la misma que en aquellos tiempos.

Cuando unos pocos años atrás hice, sin vistas a ninguna publicación en particular sino por propio interés y placer, la traducción que ahora se publica aquí (revisada para la ocasión), desconocía incluso la existencia de la versión de Juan Rodolfo Wilcock, que llegó recientemente a mis manos por gentileza de Ricardo H. Herrera. Conocía, en cambio, la merecidamente renombrada traducción que el mismo Wilcock hiciera de los Cuatro cuartetos de Eliot.

Dos cosas me llamaron especialmente la atención en el «Prufrock» según Wilcock. Dejo para el final la que me saltó primero a la vista y me resultó más novedosa: el intento de rescatar la rima. La segunda, la búsqueda de un ritmo poético castellano, fue una confirmación de mis pareceres con respecto a aquella versión suya de los Cuatro cuartetos.

El ritmo, la cadencia, la música de las palabras en sucesión suele ser un rasgo muy poco tenido en cuenta en las traducciones de poesía. En eso las de poemas de Eliot se me destacan por el simple hecho de que me he detenido con frecuencia a cotejar distintas versiones, a compararlas con los originales y, en algunos casos, a ensayar mis propias traducciones. Y, sobre todo, porque quienquiera que tenga algún conocimiento de la poesía en lengua inglesa, y el oído un poco aguzado, podría advertir que se trata de un elemento esencial en la poética de Eliot. En «Prufrock», por ejemplo, al igual que en gran parte de su obra en verso, hay una marcada preeminencia del ritmo yámbico (a veces con inversiones trocaicas), e incluso del pentámetro yámbico, el más canónico de la tradición inglesa.

Es seguramente inevitable que los intereses estéticos del traductor, concientes o no, concientemente o no, se trasluzcan en su trabajo. Quedará en los lectores decidir si la confluencia entre esos intereses y los del original traducido es más o menos procedente. Si el traductor no acostumbra prestar una atención muy minuciosa a las particularidades musicales de un poema que lee (o escribe) en cualquiera de ambos idiomas, el suyo propio o el del original a traducir, eso se advertirá en lo que produzca. Las traducciones de Eliot hechas por Alberto Girri, por ejemplo, tienen la misma «arritmia» o cadencia ripiosa que los poemas de Girri, lo cual puede ser inobjetable en un poema de Girri, pero no tiene nada que ver con la poética de Eliot. Wilcock, en cambio, a cuyos propios versos en castellano no son ajenos los ritmos más tradicionales de la lengua, pone todo su empeño en lograr que sus traducciones de Eliot tengan una musicalidad que se corresponda de alguna manera con la del  original; esto es, no intenta reproducir el mismo ritmo inglés en castellano, donde resultaría ajeno, sino producir otro ritmo que sea tan propio de la poesía castellana como el que emplea Eliot lo es de la inglesa.

En ese sentido, mi objeción al proceder de Wilcock, tanto en su versión de los Cuatro cuartetos como en la de «Prufrock», radica en el hecho de que, en su afán de lograr un ritmo castellano, suele apartarse demasiado, a mí juicio, del original. Un ejemplo de los cuartetos que me viene a la memoria: «All time is unredeemable» escribe Eliot a poco del comienzo; para evitar la espantosa arritmia de la traducción literal «Todo tiempo es irredimible», Wilcock la transforma en «Ningún instante es redimible». Logró la musicalidad, pero a un costo muy alto: invierte el énfasis, desdibuja la noción abstracta de tiempo (en un poema muy dedicado a ella) y hasta diría que casi transforma un susurro trágico en una aseveración  pomposa. De todas maneras, no estoy muy seguro de poder ofrecer una solución mejor (siempre resulta más fácil objetar el trabajo ajeno que superarlo).

En su versión de «Prufrock» encuentro algunos problemas similares, acentuados por la cuestión de la rima. Me parece sin duda meritorio su afán de corresponder a procedimientos que en el original son muy importantes: logra un ritmo castellano y conserva bastante las rimas y el efecto que producen. Pero a cambio de eso se aleja del original, no solo en algunos detalles de sentido, o en alguna modificación en los cortes de verso o desdoblamiento de versos para aprovechar una rima, sino también en la naturalidad casi conversacional que Eliot imprime a su poema y Wilcock no parece preocuparse por mantener. Y es esa aparente naturalidad, justamente, la que produce una suerte de choque irónico, poético, en su cruce con la rima. Una rima, por otro lado, casi “libre” como el metro, aunque un poco más sostenida que en la versión de Wilcock.

