Patrizia Cavalli: Mis poesías no cambiarán el mundo

Nota de Diego Bentivegna
Versiones de Diego Bentivegna (con la colaboración de Osvaldo Bossi)

Desde el título de su primer libro, Mis poesías no cambiarán el mundo, la escritura de Patrizia Cavalli [1] interroga el mundo como poesía del ahuecamiento, o mejor, de la insuficiencia de la palabra. En el universo abierto por su palabra hay, en efecto, una suerte de exceso de mundo, por lo que podría inscribirse en principio en el ámbito de la escritura del agotamiento. En este comienzo, cuyo carácter programático constituyó uno de los tópicos con los que la crítica aborda la producción de la poeta, podría servir de sustento a esta afirmación. Allí se pone de manifiesto el modo en que se posiciona, política y culturalmente, esta poesía. No se trata —como en el imaginario altomodernista reavivado por las neovanguardias de los años 60 tan lúcidamente impugnadas por Pasolini- de intentar oponerse a la institución literaria como un todo, de negarla dialécticamente corriendo el riesgo de ocupar ese mismo espacio institucional. Tampoco estamos ante un modo más de fusión con los mecanismos institucionales de la literatura, una actitud para la que toda intervención escrita se plantea desde el vamos como un juego superficial y sin mayores consecuencias, regodeándose en su propia imposibilidad de cuestionar, en su propia condición acrítica. Por el contrario, la poesía de Cavalli —que irrumpe en el panorama poético italiano como una experiencia contemporánea y afín al rechazo del estilo del último Pasolini o a la “gramática pobre” de Amelia Rosselli— se presenta como una poesía del trabajo concentrado, de la sequedad formal y del desgarro, que se expresa fundamentalmente como una lastimadura de la palabra. Extremada, esta desgarradura provoca que tanto la condición misma de poesía como la de poeta sean puestas entre signos de interrogación. “Me cuesta trabajo definirme como poeta; hay algo en ello que no me cierra; preferiría decir que a veces escribo poesías” afirma la poeta en una entrevista publicada en L´unitá en junio de 2002.[2]  La poesía, pensada (indagada) en estos términos, es una forma de interrogar el propio estatuto literario en que ella se sustenta.

La sequedad de la que hablamos se expresa en términos de meticulosidad formal, de retiro del mundo e incluso de silencio, como si se tratara de hacer de la escritura un ejercicio de ascesis. “Teniendo en cuenta mi condición de umbra [3] , de haber nacido en el siglo XIII hubiera sido seguramente una famosa poeta mística”, afirma la poeta en la entrevista recién citada. Pues, como la de los místicos, su poesía funciona como un movimiento ascético de la escritura como instrumento de autoconocimiento o, mejor, de autoproducción. Un proceso que, en el último de sus poemarios, Sempre aperto teatro, se despliega como un ejercicio corporal de apertura, una escenificación expuesta a la mirada del otro: un teatrum mundi en el que el yo se exhibe como cuerpo y como voz (“yo soy la platea, soy el foyer, / tengo este don de Dios, es todo mío”).

Como el “sí” que responde a la afirmación crítica acerca de la incapacidad de la lírica para cambiar, la poesía de Cavalli es, también, escritura de la afirmación, que surge en el vacío que media entre la palabra y lo real. Una poesía que actúa —como en el extrañamente extenso “Ah, sí, para tu desgracia…” a través de operaciones de progresivo vaciamiento y desposesión de la subjetividad. De ahí que la posición enunciativa que se privilegia en su escritura no sea tanto la de la queja o la desdicha, posiciones melancólicas en última instancia conciliadas con el exceso de mundo ante el que la poesía de Cavalli reacciona, sino más bien con el desamparo o la intemperie. Se escribe no para consolarse —no como un modo de sustituir el malestar ante al mundo—, sino para preservar el carácter intempestivo y frágil de lo real.

