Emma Barrandéguy o la reversibilidad de literatura y vida

Irene M. Weiss

Cuando Emma Barrandéguy (* Gualeguay 1914 – † ibid. 2006) empezó a ver su nombre repetido y comentado en la prensa nacional, internacional y en Internet, nuestro “monstruo de tantas lenguas y tantas bocas” contemporáneo, ya tenía 89 años. Habitaciones, el libro que le abrió estas puertas, era una sorprendente mezcla de autobiografía novelada y crónica parcial de la historia argentina en la primera mitad del siglo XX – en especial del Buenos Aires de los ’40 – acompañada de reflexiones ensayísticas sobre la Argentina de ese período. El discurso, en primera persona y volcado por la pluma de una intelectual de provincia instalada en Buenos Aires. Pero lo más sorprendente era la minuciosa confesión de su búsqueda de experiencias sexuales off the society, de su exploración en una libertad del cuerpo que representaba la culminación de todas las libertades posibles. El libro inauguró la colección “Aquí me pongo a cantar” (editorial Catálogos) dirigida por María Moreno, con un prólogo de la conocida escritora y periodista y un elogioso comentario de Diana Bellessi en la contratapa celebrando a María Moreno por su descubrimiento. [1] En septiembre de 2004 salía en la sección literaria de El País, el periódico de mayor tirada en España, un artículo sobre la autora firmado por Martín Prieto; en enero de 2005 se publicaba, en la misma sección del periódico, uno de sus poemas titulado “Un hombre”. En suma, todo un espaldarazo editorial y periodístico al libro que contribuyó a esa inesperada popularidad en el umbral de los 90 años.

El recorrido cronológico de Habitaciones ocurre en dos tiempos: un tiempo político-social evocado por la voz narradora a través de algunos episodios que le tocó vivir, y un tiempo de experiencias individuales. Los distintos momentos del relato dan pie a reflexiones que tienen un efecto mayéutico: ayudan a la protagonista a profundizar en móviles sociales o psíquicos y ponen en marcha el mecanismo de comprensión histórica y, sobre todo, el de la autocomprensión, plataforma que a su vez le permite justificar su comportamiento. En este sentido no se puede más que coincidir con EB cuando destaca en la escritura, en especial de este libro, su función catártica. En una segunda instancia de lectura, el desarrollo de la obra no sólo le permite al lector completar el subtexto de experiencias de la protagonista, sino también rescatar, en toda su fuerza generadora, las lecturas de las que se ha nutrido. Más allá del recurso intertextual a Simone de Beauvoir que señala M. Moreno, el libro revela, muchas veces por medio de los epígrafes o por la mera mención de nombres de autores, una trama de lecturas no sólo literarias, también políticas, históricas, sociales, que ofrecen el marco a un pensamiento tensado en las disyuntivas centro-periferia (Buenos Aires vs. provincia, ciudad vs. campo, política nacional vs. política internacional), libertad (intelectual, política, sexual)-represión (exterior, como expresión del exceso de libertad sobre otros, o interior, sintetizada en el sentimiento de culpa), literatura-vida. La convergencia de experiencia de vida y experiencia literaria a que obliga una autobiografía le permite a la protagonista reclamar a menudo un lugar en ambos espacios de la disyuntiva, no reconociéndolos como alternativas. Su empeño está precisamente puesto en la superación de estos límites, trasladando a la experiencia vital las posibilidades que  abre el hecho literario. En el espacio de la confesión personal, esto tiene al menos dos consecuencias que se pueden extraer del discurso narrativo de Habitaciones, una en la producción de texto y otra en su recepción: a) la actualización en el texto de la fricción interior entre su actitud rebelde ante fronteras que no acepta como dadas, por un lado, y su confesada necesidad de despertar afecto y compasión en los demás, por el otro, se proyecta en la búsqueda del lector cómplice que comparta su sentimiento de descontento e insatisfacción, y b) tal proyección de la propia vida en la literatura fascina y acapara la atención del lector, que avanza en el texto subyugado por el desenlace que pueda llegar a tener el experimento al que asiste. El lector se transforma así en testigo de las sucesivas etapas de este via crucis del cuerpo, envuelto también él tanto en el tanteo exploratorio de los límites emotivos y sexuales como en el sufrimiento que causa y se causa la protagonista en las diferentes situaciones eróticas. El receptor de Habitaciones, que asiste al desnudamiento de intenciones y objetivos, pasa a constituirse, gracias a esta estrategia narrativa de la autora, en elemento de sostén de la obra.