Mis preocupaciones al traducir este poema no fueron del todo opuestas a las suyas. También yo busqué una musicalidad castellana, aunque, llegado el caso, preferí un trazo de fluidez rítmica apenas menor si me permitía conservar la fluidez discursiva, o un juego de palabras, y estar más cerca del sentido del original, sobre todo en ciertas frases o  pasajes tan bien logrados por Eliot que, si uno les introduce la más leve modificación semántica para honrar el ritmo, decaen notablemente. En unas poquísimas ocasiones creí que, tratando de recrear la peculiaridad, extrañeza y nitidez de algunas imágenes, respetaba más el sentido que si hubiera seguido una literalidad estricta (detalles que echaba de menos en otras traducciones). Me preocupé, además, por respetar las repeticiones de palabras, un rasgo muy característico de Eliot que no sólo la de Wilcock sino todas las traducciones que conozco desestiman o pasan por alto (o, peor, «corrigen»). Me desentendí, en cambio, de la rima. No habría sido difícil reproducirla en uno que otro par de versos, pero juzgué que unos pocos casos aislados podrían producir más la impresión de descuido que de intencionalidad (unas pocas han quedado en mi traducción, de hecho, porque me pareció que no llamaban la atención para mal). Sé que no es poco lo que perdí al desentenderme de este aspecto. Por un lado, la ausencia de rima acerca más el poema a nuestros actuales hábitos de lectura. Pero, por el otro, nos lleva a perder de vista un recurso que forma parte intrínseca de él, es decir, que no cumple un papel meramente decorativo o convencional, sino que produce efectos particulares e interesantes por sí mismos, incluso para un oído actual.

Por eso, dado que tanto la traducción de Wilcock como la mía lograban transvasar algunos aspectos del original y perdían otros, mayormente distintos en cada caso, me pareció que resultaban en cierta medida complementarias, de modo que, a través de la lectura de ambas, quien no pudiera leer «Prufrock» en inglés estaría en mejores condiciones de sospechar cuánto estaba perdiéndose. Acaso, dejándolas mezclarse en su memoria, llegue a soñar que él también estuvo haciendo la visita.

 

Traducción de Juan Rodolfo Wilcock:

T.S.Eliot
Canto de amor de J. Alfred Prufrock

 

  S’io credessi che mia risposta fosse
    a persona che mai tornasse al mondo,
  questa fiamma staria senza più scosse.
Ma per ciò che giammai di questo fondo
       non tornò vivo alcun, s’i’odo il vero,
           senza tema d ‘infamia ti rispondo.

Vayámonos entonces, tu a mi lado,
cuando todo el ocaso se esparce sobre el cielo
como un paciente anestesiado
tendido en un estrado;
vayamos pues, por ciertas
calles semidesiertas,
murmurantes asilos
de noches en hoteles baratos e intranquilos,
y fondas de aserrín y ostras abiertas;
por calles que se alargan como un tema aburrido,
de insidioso sentido,
para llegar a una pregunta abrumadora…
Oh, no me preguntéis: ¿Cuál es?, ahora;
vayamos a cumplir nuestra visita. 

Las mujeres atraviesan el salón
y hablan de Miguel Ángel, el pintor. 

La neblina amarilla que se frota los hombros sobre los ventanales,
la humareda amarilla que se frota el hocico sobre los ventanales,
ya lamió con su lengua los huecos de la tarde;
se detuvo en los charcos de algunos albañales,
recibió en sus espaldas hollín de los hogares,
resbaló a la terraza, dio un salto repentino,
y advirtiendo el encanto de octubre vespertino
se ha enroscado a la casa, y se ha dormido. 

Y habrá tiempo, en verdad, para la niebla
amarilla que vaga por las calles
frotando sus espaldas contra los ventanales;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar un rostro para afrontar los rostros que veremos;
y tiempo para el crimen, para la creación,
para todas las obras y días de las manos
que levantan y sueltan sobre nuestros pocillos su vana inquisición;
hay tiempo para mí, y hay tiempo para ti,
y hay tiempo para cien indecisiones,
y para cien visiones, y nuevas revisiones,
antes de las tostadas y del té. 

Las mujeres atraviesan el salón
y hablan de Miguel Ángel, el pintor. 

