Noticias de tu casa

Alejandro Bekes [1]

 

La lluvia

Llueve: ahí está el poema. Llueve y llueve.
Si lo escribo, está bien; si no lo escribo
habla sin mí la boca de la lluvia
y escuchará su voz quien pueda oírla.
El poema es eterno. Está ahí afuera,
en la noche. Si en ella no lo escuchas
tampoco oirás la lluvia de mi verso.
La lluvia es la memoria de la tierra.
Antes de mí y antes del hombre y antes
de la vida compuso su poema.
Oye: es el más antiguo. Llueve. Llueve.
Llueve sobre el injusto y sobre el justo.
Llueve sobre los vivos y los muertos,
sobre el lugar lejano en que fui niño,
sobre la flor de un gran amor marchita,
sobre tu juventud que se despide.
Llueve en la noche. Escucha. Llueve y llueve. 

 

La jungla

Todo es verde en el viento bajo el mar de la lluvia,
salvo lo que está rojo de vivir y ha volado.
El tigre tiene frío con sus dientes y todo
y dos rayos muy blancos rayan al fondo el cielo.

Yo quiero que haya un árbol, una seca guarida
que le ablande esos ojos de imperio disecado.
Yo quiero que lo vean a ese triste otros ojos,
además de mis ojos que no saben tocarlo.

Mientras tanto en la selva siempre llueve y las hijas
desnudas de la lluvia se estremecen y cantan;
el monzón ha venido, y el agua en la garganta
se les pone morada como un nombre oprimido.

  

A la ventura

A esta pluma de plata viene tu oro.
Hay un camino, un pálpito, un emblema.
Sube a las sierras, ve los verdes valles
y allá abajo desciende, se desliza.

Crecen arbustos entre los peñascos
y bajo el llanto pleno de sus sauces
ríe el arroyo trémulo; unas cabras
se entusiasman con menta en el granito. 

Los maestros que sueñan con metales
y las damas de pie que los desdeñan,
los arcones secretos que hay a veces
en esas casas que el rencor habita

y también el caballo que cabalgan
los pies de una mujer hecha de ámbar:
todo esto viene a la argentina pluma.
Pudiera venir más si lo soñaras.

Yo no tengo por qué negarte el mundo.
He gozado la guerra, he perseguido
guisantes por la alfombra y me han contado
los infinitos cuentos de una nube

que salió de su cuadro a probar suerte.
Pero no es hora. Avísale a tu padre
que mi lengua es azul, que domestico
en mi jardín la fiera de su nombre

y que voy revestido de camelias
a una tumba gozosa entre cereales.
Allá espero su halago y su visita,
su semblante, su pipa, un cenicero.

Es tarde ahora. Una reunión siniestra
se consuma en la esquina de otros hombres.
Hojas de olor del mapa de la lluvia
iza y arría el viento, verdes, grises.

Recorro en sueños un espacio trágico
donde perder la vida es casi nada.
La noche entra en sí misma, retorciéndose
como un tirabuzón en pleno pecho.

Luego, soy otro. Juego, soy el mismo.
Navego altos océanos y escribo
y me siento volar sobre estas aguas
de verdes golfos y ávidas bahías

y me entrego en la costa a mi esperanza
y en la aurora me extraño; o me encomiendo
al vistoso leopardo de mis días
que nace de las noches de tu selva.

Piel de Asno es más bella que su madre.
Tiene de oro la piel, pezones tiernos,
las uñas de sus pies son rosa y nácar,
su vientre el alba, su mañana el día.

Cuando camina por los valles tiemblan
los corderos perdidos, los torreones
donde vibra el halcón; cuando se baña
en el arroyo aquel bajo los sauces,

nadie está a salvo; la tormenta misma
se le acerca en la brisa bruscamente;
nace un dragón del cascarón abierto;
vuelven los toros de mover el mundo. 

 

Noticias de tu casa

Hay en tu casa un ciervo primerizo
que alimentado con tu hierba joven
sufre sobre su frente unas ramitas
y en su lengua de rosa el jugo verde.

Hay en tu casa unos balcones altos
donde tu soledad hace la siesta
lánguida, abanicándose, desnuda
y tranquila de andar como en su casa.

Hay en tu casa un patio y una fuente
vibrando en acuarelas sin origen,
con peces fulgurantes y tortugas
y horas de tornasol y benteveos.

Hay un color que viene de la noche
e impregna esos rincones donde sueñas;
hay un soñar perpetuo, hay una muda
fiesta donde danzaron las estrellas.

Hay en tu casa una postal del viento
donde se ve al señor con nubarrones
que se arremangan a su paso y besan
las suaves plumas de sus alas trágicas.

Hay también un cantar que a veces suena,
un jazmín que perfuma y no te mira,
un árbol que creció de tus placeres
y una emoción sin luz que me ha tocado.

Hay en tu casa el aire de una liebre
que huele unas espigas en el aire
y la sombra de un parque enamorado
donde se daban cita los fantasmas.

Hay en tu casa un abejorro grave
como una risa apenas estrenada
y un filósofo azul que se desvela
dibujado en el piso, entre ciruelos.

Hay una sala de agua, un mar de trigo,
un ajedrez jugado por arcángeles
y una doliente lámpara de tierra
donde chisporrotean los delirios.

Hay en tu casa un cuerno de topacio,
un estrecho entre finos continentes
y una conspiración de zigzagueos
que le advierten un niño a tu esmeralda.

En tu casa no reptan los amigos
y se dan de comer los candelabros;
piensan en su deber jaulas vacías
y su jubilación cantan los sapos.

Hay un abierto friso de bacantes
que la hiedra no asombra y andan vivas
probando aquí tu pan y allá tu cuello
y que te mecen cuando estás perdida.

También hay un cristal donde te he visto
llena de cintas que el amor desune,
y tus manos están como estudiantes
en las teclas dormidas del secreto.

Estás allí, no hay duda, esa es tu casa.
La edifican de mármol cada tarde
y la pulen con sol cada mañana.
Te ven dormir allí tus unicornios.

¿A quién preguntaré por tus sortijas?
¿Cuándo trabajarán tus comensales?
¿Quién te dio la razón? ¿Cuál es tu nombre?
¿Hacia que fin tu historia se consuela? 

No sé adónde bifurcan sus elogios
en torno de tus pies los arrabales.
No sé qué sabe tu pirata sabio.
No sé qué vaga vela iza tu viaje.

Tal vez hay un canal enternecido
y una pasión de trípodes aciagos:
allí se desmenuzan los silbidos
y torturan su voz todos los mares.

Tal vez no entiendo la canción que canta
tu olor crepuscular en los pasillos.
Tal vez no estoy ahora en tus cabellos
y por eso no acabo de decirte.

Pero sé que en tu casa está la prosa
de tu cuerpo candente enardecida
y la amistad fatal de tus anillos
y el temblor de tu vida en los ojales.

Hay en tu casa un tiempo que perdura
y un cormorán oscuro en pleno vuelo.
Hay un gemido, un trébol y una noche.
Sólo no hay un lugar donde yo viva.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Alejandro Bekes (Santa Fe, 1959) ha publicado Esperanzas y duelos (1981), Camino de la noche (1989), La Argentina y otros poemas (1990), Abrigo contra el ser (1993), País del aire (1996) y Si hoy fuera siempre (2006).>>