Por definición, este receptor de la obra puede ser cualquier lector implícito del texto. Pero en el libro que comentamos EB le puso nombre propio al receptor que había elegido como confidente. Y este nombre resultó, por extrañas casualidades que tuvieron lugar en enero de 2004, mi vía de acceso a ella y a su obra. El libro había sido escrito a fines de la década del ’50, poco después de la muerte de su dedicatario, el amigo y confidente de Habitaciones Alfredo J. J. Weiss, mi padre. La amistad entre EB y AW fue insistentemente polarizada desde la publicación del libro. Hubo un empeño en contraponer a los amigos, ubicando a AW, en el mejor de los casos, como encarnación de “un hombre de Sur, es decir” [de] “una coalición de la cultura alta argentina” (M. Moreno), o como “miembro periférico del grupo Sur” (D. Link). Esto no hace más que enajenar el discurso de la protagonista, quien insiste en la singularidad de esa amistad en distintos pasajes de Habitaciones: “Él sí, me digo, él sí me vio entonces como en realidad soy” (p. 17); “yo sabía […] que nadie, nadie interpretaría tan bien como vos lo que yo quisiera expresar sobre cualquier cosa” (19); “Vos eras mi mente lúcida, mi mejor espejo, el único que había creído en mí como su igual, como su prodigadora de bienes…” (61); “-¿Cómo podría decirte, querida? Él es como el hilo conductor de mi vida, una especie de cuerda tensa de la que penden ropajes diversos, una especie de horizonte …” (197). No hay duda de que AW se auguró de Sur, ocasionalmente, un impulso sinérgico, pero estuvo lejos de convertir la revista en el contrafuerte de su destino literario. Su obra cultural corrió por otros canales: sus traducciones de poesía inglesa y francesa, la editorial Continental, que dirigió junto con Héctor Miri durante toda la década del ’40, y la revista literaria Reunión, cuya dirección compartió desde fines de los ’40 y durante muchos años con Enrique Luis Revol. En esta última publicaban talentos jóvenes, precisamente muchos de aquellos que no tenían cabida en Sur: el dramaturgo Omar del Carlo, el novelista y crítico cinematográfico Hellen Ferro, el poeta Narciso Pousa, el novelista y ensayista Miguel Ángel Speroni, para nombrar sólo a algunos. [2]  La lista es larga. Toda gente que no era de Buenos Aires, incluido AW. Los unían fuertes lazos de amistad y un connatural recelo al ambiente tantas veces mezquino de los cenáculos porteños. A partir de estos datos, podemos dar por más acertado el juicio de Edgardo Cozarinsky cuando en un artículo publicado en Página 12 el 18 de mayo de 2003 habla del “humus que alimenta un momento determinado en la historia de la literatura”, para rescatar de inmediato el nombre de AW junto al de los hermanos Estela y Patricio Canto y al de Vera Macarov, “soldados desconocidos” de la literatura argentina.

Hasta aquí la figura pública de mi padre, presente en nuestra familia después de su muerte gracias al anecdotario cotidiano y a la inmensa biblioteca que dejó en herencia. La lectura de Habitaciones, por el papel que le asigna a AW en la biografía de la protagonista, destrabó también para mí las fronteras entre literatura y vida revelándome un mundo nuevo: el de la intensa amistad y afecto entre EB y mi padre, de la que ella deja un limpio testimonio en el libro, separándola – si dejamos a un lado el final novelesco – de la espiral creciente de experiencias eróticas que pueblan sus páginas como aventuras más o menos pasajeras. La revelación de esa amistad cultivada por AW desde su época de estudiante operó en mí una auténtica conmoción. Pero era sólo el comienzo del descubrimiento. Faltaba la segunda parte, que se completó meses después, en agosto de 2004, en ocasión de mi primera visita a la casa de Emma, en Gualeguay. Después de recordar la entrañable relación que los unió hasta la muerte de AW, puso en mis manos, junto con la antología de poesía estadounidense que él le había dedicado y con la foto de una fiesta en la pensión en la que coincidieron a su llegada a Buenos Aires (cf. Habitaciones, pp. 17 y 116), las treinta cartas que mi padre le había enviado entre 1938 y 1941. Ella las conservaba intactas, atadas y ordenadas. Su lectura abrió para mí una vía de reconocimiento y apertura existencial en el territorio paterno, en el que descubrí una novísima sensibilidad afectiva y emotiva. A su vez, Emma estaba en las cartas en un nuevo reflejo, distinto de su propia escritura, puesta esta vez ella en el origen y como sustento de la existencia de otro. En ellas es Emma no sólo destinatario sino también referente del monólogo epistolar: las cartas giran en torno a ella, la cultivan, la esperan, comparten con ella las novedades políticas y culturales, los pequeños éxitos, las experiencias, y sobre todo los minutos y las horas. La escritura de las cartas suple para AW la ausencia de la amiga tanto como la escritura de Habitaciones recupera para EB al amigo muerto, a quien hace una vez más su confidente.