El lugar en el que se produce la escritura poética de Cavalli oscila entre el espacio de la palabra despojada, prosaica, y el espacio de la palabra poética como métrica. En consecuencia, esa poesía es el producto de un obrar que la coloca en una zona difícilmente conciliable con las experiencias de la vanguardia. No se trata de provocar ni de escandalizar al mundo, sino de trabajar la voz en la distancia que separa escritura e inspiración. Dice la propia Cavalli;

“Creo que la poesía proviene de una determinada zona del cerebro que está a mitad de camino entre la de la música y la de la palabra. Porque suena. Es una palabra que suena. Pero de una manera totalmente original y que no tiene nada que ver con la música; es otro tipo de sonoridad. Yo creo en la inspiración como una afección biológica, una forma del sufrir, un ser expuestos” .[4]

Como en Hölderlin o en Rilke, para quienes la inspiración es al mismo tiempo todo y nada, en estos versos -por cierto mucho más prosaicos y materiales que los de los grandes elegiacos alemanes- la escucha y la espera ocupan un rol determinante. Hay que saber escuchar la palabra. Es necesario ponerse en condiciones de recibir esa voz trabajando sobre uno mismo en un proceso de autoproducción y de cura. La propia Cavalli concibe a su poesía como una zona de preservación, como un trabajo de persistencia en el tiempo de un “yo precario”, que está permanentemente al borde de la inspiración absoluta, de la disolución en un mundo hostil y refractario.

La opción no consiste, con todo, en construir una escritura objetiva donde el yo no tenga cabida o donde la pericia técnica termine configurando una atmósfera tan formal que resulte, al final de cuentas, irrespirable. Por el contrario, como afirma Pablo Anadón en la introducción a los poemas de Cavalli incluidos en su antología de la reciente poesía italiana, esa habilidad técnica “no está dirigida a obtener efectos de virtuosismo poético, sino a encauzar y sostener a la naturalidad de la voz”. [5]

Esa “naturalidad” de la voz aparece fuertemente redimensionada en sus últimas producciones, en las que muchas veces los versos, enunciados aparentemente según los cánones tradicionales de la lírica italiana, configuran series rimadas en las que la palabra -remedando algunas de las composiciones de Penna- se presenta ante todo como cantinella, como puro ejercicio de intensidad. En estas producciones más recientes se trata de montar todo un juego de espejos y de máscaras, de trucos y de ficciones, que va diseñando, fragmentariamente, los rasgos de un yo que pende entre el exceso afirmativo y la dispersión. En todo caso, la poesía de Cavalli funciona como lugar de vaciamiento del yo, como un camino dificultoso y poco confiable hacia ese lugar, la inspiración, en el que -como dice Blanchot- todo sujeto se esfuma en el vacío. [6]

Ese “yo propio” (el Io singolare proprio mio, con el que Cavalli titula su tercer libro, incluido como sección final del volumen Poesie) es un yo que se mueve entre el borrarse en el suspiro, en una aséptica intensidad rítmica, y la pura materia, la mera corporalidad (“Me corté el pelo, me ensombrecí las cejas, / arreglé la comisura derecha de mi boca, adelgacé / mi cuerpo”). En esta tensión de subjetividades ya no hay rastros de las altisonancias líricas del sujeto romántico, sino tan sólo residuos de esa retórica (ver, al respecto, el poema “En medio de tu mar mi barco navegaba…”, incluido en esta antología).

Quizá como consecuencia de esa insistencia en la primera persona, la crítica ha leído insistentemente la producción de Cavalli como un ejercicio que recupera la poética del cancionero petrarquesco. Poetizar es afirmar un yo a través de la escritura, a través del “vario stile in ch´io piango et ragiono” que encontramos en el primer soneto del cancionero petrarquesco. Poetizar es, en la tradición de la lírica petrarquesca, encontrar una voz. Para el yo de la poesía de Cavalli, por su parte, escribir es instaurar una subjetividad y una duración. Saber escuchar, sí; pero también operar sobre la inspiración. Trabajarla. Tallarla finamente, curarla, como hace la amante con los arqueros de madera en uno de sus poemas de amor más desgarrados.

Ello no implica por supuesto pensar a la poesía como un museo que conserva los restos arqueológicos de lo real que se nos esfuma de las manos. Por el contrario, el desafío de estos versos radica en pensarse como un lugar que preserva la capacidad del lenguaje de rearticular algo del orden de la identidad y de la experiencia, con la certeza, quizá, de que ambas instancias se tocan apenas, que se rozan casi imperceptiblemente.

