Eugenio Montale: Huesos de jibia
Nota y traducción de Ricardo H. Herrera
Este conjunto de poemas no constituye una breve antología del primer libro de Montale, sino que presenta aislado su capítulo medular, una serie orgánica de veintidós composiciones que hace extensivo su título al título del libro: Huesos de jibia. Al igual que los “Motetes” de Las ocasiones, el libro posterior del poeta, esta secuencia es el núcleo germinal del volumen. Por eso mismo, estos “huesos” de los Huesos… tienen características formales muy definidas. Se trata, en efecto, de composiciones compactas, intensas, cerradas, en las cuales la cualidad ósea a la que Montale apela al titularlas, se traduce en una economía expresiva poco menos que absoluta, en la cual los recursos rítmicos y melódicos desempeñan un papel decisivo. El objetivo del poeta es vencer mediante la forma musical la carencia existencial (“nuestro ánimo informe”) que está en el origen de su amenazada posibilidad de hablar. Decir esa imposibilidad y decir lo indecible son las dos presas antitéticas de la serie. La tensión que estructura estos Huesos está polarizada por dos extremos claramente perceptibles: la dificultad de enunciar valores positivos y, al mismo tiempo, la intermitente percepción de efímeras pero intensas manifestaciones de gracia, a través de las cuales se abre paso el resplandor de una vida posible y, también, de un apaciguamiento del bloqueo de la inspiración. La palabra trabaja creando un enlace entre ambos extremos, un puente conector que merced a su sólida estructura formal permite trasponer el conflicto psicológico y, consiguientemente, acceder a la poesía, esto es: a realizaciones verbales cuya potencia rítmica y melódica deja muy atrás la derrota vital de la cual se originan. El puente —la arquitectura formal de los poemas— es sólido, pero la zona a la cual el lector accede al transitarlo es ingrávida, ya que tiene como punto de arribo la evanescencia musical.
Esta apetencia de licuefacción de la realidad, que es el invariable horizonte hacia el cual tienden estos poemas, tiene como modelo natural el poder corrosivo de la luminosidad estival mediterránea, una luminosidad que extasía y pulveriza al unísono las presencias, que las lleva a un apogeo que por momentos coincide con el exterminio; de ahí que lo pánico esté constantemente amenazado por la acedia, el goce por la pena. También el resplandor marino del Mediterráneo oscila entre encantamiento y decepción: a veces alivia con su promesa de frescura, pero también agobia con la monotonía de su vaivén. Otro aspecto del paisaje ligur, su carácter árido y pedregoso, no sólo deja su impronta en las vívidas imágenes de los poemas, sino que contribuye activamente a pautar la modulación rítmica y melódica del verso: una modulación áspera, pietrosa, aunque siempre amortiguada por la transparencia de la vena doméstica e íntima de la expresión montaliana. El lugar preeminente que ocupa la materia, el paisaje, tanto en lo que atañe a la mirada como en lo que incumbe al oído, le confiere a estos Huesos una consistencia verbal que contrasta agudamente con el angustioso desasimiento que organiza la percepción. Se diría que la individualidad de la voz del poeta —al estar desprovista de toda certeza, al padecer lúcidamente el desarraigo— es escarnecida por un ansia de no ser que torna vergonzante su furtiva presencia ante lo real. Al mediodía, el pesar de ser sombra cuando ya nada proyecta sombra sólo halla consuelo en la amorosa cavidad del huerto: único hogar para el paseante enfermo de desasosiego, última imagen que guarda la memoria del tiempo en que el propio ser y el ser del mundo eran una y la misma cosa.