Habitaciones, escrita a finales de los ’50, fue probablemente el primer compromiso sostenido de EB con la escritura en prosa. Pero la publicó recién en diciembre de 2002. En los más de cuarenta años que median hasta esa fecha, la autora publicó nueve libros: tres de poesía (Las puertas, 1964; Refracciones1986; Camino hecho, 1991), una obra de teatro (Amor saca amor, 1970), dos relatos largos (El andamio, 1964; Los pobladores, 1983), un ensayo (No digo que mi país es poderoso, 1982), una crónica familiar novelada (Crónica de medio siglo, 1984), una biografía (Salvadora, una mujer de Crítica, 1997). Después de Habitaciones publicará todavía un último ensayo: Mastronardi-Gombrowicz. Una amistad singular (2004). Toda su obra evidencia su pertenencia entrerriana, en parte de ella es Gualeguay el escenario histórico o ficcional y la provincia el paisaje. EB nació y creció en Gualeguay, hasta los seis años en un ambiente rural, desde esa edad en la ciudad. Allí se recibió de maestra primero y luego de bachiller. Allí leyó con avidez adolescente toda la literatura que le ofrecía la biblioteca popular y participó de la vida literaria y política de una ciudad que reunía los nombres de Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz, Juan J. Manauta. En 1937, joven pero fogueada ya en ideales de izquierda (anarquistas, libertarios, socialistas, comunistas) gracias a reuniones semiclandestinas en la casa de su familia, parte para Buenos Aires, donde trabajará durante veintidós años como secretaria de Salvadora Medina Onrubia, mujer de Natalio Botana, el controvertido director de Crítica. En los ’60, ya jubilada, se inscribe en la Facultad de Filosofía y Letras, que todavía funcionaba en la calle Viamonte, y se dedica de lleno a la producción literaria. Tiene a esa altura cincuenta años.

Esos primeros cincuenta años de su vida aparecerán una y otra vez en la obra en prosa de EB, donde será una constante el recurso a la historia personal, y por medio de ella a la familiar, como vía de aproximación e incluso de interpretación de un corte epocal. La escritura en prosa de EB es fuertemente autobiográfica, historiográfica, memoriosa. En Crónica de medio siglo, el compromiso político que asume el padre de la autora en Entre Ríos es reflejo del compromiso con el radicalismo de una nueva generación de argentinos, y las reuniones altamente politizadas y fundamentalmente masculinas del grupo “Claridad” de las que participa Irma Iruleguy, el alter ego de la autora, reflejan el ideario político-social y la creciente participación femenina que caracterizaron la primera mitad del siglo XX. Los elementos de la propia biografía y la crónica familiar, la tendencia obsesiva, casi narcisista, a reflejar en la escritura la historia de sí misma o del círculo convivido y oído se transforman también en este caso en herramientas de problematización cultural. El reflejo de lo magno en lo pequeño, para parafrasear el si parva licet componere magnis virgiliano. Como método de trabajo, el de la exposición, de la que se espera la comprensión intuitiva de lo ocurrido.