Estamos ante la escritura como una política del yo, ante una política de la subjetividad que se sustenta en una poesía desgarrada y quejosa que exige ser leída en términos de una doble condición minoritaria: femenina y homosexual. Si la apertura del primer poemario de Cavalli ha sido leída como una suerte de reflexión irónica acerca de su propia poética [7] , un texto como “No tengo semen que esparcir en el mundo”, incluido en ese mismo poemario, admite ser leído como condición de posibilidad de la escritura. Allí Cavalli retoma y da vuelta uno de los primeros registros escritos en vulgar itálico: el llamado “acertijo de Verona”, una glosa a un texto latino medieval atribuida a un ignoto monje septentrional del siglo VIII de nuestra era en la que la semilla (semen) es metáfora de la tinta y, consecuentemente, metonimia de la escritura: “Boves se pareba, alba patralia araba / albo versorio teneba et negro semen seminaba”. Como las del anónimo monje medieval, las palabras de Cavalli son también “semen negro”, un semen que ya no está signado por la reproducción (“…las palabras, / muchísimas de ellas, / aunque ya no se me parezcan más…”) y, en consecuencia, por la semejanza (el espejo y la cópula, recordémoslo, son abominables). Es, en cambio, un puro difundirse en el espacio, un puro diseminarse, diría alguien afecto a los juegos derridianos.

Nada más alejado de Cavalli que la poesía de la mimesis. No hay espacio en ella para la semejanza ni para la reproducción. Como en el desagarrado poema “Era esta la madre que quería”, que por motivos de espacio no incluimos en esta selección, los espejos funcionan, en todo caso, no como instancias de reproducción, sino de fuga. En este poema se reconstruye la escena tópica de la madre frente al espejo como un lugar no de fijación o de identificación, sino de huida:

 

  Delante del espejo mientras se vestía
la mirada se le despegaba
perdida en cierta imagen futura;
la primera ladrona yo reconocía en ella
que me robaba mi imagen segura
y la llevaba afuera y regalaba
eso que sólo debería haber sido mío.

El espejo como lugar de descentramiento y de desposesión del sujeto, del mismo modo que las palabras-semen-de-mujer que —como las que se pudren como hongos negros en la boca del Lord Chandos de Hofmmansthal o como las palabras-chillidos de las hordas kafkianas de roedores— escapan a todo control, a toda posibilidad de escansión métrica, a todo control regular. Una poesía que, como la escritura de los grandes afásicos de la literatura (Hofmmansthal, Kafka, Rosselli) para quienes lo real es siempre un exceso irrepresentable, funciona como una suerte de minorización, realizada, por ejemplo, en segmentos dialógicos, en oscilaciones preposicionales o en balbuceos en los que se extrema la intensidad significante del verso.

La condición de esta escritura aminorada es, pues, la escucha, pero también la tensión, como si se evidenciara en ella hasta qué punto todo estado de ascesis estuviera irremediablemente atravesado por un nerviosismo exhibicionista que bordea la histeria. Escribir, para Cavalli, es entrar en un estado que oscila entre la pasividad y la espera, pero también entre esta esfera si se quiere receptiva, serena, y la exaltación por arrojarse intempestivamente al mundo.

Es en ese estado de posesión y de arrebato donde sucede algo del orden de lo inesperado. Donde se produce el acontecimiento al que se acerca, sin lograr nunca apropiarse del todo de él, la palabra poética. Una palabra que nos pone ante acontecimientos mínimos, hasta banales, a partir de los cuales el verso de Cavalli opera meticulosamente concentrado en la propia percepción:

 En un punto de su aguda apertura
se colmaban de verde los ojos del gato
 -espejo brevísimo y atento
de los árboles y la hierba. Y repetía el gesto
sin conocer su esplendor.

Una poesía, en fin, que realiza un tembloroso trabajo de preservación: un complejo de afectos y de objetivaciones perceptivas (de perceptos) que interroga, con su solo estar precario, lo real.

 

 De Mis poesías no cambiarán el mundo (1975)

 

Alguien me ha dicho
que en verdad mis poesías
no cambiarán el mundo.

Yo les respondo que en verdad sí
que mis poesías
no cambiarán el mundo.

 

En un punto de su aguda apertura
se colmaban de verde los ojos del gato
–espejo brevísimo y atento
de los árboles y la hierba. Y repetía el gesto
sin conocer su esplendor.

 

Las notas que dibujaste en mi cuaderno
y las claves de violín y la doble clave
y la triple clave. Para ti siempre
habrá un nuevo cuaderno. ¿Cuántas
hojas necesitas? Adornaste mi escritorio,
esculpiste mi estante; pero no hay ahora
arqueros vestidos de guerra, sino tan sólo
signos distraídos. Y deberás juntar
con paciencia pequeños minutos para poder
producir una hora.

  

¿Y quién se atreverá a decirme ahora
que no tengo coraje, que no me mezclo
con los demás o que no me apasiono?
Hoy he hecho una fila
de casi media hora en el correo;
soporté toda la fila paso
a paso; percibí el olor
atroz de los varones
y los viejos; también el de las mujeres.
Sentí unas manos que me tocaban el culo,
que me apretujaban. Reconocí
la náusea, y la dejé en el mismo lugar
en donde estaba; mi cuerpo
se llenó de sudor; me expuse
a la pulmonía. No es en el amor
hacia mí sino en el horror hacia los demás
donde yo me reconozco.