Unas palabras con respecto a la traducción. A lo ya sabido —el léxico de Montale es difícil, especialmente el del primer Montale— conviene agregar que su métrica es bastante irregular y, paralelamente, que el uso de las aliteraciones y de la rima es poco menos que constante. Esa irregularidad, que a primera vista podría juzgarse una ventaja para el traductor, en realidad constituye un problema, ya que atenta contra la cohesión de una copia que no tiene otra alternativa que empeñarse en compensar con energía rítmica todo pequeño sacrificio lexical. Si se opta por la regularidad, y a veces no queda otro recurso para darle consistencia a la estrofa, se traiciona el espíritu travieso del alma montaliana, y no sólo eso, sino también su capacidad para acelerar o detener súbitamente la frase, para perfilar arabescos sonoros de efecto fulminante. De modo que sólo la rima permite reparar esa suerte de entropía que amenaza al verso toda vez que uno se decide a respetar una medida que bordea la regularidad pero que a menudo la elude. A veces, sobre todo cuando Montale usa el decasílabo (o un falso endecasílabo que tiene una velocidad increíblemente mayor que el endecasílabo), no hay modo de salir airoso de la confrontación con el original, no queda más remedio que aceptar resignado la distancia que media entre ambas lenguas: en castellano, frecuentemente, sobra por lo menos una sílaba. Las aliteraciones, aunque parezca inverosímil, son más difíciles de imitar que la rima; la copia, por lo tanto, cuando pierde las aliteraciones internas del verso y conserva tan sólo las consonancias de las pausas finales, puede llegar a sonar más remansada que el original. Es un riesgo que he decidido correr; creo que ocasiona menos distorsiones que la atonalidad.
Para comprender las dificultades que ofrecen estos Huesos, basta remitirse al título de la serie. Más allá de la explícita alusión de Montale a la temática del detrito —“Abrasa, en torno; un martín pescador / se precipita sobre un resto de vida” (y esos restos son los huesos de jibia que flotan en la superficie marina, verdadero reverso fúnebre de la “Gloria del abierto mediodía”)—, la expresión Ossi di seppia en italiano encierra otros estadios de significación: en principio, apela a una dimensión doméstica, ya que la seppia es en Italia un molusco comestible tan conocido como lo es entre nosotros el calamar, cuyo hueso se suele colocar en las jaulas de los pájaros para que éstos afilen sus picos; luego, la paradoja de llamar hueso a algo que es flexible como una lengüeta cartilaginosa, paradoja que se pierde en castellano, porque la palabra jibia remite al lector directamente al diccionario (ya que para la imaginación de quien lo ignora, el vocablo sugiere una alusión a un animal antediluviano provisto de una abultada joroba, sin la menor relación con la gastronomía doméstica o la cría de aves); y, por último, a nivel sonoro, la cortante aliteración. Podría haber titulado al conjunto Huesos de sepia, para conservar al menos un pálido eco del chasquido del enunciado original, pero pudo más la fuerza de la costumbre, de modo que cedí a la tradición ya establecida por los traductores que afrontaron estos textos con anterioridad a mí.
Huesos de jibia
No nos pidas la palabra que ciña cada lado
de nuestro ánimo informe, y con letras de fuego
lo manifieste espléndido como flor de azafrán
extraviada en el medio de un polvoriento prado.
¡Ah los hombres seguros que se van,
en paz con los demás y con sí mismos,
ajenos a las sombras que el bochorno
estampa encima de una tapia en ruinas!
No nos pidas la fórmula que un mundo pueda abrirte,
sí apenas una sílaba reseca como un leño.
Hoy tan sólo esto podemos decirte:
lo que no somos, lo que no deseamos.
***
Al mediodía pálido y absorto
junto al muro ruinoso de una huerta,
sentir en la maleza las presencias
de mirlos escondidos, de culebras.
Por la tierra o encima de las plantas
curiosear la labor de las hormigas,
ya sea que se dispersen o se apiñen
en la cima de su ínfima gavilla.
Al observar a través del follaje
las lejanas escamas del oleaje,
escuchar la cigarra que se obstina
con su chirrido en la árida colina.
Y al alejarnos bajo el sol que ciega,
sentirnos deslumbrados por la pena
de saber que esta vida y su faena
es como recorrer una muralla
rematada con vidrios de botella.
***
No busques amparo en la sombra
del tupido verdor
como el halcón que se deja caer
fulminante en el día de calor.