La poesía, por su naturaleza, es manifestación de experiencias humanas que el poeta no está dispuesto a alienar. Cuánto más en el caso de EB, cuya misma prosa está ya tan afectada por las inflexiones de su vida y las del entorno. Pero sus poesías, exceptuadas quizás algunas de las últimas no publicadas, están muy lejos de crear la atmósfera de transgresión que envuelve en parte a su prosa. Porque si bien en las poesías vibra, por el carácter mismo de la lírica, la madera más íntima y conmovida de su naturaleza, la misma lengua poética impone en el sistema de signos, en la selección de imágenes, en el juego expresamente anti-narrativo, en la elaboración del ritmo en fin, la contención y el cauce que a la prosa le es permitido ignorar. La poesía de EB discurre sin grandes saltos, como testimonio y actualización de momentos –el encuentro amoroso, la intimidad de una caricia, el intercambio amistoso o familiar, el acercamiento a las plantas y animales– que llegan a través de sensaciones, emociones, recuerdos, y que la palabra poética nombra. Es cierto que siguen como constantes los temas recurrentes en Habitaciones: la exploración del cuerpo y del deseo sexual; la búsqueda de una libertad equiparadora en política, sociedad, género; las fronteras del ejercicio del poder en la interacción personal; los intransferibles espacios interiores; la necesidad catártica de la confesión de lo “no permitido”, pero en la poesía abren un espacio de expresión diferente. Una dolorosa insatisfacción relacional sigue operando de bajo continuo, pero el acento está puesto ahora en una “realidad” que se acepta como fundadora de la palabra poética. La necesidad de valorar, juzgar, definir, comentar y evaluar las experiencias que caracterizaba a Habitaciones se transforma en la poesía en una voz sumisa a la convocatoria de las cosas, de los otros, del cuerpo, de la naturaleza, del instante que imprime en la palabra su deseo de perdurabilidad. El lector tiene la sensación de estar ante una poesía que es resultado estético de un acto visual, ante una poesía de los ojos y del mirar. En la persona física de Emma, en su cara delgada y armónica, llamaban sobre todo la atención los ojos inquietos, curiosos, penetrantes, puestos al servicio de su sensibilidad y lucidez. El papel central que ella le daba a la mirada en las relaciones más profundas se hace programa en la citada entrevista con Martín Prieto, donde declara: El amor es en la mirada. No por ser lugar común de tantas poéticas occidentales pierde la afirmación algo de su intensa resonancia expansiva. O a la inversa: la gana, precisamente por ser en ellas una constante.

En los tres libros de poesía que publicó EB en vida se pueden distinguir al menos dos etapas. La primera corresponde al primero de ellos, Las puertas, compuesto con toda probabilidad contemporáneamente a Habitaciones. El libro refleja la misma preocupación fundamental en la búsqueda de la propia identidad, en un juego de acercamiento y distancia por un lado a sí mismo, a lo propio, y por el otro a lo diverso. En Las puertas hay dos palabras claves que son cifra de esta búsqueda: espejos y patios. Ambos términos se inscriben en una poética del espacio a la que responden también los títulos de las dos obras citadas.

El espacio en esencia dinámico del espejo está inevitablemente connotado por el tiempo. El espejo es, en un sentido, el espacio del conocimiento personal objetivante, el espacio que desnuda, pero que sin embargo por su misma esencia presenta en el desdoblamiento de lo que refleja una paradoja: la del ser que se reconoce en su no ser. Al primer reflejo se agrega además un segundo reflejo: el de los ojos que miran. Cuando los ojos que miran son además los del reflejado, el reflejo se tiñe de la mirada interior, agrega conocimiento de causa. El espejo es en este caso continuidad de la propia mirada. Así se entiende uno de los epígrafes de Las puertas, tomado de las composiciones metafísicas de Abel Martín: “no hay espejo; todo es fuente”, la comprensión de cuyo sentido se apoya en los que fueran, según Juan de Mairena, los primeros versos del maestro: “Mis ojos en el espejo/son ojos ciegos que miran/los ojos con que los veo”. Por otra parte, quien se mire al espejo y al hacerlo afirme que lo que ve coincide con la experiencia que de él tiene el resto de los hombres, se transforma necesariamente en “hombre marginal”, perdido en un mundo de reflejos vacíos. La expresión está tomada de otro de los epígrafes de Las puertas, una cita de Viola Klein: “En dos espejos se refleja el hombre marginal”. Esta tensión interpretativa que produce, en quien se mira, la propia imagen reflejada, es lo que expresa la metáfora del espejo en el poema “Cosimo Tura”, pero con el agregado de la proyección histórica:

 ¿De qué Europa inocente y condenada
arrimó la magia?
[…]
¿De qué Europa?
Siempre negándola y buscando espejo,
siempre anclados
en el agua inquietante del Quinientos.