 

No tengo semen que esparcir por el mundo
no puedo inundar los mingitorios ni
los colchones. Mi avaro semen de mujer
es poca cosa como para herir. ¿Qué puedo
dejar en las calles, en las casas
en los vientres no fecundados? Las palabras,
muchísimas de ellas
aunque ya no se me parezcan más;
han olvidado la furia
y la maldición, se han transformado en señoritas
con un poco de mala fama quizá,
pero señoritas al fin.

 

Cuántas tentaciones atravieso
en el trayecto desde el cuarto
hasta la cocina, desde la cocina
al baño. Una mancha
en el muro, un vaso de agua, un pedazo
de papel en el suelo,
mirar desde la ventana,
chau a la vecina,
acariciar a la gatita.
Así me olvido siempre
de la idea principal, me pierdo
en las calles, me descompongo
día tras día y es en vano
intentar cualquier regreso.

 

Es tan dulce permanecer
y mirar en la inmovilidad
soberana la belleza de una pared
donde el hilo de la luz y la lámpara
existen desde siempre
garantizando su permanencia.
Montaña de luz, abanico,
¡paisajes, paisajes! ¿Cómo podré
desatar mis pies,
descender -reina de los peñascos
y de los abismos-
hasta el paso involuntario,
hasta la mano que abre una puerta, la voz
que pregunta adónde iré a comer?

  

De mí poco recuerdo
yo que siempre he pensado en mí.
Me disuelvo como el objeto
demasiado tiempo contemplado.
Y volveré para decir
mi luminosa desaparición.

 

De El cielo (1981)

 

Ah sí, para tu desgracia,
en vez de partir
permanecí en la cama.
Toda la casa para mí sola:
cerré la puerta,
desplegué las cortinas,
a afuera los cuatro canarios
enjaulados parecían cuatro bosques
y las cuatro mil voces al despertarse
se confundían con el regreso de la luz.
Pero cruzando la puerta,
en los pasillos oscuros, en las habitaciones
casi vacías que capturan
los sonidos más lejanos
los pasos miserables de lánguidos regresos
a casa, se encendían nacimientos
y peligros, se consumaban
muertes sombrías e indiferentes.
¿Pero crees realmente que no te vi
morir en un rincón
con el vaso cayendo de tus manos
y el cuello rojo e hinchado,
avergonzándote un poco
por haber sido sorprendida
una vez más,
después de tanto tiempo
en la misma posición, en la misma condición
pálida, temblorosa, llena de excusas?
Pero si entonces pienso realmente en tu muerte
en qué cama de hospital, casa o albergue,
en qué calle, acaso en el aire
o en un túnel; si pienso en tus ojos que ceden
a la invasión, en la extrema, terrible mentira
con la que intentarás rechazar el ataque,
o la infiltración, en tu sangre pulsando indecisa
y desatada, en la última, inmensa visión
de un insecto que pasa, un pliegue de la sábana,
una piedra o una rueda
que te sobrevivirán,
entonces ¿cómo puedo dejar que tú te vayas?

 

Es cierto, todo habría andado bien,
un paseo juntas, un café,
una salida al cine, cenas
en casa o en el restaurante; en fin,
habría seguido todo como siempre,
si de pronto, al quitarse los anteojos,
no se hubiera sentado sonriendo
con un aire apenas temeroso,
y el cabello un poco despeinado
que la hacían parecer recién surgida
de un sueño o una carrera.

 

Las noches me caen en el rostro,
también los días me caen en el rostro.
Yo miro cómo ellos se acumulan
formando geografías desordenadas:
Su peso no es siempre el mismo;
a veces caen desde lo alto y abren fosos,
otras simplemente se posan,
dejando un recuerdo casi en penumbras.
Geómetra experta, los mido,
los cuento y los divido
en anos y estaciones, en meses y semanas.
Sin embargo lo único que espero
es distraerme en el misterio,
perder en la confusión los cálculos,
salir de mi encierro;
recibir la gracia de una nueva cara.