En verdad, habrá tiempo
para pensar: ¿Me atrevo?, para decir: ¿Me atrevo?,
y bajar la escalera, y alejarme de nuevo
con mi calva incipiente escondida entre el pelo…
(Y dirán: Me he fijado que está perdiendo el pelo).
Con mi saco de sport, y mi cuello que asciende derecho hasta
mi barba,
mi corbata modesta y lujosa, asegurada con un simple alfiler…
(Y dirán: Me he fijado
 que está mucho más delgado).
Y quisiera saber
si yo me atrevo a perturbar el mundo.
Porque hay tiempo en un instante para hacer y deshacer
cien proyectos revocados en el próximo segundo. 

Porque ya las sé todas, ya me son conocidas,
conozco las mañanas, las tardes, los ocasos; con cucharas de postre yo he medido mi vida;
sé las voces que mueren en un acorde lento
debajo de la música de un lejano aposento.
¿Qué puedo entonces presumir? 

Y también ya conozco los ojos, ya los sé…
Los ojos que os retienen en un lugar común;
y ya inmovilizado, fijo en un alfiler,
cuando estoy debatiéndome, pinchado en la pared,
¿cómo podría proceder
a eyacular los restos de mi vida y mi ser?
¿Y qué podría pretender? 

Y conozco los brazos, todos, uno por uno…
Los brazos enjoyados, y blancos, y desnudos
(pero a la luz cubiertos de un suave pelo rubio).
¿Es el perfume de un vestido
que me ha de pronto distraído?
Brazos sobre una mesa, o envueltos en un chal.
¿Y cómo, entonces, simular?
¿Por dónde habría de empezar? 

¿Diré que algunas tardes me alejé por las calles
estrechas, y que he visto el humo de las pipas
de aquellos solitarios en mangas de camisa:
que a las ventanas se asomaban…?
Yo debí ser un par de garras desiguales,
arañando los pisos de silenciosos mares.
¡Y la tarde, el crepúsculo, duerme tan dulcemente!
Por largos dedos acariciado,
cansado… adormecido… o caprichosamente
extendido en el suelo, a tu lado, a mi lado.
Después de los helados, de las masas y el té,
¡cómo obligar la crisis de este instante podré!
Y aunque yo haya llorado, rezado, y ayunado,
aunque vi mi cabeza (un poco calva) servida en una fuente,
yo no soy un profeta… y me es indiferente;
yo vi cómo el instante de mi gloria caía,
vi el eterno lacayo sosteniendo mi saco, vi que se sonreía,
y en verdad, me asusté. 

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo,
después del té, y las tazas, y después de los dulces,
entre las porcelanas, en medio de una charla a nuestro modo,
sería en realidad tan preferible
atacar el asunto mediante una sonrisa,
juntar en una bola, de pronto, el universo
y arrojarla hacia alguna pregunta irresistible,
y decir: Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos,
vengo a contaros todo, os diré todo…
si alguna, acomodando su cojín
debajo de la nuca, con un gesto
me dijera: No es nada, nada de esto,
esto no es lo que quise dar a entender, en fin. 

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo.
nos serviría de consuelo
después de los crepúsculos, después de las entradas
y las calles mojadas
después de las novelas y las tazas de té, después de las polleras
que arrastran por el suelo… y todo esto, y lo demás…?
Pero es tan inefable lo que quiero expresar;
como si proyectaran con la linterna mágica
los nervios dibujados sobre la blanca escena:
¿y valdría la pena,
si alguna, despojándose de su chal con un gesto,
o acomodando algún cojín,
me dijera de pronto, mirando la ventana:
No es nada, nada de esto,
esto no es lo que quise dar a entender, en fin? 

No, yo no soy el príncipe Hamlet, ni puedo serlo;
soy un señor del séquito, alguien que sirve apenas
para expresar la acción, y abrir ciertas escenas,
o aconsejar al príncipe; un fácil instrumento,
obsequioso, sin duda, y en su oficio contento,
cauto, prudente, y muy meticuloso;
lleno de altas palabras, pero un poco embotado;
a veces, casi, desairado…
y casi, a veces, el Gracioso. 

Envejezco… envejezco sin remisión…
Me enrollaré los bajos del pantalón. 

¿Detrás de la cabeza debo hacerme la raya?
¿Podré comer duraznos? Usaré pantalones
de franela amarilla, pasearé por la playa.
Yo escuché las sirenas, y sus mutuas canciones. 

No creo que quisieran cantarlas para mí.

Yo las vi cabalgando las olas mar afuera,
y peinando a la espuma su blanca cabellera,
cuando impulsan los vientos el agua blanca y negra. 