Ya es hora de salir de entre las cañas
resecas que parecen soñar
y de atender a las formas
de la vida que se quiebra.
Nos movemos en un polvo
tornasolado que tiembla,
en un brillo que seduce
los ojos pero que enerva.
Ni siquiera en el juego de las olas estériles,
que aburre en esta hora de rechazo,
podemos zambullir en espiral sin fondo
nuestras vidas errantes.
Como este cerco rocoso
que pareciera esfumarse
en telarañas de nubes,
así nuestro ánimo ardido
donde la ilusión enciende
una hoguera de cenizas
se disipa en la quietud
de una certeza: la luz.
***
Retorno a tu sonrisa, y es para mí agua límpida
vislumbrada al azar en la orilla rocosa,
breve espejo en donde hay una hiedra con flores
y ante todo el abrazo de un cielo blanco inmóvil.
Sólo este es mi recuerdo; ¿qué decirte, oh lejano?
No sé si tu rostro expresa una libre alma ingenua,
o en verdad es el prófugo del mal que abruma al mundo
y lleva en sí el dolor igual a un talismán.
Esto puedo decirte: tu pensada figura
sumerge los tormentos en una ola de calma,
y en mi memoria gris tu aspecto se insinúa
puro como la copa de una naciente palma…
***
Mi vida, no te pido rasgos fijos,
rostros plausibles o un buen porvenir.
En tu inquieto vaivén ya son iguales
el sabor de la miel y del ajenjo.
Al corazón que juzga al cambio vil
rara vez lo sacude un sobresalto.
Así a veces resuena en el silencio
de los campos un tiro de fusil.
***
Dame el girasol para que lo trasplante
a mi tierra quemada por el viento salino,
y muestre todo el día al azul espejeante
del cielo la ansiedad de su rostro amarillo.
Buscan la claridad las sustancias oscuras,
se disipan los cuerpos al vaciarse
de tintas: éstas, en músicas. Desvanecerse
es por lo tanto la ventura de las venturas.
Dame tú la planta que nos lleva
adonde nacen rubias transparencias
y la vida se esfuma cual esencia;
dame tú el girasol loco de luz.
***
El dolor de vivir a menudo he encontrado,
fue el borbotón del riacho que se ahoga,
fue la retorcedura de la hoja
seca, fue el desplomarse del caballo.
Bienes no hallé, tan sólo la visión
que brinda la divina Indiferencia:
la estatua en el letargo de la siesta,
la nube y el vuelo alto del halcón.
***
Lo que de mí supiste
no fue más que pintura,
la tela que reviste
nuestra humana ventura.
Tal vez detrás de la hechura
estaba el cielo sereno,
velaba el límpido cielo
sólo un sello.
O estaba la turbulencia,
la fragua de mi existencia,
el emerger de una ardiente
tierra que no veré.
Se transformó en una cáscara
mi verdadera sustancia;
el fuego que nunca merma
fue para mí la ignorancia.
Si vislumbras una sombra, no es
una sombra: soy yo.
Pudiese apartarla de mí
y convertirla en un don.
***
Portovenere
Allá emerge el Tritón
entre olas que lamen
el umbral de un cristiano
templo: toda inmediatez
es antigüedad. Toda debilidad
nos lleva de la mano
como una amiga joven.
Allá no hay quien se mire
o se escuche a sí mismo.
Allá, en los orígenes,
afirmarse es tonto:
te alejarás más tarde
para asumir un rostro.
***
He vivido la hora en que el rostro impasible
se descompone en una mueca cruda:
se descubrió un instante una pena invisible.
No lo advierte el gentío que en la calle se apura.
Palabras mías, en vano negáis la mordedura
secreta, el vendaval del corazón.
La razón de quien calla es más veraz.
El canto que solloza es un canto de paz.
***
Gloria del abierto mediodía
cuando ya no dan sombra los árboles,
e instante tras instante en derredor
por la excesiva luz, las apariencias, arden.
El sol, arriba, es un seco arenal.