 

Me corté el pelo, me ensombrecí las cejas,
arreglé la comisura derecha de mi boca, adelgacé
mi cuerpo; alcé mi estatura. También le di
a mis hombros cierta definición triunfal. Soy otra vez una chica,
un chico por las calles, con paso de trabajador,
sin ningún adorno superfluo. Sin embargo no olvidé
sentarme lánguidamente: tampoco el velo en la mirada.
Y sin darme cuenta derroché caricias.
Mi cuerpo, un secreto intocable. En los riñones
se condensaba la espera sin satisfacción; en los jardines,
los paseos, las recomendaciones de siempre,
el cielo a veces azul
y a veces no.

 

Afuera en realidad no ha habido ningún cambio:
es el morbo estancado lo que me sustrae de las calles;
creció dentro de mí, me corrompió los ojos
y los demás sentidos; y el mundo llega
como una especie de cita.
Ya todo ha sucedido, ¿pero yo dónde estaba?
¿Cuándo tuvo lugar esa gran distracción?
¿Dónde se cortó el hilo, dónde se abrió
la grieta? ¿Cuál es el lago
que ha perdido sus aguas
y, al cambiar el paisaje,
me confunde el camino?

 

La lluvia me trae de nuevo
los fragmentos perdidos
de los amigos, empuja hacia abajo
los vuelos demasiado altos, refrena las fugas
y obtura finalmente ante las ventanas
el tiempo.

 

Ahora que el tiempo parece todo mío
y ya nadie me llama para el almuerzo o la cena,
ahora que puedo quedarme mirando
cómo se deshace una nube o cómo se destiñe,
cómo camina un gato por el techo
en la enorme lujaría de su exploración, ahora
que todos los días me espera
la inmensa extensión de una noche
donde no hay reclamo y no hay ninguna razón
para desnudarse a prisa, ni para descansar
en la deslumbrante dulzura de un cuerpo que me espera;
ahora que la mañana ya no tiene un comienzo
y silenciosa me libra a mis proyectos,
a todas las cadencias de la voz, ahora
quisiera inesperadamente las prisiones.

 

¿Dónde me puedo esconder,
qué refugios puedo encontrar
para defenderme de tu fulgor?
Ah, mira, yo me quemo de prisa
como un petardo, como un trocito
de mecha recortada.
Pero no habrá explosiones ni grandes llamas,
tan sólo un bastoncito de cera descolorida.
¿No sería mejor acaso
que me mojaras un poco, y aunque no usaras agua
perfumada, lo hicieras con agua común
o tal vez con agua de lluvia?

 

Y en aquel punto donde la memoria
por la luz excesiva se destiñe un poco,
yo recogía en plegaria tus formas.
La noche cubría con sudor
el peso inmenso de tu cuerpo ausente
y prolongaba tranquila mi despertar
para abrigarme dentro de tu manto.
Luego me cubría toda con esa tela
que se mezclaba intensa con mi hálito,
y atravesaba las conversaciones
cuidando que mi ropa no se ajara.
Con todo alguna vez, por distracción,
cediendo a las preguntas de mis huéspedes
se me enredaba algún borde en el tedio,
y se me caía con algún desgarro.
Para reconstruir la perfecta trama,
sin estar segura de mis manos,
recurría a la ayuda del teléfono.

 

Tú te vas y mientras que te vas
me dices: “Lo lamento”.
Piensas que así me darás algo de paz,
me prometes un recuerdo tortuoso, constante;
cuando estás sola o tal vez con otra gente,
me dices: “Amor mío, te extrañaré;
¿qué harás en estos días?”
Yo te respondo: “Estarás siempre presente.
Tendré mi mente llena de tu nada”.

 

Basta, se acabaron los estuches
con los cubiertos de oro. Esa comida
exquisita y lejana,
ese gusto de paladares
instruidos. Belleza mía,
sí, te llamaré belleza mía,
haré que desciendas y tropieces.
Ah, me rociaste largo tiempo,
mi bombera: llamaradas y humo
y fuego que no arde y yo
que me quemaba con la fiebre,
quería toda la hostia
y tú deshacías en mi boca
partículas santas.

En medio de tu mar mi barco navegaba.
En ese mar me interné y nací.
Me asombra la novedad de la estación
y el cuerpo que descubre tanto frío.
Amor saltaba de figura en figura;
ahora reposa y revela su forma.
La reconozco en ese ligero bucle
sobre la frente, pequeñas olas iguales
y contrarias -corría en la superficie
un estupor, una fisura
en la solidez, y se aplastaba
mutándose en ternura.

 

De Teatro siempre abierto (1999)

 

Esto querías, este leve amor
que en verdad nunca se enciende y en consecuencia
no se apaga, sino que, cauto en el sufrir,
te deja en plena libertad de elección.
¡Duérmete entonces! ¿O es que no quieres ni dormir acaso?