En las habitaciones del mar nos detuvimos
entre ninfas orladas con algas y racimos;
pero una voz humana nos llama, y nos hundimos. 

 

The Love Song of J. Alfred Prufrock

         S’io credessi che mia risposta fosse
    a persona che mai tornasse al mondo,
   questa fiamma staria senza più scosse.
 Ma per ciò che giammai di questo fondo
        non tornò vivo alcun, s’i’odo il vero,
             senza tema d ‘infamia ti rispondo.

 

Let us go, then, you and I, / When the evening is spread out against the sky/ Like a patient etherised upon a table; / Let us go, through certain half-deserted streets, / The muttering retreats / Of restless nights in one-night chip hotels /And sawdust restaurants with oyster-shells: / Streets that follow like a tedious argument / Of insidious intent / To lead you to an overwhelming question… Oh, do no ask, ‘What is it?’ / Let us go and make our visit.

In the room the women come and go / Talking of Michelangelo.

The yellow fog that rubs its back upon the window-panes, / The yellow smoke that rubs its muzzle on the window-panes, / Licked its tongue into the corners of the evening, / Lingered upon the pools that stand in drains, / Let fall upon its back the soot that falls from chimneys, / Slipped by the terrace, made a sudden leap, / And seeing that it was a soft October night, / Curled once about the house, and fell asleep.

And indeed there will be time / For the yellow smoke that slides along the street / Rubbing its back upon the window-panes; / There will be time, there will be time / To prepare a face to meet the faces that you meet; / There will be time to murder and create. / And time for all the works and days of hands / That lift and drop a question on your plate/Time for you and time for me. / And time yet for a hundred indecisions, And for a hundred visions and revisions, / Before the taking of a toast and tea.

In the room the women come and go / Talking of Michelangelo.

And indeed there will be time / To wonder, ‘Do I dare?’ and, ‘Do I dare?´ / Time to turn back and descend the stair, / With a bald spot in the middle of my hair – / (They will say: ‘How his hair is growing thin!´) / My morning coat, my collar mounting firmly to the chin, / My necktie rich and modest, but asserted by a simple pin – / (They will say: ‘But how his arms and legs are thin!’) / Do I dare / Disturb the universe? / In a minute there is time / For decisions and revisions which a minute will reverse.

For I have known them all already, known them all — / Have known the evenings, mornings, afternoons, / I have measured out my life with coffee spoons; /I know the voices dying with a dying fall / Beneath the music from a farther room. / So how should I presume?

And I have known the eyes already, known them all – / The eyes that fix you in a formulated phrase, / And when I am formulated, sprawling on a pin, / When I am pinned and wriggling on the wall, / Then how should I begin / To spit out all the butt-ends of my days and ways? / And how should I presume?

And I have known the arms already, known them all – / Arms that are braceleted and white and bare / (But in the lamplight, downed with light brown hair!) / Is it perfume from a dress / That makes me so digress? / Arms that lie along a table, or wrap about a shawl. / And should I then presume? / And how should I begin?

Shall I say, I have gone al dusk through narrow streets / And watched the smoke that rises from the pipes / Of lonely men in shirt-sleeves, leaning out of windows?… / I should have been a pair of ragged claws / Scuttling across the floor of silent seas.

And the afternoon, the evening, sleeps so peacefully! / Smoothed by long fingers, / Asleep… tired… or it malingers, / Stretched on the floor, here beside you and me. / Should I, after tea and cakes and ices, / Have the strength to force the moment to its crisis? / But though I have kept my head (grown slightly bald) brought in upon a platter, / I am no prophet — and here’s no great matter; / I have seen the eternal Footman hold my coat, and snicker, / And in short, I was afraid.

And would it have been worth it, after all, / After the cups, the marmalade, the tea, / Among the porcelain, among some talk of you and me, / Would it have been worth while, / To have bitten off the matter with a smile, / To have squeezed the universe into a ball / To roll it towards some overwhelming question, / To say: ‘I am Lazarus, come from the dead, / Come back to tell you all, I shall tell you all— / If one, settling a pillow by her head, / Should say: «That is not what I meant at all, / That is not it, at all.’

And would it have been worth it, after all, / Would it have been worth while, / After the sunsets and the dooryards and the sprinkled streets, / After the novels, after the teacups. after the skirts that trail along the floor- / And this, and so much more?- / It is imposible to say just what I mean! / But as if a magic lantern threw the nerves in patterns on a screen: / Would it have been worth while / If one, setting a pillow or throwing off a shawl, / And turning toward the window, should say: / ‘That is not it at all, /

That is not what I meant, al all.’