Mi día, pues, aún no ha transcurrido:
la hora más hermosa está detrás del muro
que aísla en un ocaso desvaído.
Abrasa, en torno; un martín pescador
se precipita sobre un resto de vida.
Lejos de esta aridez está la buena lluvia,
pero en la espera es perfecta la alegría.
***
Felicidad alcanzada, se camina
por ti sobre el filo de una espada.
Para el ojo eres brillo que vacila;
para el pie, tenso hielo que se raja;
mejor que no te toque quien más te ama.
Si te aproximas al alma invadida
por la pena y la alumbras, tu mañana
es dulce y turbadora como un nido en la cornisa.
Pero nada compensa la derrota
del niño que extravía su pelota.
***
Vuelve el cañaveral a elevar sus penachos
en la serenidad que no se agota:
al calor sofocante, tras las tapias,
sediento el huerto ofrece ásperas copas.
Sube una hora de espera al cielo, vacua,
desde el mar que agoniza.
Crece un árbol de nubes sobre el agua,
se desploma después, ya de ceniza.
Cómo te extraño, Ausente, en este clima
que te presiente y que sin ti me abruma:
estás lejos y todo se desvía
de su surco, se abate, se hace bruma.
***
Tal vez un día andando por un aire de vidrio,
desolado, volviéndome, con terror de borracho
veré hacerse el prodigio:
el vacío detrás, la nada a mis espaldas.
Como en una pantalla, aflorarán rehechos
árboles, casas, montes: el engaño de siempre.
Pero ya será tarde; me apartaré callado
entre la muchedumbre, solo, con mi secreto.
***
Valmorbia, transitaban por tu fondo
las nubes florecidas por la brisa.
Nacía en nosotros, rostros del acaso
ciego, el olvido del mundo.
Callaban los disparos, en el regazo aislado
sólo se oía un sonido: el Leno, ronco.
Brotaba un cohete en el tallo, flojo
lagrimeaba en el aire.
Las noches claras eran todas albas
que atraían las zorras a mi cueva.
Valmorbia, un nombre. A veces, en la clara
memoria, tierra donde no anochece.
***
Tu mano tentaba el teclado,
tus ojos descifraban el papel
de signos imposibles; se quebraba
cada acorde como una voz ahogada.
Supe que todo, en torno, se enternecía al verte
tan inerme, impedida y desprovista
del lenguaje más tuyo: lo susurraba el mar
por detrás de los vidrios entornados.
Por el recuadro azul pasó una danza
fugaz de mariposas; tembló la fronda al sol.
Nada de lo cercano hallaba sus palabras,
y era mía, era nuestra, tu dulce ignorancia.
***
La farándula de los chicos en el arenal
fue la vida estallando en la aridez.
Crecía entre unas cañas y un arbusto
la mata humana bajo el aire puro.
Padecía el viajero cual si fuera un suplicio
su desapego por las antiguas raíces.
En la edad de oro sobre las orillas felices
hasta un nombre, una veste, eran un vicio.
***
El débil sistro en el viento
de una perdida cigarra,
tocado apenas y extinto
en la pereza que exhala.
Emerge de lo profundo
en nosotros la vena
secreta: nuestro mundo
se sostiene apenas.
Lo señalas, en el aire
gris corruptos se perfilan
los indicios
que el vacío no aniquila.
El gesto entonces se anula
y todo cesa de hablar,
desciende muda hacia el mar
nuestra existencia desnuda.
***
Chirría la roldana del aljibe,
sube el agua a la luz y se deslíe.
Tiembla un recuerdo en el balde colmado,
en el círculo una imagen ríe.
Arrimo el rostro a evanescentes labios:
se deforma el pasado, se hace viejo,
le pertenece a otro…
Ah, se queja
la rueda, en el oscuro pozo te hunde;
visión, ya la distancia nos aleja.
***
Arrastra hasta la orilla calcinada
los barcos de papel, y luego duerme;
no escuches, muchachito, la bandada
de espíritus malignos que planeando se cierne.