 

Cuando me hablas te internas
en tus ruidos, me miras y no percibes
que estoy por ahogarme. Me dejas sola
en mi mar espumoso.

 

La escena es mía, este teatro es mío,
yo soy la platea, soy el foyer,
tengo este don de dios, es todo mío,
así lo quiero, vacío,
que esté vacío. Lleno de mi tardanza.

 

Qualcuno mi ha detto/che certo le mie poesie / non cambieranno il mondo.// Io rispondo che certo sí/  le mie poesie/non cambieranno il mondo.

In un punto del loro acuto svolgersi/s´empivano di verde gli occhi del gatto,/specchio brevisimo e attento/ degli alberi e dell´erba. E ripeteva il gesto/sennza saperne lo splendore.

Le note che disegnasti sul mio quaderno/ la chiave di violino e la doppia chiave/e la tripla chiave. Sempre per te/ un nuovo quaderno. Di quanti fogli/ hai bisogno? Hai intarsiato la mia scrivania/ scolpito il mio scaffale; ma ora non più/ arcieri in costume da guerra, soltanto/ segni distratti. E dovrai raccogliere/con pazienza piccoli minuti perché tu possa/ comporre un’ora.

E chi potrà più dire/ che non ho coraggio, che non vado/ fra gli altri e che non mi appassiono?/ Ho fatto una fila di quasi/ mezz’ora oggi alla posta; / ho percorso tutta la fila passetto/ per passetto, ho annusato/ gli odori atroci di maschi/ di vecchi e anche di donne, ho sentito/ mani toccarmi il culo spingermi/ il fianco. Ho riconosciuto/ la nausea e l’ho lasciata là/ dov’era, il mio corpo/ si è riempito di sudore, ho sfiorato/ una polmonite. Non d’amor di me/ si tratta, ma orrore degli altri/ dove io mi riconosco.

Non ho seme da spargere per il mondo/ non posso inondare i pisciatoi né/ i materassi. Il mio avaro seme di donna/ è troppo poco per offendere. Cosa posso/ lasciare nelle strade nelle case/ nei ventri infecondati? Le parole/ quelle moltissime/ ma già non mi assomigliano più/ hanno dimenticato la furia/ e la maledizione, sono diventate signorine/ un po’ malfamate forse/ ma sempre signorine.

Dolcissimo è rimanere/ e guardare nella immobilità/ sovrana la bellezza di una parete/ dove il filo della luce e la lampada/ esistono da sempre/ a garantire la loro permanenza.// Montagna di luce ventaglio,/ paesaggi paesaggi! come potrò/ sciogliere i miei piedi, come/ discendere – regina delle rupi/ e degli abissi – al passo involontario,/ alla mano che apre una porta, alla voce/ che chiede dove andrò a mangiare.

Poco di me ricordo/ io che a me sempre ho pensato./ Mi scompaio come l’oggetto/ troppo a lungo guardato./ Ritornerò a dire/ la mia luminosa scomparsa.

Ah sì, per tua disgrazia,/ invece di partire/ sono rimasta a letto.// Io sola padrona della casa/ ho chiuso la porta/ ho tirato le tende./ E fuori i quattro canarini/ ingabbiati sembravano quattro foreste/ e le quattromila voci dei risvegli/ confuse dal ritorno della luce./ Ma al di là della porta/ nei corridoi bui, nelle stanze/ quasi vuote che catturano/ i suoni più lontani/ i passi miserabili di languidi ritorni/ a casa, si accendevano nascite/ e pericoli, si consumavano/ morti losche e indifferenti.// E cosa credi che io non t’abbia visto/ morire dietro un angolo/ con il bicchiere che ti cadeva dalle mani/ il collo rosso e gonfio/ vergognandoti un poco/ per essere stata sorpresa/ ancora una volta/ dopo tanto tempo/ nella stessa posizione nella stessa condizione/ pallida tremante piena di scuse?//  Ma se poi penso veramente alla tua morte/ in quale letto d’ospedale o casa o albergo,/ in quale strada, magari in aria/ o in una galleria; ai tuoi che cedono/ sotto l’invasione,/ all’estrema terribile bugia/ con la quale vorrai respingere l’attacco/ o l’infiltrazione, al tuo sangue pulsare indeciso/ e forsennato nell’ultima immensa visione/ di un insetto di passaggio, di una piega di lenzuolo,/ di un sasso o di una ruota/ che ti sopravviveranno,/ allora come faccio a lasciarti andar via?//

Sarebbe certo andato tutto bene,/ una passeggiata un caffè, al cinema/ qualche volta insieme, le cene/ a casa o al ristorante; sarebbe stato/ insomma tutto regolare/ se all’improvviso togliendosi gli occhiali/ non si fosse seduta sorridendo/ con un’aria leggermente impaurita/ e i capelli un po’ spettinati/ che la facevano sembrare appena uscita/ da un sonno o da una corsa.