No! I am not Prince Hamlet, nor was I meant to be; / Am an attendant lord, one that will do / To swell a progress, start a scene or two. / Advise the prince; no doubt, an easy tool, /Deferential, glad to be of use, / Politic, cautious, and meticulous; / Full of high sentence, but a bit obtuse; / At times, indeed, almost ridiculous – / Almost, at times, the Fool.

I grow old… I grow old… /I shall wear the bottoms of my trousers rolled.

Shall I part my hair behind? Do I dare to eat a peach? / I shall wear white flannel trousers, and walk upon the beach. /I have heard the mermaids singing, each to each.

I do not think that they will sing to me. / I have seen them riding seaward on the waves / Combing the white hair of the waves blown back

When the wind blows the water white and black.

We have lingered in the chambers of the sea / By sea-girls wreathed with seaweed red and brown / Till human voices wake us, and we drawn.

 

Traducción de Pablo Ingberg:

T. S. Eliot
Canción de amor de J. Alfred Prufrock

  S’io credessi che mia risposta fosse
    a persona che mai tornasse al mondo,
   questa fiamma staria senza più scosse.
 Ma per ciò che giammai di questo fondo
        non tornò vivo alcun, s’i’odo il vero,
             senza tema d ‘infamia ti rispondo.


Vayamos pues, tú y yo,
Cuando el crepúsculo se extiende contra el cielo
Como un paciente eterizado en una mesa;
Vayamos, por algunas calles semidesiertas,
Murmurantes refugios
De noches mal dormidas en hoteles de paso
Y restaurantes con serrín y restos de ostras:
Calles que continúan como una discusión aburridísima
Con el propósito insidioso
De conducirte a una pregunta abrumadora…
Ah, no preguntes, «¿Cuál es?»
Vayámonos a hacer nuestra visita. 

En la sala las mujeres van y vienen
Mientras conversan sobre Miguel Ángel.

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,
El humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas,
Sacó la lengua hacia las varias esquinas del crepúsculo,
Se demoró sobre los charcos estancados en torno a los desagües,
Dejó caer sobre su lomo el hollín que hacen caer las chimeneas,
Se deslizó por la terraza, dio un salto repentino,
Y al ver que era una suave nochecita de octubre,
Se enruló en torno a la casa, y se quedó dormido. 

Y por cierto habrá tiempo
Para el humo amarillento que resbala a lo largo de la calle
Restregándose el lomo en las ventanas;
Habrá tiempo, habrá tiempo
De preparar una cara para encontrar las caras que te encuentras;
Habrá tiempo de matar y de crear.
Y tiempo para todos los días de las manos
Que levantan y vuelcan en tu plato una pregunta;
Tiempo para ti y tiempo para mí.
Y tiempo todavía para cien indecisiones
Y tiempo para cien visiones y revisiones
Antes de dedicarse a la tostada y el té. 

En la sala las mujeres van y vienen
Mientras conversan sobre Miguel Ángel. 

Y por cierto habrá tiempo
De preguntar, «¿Me atrevo?» y, «¿Me atrevo?»
Tiempo de volverse y bajar las escaleras,
Con un claro de calvicie en medio de mi pelo –
(Dirán: «¡Cómo le está raleando el pelo!»)
Mi saco, el cuello duro subiéndoseme firme a la barbilla,
Mi corbata cara y sobria, pero sujeta por un simple alfiler –
(Dirán: «¡Pero qué flacos sus brazos y sus piernas!»)
¿Me atrevo a perturbar el universo?
En un minuto hay tiempo
Para decisiones y revisiones que un minuto habrá de revertir. 

Pues las he conocido ya todas, conocido todas –
He conocido los crepúsculos, mañanas, tardes,
He medido mi vida en cucharitas de café;
Yo conozco las voces que agonizan en caída agonizante
Bajo la música de un cuarto alejado.
¿Cómo pues aventurarme? 

Y he conocido ya los ojos, conocido todos –
Los ojos que te fijan a una fórmula,
Y una vez formulado, repantigándome en un alfiler,
una vez ya pinchado a la pared y retorciéndome,
¿Cómo empezar entonces
A escupir todas las colillas de mis días y vías?
¿Y cómo aventurarme? 