En “Archivo”, el “frágil edificio sin espejos” es la imagen de una vida de engaños y autojustificaciones de la que sin embargo un día se puede uno despertar para verse rodeado sólo de espejos, como “hombre marginal” potenciado:

Y henos aquí con las ruinas
sin los techos,
sin los biombos, sin las sedas.
Con los espejos, nada más que con los espejos.

La imagen del patio resume el lugar del encuentro, donde convergen provincia, familia, amigos. Puede ser protector, como en el caso de la “casa mágica” de la infancia (“Ésta es la reja”), o espacio de comunicación y armonía con el macrocosmos (“El verano desata sus estrellas fugaces/sobre el patio”, en “El verano desata”). Pero puede entrar también en una dimensión temporal como espacio de la diferencia, de la conciencia clara de no pertenecer a un grupo:

 No he caminado con persistencia por los atardeceres
y sólo he masticado en aquellas tardes de los patios
las ácidas conversaciones de las otras mujeres.

                                                                         (“Devolvedme mis botas”)

Más allá de este eje simbólico, Las puertas abre también un camino de percepción del registro individual que se mantendrá como constante en los dos volúmenes siguientes. Un ejemplo acabado es el poema “Un hombre”, citado al inicio de este artículo:

Un hombre

Las costas verdes, los sarandisales,
el mostrador donde acodabas tus hazañas,
aquellas suelas y el martillo curvo,
las pieles de las nutrias,
la manta testimonio de esa fiebre
que trajiste del norte,
el machete triunfal sobre las pajas,
las redes viejas junto a tus polémicas,
la canoa prestada y los anzuelos,
la cuadra de batatas que dejaste sembradas:
hoy no se hacen presencia en tus pupilas,
entran al territorio del recuerdo.
Porque la vida de un hombre,
de un loco,
de un rebelde,
de un disconforme eterno,
de un hombre que no supo hacer dinero
pero sí caminar, conversar, beber,
estar en desacuerdo
y desatárselo en palabras a la gente …
Porque la vida de un hombre como tú, digo,
no es más que esto:
una enumeración de circunstancias,
el recuerdo de un proceso,
una barba crecida,
un hijo muerto,
unos ojos brillantes,
gajos del Gualeguay entre los remos.
En el agua tenías que morir,
no hay que asombrarse.
Tendiendo redes en la noche,
para pescar por fin tu corazón inquieto. 

La segunda etapa de la poesía de EB incluye Refracciones y Camino hecho, marcados en buena parte por un sentimiento de resignación, melancolía y desarraigo derivados de la convicción del “ya no más” (“Pelotari silencioso y espectador ídem”) impuesto por la pérdida de espacios fundamentales que acompaña a la vejez. Ya no hay reflejos, sino refracciones. La mirada hacia atrás, el camino hecho. Es por esto que en el último libro de poesías la voz poética se identifica con “la que asume los recuerdos” (“La casa”). Predomina en esta colección de poemas el recuerdo de un pasado –individual, familiar, social– que opera como contraprueba del desengaño del presente y que descubre en las amistades sociales, en el placer del cuerpo, en los ideales políticos e inclusive en la familia una larga serie de espejismos.

Pero hay todavía al menos una tercera etapa en la mucha poesía inédita de EB, sobre todo en la de los últimos años, en la que se puede señalar un último giro de reapertura del signo lingüístico como reflejo de una superación del vínculo resignado con el mundo y con lo dado.

En una conversación telefónica que mantuvimos pocas semanas antes de su fallecimiento, el día mismo en que me comunicó la gravedad del cáncer que tenía, le propuse hacerme cargo de la publicación de su poesía inédita. Me prometió ponerla en orden para mandármela a Alemania cuanto antes, pero la muerte fue más rápida que ella. Gracias sin embargo a la ayuda de su sobrina, Cristina Barrandéguy, muy pronto llegaron a mis manos un grupo importante de sus últimos poemas. Presento aquí algunos de ellos escritos entre el 2003 y el 2006, adelanto de la edición de poesías completas de EB que preparo con la colaboración de C. Barrandéguy. [3]

 

  Marina

Las patitas quemadas
de la andariega
con la mente que arde
y el corazón que espera.

Sigan andando fuerte
las dos patitas,
que las llevo en mi mano
a las dos solitas.

Y esa mano se tiende
como siempre en la vida
esperando el abrazo
de bienvenida. 