Addosso al viso mi cadono le notti/ e anche i giorni mi cadono sul viso./ Io li vedo come si accavallano/ formando geografie disordinate:/ il loro peso non è sempre uguale,/ a volte cadono dall’alto e fanno buche,/ altre volte si appoggiano soltanto/ lasciando un ricordo un po’ in penombra./ Geometra perito io li misuro/ li conto e li divido/ in anni e stagioni, in mesi e settimane./ Ma veramente aspetto/ in segretezza di distrarmi/ nella confusione perdere i calcoli,/ uscire di prigione/ ricevere la grazia di una nuova faccia.

Mi ero tagliata i capelli, scurite le sopracciglia,/ aggiustata la piega destra della bocca,/ assottigliato/ il corpo, alzata la statura. Avevo anche regalato/ alle spalle un ammiccamento trionfante. Ecco ragazza/ ragazzo di nuovo, per le strade, il passo del lavoratore,/ niente abbellimenti superflui. Ma non avevo dimenticato/ il languore della sedia, la nuvola della vista./ E spargevo carezze, senza accorgermene. Il mio corpo/ segreto intoccabile. Nelle reni/ si condensava l’attesa senza soddisfazione; nei giardini/ le passeggiate, la ripetizione dei consigli,/ il cielo qualche volta azzurro/ e qualche volta no.

Fuori in realtà non c’era cambiamento,/ è il morbo stagionato che mi sottrae alle strade:/ dentro di me è cresciuto e mi ha corrotto gli occhi/ e tutti gli altri sensi: e il mondo arriva/ come una citazione./ Tutto è accaduto ormai, ma io dov’ero?/ Quando è avvenuta la grande distrazione?/ Dove si è slegato il filo, dove si è aperto/ il crepaccio, qual è il lago/ que ha perso le sue acque/ e mutando il paesaggio/ mi scombina la strada?

La pioggia mi riporta/ i pezzi dispersi/ degli amici, spinge in basso i voli/ troppo alti, da lentezza alle fughe e chiude/ al di qua delle finestre finalmente/ il tempo.

Adesso che il tempo sembra tutto mio/ e nessuno mi chiama per il pranzo e per la cena,/ adesso che posso rimanere a guardare/ come si scioglie una nuvola e come si scolora,/ come cammina un gatto per il tetto/ nel lusso immenso di una esplorazione, adesso/ che ogni giorno mi aspetta/ la sconfinata lunghezza di una notte/ dove non c’è richiamo e non c’è più ragione/ di spogliarsi in fretta per riposare dentro/ l’accecante dolcezza di un corpo che mi aspetta,/ adesso che il mattino non ha mai principio/ e silenzioso mi lascia ai miei progetti/ a tutte le cadenze della voce, adesso/ vorrei improvvisamente la prigione.

Dove mi posso nascondere, / quali ripari posso trovare /per difendermi dalla tua folgore?// Ah, vedi, io brucio in fretta / come un mortaretto, come un pezzetto / di miccia vagliata. / Ma non ci saranno esplosioni o grandi fiamme, / soltanto un bastoncino di cenere slavata. // E allora non sarebbe meglio che tu / mi bagnassi un po’, e se non proprio con acqua / profumata, con acqua semplice, / magari piovana?

Giunta a quel punto dove la memoria/ per troppa luce quasi si scolora,/ raccoglievo in preghiera le tue forme./ Il peso immenso del tuo corpo assente/ la notte mi copriva di sudore/ e prolungavo ferma il mio risveglio/ per accaldarmi dentro il tuo mantello./ Poi m’abbigliavo tutta in quella stoffa/ che si mischiava stretta al mio respiro/ e attraversavo le conversazioni/ attenta a non sgualcire il mio vestito./ Qualche volta però per distrazione/ cedendo alle domande dei miei ospiti/ mi sì impiglìava un lembo nella noia/ e scivolava via con qualche strappo./ Per restaurare la trama in perfezione/ poco sicura delle mie sole mani/ ricorrevo al valore del telefono.