Revolotea el búho por el huerto
y un humo lento se espesa en los techos.
El instante que arruina todo el trabajo hecho
llega: a veces estalla, otras hiende en secreto.
Crece la grieta; aunque todo esté quieto.
Aquel que edificó se sabe condenado.
Es la hora en que se salva sólo el barco varado,
amarra tu flotilla junto al seto.
***
Upupa, alegre pájaro afrentado
por los poetas, que agitas tu cresta
sobre el palo mayor del gallinero
retando al viento como un falso gallo;
Nuncio primaveral, upupa,
con tu presencia el tiempo se detiene,
ya no muere el invierno,
todo tiende hacia afuera
en cuanto zarandeas tu cabeza
de duende alígero, y tú lo ignoras.
***
Sobre el muro manchado
que arroja sombra en unos pocos bancos
parece estrecha
la cúpula del cielo.
Quién recuerda ahora el fuego
que ardió impetuoso
en las venas del mundo; en un reposo
frío las formas se opacaron, sin apego.
Más tarde volveré a estos bancos,
a este muro y a la calle de siempre.
En el futuro abierto aguardan las mañanas
ancladas como las barcas en la rada.
Non chiederci la parola che squadri da ogni lato / l’animo nostro informe, e a lettere di fuoco / lo dichiari e risplenda come un croco / perduto in mezzo a un polveroso prato. // Ah l’uomo che se ne va sicuro, / agli altri ed a se stesso amico, / e l’ombra sua non cura che la canicola / stampa sopra uno scalcinato muro! // Non domandarci la formula che mondi possa aprirti, / sì qualche storta sillaba e secca como un ramo. / Codesto solo oggi possiamo dirti, / ciò che non siamo, ciò che non vogliamo.
***
Meriggiare pallido e assorto / presso un rovente muro d’orto, / ascoltare tra i pruni e gli sterpi / schiocchi di merli, frusci di serpi. // Nelle crepe del suolo o su la veccia / spiar le file di rosse formiche / ch’ora si rompono ed ora s’intrecciano / a sommo di minuscole biche. // Osservare tra frondi il palpitare / lontano di scaglie di mare / mentre si levano tremuli scricchi / di cicale dai calvi picchi. // E andando nel sole che abbaglia / sentire con triste meraviglia / com’è tutta la vita e il suo travaglio / in questo seguitare una muraglia / che ha in cima cocci aguzzi di bottiglia.
***
Non rifugiarti nell’ombra / di quel fólto di verzura / come il falchetto che strapiomba / fulmineo nella caldura. // È ora di lasciare il canneto / stento che pare s’addorma / e di guardare le forme / della vita che si sgretola. // Ci muoviamo in un pulviscolo /madreperlaceo che vibra, / in un barbaglio che invischia / gli occhi e un poco ci sfibra. // Pure, lo senti, nel gioco d’aride onde / che impigra in quest’ora di disagio / non buttiamo già in un gorgo senza fondo / le nostre vite randage. // Come quella chiostra di rupi / che sembra sfilaccicarsi / in ragnatile di nubi; / tali i nostri animi arsi // in cui l’illusione brucia / un fuoco pieno di cenere / si perdono nel sereno / di una certezza: la luce.
***
Ripenso il tuo sorriso, ed è per me un’acqua limpida / scorta per avventura tra le petraie d’un greto, / esiguo specchio in cui guardi un ‘ellera i suoi corimbi; / e su tutto l’abbraccio d’un bianco cielo quieto. // Codesto è il mio ricordo; non saprei dire, o lontano, / se dal tuo volto s’esprime libera un’anima ingenua, / o vero tu sei dei raminghi che il male del mondo estenua / e recano il loro soffrire con sé come un talismano. // Ma questo posso dirti, che la tua pensata effigie / sommerge i crucci estrosi in un’ondata di calma, / e che il tuo aspetto s’insinua nella mia memoria grigia / schietto come la cima d’una giovinetta palma…
***
Mia vita, a te non chiedo lineamenti / fissi, volti plausibili o possessi. / Nel tuo giro inquieto ormai lo stesso / sapore han miele e assenzio. // Il cuore che ogni moto tiene a vile / raro è squassato da trasalimenti. / Così suona talvolta nel silenzio / della campagna un colpo di fucile.
