Editorial

Ricardo H. Herrera / Luis O. Tedesco

En una de las reseñas incluidas en el presente volumen -la de Javier Adúriz sobre Formas de ver el mar, reciente libro de Carlos Schilling- se cita un conocido aserto de T. S. Eliot, tal vez el apotegma más mentado y desoído de la modernidad, con el cual el poeta inglés culmina su reflexión sobre el verso libre: “no hay verdadera libertad en el arte sin el telón de fondo de una limitación artificial”. Sin que nos lo hayamos propuesto, varios de los ensayos y poemas de este número de Hablar de poesía rozan con mayor o menor hondura esta cuestión, permitiendo comprobar hasta qué punto la tesis eliotana sobre «la verdadera libertad» sigue siendo central a la hora de definir no sólo el verso libre, sino el concepto mismo de arte de la poesía. En definitiva, la afirmación del poeta inglés viene a enlazar de un modo sutil dos conceptos que para la modernidad son decididamente antagónicos: el concepto de libertad y el concepto de obediencia, dando por sobreentendido que frente a la masa informe de la experiencia sólo caben dos actitudes, la rebelión estéril del «todo vale» o la obediencia fecunda que radica en reestructurar el caos en un equilibrio artificial; un equilibrio artificial -básicamente, musical- que permita trascender estéticamente todo aquello que en el orden de la experiencia posee un carácter inflexible, vale decir, otorgándole el don de la libertad, de la transparencia, a lo que de hecho nunca deja de constituir una oscura realidad originada en la necesidad. El tema alcanza su máximo despliegue en otras páginas de la revista, especialmente en los poemas de Montale, en las reflexiones de Daniel Vera sobre Luis Luchi y de Carlos Schilling sobre el propio Vera. El lector sacará sus propias conclusiones tras la lectura de esos textos. Nosotros ahora sólo quisiéramos enriquecer el debate, precisar aún más la índole de lo que Eliot llama «el telón de fondo de una limitación artificial», destacando un párrafo de Simone Weil que hemos encontrado mientras releíamos su libro Raíces del existir: «La composición simultánea en varios planos es la ley de la creación artística y la fuente de su dificultad. Un poeta, en la elección y ordenamiento de las palabras debe tener en cuenta simultáneamente cinco o seis planos de composición al menos; las reglas de la versificación -número de sílabas y rimas- en la forma poética adoptada; la coordinación gramatical de las palabras; su coordinación lógica con respecto al desarrollo del pensamiento; la secuencia puramente musical de los sonidos contenidos en las sílabas; el ritmo por decir así material constituido por las cesuras, las pausas y la duración de cada sílaba y cada grupo de sílabas; la atmósfera que manifiesta alrededor de cada palabra sus posibilidades de sugestión, y el pasaje de una atmósfera a otra a medida que se suceden las palabras; el ritmo psicológico constituido por la duración de las palabras correspondientes a tal atmósfera o a tal desarrollo del pensamiento; los efectos de repetición y de novedad, sin duda otras cosas además, y una intuición única de la belleza que da unidad a todo. La inspiración es una tensión de las facultades del alma que hace posible el grado de atención indispensable para la composición en planos múltiples. El que no sea capaz de una atención semejante recibirá un día esta capacidad si se obstina con humildad, perseverancia y paciencia, y si se siente impulsado por un deseo inalterable y violento. Si no es presa de tal deseo no es indispensable que haga versos.»