Tu te ne vai e mentre te ne vai/ mi dici: «Mi dispiace»./ Pensi così di darmi un po’ di pace./ Mi prometti un pensiero costante struggente/ quando sei sola e anche tra la gente./ Mi dici: «Amore mio mi mancherai./ E in questi giorni tu cosa farai? »/ Io ti rispondo: «Ti avrò sempre presente,/ avrò il pensiero pieno del tuo niente».

Basta, finito con gli astucci / le posatelle d`oro. Quel cibo / squisitissimo e lontano, quel gusto di salive /pregustate. Bellezza mia. /sí, ti chiameró bellezza mía, / ti faro scendere e inciampare. / Eh, mia hai annaffiato a lungo / mia pompiera: fiammelle e fumo / e fuoco che non arde e io / che mi bruciavo con la febbre, / volevo l’ostia intera e tu / mi sbriciolavi in bocca /particelle sante.

Dentro il tuo mare viaggiava la mia nave/ dentro quel mare mi sono immersa e nacqui./ Mi colpisce la novità della stagione/ e il corpo che si accorge di aver freddo.// Di figura in figura trasmigrava amore,/ ora si posa e svela la sua forma./ La riconosco in quel veloce crespo/ sulla fronte, piccole onde simili/ e contrarie – correva in superficie/ uno stupore, un cedimento/ nella compattezza, e si incrinava/ mutando in tenerezza.

Questo volevi, questo lieve amore/ che mai si accende veramente e quindi/ non si spegne, ma cauto nel patire / ti lascia intatta libertà di scelte. / E aflora dormi! Non vuoi neanche dormire?

  

Quando mi parli ti trasogni / nei tuoi suoni, mi guardi e no ti accorgi / che sto per affogare. Mi lasci sola / nel mio schiumoso mare.

La scena è mia, questo teatro è mio, / io sono la platea, sono il foyer, / ho questo ben di dio, è tutto mio, / così lo voglio, vuoto, / e vuoto sia. Pieno del mio ritardo.

 

Notas al pie    (>> volver al texto)
  1. Patrizia Cavalli nació en Todi, en la región de Umbría, en Italia central, en 1947. Desde joven reside en Roma, donde cursó estudios de filosofía y donde trabó amistad con la escritora Elsa Morante, quien la instó a reunir en libro sus primeras composiciones. Publicó hasta el momento cuatro volúmenes de poesía: Le mie poesie non cambieranno il mondo (1974), Il cielo (1981), L’io singolare proprio mió (1992) -recogidos los tres en el volumen Poesie (1992)- y Sempre aporto teatro (1999), todos editados por la editorial Einaudi de Turín. Ha traducido al italiano algunas piezas de Shakespeare, como La tempestad y Sueño de una noche de verano. Además, ha colaborado con algunas producciones de la RAI.>>
  2. “Le parole che suonano”, entrevista de Lisa Ginzburg a Patrizia Cavalli en L´unita, 3 de junio de 2002.>>
  3. Asís, lugar de nacimiento de San Francisco y de Santa Clara, se encuentra en Umbría. Todi, la ciudad en la que nació Cavalli, es la cuna del mayor poeta religioso del medioevo italiano, Jacopone. >>
  4. Ibid.>>
  5. Pablo Anadón, “La insuficiencia de lo real (sobre la poesía de Patrizia Cavalli)”, en El astro disperso. Últimas transformaciones de la poesía en Italia (1971-2001), Córdoba, Del Copista, 2001, p. 228. >>
  6. Maurice Blanchot, “La inspiración, la falta de inspiración”, en El espacio literario, Caracas, Monte Ávila, 1971. >>
  7. Remitimos, por ejemplo, a lo que escribe acerca de este texto el crítico Antonello Borra: “La diferencia sutil se esconde en ese «sí» que, en el lenguaje cotidiano, debería ser un «no». Normalmente, en italiano, para confirmar una negación se usa una negación doble, la opción por el «sí» puede generar o ambigüedad respecto del valor de la confirmación o, como yo creo que ocurre en este caso, ser una afirmación perentoria acerca de la verdad de la proposición de partida. En consecuencia, para el yo lírico es verdad que sus poesías no cambiarán el mundo, y esta constatación se expresa con una distancia mínima pero decisiva en relación al lenguaje cotidiano, a pesar de todas las otras similitudes con éste que evidencian los demás niveles de la composición” (“Considerazioni su una poesia di Patrizia Cavalli”, en Bollettino 900, nrs, 4-5, junio-mayo de 1996). Ver también las reflexiones sobre este texto desplegadas por Pablo Anadón en su citada antología de la nueva poesía italiana.>>