***
Portami il girasole ch’io lo trapianti / nel mio terreno bruciato dal salino, / e mostri tutto il giorno agli azzurri specchianti / del cielo l’ansietà del suo volto giallino. // Tendono alla chiarità le cose oscure, / si esauriscono i corpi in un fluire / di tinte: queste in musiche. Svanire / è dunque la ventura delle venture. // Portami tu la pianta che conduce / dove sorgono bionde trasparenze / e vapora la vita quale essenza; / portami il girasole impazzito di luce.
***
Spesso il male di vivere ho incontrato: / era il rivo strozzato che gorgoglia, / era l’incartocciarsi della foglia / riarsa, era el cavallo stramazzato. // Bene non seppi, fuori del prodigio / che schiude la divina Indifferenza: era la statua nella sonnolenza / del meriggio, e la nuvola, e il falco alto levato.
***
Ciò che di me sapeste / non fu che la scialbatura, / la tonaca che riveste / la nostra umana ventura. // Ed era forse oltre il telo / l’azzurro tranquilo; / vietava il limpido cielo / solo un sigillo. // O vero c’era il falòtico / mutarsi della mia vita, / lo schiudersi d’un’ignita / zolla che mai vedrò. // Restò così questa scorza / la vera mia sostanza; / il fuocco che non si smorza / per me si chiamò: l’ignoranza. // Se un’ombra scorgete, non è / un ombra – ma quella io sono. / Potessi spiccarla da me, / offrirvela in dono.
***
Portovenere // Là fuoresce il Tritone / dai flutti che lambiscono / le soglie d’un cristiano / tempio, ed ogni ora prossima / è antica. Ogni dubbiezza / si conduce per mano / come una fanciuletta amica. // Là non è chi si guardi / o stia di sé in ascolto. / Quivi sei alle origini / e decidere è stolto: / ripartirai più tardi / per assumere un volto.
***
So l’ora in cui la faccia più impassibile / è traversata da una cruda smorfia: / s’è svelata per poco una pena invisibile. / Ciò non vede la gente nell’affollato corso. // Voi, mie parole, tradite invano il morso / secreto, il vento che nel cuore soffia. / La più vera ragione è di chi tace. / Il canto che singhiozza è un canto di pace.
***
Gloria del disteso mezzogiorno / quand’ombra non rendono gli alberi, / e più e più si mostrano d’attorno / per troppa luce, le parverze, falbe. // Il sole, in alto, – e un secco greto. / Il mio giorno no è dunque passato: / l’ora più bella è di là dal muretto / che rinchiude in un occaso scialbato. // L’arsura, in giro; un martin pescatore / volteggia s’una reliquia di vita. / La buona pioggia è di là dallo squallore, / ma in attendere è gioia più compita.
***
Felicità raggiunta, si cammina / per te su fil di lama. / Agli occhi sei barlume che vacilla, / al piede, teso ghiaccio che s’incrina; / e dunque non ti tocchi chi più t’ama. // Se giungi sulle anime invase / di tristezza e le schiari, il tuo mattino / è dolce e turbatore come i nidi delle cimase. / Ma nulla paga il pianto del bambino / a cui fugge il pallone tra le case.
***
Il canneto rispunta i suoi cimelli / nella serenità che non si ragna: / l’orto assetato sporge irti ramelli / oltre i chiusi ripari, all’afa stagna. // Sale un’ora d’attesa in cielo, vacua, / dal mare che s’ingrigia. / Un albero di nuvole sull’acqua / cresce, poi crolla come di cinigia. // Assente, come manchi in questa plaga / che ti presente e senza te consuma: / sei lontana e però tutto divaga / dal suo solco, dirupa, spare in bruma.