 

Carolina

Besarás en el cuerpo
de esta anciana que camina
hacia su muerte
a tu padre
o al mío
en nuestra enmarañada
sangre
y yo besaré tu hombro desnudo
con delicia
como si mis manos tocaran
flores delicadas.
Te aguardo sin decirte
todo esto que ansío de vos.
Tengo miedo
pero te amo
mientras un hombre
llamado Benjamín
sonríe entre sus cenizas.

 

 Página 35

Para los ancianos, Tuky, la Muerte
no tiene una obscenidad lujosa
ni una artimaña de lobo
como la que ejerció con tu niño.
Abre, en cambio, la puerta lentamente
como una amiga curiosa
para arrimarse a nuestro lado.
Para esta amiga
ya ni la boca ni las manos sirven.
Ningún anciano quiere ya
a esta nueva amante.
Resistiendo su convite
miramos en el patio
un último brillo del rocío
y, por fin, orillando ya el descanso
aflojamos los pétalos
como cualquier flor
que se deja caer sin intentar quejarse.

* 

Sí, “ser poeta no es una ambición mía
es mi manera de estar solo”.
Es cierto, amado Caeiro,
siempre estaremos solos
y así lo queremos
a pesar de nuestros ilícitos amores
o de los aceptados.
Siempre estaremos con la mano
tendida
hasta que la muerte
nos toque los dedos.

*

“Gocemos escondidos.
Enmudezcamos.”
¿Fue siempre así mi goce?
¿Fue necesario hacerlo?
O el goce es simple
como comer arroz
como ver la rosa
o el brote,
como acariciar el gato?
La que dice desearme
¿dice verdad?
Qué puedo ofrecer a sus ojos:
Dímelo vieja Safo
y estaré y estaremos contigo. 

*

“Déjenme ser una hoja de árbol, acariciada por la brisa”.
La última hoja amarilla
de los fresnos,
del ceibo, de la glicina blanca.
Soy.
Ya culmina el otoño
entre nosotros.
Las hojas esperan en la vereda
el agua que las empape y las ensucie.
El árbol, libre de ellas,
al fin puede conversar con la luna
que asoma brillante y sensual
por el este de la noche
que silba entre las ramas.

 

Dime, Señora Luna

Y las yemas brillantes de la noche,
ya no veré.
Ni el mar,
pero el río me resta
encerrado en sus altas defensas.
Adonde irá ahora este río
que todo lo inundaba
y en los veranos
se cobraba una muerte por lo menos
desde sus barrancas
o en sus hermosas playadas
traicioneras.
Hace ya mucho tiempo,
tendida en su arena
pregunté al sol:
Dime, mi amor, ¿de qué lado
vendrá?
Y vino y avasalló mis horas.
Y quizás al morir
lo acune aún en mis brazos
para ofrecerlo
a quien lo reciba
en las yemas brillantes de la noche
preguntándose como Teócrito:
Dime Señora Luna:
mi amor ¿de dónde vino?


Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. La presentación periodística del libro en la Argentina estuvo fundamentalmente centrada en los artículos de María Moreno y Daniel Link en Página 12 (12.01.2003) y de Patricia Kolesnicov en Clarín (15.03.2003). A esto se sumó posteriormente la invitación de Diana Maffía para que EB ofreciera una charla en el Instituto Hannah Arendt, reunión que tuvo lugar en marzo de 2005. >>
  2. De la generosidad de AW con los escritores noveles deja constancia Ernesto Sábato en su autobiografía, Antes del fin (Buenos Aires: Seix Barral 1999), en una página en donde opone explícitamente su actitud a la de V. Ocampo: “ «El túnel» fue rechazado por todas las editoriales del país; hasta por Victoria Ocampo, que se excusó diciéndome: «Estamos medio fundidos, no tenemos un cobre partido por la mitad». Qué auténtica me pareció entonces esa frase de Oscar Wilde: Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos. […] Finalmente, el préstamo de un generoso amigo, Alfredo Weiss, hizo posible la publicación en «Sur», y fue inmediatamente agotada. Al año siguiente, recibí la noticia de su edición francesa gracias a Camus”. (pp. 87-88). >>
  3. Hace poco tiempo se sumó al proyecto el poeta y editor entrerriano Ricardo Maldonado, poniendo a nuestra disposición el valioso material poético que le legó E. B. a él. >>