Y he conocido ya los brazos, conocido todos –
Los brazos enjoyados y blancos y desnudos
(Pero a la luz de la lámpara, ¡con un vello castaño!)
¿Es el perfume acaso de un vestido
Lo que me impulsa así a la digresión?
Los brazos que reposan a lo largo de la mesa, o se envuelven en
un chal.
¿Y habría pues de aventurarme?
¿Y cómo comenzar? 

¿Voy a decir, pasé al oscurecer por unas calles angostas
Y miré el humo que sube de las pipas
De hombres solos en mangas de camisa, asomados a ventanas?… 

Yo debiera haber sido un par de garras deshechas
que barrenara el fondo de mares silenciosos. 

Y la tarde, el crepúsculo, ¡duerme tan plácidamente!
Alisada por unos largos dedos,
Dormida… fatigada… o finge estar enferma,
Estirada en el piso, aquí junto a nosotros.
¿Habría, tras el té y las masas y el helado,
De tener el valor de forzar el momento hasta su crisis?
Pero aunque yo he llorado y ayunado, llorado y rezado,
Aunque vi mí cabeza (ligeramente calva) traída en una bandeja,
No soy ningún profeta – y esto no es gran cosa;
He visto mi momento de grandeza parpadear como una llama,
Y he visto al eterno Lacayo sostenerme el abrigo, y reír entre
dientes,
Y en suma, tuve miedo. 

¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,
Después ya de las tazas, la mermelada, el té,
Entre la porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,
Acaso habría valido al fin la pena,
Haber cortado de un mordisco la cuestión mediante una sonrisa,
Haber aprisionado el universo hasta hacerlo una bola
Para echarlo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
Para decir: «Soy Lázaro, venido aquí de entre los muertos,
Vuelto para contarles todo a ustedes, voy a contarles todo» –
Si alguna, acomodándose una almohada junto a la cabeza
Dijera: «Eso no es lo que quise decir en absoluto.
No es eso, en absoluto»? 

¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,
Acaso habría valido al fin la pena,
Después de los ocasos y jardines y las calles regadas,
Después de las novelas, de las tazas de té, después de las
polleras que se arrastran por el suelo –
Y esto, y tanto más?-
Imposible decir exactamente lo que quiero decir!
Pero como si arrojara una linterna mágica los nervios en gráficos
contra una pantalla:
¿Acaso habría valido al fin la pena
Si alguna, acomodándose una almohada o arrojando un chal,
Y girando en dirección a la ventana, dijera:
«No es eso en absoluto,
No es eso lo que quise decir, en absoluto»? 

¡No! Yo no soy ningún príncipe Hamlet, y no se suponía que
lo fuera;
Soy un noble del séquito, alguno que podrá
rellenar un desarrollo, iniciar una escena o tal vez dos,
Aconsejar al príncipe; sin duda, un instrumento fácil,
Deferente, contento de ser útil,
Cauto, político, y meticuloso;
Lleno de frases elevadas, pero un poco obtuso;
A veces, la verdad, casi ridículo –
Casi, a veces, el Bufón. 

Envejezco… Envejezco…
Tendré que arremangar mis pantalones. 

¿Tendré que repartir mi pelo desde atrás? ¿Me atrevo a
comerme un durazno?
Voy a ponerme pantalones blancos de franela, y caminar
por la playa.
He escuchado cantar a las sirenas, entre ellas. 

Yo no creo que vayan a cantar para mí.

Las he visto cabalgar mar adentro las olas
Peinando el pelo blanco de las olas soplado hacia atrás
Cuando el viento sopla el agua blanca y negra.
 
Nos hemos demorado en las cámaras del mar

junto a muchachas del mar coronadas de algas rojas y castañas
Hasta que nos despierten unas voces humanas, y nos
ahoguemos. 

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Un par de curiosidades al respecto. Al parecer, este poema está un tanto inspirado en dos hábitos bostonianos del joven Eliot, cuyos impulsos más profundos (incluidos los religiosos) rebalsaban del corset de su educación marcadamente puritana: uno eran sus frecuentes caminatas solitarias por los barrios pobres y sórdidos de Boston; el otro, ciertas reuniones sociales en casas bostonianas con pretensiones cultas (véase también «Portrait of a Lady»). La otra curiosidad es que el nombre «Prufrock», de origen alemán, está tomado de la publicidad de un mueblero mayorista de Saint Louis (ciudad natal de Eliot) a principios del siglo XX.>>