***
Forse un mattino andando in un’aria di vetro, / arida, rivolgendomi, vedrò compirsi il miracolo: / il nulla alle mie spalle, il vuoto dietro / di me, con un terrore di ubriaco. // Poi come s’uno schermo, s’accaperanno di gitto / alberi casi colli per l’inganno consueto. / Ma sarà troppo tardi; ed io me n’andrò zitto / tra gli uomini che non si voltano, col mio segreto.
***
Valmorbia, discorrevano il tuo fondo / fioriti nuvoli di piante agli àsoli. / Nasceva in noi, volti dal ciecco caso, / oblio del mondo. // Tacevano gli spari, nel grembo solitario / non dava suono che il Leno roco. / Sbocciava un razzo su lo stelo, fioco / lacrimava nell’aria. // Le notti chiare erano tutte un’alba / e portavano volpi alla mia grotta. / Valmorbia, un nome – e ora nella scialba / memoria, terra dove non annotta.
***
Tentava la vostra mano la tastiera, / i vostri occhi leggevano sul foglio / gl’impossibili segni; e franto era / ogni accordo come una voce di cordoglio. // Compresi che tutto, intorno, s’inteneriva / in vedervi inceppata inerme ignara / del linguaggio più vostro: ne bruiva / oltre i vetri socchiusi la marina chiara. // Passò nel riquadro azzurro una fugace danza / di farfalle; una fronda si scrollò nel sole. / Nessuna cosa prossima trovava le sue parole, / ed era mia, era nostra, la vostra dolce ignoranza.
***
La farandola dei fanciulli sul greto / era la vita che scoppia dall’arsura. / Cresceva tra rare canne e uno sterpeto / il cespo umano nell’aria pura. // Il passante sentiva come un supplizio / il suo distacco dalle antiche radici. / Nell’età d’oro florida sulle sponde felici / anche un nome, una veste, erano un vizio.
***
Debole sistro al vento / d’una persa cicala, / toccato appena e spento / nel torpore ch’esala. // Dirama dal profondo / in noi la vena / segreta: il nostro mondo / si regge appena. // Se tu l’accenni, all’aria / le vestigia / che il vuoto non ringhiotte. // Il gesto indi s’annulla, / tace ogni voce, / discende alla sua foce / la vita brulla.
***
Cigola la carrucola del pozzo, / l’acqua sale alla luce e vi si fonde. / Trema un ricordo nel ricolmo secchio, / nel puro cerchio un’immagine ride. / Accosto il volto a evanescenti labbri: / si deforma il passato, si fa vecchio, / appartiene ad un altro… / ah che già stride / la ruota, ti ridona all’atro fondo, / visione, una distanza ci divide.
***
Arremba su la strinata proda / le navi di cartone, e dormi, / fanciulletto padrone: che non oda / tu i malevoli spiriti che veleggiano a stormi. // Nel chiuso dell’ortino svolacchia il gufo / e i fumacchi del tetti sono pesi. / L’attimo che rovina l’opera lenta di mesi ‘giunge: ora incrina segreto, ora divelge in un buffo. // Viene lo spacco; forse senza strepito. / Chi ha edificato sente la sua condanna. / È l’ora che si salva solo la barca in panna. / Amarra la tua flotta tra le siepi.
***
Upupa, ilare uccello calunniato / dai poeti, che roti la tua cresta / sopra l’aereo stollo del pollaio / e come un finto gallo giri al vento; / nunzio primaverile, upupa, come / per te il tempo s’arresta, / non muore più il Febbraio, / come tutto di fuori si protende / al muover del tuo capo, / aligero folletto, e tu lo ignori.
***
Sul muro grafito / che adombra i sedili rari / l’arco del cielo appare / finito. // Chi si ricorda più del fuoco ch’arse / impetuoso / nelle vene del mondo; – in un riposo / freddo le forme, opache, sono sparse. // Rivedrò domani le banchine / e la muraglia e l’usata strada. / Nel futuro che s’apre le mattine / sono ancorate come barche in rada.